<
>

América: golea en vitrinas, goleado en la cancha

LOS ÁNGELES -- La abismal diferencia en el volumen de trofeos ganados por los jugadores del América que participaron en el Clásico del sábado, respecto a los de Chivas, es inversamente proporcional al veredicto final.

La diferencia de 3-0 en el marcador, a favor de Guadalajara, también existe ostentosamente en la riqueza de galardones, a favor de El Nido. Pero, el hábito no hace al monje.

Contabilizando torneos oficiales, América sumaba 48 trofeos en las vitrinas de los jugadores que tuvieron ¿acción o inacción? el sábado en el Estadio Azteca. Chivas, en total, sumaba apenas 16 gallardetes.

Subrayo, puntualizo: la referencia es estrictamente por los jugadores que estuvieron en la cancha. La proporción aritméticamente lógica sería 3-1, pero juguemos con el 3-0.

Perfecto. Así fue Chivas ante América. Notable, sin duda. La desproporción se prolonga desde la testosterona derramada hasta el talento futbolístico. Uno se obstinó con la gloria, el otro con el ridículo.

Y más allá de la revisión futbolística, los jugadores del América pierden también en todos los terrenos, excepto, sin duda, en los inmedibles parámetros del cinismo y la desvergüenza. Su traicionera irresponsabilidad fue insultante.

Con esa referencia de casi medio centenar de títulos, es evidente que el América tiene una legión de ganadores, de campeones, de tipos conquistadores de retos. Pero, por lo evidenciado el sábado, parecería que esos trofeos fueron accidentes inmerecidos en su vida.

Una tropa que ganó títulos de Liga y Concachampions, con América y antes de América, tiene su noche más pusilánime, miserable, apática y traicionera, en la noche, insistimos, en la que no podía equivocarse, ni futbolística ni espiritualmente.

Un grupo de jugadores americanistas descarados y desenmascarados. Eso tuvo El Nido en el Azteca, pero, insisto, sin menguar los elogios a un grupo de jugadores jóvenes, algunos incluso, con escarceos púberes en eso de ganar títulos.

Impensable, inconcebible, que sean parte medular de esta versión vergonzosa y desvergonzada, futbolistas que, por ejemplo, hace unos meses, derrotados, pero orgullosos, abandonaron la Liguilla del Clausura 2016, jugando testosteronamente respetables y gallardos ante Pumas, en una serie con desventaja numérica.

Aquella exhibición ante la UNAM fue una magistral demostración, aún con inferioridad numérica y errores arbitrales, de que en las Águilas había futbolistas con una electrizante comunicación entre su cerebro y sus testículos.

Pero, los del sábado ante Chivas, se fueron al otro extremo: idiotas ("persona privada de habilidad profesional") y castrados.

La abulia, la apatía, la indisciplina, en una misión profesional grupal, equivale a un acto de traición. El problema empieza cuando en una gavilla parasitada de desdén, todos terminan siendo traidores. ¿A quién culpar? Claro, al líder ('Nacho' Ambriz), pero el jefe sufre de crisis de autoridad, cuando lo desautoriza su propio jefe (Ricardo Peláez).

Nacho Ambriz dijo en conferencia de prensa que "no fue un problema de actitud" de sus eunucos deportivos. Y encima, tal vez ofuscado, mareado, en shock por la humillación global sufrida, agrega que "pero en la Copa MX vamos invictos", y "apenas es agosto, el centenario es en octubre".

Es decir, que Ambriz, Peláez y los jugadores, viven en un limbo de apatía. Nunca entendieron el escenario del sábado: Clásico, el Azteca, y el año del Centenario, el que, como tal, comenzó a correr hace 99 años para las obligaciones magníficas y constantes del americanismo.

Dos semanas de reposo. De penitencia, sin duda. De cruda amarga. Les espera Cruz Azul, pero, pese a la rivalidad, ganarle no curará la herida, porque ni es Clásico, ni es Chivas, ni será en el Azteca, aunque, según Ambriz, pos tampoco es el Centenario.