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Romano: uno de los "hijos" de "Don Panchito"

El América no se siente cómodo para tomar riesgos. ¿Descubrir un entrenador joven? ¿Traer uno del extranjero? ¿Darle la oportunidad a un ex figura mediática histórica del club? No, esa no es la costumbre de los días de Ricardo Peláez. Todo indica que van por un rumbo. Un chico que llegó hace casi 40 años a Coapa y lo hizo de la mano de un presidente deportivo que solía tomar esos riesgos, aventurarse, experimentar y que generó, al mismo tiempo, la época más laureada en la historia del club.

LOS ANGELES, CA -- El América de estos tiempos no acostumbra a tomar riesgos que en apariencia son innecesarios, el América de los días de Peláez no busca, no expone, no se aventura. Lo que hace es “reciclar”. Así fue con Miguel Herrera, con Mohamed, con Matosas y hasta con Ignacio Ambriz.

Lo irónico del asunto es que quien se perfila para ser el entrenador en Coapa es un hombre que hace casi cuarenta años fue traído a México por un presidente deportivo llamado Francisco “Panchito” Hernández, un personaje que bajo el mando de Guillermo Cañedo, viajaba a Sudamérica y traía futbolistas y directores técnicos de poco cartel que al poco tiempo se transformaban en figuras del americanismo. Un joven de larga cabellera, zurdo, mediocampista, que procedía de Huracán, llamado Rubén Omar Romano era uno de ellos.

El América de hoy no toma esa clase de riesgos. Prefiere, sea jugador o sea entrenador, ir sobre algo que ya tuvo cierto éxito en el futbol mexicano.

Y Romano ha sido un jugador de éxito en la cancha y cierto éxito en la banca. Sus equipos siempre han insinuado la posibilidad de jugar bien, lo ha hecho así por algunos parajes de un torneo, ha tenido equipos competitivos, sanos, fuertes, se ha aproximado a la gloria definitiva y se ha quedado al margen. Un personaje que mal o bien, siempre ha apostado por un estilo de juego. Uno de los grandes herederos del “Lavolpismo”, aquel sueño que alguna vez intento cristalizar el futbol mexicano con un equipo que salía con el balón a los pies, en un aparente orden de ideas que podía transformarse , de pronto, en un repentino ”caos”, pero que al final terminaba ofreciendo situaciones muy claras sobre la cancha de juego. Como cualquier otro sistema, el “Lavolpismo” no fue nunca perfecto y encontró detractores en el camino. Romano, no. Romano se sentaba a desayunar con la servilleta marcada por los nombres de sus jugadores y esa pequeña tablita con “bolitas” de imán que movía con desesperación buscando el esquema y los movimientos perfectos para el partido de la noche. El hombre de los jeans, de la cabellera larga, del cigarro en la mano. El entrenador que fue secuestrado a plena luz del día, casi a las afueras del campo de entrenamiento de Cruz Azul y que regreso un par de meses después para enterarse que su auxiliar le había quitado el trabajo. Romano, aún lo recuerdo, en aquel camellón de la Rojo Gómez, cuando entrenaba con el Necaxa a finales de los ochenta mientras su padre, junto a mí, charlaba y charlaba de futbol y de anécdotas de la vieja Buenos Aires.

El América confía en eso: en lo que Romano no ha podido cristalizar aún como entrenador y gana tiempo, gana tiempo, justo cuando no tiene ese tiempo y cuando tampoco tiene una solución definitiva para el fracaso de la era Ambriz.

No deja de ser curioso e irónico que el América este cerca de recurrir a uno de los “chicos” de Don “Panchito”.

@Faitelson_ESPN