El final fue igual que el principio

Michael Schumacher consiguió su 64° triunfo y el undécimo del 2002 al vencer en Japón, que cerró el 53° Campeonato Mundial. El doblete de Ferrari lo completó el brasileño Rubens Barrichello mientras los dirigentes piensan cómo frenarlos

SIEMPRE GANA
El alemán Michael Schumacher en el podio tras ganar la última carrera de la temporada.
(AP)
Las cartas marcadas volvieron a ganar el juego en la Fórmula Uno. Las Ferrari siempre figuran en las apuestas a ganador. Otra vez, con Michael Schumacher y Rubens Barrichello. Fue 1-2. Como en Estados Unidos, pero al revés. Esta vez, sin jueguitos al final. Sí, contundentes como siempre en una carrera dura, el Gran Premio de Japón, en el que sólo llegaron diez autos y hasta el novato local Takuma Sato sumó puntos (dos) por primera vez. Schumi y Ferrari, ya en el bronce, aumentaron sus récords de puntos en una temporada.

Hacía falta más. Ferrari había triunfado en las dos competencias en Italia, para los tifosi; en Alemania, para los hinchas de Schumi y en Estados Unidos, el país en el que se venden más Ferrari de calle. Esta nueva victoria, la 15° en la temporada de 17 fechas, sirvió para que celebraran los socios de Bridgestone, la proveedora japonesa de neumáticos.

Siete horas de viaje por tierra, desde la fábrica en Tokio hasta el circuito de Suzuka, es lo que les demandó a los ingenieros y mecánicos de Bridgestone transportar todo su equipamiento al Gran Premio japonés. Sin embargo, es la carrera más cercana a casa que tienen en el año. Suzuka es su casa.

En la pista construida por Honda, la marca de neumáticos lleva cinco victorias consecutivas desde que entró al Mundial, en 1998. El retirado -y bicampeón- finlandés Mika Hakkinen, con McLaren, ganó en los primeros dos años. El mayor de los Schumacher, quien también había vencido en 1995 (Benetton) y 1997 (Ferrari), triunfó en las últimas tres temporadas.

ROJOS DE FELICIDAD
El título de pilotos asegurado en la undécima de las 17 fechas, la Copa de Constructores renovada un par de semanas después y el subcampeonato anotado en la penúltima carrera parecen suficientes muestras para marcar la superioridad de Ferrari en el 53° Campeonato Mundial. La insignia de Maranello ganó 15 de las 17 carreras y superó varios récords propios y ajenos. Desde 1979 no obtenía los dos títulos y el 1-2 en el Mundial. Aquel año, el sudafricano Jody Scheckter fue campeón y canadiense Gilles Villeneuve, subcampeón. El Cavallino venció en seis de los 15 Grandes Premios.

Desde la instauración del régimen ferrarista, en 2000, tras la creación de la F1-2000 (luego fue el tiempo de sus sucesoras, la F2001 y la F2002), los coches rojos han triunfado en 34 de las 51 competencias corridas. Es decir, en el 66,6% de las carreras. El equipo dirigido por el francés Jean Todt, con Schumacher y Barrichello como pilotos, le ha dado a la marca más tradicional del automovilismo deportivo, en los últimos tres años, algo más del 20% de sus victorias totales en Fórmula Uno.

ROJOS DE VERGÜENZA
La impotencia que produce en sus rivales el poderío de Ferrari es agravada por las decisiones internas que se toman en Maranello. La Fórmula Uno supo antes de marcas que arrasaron en distintas épocas y sus dirigentes no se encresparon al punto de pensar una batería de medidas descabelladas para domar al Cavallino, como el paquete de nueve puntos difundido pocos días atrás y que se discutirá antes de fin de mes.

En 1988, un año aún fresco en la memoria, McLaren, con su modelo MP4/4 motorizado por Honda, venció en 15 de las 16 carreras de la temporada. El Gran Premio de Italia, la única victoria que se le escapó a la escuadra dirigida por Ron Dennis, fue ganado por la Ferrari del austríaco Gerhard Berger. La diferencia con este mandato de Ferrari es que aquellos McLaren rojiblancos eran conducidos por Ayrton Senna y Alain Prost.

El brasileño triunfó en ocho competencias (se equivocó en Monza, que podría haber sido otro éxito suyo) y el francés, en siete. Senna fue campeón. En aquellos tiempos no hacía falta más. La rivalidad entre los dos era tan grande -fomentada por la libertad que les daba la escudería- que para el público era suficiente entretenimiento por más que ambos manejaran coches iguales. En cambio, Ferrari domina ahora con un solo auto, el de Schumacher. Y cuando el alemán quiere, deja ganar a Barrichello.

La política de la Scudería tiene seis años: comenzó con la llegada del alemán, en 1996, junto con el irlandés Eddie Irvine como escudero. El rendimiento apabullante de sus coches la hace ahora más antipática. Es lícito pensar que si Ferrari se animara a juntar a Schumi con el canadiense Jacques Villeneuve o el colombiano Juan Pablo Montoya, por citar a los dos pilotos más carismáticos -quizá, también los más veloces- del Mundial, el interés sería otro aunque siguieran ganando los coches rojos.

Encerrados en su laberinto, el de la más alta tecnología, alentando el crecimiento para agregar cada día un cero más a la cuenta, los dirigentes de la Fórmula Uno no saben cómo quitarle el mazo a Ferrari sin pisar cabezas. Entonces, piensan en cambiar las reglas. Barajar y dar de nuevo.

MARTÍN URRUTY es periodista especializado en automovilismo desde 1993. Trabajó en el diario Clarín y en Radio Rivadavia y fue co-autor del libro "Formula 1 -50 años- La eterna pasión". Actualmente es redactor del diario deportivo Olé, y además es de columnista del SportsCenter Latino de ESPN, de ESPN Radio en Rivadavia y de ESPNdeportes.com.

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