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Aterrizar en el cielo

PHOENIX -- Y finalmente, llegamos a nuestro destino All-Star. Sorteamos los controles aeroportuarios -todos iguales, igualitos, de sacarse los zapatos, el celular, el cinturón, los artefactos electrónicos y poner cara de que la cosa va en serio-, caminamos por pasillos interminables y luego aterrizamos casi sin querer en un hotel tan, pero tan NBA, que nos preguntamos si realmente esto era para nosotros.

Okey, supongamos que así debe ser. Supongamos que este primer día sirvió para tratar de entender este circo estadounidense que en vivo vale mucho más que por TV.

No, el viaje no fueron sólo los controles. Fue sentarse y aguantar unas horas --muchas-- atrapados en un asiento duro de un avión que, más allá de eso, tenía un repertorio de comodidades. Pero había sueño, y pese a las ganas, tuvimos que rendirnos a la inevitable regular coke, eludiendo los obligados cinco dólares de fianza para liberar el tinto, antídoto para dormir al menos algunas horas. El cocodrilo del bolsillo pudo más. Y el vino, por lógica, nunca apareció.

"Igualito a ciudad Evita", dijo uno de los autores de este blog cuando miró por la ventanilla del avión finito como un lápiz con punta, que nos llevaba por conexión del aeropuerto George W. Bush hacia Phoenix, destino final del Juego de las Estrellas. Hubo silencio.

Unas tres horas después, el avión empezó a bajar. La ciudad de los 360 días de sol al año se puso al frente, y desde arriba empezamos a señalar el potencial US Airways Center pero erramos, fácil, cerca de cinco veces. Las ganas o la ansiedad, vaya uno a saber.

Khadine Sanhueza, representante de relaciones públicas de Adidas, nos estaba esperando al tomar las valijas. "Faltan los brasileros, los brasileros", nos decía una y otra vez, pero nosotros nos mirábamos y ni ganas de preguntar qué pasaba. Nos subimos al taxi, hotel, check-in, y un par de horas de descanso antes del almuerzo con los periodistas latinoamericanos.

El hotel, mejor imposible. Habitaciones individuales, con ventanas apuntando hacia las montañas del Desierto de Arizona al fondo, y con canchas de tenis y básquetbol en primer plano.

Más tarde nos enteraríamos que los brasileños del diario O'Globo habían perdido un vuelo o algo así. Pero llegaron, cariocas y con pilas. Almorzamos como estaba dispuesto en el cronograma Adidas --y de qué manera-- en un restaurante homenaje al cantante Santana, en uno de los shoppings de la ciudad.

Créannos: nunca comimos tan picante en nuestras vidas. Y eso que las fajitas eran el plato liviano, al menos eso dijeron, pero el asunto era juntar aire y escupir fuego. Así estuvimos un buen rato mirando cómo el colega colombiano y los hermanos brasileños se reían de nosotros por lo flojitos. Lo sabemos, estamos en deuda con la patria.

Levantamos cuando llegó el Adidas Jam Session, porque vimos el color que le dieron los fanáticos a la previa del All-Star y porque aprovechamos para recorrer todas las instalaciones. A la noche, hubo cena de presentación en el hotel, que incluyó una buena charla de sobremesa con cerveza incluída, planeando lo que será el viernes.

En síntesis, así empezó nuestro primer día y así terminó: en Hooters, con sueño, pero enamorados. Sí, de Phoenix.

Y del All-Star, obvio.