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Fabián, siempre 'Marquito', nunca 'Don Marco'

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LOS ÁNGELES -- Muchos mordieron esa mano que les daba de comer generosamente en Chivas. La mano de Jorge Vergara, puntualmente. La lista es inmensa. Judas canibalescos.

Jorge Vergara lo sufrió en todas las esferas: en el tálamo, en su empresa, en el equipo, y especialmente en el orfanatorio de sus sentimientos.

Hubo dos casos que le lastimaron. Dos jugadores a los que trató de ayudar, contra el viento y contra la marea de las advertencias.

Su devoción por Adolfo Bautista y por Marco Fabián de la Mora rozaba la abnegación. El Bofo tuvo una primera etapa majestuosa. Vergara lo deja ir, luego de ser campeones, según lo explicó él mismo, por insistencias del Chepo y Néstor de la Torre. “Era él o ellos”, recordó Vergara alguna vez en ESPN.

En su regreso al Guadalajara, Jorge Vergara intentó ayudar al Bofo. Nunca fue el mismo y no fue lo mismo.

El otro futbolista fue Marco Fabián de la Mora, hoy rozando los 33 años. Jorge Vergara convirtió en un proyecto personal, el edificar un tipo triunfador, que contaba con habilidades futbolísticas excepcionales.

Lo envió a una clínica de desarrollo en Colombia. Bajo la tutela del chileno Claudio Naranjo, se intentó forjar un espartano en el espíritu de un sibarita.

Bajo la terapia Gestalt, de origen alemán, se pretendía reconfigurar el compromiso del ser humano con sus facultades y habilidades. No funcionó. Ni con él, ni con Luis Michel, ni con el 'Cubo' Torres, quien como parte de su tratamiento, era vestido como menesteroso y lanzado a pedir limosna por las calles de Colombia. Ni con ellos, ni con varios más funcionó.

El entonces propietario de Chivas estaba convencido que Marco Fabián podía impactar en el futbol europeo, con la misma fuerza que eventualmente lo hizo Javier Hernández. A final de cuentas, futbolísticamente estaba mejor dotado que Chicharito.

En nuevos intentos, Vergara lo sentó a la mesa con entrenadores y con futbolistas exitosos. Lo intentó con motivadores, con expertos en el comportamiento humano. Incluso, alguna vez, lo llevó a interactuar con un comunicador al que Marco Fabián respetaba mucho: José Ramón Fernández, según reveló Vergara.

Marco Fabián recibió consejos, aliento, arengas, felicitaciones, revelaciones, puyas y, principalmente, la esperanza generosa de Jorge Vergara de que el futbolista privilegiado se convirtiera en un hombre que entendiera y bendijera esos privilegios.

Claro, un día, Vergara se hartó. Y soltó la mano de Marco Fabián, el de los golazos al Barcelona de Guardiola –sí, en amistoso--, y aquel triplete al Atlas (“estoy preparado para jugar en el Real Madrid”, dijo entonces).

El ex técnico de Chivas, José Luis Real, un día lo trepó al escarnio público: “Ya es tiempo de que se le deje de llamar ‘Marquito’ y se convierta en Don Marco”. Espejismos. Golondrinas huérfanas de verano.

Y a partir de entonces, ése, el de momentos brillantes con Chivas, comenzó su peregrinar, o tal vez, mejor dicho, su vía crucis, hasta donde se encuentra hoy: sin equipo, sin ofertas y con su representante desesperado, pidiendo hasta una cuarta parte de sus mejores salarios.

Vergara fue claro cuando el jugador emigró al Eintracht Frankfurt: “necesita olvidarse de tanta fiesta, sabe que es su última oportunidad”. Aparentemente no escuchó la recomendación. Alargó su ruta descendente con el Philadelphia Union, el Al-Sadd de Catar, y recaló en Juárez, que decidió dejarlo libre.

Hizo famosa una frase, en una conferencia de prensa con Chivas: “La gente cambia”. Sí, alguna gente cambia. Hay otra, que nunca cambia.

Hoy, sólo hay ofrecimientos de la USL y del futbol centroamericano. Los salarios están muy lejos de sus pretensiones.

En Chivas, la puerta permanece cerrada. Intentó colocarse. En este mar revuelto y caótico que es el Guadalajara, quisieron ser, él y su promotor, los pescadores ganadores. Pero, ya el Rebaño tiene suficientes problemas y escándalos para correr riesgos.

Alguna vez, en Raza Deportiva de ESPNDeportes, hubo oportunidad de platicar con él. “Compárame el sabor de un gol con el de una copa de vino”, se le pidió. “Nada se compara con el sabor de un gol, ¡nada!”, respondió. “¿Y entonces?”, se le ripostó. Y vino el discurso de que ahora sí, nunca jamás, porque ya aprendió la lección.

Facultades tiene, o tuvo, al menos. Uno de sus mejores momentos lo vivió en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Era el futbolista que Luis Fernando Tena utilizaba conforme necesitaba el equipo y donde lo necesitaba el equipo. Fue una epifanía absoluta. Disciplinado, responsable, comprometido, generoso en la cancha, e incluso jugó con dolores de una lesión.

El Marco Fabián que Chivas y Jorge Vergara anhelaban, se mostró pleno en la justa olímpica. Tenía 23 años y un futuro esplendoroso y espléndido por delante. Terminó damnificado con la medalla de oro al cuello, como un lastre glorioso, del que no supo erguirse.

Hoy, al igual que otro de los pilares de ese oro olímpico, Giovani dos Santos, Marco Fabián de la Mora no encuentra equipo, y todas las crueles luces de neón apuntan a esa temible puerta trasera, la del retiro.

Finalmente, a Marco Fabián le alcanzó el destino advertido por Jorge Vergara. Se le han agotado las oportunidades. Él mismo transitó de la bonanza al páramo futbolístico.