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J.J. Barea, ejemplo de amor y solidaridad con Puerto Rico

SAN JUAN, Puerto Rico – Hay una atmósfera festiva y fogosa en el estadio Roberto Clemente. Los aficionados llenan los asientos mucho antes del pitazo inicial en esta noche de principios de julio, bailando, aplaudiendo y vitoreando, durante la previa del partido de baloncesto más importante celebrado en suelo puertorriqueño en muchos años.

“Nosotros y México, pues, no nos agradamos mutuamente”, expresa la estrella del equipo de Puerto Rico José Juan Barea (como es llamado en su suelo natal, en vez de las iniciales conocidas por los aficionados de la NBA) pocas noches antes del compromiso, tras haber triunfado en un encuentro sorpresivamente competitivo contra Cuba por score 84-80 en lo que se esperaba sería una especie de calentamiento con miras al enfrentamiento contra los archirrivales de México.

Barea mantiene a los asistentes en pleno frenesí al darle una asistencia al gigante Jorge Bryan Díaz en un pick-and-roll durante la posesión inicial y hacer el drive para una cesta flotadora en su próxima incursión en el área. Cada cesta de los puertorriqueños es motivo para desatar una celebración.

Pocos minutos después, la multitud cae en un profundo silencio. Barea se acababa de estrellar contra una video pizarra ubicada frente a una de las líneas tras entregar una asistencia en salto a Javier Mojica quien convirtió un triple abierto.

Los aficionados, muchos de los cuales se agolparon en las calles de San Juan para un desfile que cortó el tráfico por millas cuando Barea regresó a casa tras haber ayudado a los Dallas Mavericks a ganar el campeonato de la NBA de 2011, súbitamente se apagan en muestra de temor, mientras su héroe se retuerce del dolor en el tabloncillo, sosteniendo su lado derecho.

Una cadera con contusión solo es capaz de mantenerle en la banca por 80 segundos. Este partido (que sirvió como especie de testimonio de la remontada del baloncesto boricua) significa demasiado para Barea, quien nunca había disputado un encuentro de esta magnitud con su selección nacional frente a sus aficionados de casa.

Dentro de un estadio que en septiembre pasado sirvió de refugio para los desplazados por la devastación causada por el Huracán María, la adrenalina de Barea es capaz de imponerse sobre cualquier dolor, haciendo que el jugador ingrese nuevamente a la cancha.


CINCO DÍAS DESPUÉS DEL ataque de la tormenta, Barea pudo finalmente contactar a sus padres. Pudo conocer que un amigo de la familia, residente del barrio de Mayagüez donde él creció y Jaime y Marta Barea aún hacen vida, tenía una línea telefónica en funcionamiento. Sus padres corrieron a casa de su vecino cuando éste les informó que su hijo menor estaba al otro lado del hilo telefónico.

“Estaba pensando que debía decirle: ‘J.J., necesitamos hacer algo”, expresó Jaime Barea.

Tan pronto Jaime tomó el teléfono, su hijo le indicó que Mark Cuban, dueño de los Mavericks, había accedido a permitirle usar el avión del equipo para así volar hasta Puerto Rico, con alimentos, agua y otros víveres. Barea le dijo a su progenitor que viajaría al día siguiente (ausentándose así de la primera práctica del campamento de entrenamientos) y empezó a recitar una lista de artículos que su grupo iba a entregar.

“¿Qué necesitan?” preguntó Barea, quien logró recaudar cientos de miles de dólares en una jornada benéfica vía Internet que el jugador puso en marcha el mismo día en el cual el Huracán Categoría 4 azotó a Puerto Rico y recibió donativos adicionales provenientes de varias corporaciones, miembros de la comunidad latina en Dallas y muchos miembros de la organización de los Mavericks.

“Siempre está pensando en su país, en su gente, las necesidades que tenemos aquí en Puerto Rico”, dijo Luis Molinary, médico de la selección nacional borinqueña y vecino de un tío de Barea. “Cuando vimos a José Juan llegar en ese avión con todas esas cosas para la gente que más lo necesitaba, Wow. Pensé: ‘Ese es José Juan’”.

“Ese es el gran corazón que tiene reservado para nosotros”.

Barea había vivido en carne propia los daños causados por el Huracán Georges en 1998, cuando su familia pasó un mes completo sin electricidad y vio la masacre causada por la tormenta. Al ver las noticias, pudo constatar que María era un fenómeno mucho peor, con una cifra oficial de 2.975 decesos y daños extensos por toda la isla.

Sintió que, independientemente del rol desempeñado por el Gobierno Federal de Estados Unidos, que era su deber como atleta profesional de alto nivel el ayudar tanto como fuera posible a los puertorriqueños en dificultades.

“Tenemos un ejemplo: Roberto Clemente”, indica Barea, refiriéndose a la leyenda puertorriqueña del béisbol y humanitario que falleció a los 38 años en un accidente de aviación el 31 de diciembre de 1972 mientras se dirigía a llevar ayuda a las víctimas de un terremoto en Nicaragua, pocos meses antes de la apertura del coliseo bautizado con su nombre.

“Ese es nuestro ejemplo; tenemos que seguirlo. Comenzando conmigo y los peloteros, si todos hacen su trabajo a fin de ayudar… y creo que hicimos una buena labor, un gran trabajo ayudando. Los jugadores de baloncesto, los beisbolistas, artistas, cantantes, etcétera… tenemos que colaborar”.

Muchos peloteros boricuas que hacen vida en Grandes Ligas ayudaron en el auxilio dado a su patria después del paso del huracán, siendo quizás el caso mas notable el del campocorto estrella de los Astros de Houston Carlos Correa, quien envió un avión lleno de suministros.

La labor de Barea en ayuda a su Puerto Rico natal le hizo acreedor del premio J. Walter Kennedy a la Ciudadanía, otorgado por la NBA, y el galardón Mannie Jackson del Salón de la Fama del Baloncesto, el cual reconoce al espíritu de humanidad. Esencialmente, fueron honores otorgados al jugador y su familia.

Barea viajó a Puerto Rico en una ocasión poco después del paso del huracán, pero el avión de los Mavericks hizo ese trayecto en cinco oportunidades, entregando más de 100.000 libras de alimentos, agua y suministros en general. Su esposa Viviana Ortiz, ex Miss Puerto Rico quien ahora es madre y se dedica a los oficios del hogar y a su hija Paulina, de 2 años, fue quien lideró esfuerzos en los otros cuatro viajes, concentrándose a tiempo completo en la labor de ayuda mientras que Barea se preparaba para iniciar la temporada de la NBA mientras contribuía con los esfuerzos de recaudación de fondos y ayudaba a llenar el avión.

Ortiz organizó las misiones con la asistencia de sus padres y otros familiares en Puerto Rico, quienes sirvieron de nexo con los oficiales del gobierno local. El primer viaje fue para llevar artículos básicos: alimentos, agua y generadores eléctricos. La eficiencia de los esfuerzos mejoró a medida que proseguían su labor de apoyo, a medida que varias ciudades selectas les conferían instrucciones de suministros a entregar, incluyendo unas muy específicas, tales como prescripciones médicas.

“Lo teníamos todo preparado”, afirma Barea, cuyo condominio con vista a la playa en un piso 11 solo quedó con puertas desprendidas y restos de agua y arena, más no sufrió daños sustanciales. “Cuando (el avión) llegó, varias ciudades enviaron camiones diferentes. Llenamos cada camión para así satisfacer las necesidades de todas las distintas ciudades. Acudimos a diferentes comunidades que necesitaban mucha ayuda”.

La mayor parte del territorio puertorriqueño pasó varios meses sin fluido eléctrico tras el paso de María y hay muchos semáforos que aún no funcionan un año después. Las calles a oscuras y caminos sin reparar son diarios recordatorios de la tormenta en San Juan y algunos hoteles de lujo ubicados frente a la playa aún no han vuelto a abrir sus puertas debido a los daños por la entrada de arena y/o agua, pero la ciudad capital de Puerto Rico está en un estado relativamente bueno.

Sin embargo, ese no es el caso de muchos de los pueblos de la ínsula, donde los techos armados con lona azul siguen siendo una presencia común.

“Aún falta mucho. Se puede ver a diario”, afirma Fernando Sepúlveda, médico que ha sido amigo de Barea desde la niñez.

“Aún tengo pacientes que no cuentan con un techo que les cubra. Aún dependen de lonas. San Juan es una especie de burbuja, diría yo”.

“Cuando logras meterte un poco más dentro de la isla, en la zona rural de la isla, aún falta mucho por hacer. No es tanto el tema de tener agua o alimentación en estos momentos, sino el poder tener un techo que te cubra”.

"Cuando vimos a José Juan llegar en ese avión con todas esas cosas para la gente que más lo necesitaba, Wow. Pensé: 'Ese es José Juan'" Luis Molinary, médico del equipo nacional puertorriqueño

Los costos de construcción se han disparado en Puerto Rico debido a la alta demanda y en algunos casos, por la dificultad de transportar materiales hasta los sitios donde se necesitan. El índice de pobreza se acerca al 59 por ciento en gran parte de la ínsula, especialmente en las zonas más intrincadas. Por ejemplo, Corozal, población donde reside Ortiz, tiene un ingreso medio de $16.219 por vivienda con el 52,9 por ciento de la población ubicándose por debajo de la línea de pobreza extrema, según indican estadísticas manejadas por el Gobierno.

Barea desea ayudar a los puertorriqueños en esa situación, dedicando gran parte de los fondos recaudados por su fundación a construir techos que cubran a familias cuyos hogares fueron dañados, incluyendo todo lo recogido en su torneo anual de golf.

“Ahora, el esfuerzo se dedica a la reconstrucción”, dice Barea. “En el medio (de la isla) es peor. Para llegar hasta allí, las vías se encuentran en pésimo estado. Las casas no están muy bien. La electricidad está terrible. Aún hoy en día, si cae un poco de lluvia, se quedan sin fluido eléctrico. Y no todos la disfrutan cuando se restablece. Estimo que hay un 20 por ciento de la población que aún no tiene electricidad, sin duda alguna”.

“El pueblo puertorriqueño es asombroso. Pero aún la cosa está muy mal. No tienen nada”.


LOS AFICIONADOS ENLOQUECEN cuando el compañero de Barea David Huertas convierte un triple mientras cae en los asientos a un lado de la cancha, siendo uno de cuatro cestas de 3 puntos logradas por la ex estrella de la Universidad Ole Miss en el primer periodo. Esta en particular dio ventaja de nueve tantos a Puerto Rico y causó que México pidiera un receso.

Barea marcha hacia la mitad de la cancha, haciendo gestos y gritando a la multitud, pidiendo que mantuvieran su energía en lo más alto. Eddie Casiano, entrenador de los puertorriqueños, corre desde la banca y grita a la multitud, apuntando de forma animada hacia el piso, afirmando en su gesto: “¡Esta es nuestra casa!”

“La pasión que mostramos cuando jugamos, es algo natural”, dice Barea. “Nacemos así. Especialmente cuando vestimos esa camiseta, es algo que se apodera de nosotros”.

La intensidad se eleva un poco más en el segundo periodo cuando el pívot de México, su estrella Gustavo Ayón choca con el gigante boricua Ricky Sánchez. Ayón, fornido ex veterano jugador de la NBA de 6 pies, 10 pulgadas de estatura y que ahora es una de las principales estrellas del poderoso Real Madrid, se enfurece cuando el codo de Sánchez es puesto en su boca mientras luchan por ocupar posiciones de rebote. Ambos cruzan palabras y Ayón intenta cobrar revancha en la próxima posesión, haciendo una zancadilla intencional a Sánchez mientras el pívot de Puerto Rico dispara un triple desde la esquina. Es una táctica evidentemente sucia.

Sánchez logró hacer su cesta e intercambió palabras de grueso calibre con Ayón, haciendo así las delicias del público, para que luego el mexicano fuera sancionado con doble falta técnica.

“¡Ricky! ¡Ricky! ‘Ricky!”, cantaba la multitud a medida que Sánchez caminaba lentamente hacia la línea de tiros libres y Barea está frente a la banca, moviendo sus brazos en señal hacia los aficionados para que siguieran aupando a los suyos. Los rivales mantienen sus emociones en calma por el resto del encuentro, que se convierte en un “toma y dame”. México toma ventaja por un punto cuando Barea, faltando siete minutos para terminar el cotejo, vuelve a ingresar a la cancha. Puerto Rico toma la delantera segundos después cuando Gian Clavell, escolta que fuera compañero de Barea por breve espacio de tiempo gracias a un canje producido el otoño pasado, convierte un triple y luego repite la hazaña en la próxima posesión, gracias a una asistencia de Barea.

Usando un par de zapatillas LeBron 15 pintadas con los colores de la bandera puertorriqueña, Clavell anota la totalidad de sus 17 puntos en la segunda mitad del encuentro, celebrando de forma tan efusiva luego de conseguir un triple, que Barea debió recordarle que tomara su posición defensiva. Clavell aspira tener otra oportunidad en la NBA, pero se está reportando tarde al equipo de Liga de Verano de los Golden State Warriors, para así poder participar en este encuentro.

“No podía perdérmelo”.


HE RECORRIDO ESTA ruta como 500 veces”, dice Barea mientras transita por la ocasionalmente escénica carretera entre San Juan y Mayagüez, de unas dos horas y media, en su SUV Maserati, al tiempo que recuerda su Volkswagen Jetta de segunda mano, en el que hacía el mismo viaje luego de las prácticas con los equipos nacionales juveniles.

En estos días, Barea se traslada a su pueblo natal al oeste de la isla apenas unas pocas veces al año, pero una de sus primeras paradas usuales es en el Barrio París. Se detiene en una cancha de basket abierta, con techado y gradas de metal, en la que aprendió a jugar este deporte. Alli se encuentra con su papá y con Tommy Zapata, quien adiestró a Barea cuando era un chico de tres años de edad que podía driblear el balón con ambas manos. Barea todavía dona uniformes y equipo para las ligas juveniles que organiza Zapata.

Los chicos que juegan alli permanecen en calma al aparecerse Barea en una tarde de verano, esperando a que su juego termine, al igual que la conversación de Barea, antes de pedirle tomarse selfies con la leyenda local, que usualmente se ve abrumado por ese tipo de pedido en sus presentaciones públicas en Puerto Rico.

El Barrio París es un área pobre de Mayagüez, lleno de residenciales públicos, a donde el padre de Barea solía manejar a diario para recoger a los compañeros de equipo de su hijo. Barea, cuyo padre es ingeniero y su mamá es profesora retirada e instructor de voleibol y tenis, se criaron en un vecindario de clase media-alta a unas pocas millas de distancia.

"En la cancha es un león, pero fuera de ella es un gatito" Jaime Barea, padre de J.J.

Al caminar al hogar de su infancia, Barea muestra una porción de una pared que exhibe los grados avanzados de sus hermanos (Jaime es doctor, Jason es ingeniero) arriba de su diploma de escuela superior –un sutil recordatorio de parte de sus padres de que apenas le restan unos 12 créditos para completar su título colegial de Northwestern.

“Yo soy la decepción”, bromea.

Claro, no es cierto. Las paredes de la oficina de sus padres están llenas de fotos de él –la favorita de Barea es una en la que se escurre entre LeBron James y Dwayne Wade para anotar una bandeja durante las Finales de la NBA de 2011- y sus premios. Su padre Jaime tiene varias copias de la biografía que escribió el periodista puertorriqueño Chu García sobre José Juan, titulada BAREA: PEQUEÑO PERO GRANDE y con orgullo entrega una de ellas a un visitante.

Entre todo el éxito profesional de su hijo, los padres de Barea demuestran sentirse particularmente orgullosos por la forma en que su hijo menor ha mantenido su naturaleza gentil y generosa a la vez que se intensifica la atención sobre él.

“En la cancha es un león”, dice su padre, “pero fuera de ella es un gatito”.

Barea es más reconocido en Puerto Rico de lo que jamás imaginó mientras crecía, cuando su meta era jugar para el equipo nacional. Comenzó a soñar en grande al final de sus años de adolescencia, cuando se midió a prospectos de la NBA en competencias internacionales, y labró la carrera en la NBA más extensa de cualquier jugador nacido en Puerto Rico (12 años y contando, y viene de su mejor temporada en términos de estadísticas) pese a no haber sido seleccionado en el sorteo de jugadores.

El básquetbol se aproxima al béisbol en Puerto Rico en cuanto a popularidad. Sin embargo, Barea ha sido el único jugador puertorriqueño activo en la NBA durante la mayor parte de su carrera, mientras las isla produce muchos jugadores de Grandes Ligas, lo que contribuye a la adoración de los suyos en su país natal.

La fama de Barea realmente explotó en 2011 por dos razones: jugó un papel importante en el sorpresivo campeonato de los Mavericks para unirse al defensa de los Lakers de Los Angeles Butch Lee (quien apenas jugó) en 1980 como los únicos jugadores nacidos en Puerto Rico en ganar campeonatos de la NBA, y por su romance con Zuleyka Rivera, una famosa ex Miss Universo, actriz y modelo puertorriqueña, que en ese año se conoció públicamente.

Debido a Rivera, una favorita de los tabloides en Puerto Rico, Barea se convirtió localmente en una celebridad de ambos ámbitos. No disfrutó de ese aspecto de la fama, particularmente porque su rompimiento con Rivera, madre de su hijo de seis años Sebastian, se convirtió en material de los medios noticiosos, al igual que su vida romántica a partir de esa fecha.

“Es un poco difícil acostumbrarse a eso, porque somos personas sencillas, de familia”, dijo Jaime Barea, quien tuvo que ahuyentar a los paparazzis el dia que su hijo se casó con Ortiz.

“Pero es algo que viene con el territorio… él ha aprendido a vivir con eso mejor que nosotros. No estoy acostumbrado a ese tipo de publicidad o de fama, pero él lo ha tomado muy bien porque tiene una personalidad humilde”.

Barea escoge cuidadosamente los lugares que acude en público en San Juan, frecuentando restaurantes donde la administración le puede proveer alguna privacidad. Ha desarrollado una rutina eficiente de dar un paso y sonreir, otro paso y sonreir para seguir adelante mientras posa para selfies al caminar en público.

“Aquí en Mayagüez, él puede caminar”, dice Marta Barea. “Mucha gente puede venir aquí el primer día cuando llega, pero luego de eso todos saben que é les como de la familia. En San Juan, es una atmósfera diferente. Es difícil. Ha sido un reto para nosotros, porque nunca pensamos que José iba a ser una gran celebridad”.

Barea menciona que puede usar su status de celebridad para beneficiar a la cultura del básquet en Puerto Rico, particularmente al nivel de base. Antes del huracán, su fundación se concentraba en reacondicionar canchas de básquetbol como aquella en la cual él creció jugando en el Barrio París, especialmente en áreas pobres. Cada verano, ofrece varias clinicas de básquet a través del país.

“Asi es como todo comenzó para mi”, recuerda Barea, quien también ha jugado y dirigido en la liga profesional de verano de Puerto Rico. “Esa es mi pasión. Los mejores momentos de mi vida han sido jugando básquet, aprendiendo a jugar básquet y compitiendo en básquet en todo Puerto Rico, desde que estaba en escuela superior hasta cuando tenía ocho años y jugaba contra varias ciudades en Puerto Rico. He estado en todos los niveles”.

“Todo en Puerto Rico me preparó para ir a Estados Unidos y estar listo para la Universidad y luego llegar a la NBA. Siento que debo reciprocar a los niños”.

Los campamentos de basket de Barea, que siempre son gratuitos, no se centran únicamente en la enseñanza de destrezas. Son una manera de proveer alegría y esperanza a Puerto Rico.

"Para mucha gente ha sido difícil. Están luchando para volver a la normalidad. En noches como esta, para todo Puerto Rico que no pudo acudir al juego y lo vio por TV, y para quien estuvo en el juego, fue algo especial." J.J. Barea, al derrotar a México frente a sus fanáticos locales

Con la ayuda de muchos voluntarios y coordinado por su ayudante José ‘Chino’ Torres, un escucha y asistente de la dirección de Puerto Rico, Barea organiza una fiesta para toda la comunidad participante en sus campamentos de basquetbol. Allí sirven comida, proveen casos de saltos para la diversión de los más chicos y traen doctores para dar cuidados a quienes no pueden pagar por ese servicio.

“El ama a Puerto Rico. Lo demuestra”, dice Sánchez, centro del equipo nacional que ha jugado con Barea desde que eran adolescents. “Está con la gente. Se asegura de estar disponible para la gente”.

“La gente sabe que José Juan es parte de Puerto Rico. El lo siente. Lo siente en su corazón, y lo demuestra en su juego”.


MIENTRAS LA FANATICADA, nuevamente, hace lo más posible para motivar a Puerto Rico a vencer a México, Barea nuevamente ocupa el papel del cerrador, igual que lo hizo contra Cuba, cuando superó una mala racha ofensiva y condiciones sofocantes (la vieja unidad de acondicionador de aire de la arena no da abasto cuando el lugar se llena a capacidad) para anotar 8 de sus 15 puntos en los 2:38 finales.

“¡Yo soy boricua! ¡Yo soy boricua! ¡Yo soy boricua!”, corea con cadencia la fanaticada –y algunos miembros de los medios en el área de prensa se les unen- cuando Barea acude a la línea al colocar a Puerto Rico en ventaja de cuatro restando 4:54 minutos.

Las próximas tres posesiones de Puerto Rico: Barea entrega el balón a Ramón Clemente, un delantero de Nueva York que apenas habla español, para dos clavadas y una bandeja tras sendos pick-and-rolls. Barea nuevamente confronta problemas con su tiro (1 de 6 en triples, 3 de 7 desde la línea) pese a una sesión de tiros de dos horas en solitario al día siguiente de la victoria sobre Cuba, pero domina la escena con su repartición de juego, al sumar 11 asistencias.

Todavía queda drama, cuando Huertas corre aceleradamente por un lateral, alejándose del árbitro, tras cantársele una falta cuestionable cuando restaba 1:30. La concurrencia reacciona airada, gritando y golpeando el suelo con los pies, que las gradas tiemblan mientras México falla los tres tiros libres.

Barea penetra y anota con la zurda para vencer al reloj de tiro faltando 35 segundos para dar el jaque. Agarra el rebote defensive final para sellar la victoria de Puerto Rico, 84-79, e inicia la celebración postjuego al lanzar el balón con fuerza contra el suelo.

“¡Ceeeeer-veza! ¡Ceeeeer-veza!” Barea y Torres corean alegres en el vestidor, deseosos de abrir varias cervezas para celebrar el triunfo. Pronto llega una neverita llena de cervezas Coors Light de diez onzas.

Carmen Yulín Cruz, la alcaldesa de San Juan que cobró prominencia al públicamente reclamar asistencia y criticar la respuesta de la administración del presidente Donald Trump tras el huracán María, se acerca a felicitar al equipo, desplazándose de un vestidor a otro para expresar su aprecio.

Cada jugador recibe también un sobre con $500 en efectivo; prueba adicional de la importancia de este partido para Puerto Rico. Es la primera vez que Barea, quien ha gastado cientos de miles de dólares de su propio dinero viajando a su familia y comprando comidas para el equipo mientras compite alrededor del mundo con el equipo nacional, recibe algún dinero por jugar por Puerto Rico. Dona el dinero a su fundación, al igual que hace con todo lo que recibe de endosos e ingresos por presentaciones relacionadas a su país natal.

Esta noche es algo especial, mucho más grande que el básquet.

“Es especial, amigo mío”, dice Barea. “No hay palabras para describir esa sensación –el juego contra México, la atmósfera, la gente.

“Será un proceso la recuperación del huracán. Para mucha gente ha sido difícil. Están luchando para volver a la normalidad. En noches como esta, para todo Puerto Rico que no pudo acudir al juego y lo vio por TV, y para quien estuvo en el juego, fue algo especial.

“Especialmente cuando Puerto Rico gana, todos ganan. Todos estan felices, y eso energiza a toda la isla”.


LA FIESTA EXTRAOFICIAL del equipo nacional de Puerto Rico para celebrar su victoria lleva un par de horas en marcha, en una sección acordonada de una repleta barra en la azotea del Eco Sports Park. Abajo, ya pasada la medianoche, se observan juegos amistosos de futbol, en canchas que estuvieron bajo agua el pasado otoño.

Barea saborea la sensación de una de las mejores noches de su vida, en la que toma ron con CocaCola y disfruta de una Hermosa noche a 78 grados en el complejo que también incluye canchas de básquet y voleibol sobre arena y está ubicado a un tiro largo –con buen brazo- del Coliseo Roberto Clemente.

Barea no había experimentado este tipo de emoción tras un partido desde que se envolvió una bandera de Puerto Rico alrededor de sus hombros cuando los Mavericks reclamaron el trofeo Larry O’Brien tras conquistar el título de la NBA en el 2011.

“Oh, si, casi igual”, confiesa Barea con la sonrisa que no se ha borrado de su rostro desde que sonó el silbato final del partido. “El juego 6 en Miami es especial, pero jugar aquí en San Juan frente a mi gente, con una fanaticada como esa, no sucede con frecuencia”.

La situación de Puerto Rico no se aleja de la mente de Barea. Él y su esposa continúan dedicando mucho de su tiempo libre a ayudar a la isla en su recuperación de la tormenta.

Pero esta es noche de celebrar, una que Barea había deseado toda su vida. La fiesta sube de tono cuando arranca la máquina de karaoke en la sección donde se halla Barea junto a varios compañeros de equipo y sus acompañantes y amigos.

“Mi esposa canta de verdad”, le dice Barea a uno de los visitantes.

Y bien que si. Un par de canciones más tarde, la pareja de Barea agarra el micrófono y ofrece una actuación digna de un concierto; el espectáculo de karaoke que uno podría esperar de una ex Miss Puerto Rico cuya hermana es cantante de ópera.

Ortiz, quien viste una versión sin mangas de la camiseta blanca de básquet de Puerto Rico que lleva su esposo, pide la canción “Preciosa” para su primer turno y ejecuta los versos adaptados por Marc Anthony de la histórica canción de Rafael Hernández, mientras cierra los ojos y extiende su mano izquierda hacia el cielo, apasionadamente acompañando el coro:

Yo te quiero,
Puerto Rico
Yo te quiero,
Puerto Ricoooooooo

Es un verso que captura a la perfección la vibra de la noche, al igual que la relación entre Barea, su familia y su país natal que resiste y se recupera.