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América finalista; un verdugo con alma de mártir

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LOS ÁNGELES -- Dicho estaba: América, el apóstol del masoquismo. Lo ratifica en ese martirio compartido del flagelo y el coqueteo con la inmolación. Esa vocación de verdugo con abnegación suicida de mártir. En El Nido, la vida sin agonía, no es vida.

Y así, América está en La Final del Apertura 2019 ante Monterrey. 2-0 (goles de Renato Ibarra y Federico Viñas) para un 2-2 global, y al amparo de cuatro puntos en la Tabla General sobre Morelia, organiza la migración de las Mariposas Monarcas a su refugio vacacional.

Morelia quería ser leyenda, El Nido lo degradó a mito. Las Águilas pasaron de esa vocación de feroces depredadoras, a cautelosas y hasta juguetonas, pero siempre sobrias y serias, para merecer el salvoconducto a La Final ante Rayados.

Y se quedó en mito Morelia, porque la personalidad, la garra, la gallardía, el poder, el temperamento, la testosterona del Juego de Ida, nunca los llevó al Estadio Azteca.

Pocos fueron los reclutas sobrevivientes del Morelia del jueves y que fueron guerreros este domingo por la noche: Quick Mendoza, Aldo Rocha, el venezolano Aristeguieta, el Shaggy Martínez y mientras estuvo en la cancha, Rodrigo Millar.

Al resto, incluyendo al peruano Edison Flores se los tragó el reto y el escenario, incluyendo al arquero Sebastián Sosa, quien en su precipitación y desesperación en la salida con el balón, provocó una epidemia y nerviosismo y errores, que colocó al América en posición de gol que desperdició.

Pero el protagonista fue uno: el América, como conjunto, como pelotón poderoso por esa conciencia gremial de lucha, de batalla, de obligación, de confirmar que el alarde ominoso del #ÓdiameMás se convierte en un aluvión genético ante la adversidad.

El Nido tuvo el control del juego, siempre. Mérito absoluto de Miguel Herrera, amo y señor del pizarrón y del diván; capataz del ajedrez y exponente del pequeño Freud que todo técnico lleva dentro.

Es su estilo. El Piojo enciende las luces del tablero, muestra la ruta y se mete en esos recovecos inescrutables e impredecibles del entrenador, para convertirlos en máquinas de guerra.

Y claro, la pregunta es necesario: ¿Y por qué sólo 90 minutos? ¿Y por qué sólo cuando la guillotina le roza el gaznate a su equipo? ¿Y por qué cuando sus aficionados, esos hijos desamparado del #ÓdiameMás mastican las entrañas de angustia y desesperación?

Sólo Miguel Herrera lo sabe. Pero en esa línea fatal ante el precipicio, donde otros se desquiciarían, él y su equipo se sienten cómodos, confirmando eso, que este América es un apóstol del masoquismo. Y su afición también.

Vaya, hasta el hace dos semanas desahuciado, Paul Aguilar, ha tenido los mejores 90 minutos de los últimos dos años, y el resto del grupo se mostró --diría Miguel Hernández--, "masculinamente serio", sin que alguno desencajara de ese proyecto tribal de resurrección, de conquista, de convertir lo imposible en una tarea doméstica y pueril, como burócratas de la utopía.

Enlistar a los padrinos de la victoria, significar recitar la alineación del equipo, porque más allá de las tareas sobresalientes de Guido Rodríguez y Henry Martín, el nivel de resistencia y compromiso físico de otros como Andrés Ibargüen, Federico Viñas y Richard Sánchez, son notables, hasta la improvisación sin quejas de Sebastián Córdova.

¿Le alcanzará ante Monterrey? Tendrá días para recuperar a Ibarra, y para que El Piojo enfoque al grupo en 180 minutos y no en 90, aprovechando el zarandeo que vivirá Rayados en el Mundial de Clubes en Catar.