Siempre será un joven de 38 años

El hijo mayor del astro puertorriqueño Roberto Clemente recuerda momentos singulares con su papá

Por ROBERTO CLEMENTE, JR.

Clemente Jr. (al medio) con sus hermanos, mamá y papá en un homenaje para Clemente en Shea Stadium. (El Nuevo Día/Luis Ramos)
La imagen que yo tengo del que muchos consideran uno de los mejores de todos los tiempos es una que está sentado en la mesa del comedor hablando con mi madre. Es el 31 de enero de 1972, y yo me acababa de despertar y estoy buscando al hombre que le dicen "Señor Clemente", quien para mi es simplemente papi.

Esa imagen sigue grabada en mi mente. Tenía entonces 38 años y para siempre será un joven de 38 años. Todavía tenía una cintura de 30 pulgadas y todavía pesaba lo mismo que cuando subió a las Mayores. Parecía que todavía podía jugar otros cinco a siete años.

Ese hombre siempre me podía hacer sonreir, pero me podía congelar con una mirada. Cada vez que salíamos de la casa siempre estaba bien vestido y su mirada generaba respeto. El sentía que su misión en esta vida era luchar por los derechos del pueblo y su escenario era el diamante.

Tenía un sentido del humor a la par con su poderoso brazo y me acuerdo después de los partidos los jugadores y amigos se reunían para comer en mi casa y todos pasaban toda la noche en carcajadas. Que memoria esa.

A los 38 años él ya estaba pensando en retirarse, pero primero tenía que llegar a los 3,000 hits. El hablaba de eso con mi madre y ella siempre le decía "Si no llegas a 3,000 ahora lo harás el próximo año". Pero él le respondía , "Si no llego ahora nunca llegaré". El tenía un presentimiento que iba a morir joven y se quería retirar. Ya estaba cansado de viajar tanto y del tiempo que le quitaba de la familia. El pensaba retirarse y llevarnos a vivir en una de nuestras casas en Río Grande, Puerto Rico.

Mi padre había pasado unos meses en Nicaragua en 1972 y hizo muy buenos amigos en ese país mientras que estuvo de mánager de la Selección de Puerto Rico durante un torneo de béisbol. Un terremoto devastador sacudió a Managua unos días antes de las Navidades y de inmediato mi padre organizó una entrega en Puerto Rico para ayudar a los damnificados en Nicaragua. Después de enviar dos aviones lleno de ayuda a Nicaragua, le reportaron a mi padre que el ejército de Nicaragua no estaba permitiendo a esos recursos llegar al pueblo. A pesar de pedirle que no se fuera porque el avión iba a caer del cielo, se montó en el avión para cumplir con su misión.

Ese era el mismo hombre que pagaba para tratamiento médicos de personas que no conocía, que entregaba dinero a familias que necesitaban ayuda, que visitaba hospitales para darle la mano y tomar fotos con los pacientes. Mi padre nunca le dijo no a nadie. Pero hacía todo esto en privado y nadie sabía las cosas que estaba haciendo para ayudar a su gente. Ironicamente, murió en un avión que llevaba ayuda a otro. Fue el último capítulo del hombre y el primero de una leyenda.

Hoy es el trigésimo aniversario de su logro atlético más importante de su carrera, un día que lo llenó de orgullo. Se convirtió en sólo el undécimo jugador en la historia de las Grandes Ligas en llegar a la marca de los 3,000 hits. Aunque también se sentía orgulloso de ser el primero latino en llegar a esa marca, su logro más importante fue ayudar a sus compatriotas, latinos y todas las personas de color al defender sus derechos.

Mi padre era un hombre humilde, con una gran visión. Un hombre que cuando le preguntaron qué número quería para su uniforme dijo 21 porque tenía 21 letras en su nombre. Cada vez que pienso en él nunca envejece. Es por eso que para mi y para el resto del mundo, él siempre será un joven de 38 años.

Roberto Clemente, Jr. es también un comentarista para ESPN Deportes TV.

-- Especial para ESPNdeportes.com

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