BUENOS AIRES -- El 19 de los blancos trota recto a la pelota. Es 2 de agosto de 1952 y van 36 minutos del partido final. Abre el pie izquierdo y dispara. Todo Helsinki se detiene por un instante. El tiro levanta una pequeña polvareda y la pelota sale levemente a la derecha del arquero de Yugoslavia. Vladimir Beara apenas se estira, despeja la pelota, gatea y la atrapa. Ferenc Puskás intenta buscar el rebote pero se detiene. No va a llegar. Se lleva las dos manos a la cabeza y tironéa de su pelo. "Estaba tan molesto que se quedó el resto del primer tiempo parado la izquierda, pegado a la raya y no se la pudimos pasar más", recuerda su compañero Buzánsky Jenö.
"No se siente bien errar un penal cuando estás cero a cero. Obviamente, los que no patean no erran. En la segunda parte, el equipo tuvo la fortaleza para ganar el partido", repasa Puskás, quién al final marcó el primer gol tras eludir a Beara. El 2-0 final fue de Czibor. La rubia finlandesa Armi Helena Kuusela, flamante Miss universo, fue quien les entregó las medallas doradas. Fue el primero de una larga serie de podios (tres oros, una plata y un bronce) que consiguió Hungría durante las dos décadas en que dominó el fútbol olímpico.
"Es una de nuestras más grandes victorias. Nuestro equipo nacional es campeón olímpico. Los jugadores han cumplido su deber con su país", decía un relator radial de la época en el documental Puskás, Hungría. El equipo magiar ganó los seis partidos que jugó, hizo veinte goles y le marcaron dos, en un torneo en el que, hasta 1984, no podían participar profesionales. El dominio de los países comunistas, cuyos jugadores sólo cobraban por sus funciones en el Estado, era absoluto.
Al regresar a Hungría una multitud inundó las calles de Budapest para recibirlos. Fue el momento de mayor gloria para uno de los mejores equipos de todos los tiempos. Había surgido en 1949, pero recién "durante los Juegos nuestro fútbol comenzó a fluir, era el prototipo del fútbol total", evoca Puskás. La consagración mundial llegó cuando golearon a Inglaterra 6-3, en Wembley, en 1953. Entre junio de 1950 y febrero de 1956 ganaron 42 partidos, empataron siete y perdieron sólo uno, el más importante de todos, la final de la Copa del Mundo de 1954.
El 23 de octubre de 1956, cuando se preparaban para defender el oro olímpico, estalló una revolución antisoviética en Hungría. Casi toda la selección integraba el Honvéd, el club de Ejército del que Puskás era el capitán. En ese clima, el equipo viajó para jugar la Copa de Europa. Cuando los tanques rusos pusieron orden, les llegó el mandato de regresar. El plantel desobedeció. Tras una gira por Brasil, repartieron el dinero obtenido y sólo unos pocos volvieron. Sin equipo, Hungría no participó en Melbourne.
Recién regresó a los Juegos en Roma 1960, con Florián Albert como joven figura. Ganó los tres partidos de su grupo, pero cayó 2-0 en semis ante un sorprendente equipo danés que había perdido a ocho jugadores en un accidente aéreo un par de meses atrás. Al menos, se quedaron con el bronce. Derrotaron 2-1 a la Italia de Gianni Ribera y Giovanni Trapattoni, ante su público.
Cuatro años después, repitieron el oro. En Tokio 1964, a la referencia goleadora de Albert se sumó el talento del puntero derecho Ferenc Bene, que fue el goleador con doce tantos. Hungría ganó los cinco partidos que jugó y derrotó en la final a Checoslovaquia, por 2-1. La base de ese equipo eliminó a Brasil, dos años después, durante la Copa del Mundo de 1966, y luego cayó en cuartos de final ante la URSS.
En México 1968 la historia se repitió. La selección húngara se consagró bicampeona invicta tras seis partidos, pero esta vez igualó uno (2-2 ante Ghana en la fase de grupos). En la final, golearon 4-1 a Bulgaria, que terminó con ocho jugadores por agresiones varias a sus rivales y al árbitro. El goleador del equipo en esos Juegos fue Antal Dunai, con seis tantos.
Sólo el defensor Dezso Novak estuvo en esos planteles y pudo ganar dos oros, además del bronce en Roma. Algunos creen que su vigencia tenía que ver con lo que reconoció en 2004, su colaboración con la policía secreta para espiar a la selección. Novak fue descubierto contrabandeando relojes hacia Hungría cuando jugaba en Austria y debió informar con quién hablaban sus compañeros cuando estaban fuera del país. "Me dijeron que me convirtiera en informante o me enviarían a prisión y terminarían mi carrera", se disculpó.
En los juegos de Múnich 1972, Novak ya no estuvo. Pero Hungría volvió a la final. Otra vez, en base a los goles de Antal Dunai y Lajos Szücs. Tras 19 partidos invicto en torneos olímpicos, el equipo húngaro cayó 1-2 ante la Polonia de Lato y Deyna, el equipo que dos años después sería tercero en el Mundial, también en Alemania. Fue el cierre de un ciclo brillante en el fútbol olímpico, aún sin igualar. Y el final de la era dorada de Hungría.