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Simone Biles sí brilló en Tokio 2020

ESPN

No solo es una campeona, sino que demostró ser humana, dando cátedra de fortaleza al admitir que se sentía vulnerable.

Tokio 2020 sin esos grandes nombres que marcaron la historia olímpica reciente como Michael Phelps o Usain Bolt, apuntaba a Simone Biles como la estrella llamada a brillar en esta justa, y lo hizo. Lo hizo por su valentía, la cual ya conocíamos bien quienes sabíamos de la complicada vida que tuvo, lo hizo con el coraje que ameritaba en una época marcada por el perfeccionismo que habita en las redes sociales, lo hizo con consciencia de que no hay nada que supere la prevención de la salud y con el gran mensaje al mundo de lo relevante que es justamente la salud mental, a la que pocas veces se le da la atención que amerita.

Ella es la resiliencia en persona. Recordemos que su padre la abandona, su madre estaba envuelta en adicciones, pasó por orfanatos, hogares temporales, adopción, la saca adelante su abuelo, se enfoca y desahoga en la gimnasia donde más adelante junto con su grupo de compañeras en el equipo de los Estados Unidos, vivirían un calvario con el monstruo Larry Nassar, al mismo tiempo nunca cedieron las presiones, competencias, y aun así siempre sumaba medallas, y jamás la escuchamos quejarse.

Por todo ello no solo es una campeona, sino que, ahora demostró ser humana, irónicamente dando cátedra de fortaleza al admitir en esa conferencia de prensa, que se sentía vulnerable, y que lo mejor para ella y el equipo era dar un paso al costado en una serie de competencias para las cuales no se sentía segura y que le hubieran puesto en peligro de alguna lesión. Justo en tiempos donde parece que ya no se le perdona a nadie mostrar miedos o no estar siempre bien al cien por ciento, ella habló con seguridad y convencimiento de la prioridad que significa cuidarse a sí misma. Esta joven de 24 años al compartir su “desorden” seguramente hizo sentir a muchos que no están solos, que nadie esta exento y que se vale pedir ayuda.

La suma de experiencias de otros atletas que han padecido algún tipo de trastorno derivado de la presión y la mirada constante por resultados, tal es el caso de Michael Phelps, Nadia Comaneci, ó recientemente Naomi Osaka, abre la puerta a la conversación, a reconocer la falta de empatía con aquellos a quienes pedimos resultados extraordinarios y sostenidos a través de los años. No es que antes no existiera la misma presión para los deportistas, pero ahora la inmediatez con los distintos medios de comunicación, la tecnología que ha abierto más ventanas como plataformas y aplicaciones, ese vínculo directo de las redes sociales que le otorgan a cualquier usuario la capacidad de cercanía, ha abierto el espacio también a quienes se sienten con el derecho de meterse con el humano, de desbocar su frustración en quien esté al frente, ante la poca regulación, todos hemos quedado más expuestos.

Se están cerrando unos Juegos Olímpicos que representan años de sacrificio y trabajo, el esfuerzo de deportistas que tienen que esperar cada cuatro años (y en esta ocasión cinco), en medio de una pandemia que a muchos les impidió prepararse en condiciones y tiempos normales. Y aun así hay quienes expresan juicios absurdos como “es lo único que hacen”, “se supone que son profesionales”, “deberían saber lidiar con eso y más”, esa gente no tiene ni idea de la renuncia que ha significado para los atletas toda una vida.

Hoy queda claro que se necesita cada vez más de un entrenamiento integral, no solo como atletas perfeccionando su deporte, sino el entrenamiento mental, el soporte del equipo, la contención familiar, la terapia médica y psicológica, debe haber mucho trabajo detrás de cada trofeo o medalla conquistada.

Simone Biles regresó a la viga de equilibrio y la vimos de nuevo sonreír en el podio, esa medalla de bronce vale mucho más en lo emocional que si hubiera sido de oro, retomó y lo único que importa es que ella esté bien, que esté sana y feliz, porque a estas alturas y después de todo lo conquistado, ella NO TIENE QUE DEMOSTRARLE NADA A NADIE.