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Tigres finalista; Alonso eligió el miedo como método de Rayados

LOS ÁNGELES -- Tigres finalista. Cerró el partido a lo Diego Alonso... y sepultó a Diego Alonso y sus Rayados. 1-0 y el 1-1 en el global es bendecido por el reglamento. ¿León o América?

Un gol de corazón suicida de Guido Pizarro. Cabezazo brutal que le cuesta una conmoción al chocar con la testa de Gallardo. Un héroe de guerra que terminó en el hospital.

Un tsunami brutal de estremecimientos para el apostolado felino en la jornada. Primero, la muerte de una leyenda, Batocletti, y después, la resurrección de sus Tigres, pero los últimos 30 minutos, con el alargue hasta el 97, tragando esa pus verde de la angustia, de la bilis, de los sobresaltos, del microinfarto.

Monterrey colaboró. Como lo ha hecho el pizarrón del pánico en la historia de Diego Alonso en Rayados. Décimo juego (180 minutos), que pierde el botín por espantarse antes de que le ladren.

Alonso eligió defender el 1-0 en la dimensión desconocida de 90 minutos del Juego de Vuelta. Se expuso a perder, aunque cierto, pudo ganar, pero Nahuel Guzmán tuvo una de esas noches que borran los rictus de sus "nahueleadas" tan costosas.

En un juego accidentado, con los imponderables clavando emponzoñadas agujas en los muñecos vudús, obligó a cambios dramáticos, por las lesiones del mismo Pizarro, además de Salcedo y Barovero. El infortunio jugó tiempos extras.

Al final, Tigres hizo lo suyo. El gol de Pizarro le dio el boleto. Tuca Ferretti, fiel a su tacañería y pragmatismo extremo, subrayó el reglamento en amarillo y lo puso en caja de caudales. Ese 1-0 era su seguro de vida.

Cuando Tigres envió el mensaje de cerrar compuertas, tarde se dio cuenta Alonso de que había perdido el tiempo, la osadía, la esperanza, el partido y el pase a la Final. Al miedo arrinconado del Tuca, el entrenador de Rayados permaneció en el rincón del pánico, sin mover piezas.

Necesitaba un gol para obligar a Tigres a hacer dos más. Pero quiso vivir al amparo del 1-0 del Juego de Ida. Sacó un triste paraguas la noche del diluvio. Y aún cuando Guido Pizarro empató el global, Monterrey jadeaba de angustia en su afán de evitar el segundo.

Sus cambios los gestó Alonso en la ruleta del error. Por ejemplo, sigue creyendo que el futbolista más caro de la Liga Mx, Maxi Meza, algún día va a atreverse a meter la pierna o desgastarse los pulmones.

Tigres tuvo que resistir en el umbral del soponcio, los remates de Funes Mori, de Pabón, de Avilés Hurtado, de Rodolfo Pizarro, pero el balón salió desviado, se estampó en la humanidad de Nahuel o terminaron en los postes.

Con Monterrey exhausto y volcado sobre la meta de Nahuel, invocando un chiripazo, Tigres tuvo tres oportunidades impecables con mayoría en el área de Rayados, una la deja ir Edu Vargas, y las otras dos las arruina Jürgen Damm, en especial una de ellas, volando un disparo en la cara del gol.

Más allá de jugar mejor parte del primer tiempo, y de montar una trinchera numerosa, masoquista y sufrida en el cierre del juego, Tigres parece lejano del nivel de protagonista genuino de una Final.

Impresionante el escenario. Nuevamente la afición rebasa en mucho a su equipo. Mientras la tribuna en una constante pasión, metabolizando de manera impresionante la catarsis de cada jugada, mientras rebasa el punto de ebullición, abajo, en la cancha, juegan bajo cero. Una deslealtad a tanta lealtad.

Ahora, Tigres esperará impaciente al adversario en turno, a sabiendas de que en generación de futbol se encuentra por debajo de los dos posibles rivales: León y América.

Monterrey, con Diego Alonso, me recuerda una frase que leí algun día: "cavó una tumba profunda... sólo para enterrar la pala".