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Ensayo sobre las pequeñas cosas

Cuando J.R. Smith tomó el rebote, quedaban 2.5 segundos en el reloj de tiempo regular. El defensor que más cerca tenía era Klay Thompson a dos metros y medio, tenía un 43% de anotar ese tiro si dejaba de dribblear y lanzaba, Cleveland tenía un 41% de posibilidades de convertir si dirigía el balón a LeBron James abierto y el defensor que más cerca tenía el genio de Akron cuando Smith tomó el rebote estaba a un poco menos de cinco metros de distancia.

Pero Smith, que nunca se caracterizó por su meticulosidad y disciplina, volvió a demostrar que estas etapas son para los inteligentes. En el momento que el mundo observaba el reloj y el marcador, él, que estaba dentro de la cancha, no sabía ni siquiera qué estaba pasando. Salió corriendo con el balón para el lado opuesto como Forrest Gump en la célebre escena en la que juega fútbol americano. Es un disparate el hecho de sólo pensarlo. Ni Samuel Beckett puede diseñar un desenlace más propicio para el teatro del absurdo.

LeBron jugó como el Rey y Smith, de nuevo, hizo de bufón. Si esto hubiese sido una obra de William Shakespeare, la tragedia se hubiese consumado en el mismo instante de efectuada la traición.

Los campeonatos, en primer lugar, los ganan aquellos que pueden imponerse en las pequeñas cosas. Las cortinas con y sin balón, los rebotes en ambos costados, las rotaciones defensivas, la neutralización de las armas ofensivas del oponente. La concentración desmedida, en estas instancias, le gana a la inconsciencia de quien no sabe lo que hace. Porque Smith tiene mucho de eso, es un jugador increíblemente talentoso, pero morirá deportivamente siendo impredecible. Puede ganar el dinero suficiente para tener una Ferrari y segundos después estrellarla en el paredón de la esquina sin siquiera darse cuenta. Dr. Jeckyll y Mr. Hyde; el espejo tiene dos caras y nunca se sabe cuál toca.

A un determinado nivel, uno tiene que contar con piezas confiables, algo que los Warriors tienen y demostraron en el tiempo extra disputado en Oakland.

No recuerdo un partido en el que alguien haya hecho tantas cosas como LeBron para ganar. Secundado por Kevin Love, George Hill -¿qué hubiese sucedido si anotaba el segundo tiro libre?- y Jeff Green, los Cavaliers tuvieron su chance de robar el primer juego, con el claro beneficio de tener a Andre Iguodala fuera de la rotación para controlar, aunque sea a medias, ese surco recurrente de James hacia el aro que dejó huella sobre el parquet local.

Los Warriors corrieron más y mejor, y ganaron por imponer el ritmo y la fluidez en el desenlace. En el básquetbol moderno todo es ritmo y Golden State es, junto a Houston Rockets, los equipos que mejor entienden esta lógica de videoclip. Los Cavs sufrieron muchísimo en el balance defensivo, sumado a los pases lacerantes de Stephen Curry, el goleo de Kevin Durant y las dos dagas de Draymond Green en el cierre, pero estoy convencido que más sufrieron por las oportunidades perdidas: de los pases de James, sus compañeros tomaron 17 triples con un porcentaje de 18%, el peor de toda la postemporada.

Y este dato estadístico no es una cosa de la última noche: en las últimas dos rondas, tuvieron un pésimo 26% de campo proveniente de pases de LeBron en tiros abiertos de tres puntos, contra un 50% en las primeras dos rondas. Cuando decimos tiros abiertos, nos referimos a aquellos sin oposición. No exagero si digo que hoy LeBron compra la comida, cocina, lava los platos, hace la cama y paga las cuentas mientras sus compañeros, en su gran mayoría, hibernan a la espera de vaya a saber uno qué. Jugar con LeBron parecería ser sinónimo de relajación. Un grupo de cachorros que espera que el león salga de cacería y traiga la cena resuelta..

Es muy extraño, pero parecería que todo conspira para que la película de playoffs de James sea completa: rivales, compañeros y el propio entorno ponen las cosas cada día más difíciles. Aún así, el milagro estuvo a segundos de ser consumado.

James finalizó el partido con 51 puntos, ocho rebotes y ocho asistencias. Fue su máximo de carrera en un partido de playoffs -1º juego en superar la barrera de 50 unidades-, el sexto jugador en superar la frontera de 50 puntos en un partido de Finales de NBA y el primero en perder al convertir esa cantidad en esta instancia. El esfuerzo fue conmovedor, pero fue nadar y nadar para morir en la orilla.

Sin ayuda probada y consumada para LeBron, los Cavaliers no tendrán ninguna chance de ganar en esta definición. Verán, no hace falta ser un erudito en la materia para saber que Golden State es un mejor equipo, con mayor poderío ofensivo y variantes. Cuando la tormenta se desata, sus jugadores empapan: en el tiempo extra ganaron 17-7, limitaron a 0-4 a un James exhausto física y emocionalmente, asistieron en los cinco TC convertidos (incluyendo 3-3 en triples) y limitaron a 2-9 los lanzamientos de los Cavaliers.

Las pequeñas cosas también afectan a los Warriors. Merece un párrafo aparte el comportamiento de Green en el triunfo, porque ya ha dejado de ser excepcional: ¿acaso vale la pena o es constructivo burlarse sistemáticamente de los rivales cuando la victoria ya es inevitable? La caballerosidad deportiva existe en la victoria y en la derrota. En el Juego 1, el ambiente se calentó al extremo cuando claramente podía haberse evitado con sólo dejar correr el reloj.

Las Finales de NBA nos regalaron un inicio fantástico, con una cuota de dramatismo cinematográfico que siempre se espera pero pocas veces sucede. Quedará en la retina lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que vendrá.

El domingo, en el segundo partido de la serie, la historia será distinta.

Por fortuna, esto recién empieza.