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Nahuel... El Tigre que hipnotiza francotiradores

LOS ÁNGELES -- El hombre de las jornadas perturbadoramente suicidas, perturbó a los cuatro presuntos homicidas. Dicen que los héroes hablan antes con los dioses para exorcizar a sus demonios. Éste, primero habló con los demonios para invocar a sus dioses.

Tal vez, sólo tal vez, eso hizo o eso pretendió hacer Nahuel Guzmán, el encantador de serpientes, el hipnotizador de susurros, de murmullos, que condenó a sus presuntos verdugos a accidentales suicidas y víctimas.

En la cultura mapuche, la etimología mística araucana explica que el nombre de Nahuel, significa El Tigre. ¿Una mejor analogía? ¿Designio del arcano de los araucanos? El Tigre caudillo de los Tigres de la Quinta Estrella.

Nahuel lo había hecho antes con Oribe Peralta. Le cambió el nombre condenado en su sentencia de muerte. El cazador de El Tigre terminó cazado.

Y lo hizo de nuevo este domingo, en plena Navidad. Los villancicos se esfumaron prófugos ante el truhan de la palabra. Parlanchín envenenado.

Y el arquero de la trencita del ocultismo y la cábala, reincidió. Se acercó a William, a Romero y a Güemez. Una sonrisa larga y ladina. Y con los guantes ostentosos como abanico ocultando la ignominia de su discurso. Hasta Mata Hari tenía más recato. Lucrecia Borgia vendía ilusiones lúdicas, antes de besarles con cicuta.

Con el perpetrador de atracos, vestido de la impunidad criminal de árbitro, Isaac Rojas, como testigo y cómplice, Nahuel Guzmán fue más eficiente que John Milton con Gignac. Sedujo con el improperio de su lenguaje clandestino a los tres americanistas. A los tres fusileros, los convenció de pegarse un tiro en el pie.

Claro, Nahuel debió hacer más, mucho más, que cuchichearles farsas y fantasías al oído a los tiradores americanistas. Más que musitarles, en medio del orfeón y de la consternación decibélica del Volcán con la lava musical del delirio, el arquero debió ser arquero. El Tigre debió ser el más tigre.

El heroísmo requiere más que empalagar con palabras, requiere de la cirugía brutal de los hechos. Y Nahuel, tras el acto de prestidigitación de su evangelio profano, tras engatusar a los que habitualmente deben ser infalibles cazadores de las presas amarradas en las porterías, fue, además, la mejor versión de sí mismo.

Y El Tigre araucano atajó a los tres. Abajo a su derecha, arriba por el centro y a media altura a la izquierda, con esa puntualidad del más perfecto metrónomo de un pianista, dominando los 180 grados de su presunta vulnerabilidad.

El Patón se convirtió en los cinco picos de la quinta estrella en el uniforme de Tigres. Cierto: Gignac, Juninho y Pizarro debieron palar la tierra sobre las tumbas que excavó su arquero. El heroísmo, está dicho, es tarea de uno, pero labor de varios.

Nahuel recompensó de las jornadas de agruras y cólicos a los aficionados de Tigres. Desde 2014, el argentino ha recopilado un catálogo de formas estrambóticamente absurdas de castigar a su equipo, desde goles en contra, pasando por expulsiones bobaliconas, hasta soponcios que pasan salivando de angustia sus tres palos.

Pero, este domingo, El Patón se absolvió a sí mismo de todos sus pecados. En el altar de los campeones las indulgencias y las redenciones enjuagan y enjugan todos las transgresiones y pecados de todos... hasta los de Nahuel.

Sólo él sabe cómo lo hizo. Sólo El Tigre de los mapuches sabe cómo embaucó a tres jugadores consignados y asignados para fusilarlo desde el epicentro circular y blanco de las tragedias y los dramas.

Él guardará el secreto. Sus víctimas, por pudor, decoro y vergüenza innoble, también serán tumbas selladas de su propia debilidad.

Sin imaginarlo siquiera, aquel febrero de 1986, cuando Jorge Guzmán y Patricia Palomeque eligieron el nombre de Nahuel, nunca imaginaron que en los recónditos simbolismos del mapuche y el araucano, estarían ungiendo el destino de El Tigre de la Quinta Estrella de los Tigres.