Barcelona vuelve a hacer el ridículo y pierde en casa ante el Celta

David Ramos/Getty Images

BARCELONA (Jordi Blanco, corresponsal) -- El Barça no entiende de milagros, sino de depresiones. Desde el día que tuvo la ocasión de ponerse líder ha ido sumando decepciones y este domingo se despidió del Camp Nou con una nueva derrota (1-2) ante el Celta, que le remontó el inicial gol de Messi con sendos de Santi Mina que le dejaron desnudo y sin argumentos. No hay más.

Dio, otra vez, la sensación de que al Barça le falta ánimo, convencimiento y ganas. Ganas de comerse el partido, de abrasar al rival, someterle a base de fútbol, de presión y de intensidad. De verticalidad, de rapidez en la combinación. De tantas cosas...

Se apagó la luz en un momento dado, en el más inoportuno y que más daño le hace a un entrenador, Ronald Koeman, que en la banda volvió a parecer no entender nada de lo que ocurría en el campo. El holandés propone y dispone, pero son los futbolistas los que juegan y no pocas veces, muchas durante las tres últimas semanas, recorren el campo sin orden ni concierto.

El Barça mantiene una simple incercia futbolística en su juego que no le da para ser lo que debiera ser, lo que querría su técnico, su presidente o su afición. Atado al mantra del ADN dejó de tocar y de correr y cuando en una jugada determinada logra el gol, es incapaz de catapultarse. Peor aún, es incapaz de mantenerse.

Frescos en la memoria los accidentes frente a Granada o Levante, se repitió contra el Celta, la tarde del adiós, la tarde en que se debía sostener por las matemáticas, esperando una y dos carambolas para mantener una simple brizna de esperanza liguera. Salió con determinación el Barça al campo, dominando y llegando, salvando Iván Villar hasta en tres ocasiones el gol hasta que llegó gracias, como es habitual, a Messi, que remató cruzado con la cabeza un centro perfecto de Busquets.

Se rozaba la media hora y respiraba aliviado el Barça, que no Koeman en la banda contemplando como a la verticalidad de Dembélé y movilidad de Griezmann apenas si le acompañaba nadie más en el juego. El dominio azulgrana, cierto, era cada vez menos intenso y, como tantas veces, con una llegada le bastó al rival para marcar.

Un remate sin fu ni fa de Santi Mina acabó en la red de manera inexplicable, tanto por el giro de Piqué, que ni amagó con ir a por el balón, como por la estatua de Ter Stegen, que despistado al no ver el remate ni tuvo tiempo de reaccionar. Y al descanso, empate y gracias.

QUERER NO ES PODER

Y de repente Koeman se acordó de Riqui Puig, a quien dio entrada en lugar del fatigado Pedri para que diera un nuevo impulso al Barça. Tras sumar 22 minutos repartidos en cinco partidos el canterano tenía por delante 45 para mostrarse... Pero a su ímpetu le acompañó el silencio. Poco más.

El Barça, en global, quería pero cada vez podía menos. Concentrado, organizado y solvente, el Celta no sufría para mantener el empate y daba la sensación de tener en sus manos la ocasión de rematar a un Barça sin nada que ofrecer.

Marcaba el Madrid en San Mamés y lo hacía el Osasuna en el Metropolitano para darle un vuelco a la Liga sin que el Barça se diera ya por aludido. Ni entrando Braithwaite y Trincao dio un acelerón el equipo de Koeman, buscando a Messi cuando no a Alba, como si fueran los únicos capaces de romper esa imagen que alcanzó el éxtasis a tres minutos del 90 cuando Braithwaite, con toda la portería para él, cruzó en demasía el balón para sacarlo fuera.

Hasta que todo explotó de golpe, a la vez, con el gol de Luis Suárez en el Metropolitano para devolver el liderato al Atlético y el de Santi Mina para certificar la remontada del Celta en el Camp Nou y reconfirmar que la depresión final de este Barça no tiene fin.