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Cómo Joey Cora llevó a Álex superar la muerte de su padre y a triunfar en MLB

Solo un out más y el hermano menor de Joey Cora se convertiría en campeón. Un out más, para vivir un momento de euforia y celebración, para la reflexión, por todo lo que habían perdido y ganado juntos.

Álex Rodríguez estaba sentado justo al lado de Joey Cora, viendo el partido, aunque también pendiente de cómo Joey veía a su hermano, Álex Cora. Rodríguez comprendía bien el grado de profundidad en la relación entre ambos hermanos y si bien estaba sumamente concentrado en lo que ocurría en el terreno, Rodríguez quería ver la reacción de Joey ante la felicidad de Álex Cora.

La mueca de Joey levantaba sus mejillas, su rostro emitía orgullo. Un out más y habría una razón más para que los hermanos Cora se rieran de ese sermón paternal que el hermano mayor le había dado al menor un par de años antes.

Un out más.

Un swing. Una línea larga hacia el jardín derecho. Una pelota que caía en medio de un bosque de manos estiradas del otro lado de la barda.

Warren Morris, de la Universidad de Louisiana State, conectó un jonrón de dos carreras para así sellar el triunfo en la Serie Mundial Universitaria de 1996 y mientras Morris pisaba con alegría la tercera base, un director en la unidad móvil de la cadena CBS decidió pasar a una toma en close-up del campocorto de la Universidad de Miami, Álex Cora. El hermano menor de Joey Cora estaba cabizbajo, con su cuerpo en paralelo al césped del outfield, los brazos sobre la cabeza, vencido, sollozando.

Aproximadamente a 200 millas de distancia de esa escena que ocurría en Omaha, Nebraska, varios jugadores de Grandes Ligas se habían juntado alrededor de un televisor en el clubhouse de visitantes en Kansas City (que en ese fin de semana era el hogar temporal de los Seattle Mariners) y vieron este final inolvidable de la Serie Mundial Universitaria. Incluyendo al campocorto de los Mariners, Álex Rodríguez, y a su segunda base, Joey Cora.

Rodríguez giró para poder mirar al hermano mayor de Álex Cora.

Joey Cora estaba llorando.


Cuando Álex Cora nació en 1975, Joey Cora tenía 10 años y semejante diferencia de edad significó que Joey fue capaz de tener a su hermano menor en brazos cuando era bebé, ayudar a cuidarle, sostenerlo cuando comenzaba a caerse al intentar sus primeros pasos, poder jugar a atrapar la pelota con él. Esa diferencia de edades asegura que un hermano mayor cargará consigo vivos recuerdos de cada etapa de la vida de su hermano menor, desde las primeras sonrisas brillantes de un infante acostado en su cuna, pasando por las primeras pataletas hasta los primeros días en los cuales corría por toda la sala.

Esa clase de diferencia de edades implicaba que Joey, siendo hermano mayor de Alex, en el orden jerárquico de dos hermanos y dos hermanas en la familia Cora, éste representaba algo más que un mero hermano para Alex. Joey representaba un ideal.

“Sigo admirándolo”, expresó Alex Cora. “Él es alguien asombroso. A veces deseo poder ser tan estructurado como lo es él. Una persona sumamente inteligente, un individuo sumamente inteligente que siente pasión, no sólo por el béisbol sino por su familia”.

Los Cora no pelearían como suelen hacerlo los hermanos de edades similares. Por el contrario, la diferencia de edades trajo consigo un respeto mutuo. Joey prosperó y Álex le siguió, viendo mientras su hermano mayor evolucionó de ser una estrella del béisbol juvenil hasta convertirse en prospecto universitario altamente cotizado. Por instrucciones de José Manuel Cora, su padre, Joey se inscribió en la Vanderbilt University a pesar de que hablara poco inglés.

Una frase constante dicha por la familia Cora es que Álex se asemeja más a su madre, Iris, en cuanto a su facilidad para expresar sentimientos y ser el más simpático en un salón repleto de personas, mientras que Joey se parece a su padre, más serio y en ocasiones, tajante en sus sentencias, cuando es necesario.

“Mi padre era alguien fuerte”, recordó Álex Cora. “Quiero decir, tenía toda una presencia. Alto, una persona de tez oscura, pelo gris. Todos sabían dónde se encontraba, con voz profunda y cuando éste hablaba, la gente le escuchaba, especialmente nosotros, sus cuatro hijos”. En el parque donde Álex jugaba de niño, solía haber una banca y un árbol donde su padre siempre se ubicaba y los amigos de Álex expresan sus recuerdos de su padre y mencionan dicho lugar.

Joey, al igual que su padre, asume cualquier tarea con seriedad, estricto y duro. Si Joey sentía ansiedad por vivir en un lugar y universidad desconocidos para él, con todos quienes estaban a su alrededor desarrollaban sus vidas mediante un idioma que él no dominaba con fluidez, pues jamás se detuvo a lamentarse por ello. Joey sólo trabajaba, al igual que su padre, fuerte y serio con respecto a cada propósito, aprendiendo inglés, atendiendo sus asignaciones académicas con energía e imponiendo récords en el béisbol de su universidad, mejorando, siempre mejorando. Los San Diego Padres lo tomaron en la primera ronda del draft de 1985, poco después de cumplir 20 años.

Cuando iba a casa en Puerto Rico, Joey cuidaba de su hermano menor. Álex era increíblemente brillante, pensaba Joey, increíblemente terco y la escuela representaba todo un fastidio para él. Álex disfrutaba al jugar al aire libre, con una niñez en la cual pasaba mucho tiempo en campos de béisbol al lado de su padre y de Joey. Además, Joey sabía de béisbol y era alguien precoz, firme en su creencia. Sabía más de béisbol que casi todos, incluyendo a sus propios entrenadores.

“No tenía miedo”, recuerda Joey. “Los niños a esa edad, cuando se les dice que hagan algo, lo hacen. Pero él le decía a su manager: ‘Esta es la forma en la cual debería hacerlo’. Tenía cinco o seis años y le decía a su entrenador: ‘Quiero ser primer bate’”.

“Siempre jugaba contra niños mayores que él y, sabes, él pensaba que era mejor que los demás. Y lo era. Nunca sufrió de falta de confianza. Le decía a su entrenador: ‘Quiero jugar a la segunda base’ y poco después, le decía: ‘Quiero jugar al campocorto’”.


Dos años después de que Joey Cora fuera elegido en el draft, fue ascendido a Grandes Ligas, jugando 77 partidos con los San Diego Padres en 1987. No obstante, durante los primeros meses de Joey en Las Mayores, tenía algo mucho más importante en mente. Su padre, José Manuel Cora, estaba enfermo. Tenía cáncer.

En los últimos meses de su vida, José Manuel exigió a su hijo mayor en lo emocional, alentándole a aceptar mayores responsabilidades.

“Durante todo ese tiempo, me estaba preparando para asumir este rol (dentro de la familia)”, expresó Joey Cora. “No lo sabía en ese momento. No tenía idea. De hecho, pensaba algo similar a: ‘Qué demonios. Tú sabes que has sido demasiado duro conmigo’. (Pensaba que) no estaba siendo justo”.

“Siempre fue alguien estricto, pero en ese momento fue aún más estricto. Después, me di cuenta de lo que él intentaba hacer. Intentaba prepararme para mi rol y cuando él nos dejó, yo estaba preparado”.

Álex Cora fue protegido de la dura realidad que implicaba la enfermedad de su padre. Después del fallecimiento de su padre, su hermana le recordó varios viajes familiares de los cuales ella formó parte, debido a la dolencia que afectaba a su progenitor. He aquí el por qué. “Yo no tenía idea”, recuerda Álex.

Poco después de su cumpleaños número 13, Alex jugó una partida de voleibol e inmediatamente después de su conclusión, se le recogió para llevarlo al hospital. Su padre no se sentía bien, le dijeron. Después de la visita al centro médico, Álex fue a dormir y a las 4 de la mañana, un vecino tocó la puerta de la residencia Cora. Debían ir al hospital otra vez.

Su padre había partido. Iris Cora dijo lo siguiente: “Un padre que cuidaba de ti, quien se interesaba en las cosas que te interesaban a ti. Y, súbitamente, ya no estaba allí. Fue muy difícil para él. Sé que fue difícil”.

Álex Cora se comprometió a jugar con la Universidad de Miami y dejó su casa por primera vez en su vida, para cursar su primer año de estudios. Seis semanas después de haber dejado Caguas, se sentía profundamente nostálgico. El plan era que Álex visitaría Puerto Rico durante los fines de semana, comprando boletos aéreos de ida y vuelta con el dinero ahorrado de los dólares enviados por Joey a su hogar. Por el contrario, Álex hizo sus tres maletas y compró un boleto sólo de ida a San Juan.

“Decidí: ‘Nah, ¿saben qué? Tuve suficiente de todo esto. No me sentía cómodo en ese ambiente”, recuerda Joey.

Estricto como siempre, Joey llamaba todos los domingos mientras cursaba sus estudios universitarios y después de iniciar su carrera profesional en el béisbol, cambió al lunes el día de llamar a casa. Siempre los lunes. Por algún motivo, en las horas posteriores al regreso de Álex a Caguas, el usualmente consistente y predecible Joey llamó a su casa un jueves. Álex asume que su entrenador universitario, Jim Morris, había llamado a Joey para comentarle de la situación.

José Manuel Cora había preparado a su hijo para un momento como este, un momento digno de un patriarca.

“¿Qué ca---- estás haciendo ahí?”, le dijo Joey a su hermano menor.

Álex le explicó lo nostálgico que se sentía y por qué no podría jugar al campocorto de inmediato en Miami y que podía jugar al béisbol en otro lugar.

Joey le advirtió a Álex que, si éste no tomaba el próximo vuelo a Miami, Joey volaría a Puerto Rico y lo empujaría para meterlo en un avión que lo llevara de vuelta a su universidad.

Joey Cora recuerda: “No tenía opción. Debía regresar. Él pensaba que ya era todo un hombre en ese entonces, pero ni siquiera estaba cerca de ello. Estaba aprendiendo a ser un hombre”.

“Volvió a la universidad y asumió la propiedad de su vida. Y esa es la razón por la cual ha sido tan exitoso”.

“Esa llamada telefónica”, indica Álex Cora, “cambió el rumbo de mi vida”.

Álex se convirtió en una estrella en la Universidad de Miami, fue tomado en la tercera ronda del draft 1996 por Los Angeles Dodgers y dos años después, hizo su debut en Grandes Ligas; por coincidencia, en un partido contra los Mariners, con Joey en la segunda base presenciando el primer turno al bate de Álex en las Ligas Mayores.

Años después, en el otoño de 2017, se le informó a Álex que se convertiría en el nuevo manager de los Boston Red Sox. Su primera llamada telefónica fue a Joey. “Lo hicimos”, le dijo.

Los hermanos Cora hablaron brevemente sobre la idea de contar con Joey en el staff de coaches en Boston; no obstante, Joey le dijo a su hermano que se sentía contento en Pittsburgh, con su familia asentada en esa ciudad. “En muchas formas, debido al respeto que Álex siente por su hermano, eso fue un gran alivio para Álex”, afirmó Rodríguez.

A finales de octubre pasado, Joey estaba presente en las tribunas del Dodger Stadium de Los Ángeles, viendo a Chris Sale en la lomita durante el noveno inning del Juego 5 de la Serie Mundial. Faltaba un out para que el hermano menor de Joey Cora se convirtiera, una vez más, en campeón, luego de haber formado parte del equipo de Boston que se apropió del título en 2007 y servir como coach de banca de los Houston Astros en 2017.

Un out para terminar. Sale lanzó una slider cerca de los pies de Manny Machado. Un swing fallido y momentos después, Álex Cora levantó el trofeo sobre su cuerpo y como espectador, la felicidad de Álex se convirtió en la felicidad de Joey. Éste comenzó a pensar en asistir al desfile en Boston, en celebrar la victoria de los Red Sox; sin embargo, la disciplina impartida por José Manuel Cora estaba tan incrustada en su ser que todo terminó siendo un imposible. Como miembro de la organización de los Pittsburgh Pirates, Joey sintió que eso habría sido un error de su parte, cuando Pittsburgh se encuentra persiguiendo su primer título desde 1979, para así celebrar su propio desfile triunfal.

A pesar de todo, más allá de la distancia en espacio o tiempo, el nexo entre los hermanos Cora persiste. Esta primavera, Joey se encontraba en Bradenton, Florida, en el complejo de entrenamientos primaverales de los Pirates, respondiendo preguntas de los medios de comunicación relativas a ese último día de la Serie Mundial Universitaria de 1996.

Joey recordó haber llegado temprano al clubhouse de visitantes en Kansas City para desayunar, tomar el mejor asiento y ver a Álex en televisión. Recordó cómo su hermano menor conectó un doble para darle ventaja a Miami y cómo sus compañeros en los Mariners se burlaban inofensivamente de Joey. “Pudo haber sido el Jugador Más Valioso”, afirmó Joey esta primavera. “Tuvo tremenda serie y su equipo iba a ganar”.

Un out más. Un último swing. Warren Morris lo cambió todo y Álex cayó abatido en el infield.

Veintitrés años después, Joey Cora recordó ese momento y sus ojos comenzaron, una vez más, a llenarse de lágrimas. Pensando en su hermano menor, a quien adora.