En todo caso, el 44-15 con el que aplastó a Gales en el Millennium de Cardiff o el elocuente score de 80-23 con el que destrozó a Italia en Twickenham fueron lógicas consecuencias de un juego arrollador, con un enorme caudal de variantes ofensivas y con protagonistas ávidos y convencidos de ese rugby dinámico, vistoso y contundente.

UN EQUIPO CON NUEVAS MODALIDADES
El equipo que comanda Clive Woodward escapa un poco a la idea primitiva que uno puede tener de los seleccionados ingleses, en el sentido de que este equipo reniega de la típica esquematización sajona.

Por el contrario, si hay algo que lo ha distinguido recientemente es, justamente, el espacio y las ganas que tienen sus jugadores de expresar su talento, por encima de los errores que puedan cometer en el intento. El técnico también ha contribuido a forjar esta idea con decisiones controvertidas a la hora de nominar a los 15 hombres titulares.

Los retoques del DT fueron aplicados específicamente en su línea de backs, con la inclusión del volátil centro Will Grenwood, un jugador de innegables dotes ofensivas, con un gran manejo en especios reducidos, inventiva y sagacidad.

Es cierto que, en defensa, Greenwood no es la imagen de la solidez, pero está claro que su técnico ha priorizado lo que el longuilíneo inside del Harlequins le puede aportar en términos de ataque.

RAREZAS CON EL FULLBACK
Las mismas conclusiones pueden extraerse de la designación de Iain Balshaw como fullback, en reemplazo del solvente (aunque previsible) Matt Perry. Lo curioso aquí es que ambos actúan en Bath, club donde Perry es el fullback inamovible y Balshaw se desempeña como wing derecho.

Hasta ahora, desde su debut frente a los Pumas (el último 25 de noviembre, en Twickenham), Balshaw no pudo disimular cierta falta de adaptación al puesto, con serias dificultades en el juego aéreo (los dos tries de Italia provinieron de errores suyos). Aunque en la ofensiva se mostró sumamente veloz y elusivo, con un andar muy parecido al del fijiano Vilimoni Delasau.

ACTITUD HACIA EL APOYO
Fuera de estos casos particulares que valía la pena analizar por separado, el gran secreto del buen juego inglés es su incorporada vocación por pasarse la pelota, que, aunque parezca un concepto elemental, no lo es tanto en un deporte con excesos de choques, de jugadores que se guardan la pelota más de la cuenta en situaciones de contacto o de la prepotencia física de algunos que pretenden atravesar rivales por el medio sin considerar el arte del esquive o la posibilidad de pase al compañero.

Actitud para pasarse la pelota, gran sentido del apoyo en los 15 hombres y rápido reposicionamiento ofensivo han sido aspectos que ni Gales ni Italia, en el arranque del Seis Naciones, han podido neutralizar. Por eso fueron vapuleados.

Claro que para poder desarrollar ese juego de movimientos, olas y ritmo vertiginoso, Inglaterra necesitó de otra cuestión básica: la pelota, cuya conquista -a través de sus forwards- no ha sido traumática para el pack más eficiente y disciplinado del mundo. Esta virtud de los delanteros ingleses tampoco merece ser olvidada...