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El lugar del 'Pudge' está en Cooperstown

Para muchos, Rodríguez es el mejor receptor de la historia en MLB, con sus 13 Guantes de Oro detrás del plato, siete Bates de Plata, 14 participaciones en Juegos de Estrellas y premio de JMV de la Liga Americana en 1999. John Williamson/MLB Photos/Getty Images

Cuando el 18 de enero del 2017 se anuncien los nuevos miembros del Salón de la Fama de Cooperstown, el nombre del puertorriqueño Iván Rodríguez debe estar entre los elegidos.

El 'Pudge', considerado por muchos el mejor catcher que ha pasado por las Grandes Ligas, sería el primer exaltado al Templo de los Inmortales cuyo nombre se ha vinculado al uso de esteroides para mejorar el rendimiento deportivo.

Un sondeo entre varios votantes de la Asociación de Escritores de Béisbol de Estados Unidos (BBWAA) arrojó que al menos tres de cada cinco consultados votarían por Rodríguez, ganador de 13 Guantes de Oro detrás del plato, siete Bates de Plata, con 14 participaciones en Juegos de Estrellas y Jugador Más Valioso de la Liga Americana en 1999.

Si consigue entrar a Cooperstown, le estaría además abriendo las puertas a otros colegas que también han estado bajo sospecha del uso de sustancias y rompería ese limbo en que se encuentran otros nombres ilustres como Barry Bonds, Roger Clemens y el dominicano Sammy Sosa, por sólo citar tres.

¿Por qué debería el puertorriqueño entrar al Salón de la Fama?

En primer lugar, por su excelencia deportiva que nadie en su sano juicio sería capaz de cuestionar.

En segundo lugar, porque todo el mundo es inocente hasta tanto se demuestre lo contrario y el 'Pudge', que se sepa, nunca dio positivo en un control antidopaje.

Que su nombre se haya incluido en rumores no va más allá de eso: de ser rumores.

Ni siquiera aparece mencionado en el informe Mitchell, aquel documento que preparó el senador federal George Mitchell en el 2007, en el que hay una lista de 77 potenciales consumidores de esteroides.

Tampoco se sabe si figura en el listado secreto de 103 positivos en el control que se realizó exploratoriamente para determinar si el uso de esteroides estaba tan extendido como para merecer establecer una política que lo combatiera.

Y en tercer lugar, suponiendo que haya usado, en aquel momento las "sustancias" no tenían el apellido "prohibidas".

Fue una época en que el consumo de los esteroides fue rampante, aunque no todos los jugadores fueron capaces de poner los números reservados sólo a los estelares.

Y se hizo bajo la mirada tolerante y complaciente del entonces comisionado Bud Selig, quien, por cierto, acaba de ingresar en Cooperstown.

Además, lavándose las manos como Poncio Pilatos, las Grandes Ligas no han establecido una pauta a seguir con los sospechosos de uso de esteroides con respecto al Salón de la Fama, dejándole la papa caliente de la decisión a la BBWAA.

No es lo mismo el caso de Manny Ramírez, quien dio positivo no una, sino dos veces, cuando ya se había establecido una política de prohibición y sanciones, por muy ridículas que estas últimas fueran en sus inicios.

Dejemos a un lado la excesiva corrección política y seamos honestos de una buena vez.

El Salón de la Fama no es otra cosa más que un museo que recoge la historia del béisbol.

Y quiérase o no, la era de los esteroides, el tiempo en que su uso era masivo, más no ilegal, forma parte de esa historia.

O me van a decir ahora que no saltamos todos de emoción con la épica batalla de jonrones de Mark McGwire y Sosa en 1998, quienes, por cierto, tampoco aparecen en el informe Mitchell.

¿Quién no se rindió ante la imagen del Pudge con la pelota en la mano tras sacar en home a J.T. Snow en el espectacular final de la serie divisional del 2003, en la que los entonces Marlins de Florida vencieron a los Gigantes de San Francisco?

Esa es la imagen que quedó para la posteridad el cátcher boricua, como clímax de una carrera inmensa.

Su lugar está en Cooperstown y detrás de él es probable que veamos una avalancha de otros que llevan años en el círculo de espera, atrapados entre los muros de la hipocresía.