<
>

Primer título beisbolero en SF

ARLINGTON, Texas -- Aficionados y Fanáticos al "Rey de los Deportes": Conocí San Francisco en 1979 cuando mi padre nos llevó de vacaciones en un viaje por varias ciudades de California. Desde aquella primera visita, quedé enamorado de la ciudad que, hasta hoy, considero la más bella de los Estados Unidos.

Como gran aficionado al béisbol desde aquellos años, al asistir en aquel viaje al Candlestick Park no podía creer lo que mi papá me contaba en relación a que, siendo uno de los equipos de más tradición en las Ligas Mayores por su estadía en Nueva York, los Gigantes no habían ganado nunca una Serie Mundial jugando en aquella hermosísima ciudad.

Durante esa primera visita, el equipo recibía a los Filis y recuerdo, como si fuera hoy mismo, aquel duelo en el estadio de los Gigantes en el que Dicki Noles y John Curtis se trenzaron en una increíble batalla de abridores, con los Gigantes derrotando 1-0 a Filadelfia, en un encuentro que duró una hora con cuarenta minutos, en un helado y lleno de viento Candlestick Park que, a pesar de todas las críticas y comentarios negativos que se puedan leer y escribir en su contra, tenía un encanto particular... el encanto de ser parte de una ciudad tan bonita como San Francisco.

Una ciudad que me cautivó por sus preciosos puentes, el Golden Gate Bridge y el Bay Bridge, por sus calles con subidas y bajadas, por la tradicional Lombard Street, llena de flores y con el camino serpenteante para los automóviles, por la historia y leyendas de la Isla de Alcatraz, la prisión más famosa del mundo, por su puerto en Fisherman's Wharf, plagado de restaurantes, museos y tiendas, por su Nob Hill, su famoso edificio en forma triangular de Transamerica, sus chocolates Ghirardelli, su Cable Car, y un sinfín de elementos que la hacían una ciudad única, bella y pintoresca como ninguna otra que yo hubiese conocido entonces.

Volví a ese sitio diez años después. Eran otras condiciones: la Serie Mundial de 1989 enfrentaba a los dos rivales de la bahía y ahí estaba yo, como un simple aficionado más, con mis boletos como cualquier otro civil y listo para tratar de atestiguar el hecho de que por fin, aquella hermosa ciudad que me había cautivado, celebraría un título de Clásico de Otoño. Crucé la bahía hacia Oakland para los dos primeros encuentros, en los que sólo presencié victorias de los Atléticos, con Dave Stewart ganando el primero y Mike Moore el segundo.

Pero la serie se trasladó a San Francisco y, cuando esperaba ver la reacción de los Gigantes, lo único que viví fue una de las más fuertes experiencias de mi vida: un terremoto que azotó el área de la bahía apenas a unos minutos de iniciar el tercer juego de aquel Clásico de Otoño y que provocó un verdadero caos en la ciudad. Mi regreso desde Candlestick Park hasta el hotel, que generalmente tomaba unos 45 minutos, se llevó cerca de cuatro horas y era impresionante observar las columnas de humo que salían de todas partes de la ciudad cuando uno se iba aproximando a ella desde el autobús.

Aquella noche tuve que correr a oscuras y esquivando cristales en el piso de Market Street para llegar al hotel, dormimos en el vestíbulo porque era imposible utilizar un ascensor para llegar al piso 20, donde estaba mi habitación, y diez días después, la serie se reanudó simplemente para que Oakland ganara los dos últimos encuentros, de nuevo con Dave Stewart y Mike Moore, pero en circunstancias en las que los habitantes y los peloteros estaban más preocupados por otras razones de más peso que el béisbol... título se seguía negando.

Mi amor por esa ciudad me llevó a hacerla también el destino de mi luna de miel. En 1999 la visité por tercera vez, no nada más para gozar de todos aquellos sitios tan hermosos que ya conocía, sino para atestiguar del nacimiento del nuevo estadio de los Gigantes. Durante aquella visita, el hoy conocido como A.T.T. Park estaba en construcción y por supuesto me di el tiempo necesario para ir al lugar en donde el inmueble se levantaba, dándome cuenta desde entonces, de que por su localización y su estructura arquitectónica, ése sería uno de los estadios más bellos de toda la Unión Americana.

Regresé a San Francisco para transmitir mi primera Serie Mundial en el 2002. Trabajando entonces para la radio en México tuve la oportunidad de darme cuenta de que la nueva casa de los Gigantes había resultado un producto final tan hermoso como la misma ciudad. Viví intensamente aquel Clásico de Otoño, pero los aficionados en la bahía sumaron otra frustración, pues estando tan cerca del título, luego de tomar la ventaja por tres victorias a dos sobre los Angelinos gracias a una gran serie de Barry Bonds, el equipo perdió los dos últimos encuentros en Anaheim, y los Angelinos se coronaron campeones de la Serie Mundial.

Hoy, todas esas frustraciones han pasado a la historia. La versión del 2010 de los Gigantes le ha dado por fin, y después de 52 años, un título en el béisbol a la ciudad de San Francisco. Deportivamente hablando, los mejores años de este lugar se vivieron entre 1982 y 1995, cuando los 49'ers de la NFL se llevaron cinco Super Bowls bajo el mando de Joe Montana y Steve Young como quarterbacks, y con Bill Walsh y George Seifert como entrenadores en jefe, pero la pelota seguía brillando por su ausencia.

Desde que se mudaron a la bahía, los Gigantes habían llegado al Clásico de Otoño en 1962, 1989 y 2002, sólo para perderlos ante Yankees, Atléticos y Angelinos respectivamente, pero el ayuno terminó, y no lo hicieron las grandes glorias del equipo como Willie Mays, Willie McCovey o Barry Bonds.

Lo hicieron los Edgar Rentería, Juan Uribe, Buster Posey y Aubrey Huff. Lo hizo una rotación muy joven, pero producto 100 por ciento de la organización, con Lincecum, Cain, Sánchez y Bumgarner. Lo lograron con un manager como Bruce Bochy, que había llevado a los Padres al Clásico de Otoño en 1998 para perderlo por barrida ante los Yankees, y con una directiva que, tras la salida de Bonds del equipo, se dio cuenta de que desarrollar lanzadores era lo mejor que podían hacer si querían aspirar al título.

Hoy, la ciudad más hermosa de los Estados Unidos está de fiesta. La ciudad de la "Puerta el Oro", que celebró tantos éxitos de los 49'ers en la NFL, por fin puede celebrar su primera victoria en más de medio siglo hablando de béisbol. Y para un "enamorado" de San Francisco ha sido un verdadero placer haber seguido paso a paso, al lado de los grandes protagonistas de esta hazaña, todas las incidencias de una gran Serie Mundial que, si bien le negó a los tejanos su primer título, sí se lo dio a una de las aficiones que más frustraciones había vivido en la historia.

Felicidades a los Gigantes y a San Francisco, que gracias a esta memorable victoria en Serie Mundial rompieron un ayuno de 52 años desde su mudanza a la costa Oeste y, sobre todo, han dejado en claro que no se necesita invertir millones y contratar costosos agentes libres para levantar el trofeo de la Serie Mundial: es más importante desarrollar talento y trabajar como un verdadero "conjunto" y no como un grupo de individualidades que juegan juntos todos los días.

Felicidades, San Francisco, la ciudad más hermosa de los Estados Unidos... y ahora sí: la ciudad campeona en el Béisbol de las Grandes Ligas.