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El Arcángel Mena mantiene al Atlas en el Purgatorio

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Pese a la derrota ante León, ¿Atlas merecía ganar en la Ida? (3:17)

Héctor Huerta destaca los errores de Camilo Vargas y Rocha en la caída ante los Panzas Verdes en la Final de la Liga MX. (3:17)

LOS ÁNGELES -- Su esperanza sólo tiene una cláusula de 90 minutos. Sin duda, hoy, el Atlas parece estar tan lejos del título como en los últimos 70 años.

El 3-2 de este jueves por la noche, con reflectores esmeraldas, no apaciguará la crueldad propia del León, pese a la autoridad de Zorros en su cancha. El Estadio Jalisco anhela volver a ser escenario de una Vuelta Olímpica. La más reciente ocurrió el primero de junio de 1997, después de que Chivas corta orejas y rabo a Toros Neza. 24 años de ovaciones silenciadas… y contando.

Primer capítulo de una Final intensa, rabiosa, envenenada, con la sangre bullendo. Y al Atlas, se les desmoronaron sus próceres: Aldo Rocha, en la peor de sus noches, y Camilo Vargas, como ante Pumas, vuelve a rechazar balones, envueltos para regalo.

Y mientras en la Liguilla, Camilo pierde sus poderes, emerge poderoso Ángel Mena, marcando dos goles este jueves, y sumando seis en la gesta del León. El delantero ecuatoriano había desaparecido en sus anteriores Liguillas con el León, pero ésta, es el verdugo exquisito de sus adversarios.

Los Esmeraldas se apropian de la noche, del marcador, de la Final. León y su persistencia. Dos veces abajo en el marcador, pero se levantó de su tumba. La furia de jugadores que han besado títulos, sobre La Furia de una descendencia con 70 años de penumbras.

Los goles del primer tiempo son una descripción del ánima y del ánimo de ambos equipos. Atlas a músculo y transpiración. León a descaro e inspiración. Dos esencias que no comulgan, pero tampoco se repelen.

Luis Reyes caza un balón timorato de rebotes y sin dueño. Le pega de lleno, sin titubeos. Con la pata de palo, pero como bastón de Tiger Woods. La pelota surfea sobre el pasto. Rodolfo Cota ornamenta con su impotencia el 0-1.

El del León, es de esos goles con la cara sucia y fascinante del barrio. Omar Fernández trompica y prolonga. Ángel Mena y Jean Meneses sacan el costurero de la genialidad. La pelota se insinúa a Víctor Dávila. El zurdazo es una centella, al ángulo derecho. Camilo Vargas se lanza como un festival de Birdman.

Lo mismo ocurre cuando el Atlas toma ventaja. Un traspiés de Barreiro le permite a Julio Furch plantarse con las condiciones impecables del gol. Y no perdona. De nuevo, un titubeo, un dislate del León, y el Zorro hace honor a los genes de su astucia para el 1-2.

Y el hombre que levantó muros, que levó puentes, que cerró los portones de la ilusión en el torneo regular, esta vez, dejó la puerta trasera abierta. Disparo de Meneses, rechace de Camilo Vargas. El Ángel de la Muerte no perdona. Mena fusila, 2-2.

Atlas se desordena. Se desconcierta. Ya no es la garita sólida, refunfuñona, atenta, que cortaba los caminos del León. Comete el error de empezar a perseguir al rival, en lugar de montar sólidas trincheras.

Aldo Rocha, el gendarme predilecto del Atlas, atenaza por la cintura a Víctor Dávila, quien dramatiza. Luis Enrique Santander orienta su brújula hacia el manchón penal. De Nuevo, impecable e implacable, Mena aniquila el lance de Vargas. 3-2.

Los Zorros ya no pudieron replantearse en la cancha. Estaban desconcertados, como pocas veces en el torneo. A Diego Cocca le aterra la sensación de fracaso. Ya no hay indicaciones. Él ha claudicado. Los jugadores intentan, más por desesperación que por idea.

León cambia las órdenes del juego. Ahora se acomoda para especular con la desesperación de los Rojinegros. Ariel Holan no renuncia, pero tampoco compromete. Ajusta para hacer respetar el marcador.

Sin embargo, nada está escrito. El 3-2 puede ser tan frágil, pero también tan infranqueable. El suspenso aún se pavonea enigmático encuadernando 90 páginas en blanco para el desenlace en el Estadio Jalisco. Atlas y los estremecimientos heredados: 70 años en el Limbo. León, en tanto, sabe que el 3-2 es un marcador que no tiene palabra de honor, porque el domingo le aguarda una emboscada.