En su afán por agilizar los juegos, el comisionado Rob Manfred y el béisbol de Grandes Ligas deberían aprobar la regla del nocaut beisbolero, o como también se le conoce como regla de la misericordia, que desde hace años se aplica en eventos internacionales y por la cual se le concede la victoria a aquel equipo que llegue al séptimo inning con diez o más carreras de ventaja.

Las probabilidades de que un conjunto consiga levantarse de semejante paliza son mínimas, casi inexistentes, con todo y la máxima de Yogi Berra de que "el juego no se acaba, hasta que se acaba".

Según el departamento de información y estadísticas de ESPN, desde el 2009, en 489 juegos de Grandes Ligas un equipo tuvo ventaja de diez o más carreras en la séptima entrada. ¿El resultado final? 489-0.

Un partido en el que uno de los dos contendientes ha anotado diez o más veces en menos de siete innings ya es de por sí largo y tedioso.

Completar las nueve entradas le añadiría al menos una hora más de duración a un juego que está decidido en un 99 por ciento, por lo que muchos fanáticos comienzan a abandonar el estadio o cambian el canal en busca de una mejor opción.

Detener las acciones en ese punto no va para nada en contra de la esencia del juego y evitaría continuar un espectáculo deplorable.

Lo vimos en el Clásico Mundial de Béisbol y en otros certámenes internacionales sin que se haya muerto alguien o acabado el mundo.

Pero vayamos más lejos aún. La última vez que un equipo llegó al séptimo episodio con desventaja de diez carreras y consiguió remontar y ganar, George Bush Padre no había siquiera llegado a la mitad de su mandato presidencial, la Unión Soviética todavía existía y aunque ya había caído el Muro de Berlín, no se había oficializado la reunificación de Alemania.

Fue el 21 de agosto de 1990, cuando los Filis de Filadelfia visitaban a los Dodgers de Los Angeles.

Después de siete capítulos, los Dodgers ganaban 11-1 y John Kruk, quien no abrió como titular en ese partido, sólo quería irse del estadio para poder legar a tiempo de recibir servicio de habitación en el hotel donde se hospedaban los Filis.

En el octavo Filadelfia descontó dos y puso la pizarra 11-3, para lograr la milagrosa remontada con ocho anotaciones en el noveno.

Con el juego 11-8, Kruk salió de emergente y con dos corredores en bases disparó cuadrangular que empató el marcador.

El puertorriqueño Carmelo Martínez se encargaba de remolcar la ventaja con doblete.

Después del juego, Kruk dijo que al darse cuenta de que ya no llegaría a tiempo al hotel antes de que terminara el servicio de habitaciones, entonces a los Filis no les quedaba más remedio que ganar el partido, para que el esfuerzo no hubiera sido en vano.

Desde entonces han pasado casi 27 años. Por eso, para que entiendan los puristas del béisbol, aplicar la regla del KO no va a desvirtuar el deporte por eliminar un fenómeno que se da una vez cada tres décadas.

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Posiblemente antes del Juego de las Estrellas, Adrián Beltré se convierta en el primer pelotero nacido en la República Dominicana en conseguir los tres mil imparables en Grandes Ligas.

Beltré, quien podría comenzar la campaña en la lista de lesionados, está a sólo 58 hits del club en el que sólo aparecen 30 peloteros en la historia de las Mayores.

De ese grupo exclusivo, solamente Wade Boggs y George Brett jugaron la mayoría de sus partidos en la antesala, lo que hace aún más sobresaliente el paso del quisqueyano por el mejor béisbol del mundo.

Asimismo, está a nueve dobletes de los 600, a 29 impulsadas de las 1,600 y a 55 cuadrangulares de los 500, aunque esta última cifra debería alcanzarla en la temporada del 2018, última de su actual contrato.

De esta manera, podría unirse a los miembros del Salón de la Fama de Cooperstown Hank Aaron, Stan Musial y Carl Yastrzemski como los únicos con al menos 3,000 hits, 600 dobles y 450 jonrones.

Beltré es un futuro inquilino en el Templo de los Inmortales, a donde entrará con la gorra de los Rangers de Texas, equipo con el que ha conseguido los mayores logros de su carrera.

Otro dominicano que en su momento será recibido con alfombra roja en Cooperstown será el gran Albert Pujols.

Con nueve bambinazos más entrará en el grupo que ahora integran Barry Bonds (762), Aaron (755), Babe Ruth (714) , Alex Rodríguez (696), Willie Mays (660), Ken Griffey Jr. (630), Jim Thome (612) y Sammy Sosa (609) con 600 o más jonrones. Necesita además 175 hits para los 3,000, aunque esta cifra se ve más difícil, pues desde el 2010 no ha logrado esa cantidad de imparables, aunque en dos ocasiones (2011 y 2012) se quedó en 173.

Un compatriota de Beltré y Pujols se acerca también a cotas históricas, pero desde la lomita.

El veteranísimo Bartolo Colón entra en su vigésima temporada y primera con los Bravos de Atlanta en busca de convertirse en el lanzador latino con más victorias en las Grandes Ligas.

A los 43 años, Colón necesita 13 triunfos para sobrepasar los 245 del nicaragüense Dennis Martínez.

Desde que cumplió 40 años, el carismático serpentinero quisqueyano promedia 15.5 victorias por temporada, por lo que las 13 que necesita para superar a "El Presidente" no se ven como algo imposible de conseguir en el 2017.

También está a 135 ponches de los 2,500, club que integran otros 32 lanzadores en la historia. Y con sólo 888 bases por bolas concedidas, podría ser apenas el noveno pitcher con 2,500 abanicados y menos de mil boletos.

Otros dos serpentineros en busca de grandes cifras son el venezolano Francisco Rodríguez y el cubano Aroldis Chapman.

Con 20 rescates más, Rodríguez, de los Tigres de Detroit, se unirá al panameño Mariano Rivera, a Trevor Hoffman y a Lee Smith como los únicos relevistas con 450 o más juegos salvados.

Además, K-Rod suma 1,119 abanicados y debe superar en ese departamento a Hoffman (1,133) y Rivera (1,173).

Y el hombre que más duro lanza en el béisbol va en busca de los 18 salvamentos que le faltan para llegar a los 200.

Chapman, de regreso con los Yankees de Nueva York, promedia 32 rescates por campaña y suma 636 ponches en apenas 377 episodios, a un ritmo de 15.2 chocolates por cada nueve innings.

En su caso, salud es la palabra clave para que el taponero cubano alcance en su momento a los grandes como Rivera y Hoffman.

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Luego de la pálida actuación de Cuba en el Clásico Mundial de Béisbol, los fanáticos de la isla claman a viva voz porque sean llamados a la selección nacional los peloteros que brillan en las Grandes Ligas para evitar un nuevo ridículo en la próxima edición del certamen, en el 2021.

Pero al mismo tiempo, los medios de prensa controlados por el gobierno han desplegado una furibunda campaña para tratar de acallar el reclamo popular y echarle la culpa del fracaso de la otrora poderosa escuadra cubana a las Grandes Ligas y al deteriorado embargo comercial que a duras penas persiste.

Bajo el título ¿Quién esconde los bates?, el diario Juventud Rebelde publica un artículo repleto de datos inexactos para enmascarar con una cortina de humo la verdadera y única razón por la que Cuba no cuenta con sus jugadores de las Mayores: falta de voluntad política para hacer lo que a todas luces es una necesidad inevitable.

Desde un año antes del WBC, muchos jugadores que militan en las Grandes Ligas expresaron su disposición a defender la camiseta de la isla y cuando la idea comenzó a tomar calor, Antonio Becali, presidente de INDER, organismo que rige el deporte en la isla, se encargó de enfriarla al asegurar que sólo se encararían los diferentes compromisos internacionales con jugadores que se mantuvieran vinculados al movimiento deportivo cubano.

En otras palabras, sólo cabrían aquellos sobre quienes el régimen tuviera control absoluto.

La tesis del artículo de Juventud Rebelde, firmado por Norland Rosendo, se desmorona como castillo de naipes tras las declaraciones, dos días después, del comisionado interino de béisbol, Yosvani Aragón, quien en una entrevista reafirmó la negativa a convocar "traidores y desertores".

Entonces, es Cuba quien esconde no sólo los bates, sino también los guantes y la pelota.

Los criterios de elegibilidad de los peloteros para participar en el WBC sólo se refieren al país de nacimiento de los jugadores o sus ancestros, sin que medien cuestionamientos políticos o económicos en los que se escudan las autoridades cubanas para mantener su negativa a una apertura.

¿Dónde está el documento en el cual las Grandes Ligas prohíben a los peloteros cubanos jugar por la selección nacional?

O mejor aún: ¿Existe alguna prueba de que Cuba solicitó los servicios de sus peloteros que juegan en las Mayores?

Supongamos que fueran ciertos esos frenos que alega Cuba como impedimento a usar a sus mejores peloteros que juegan en Estados Unidos.

¿Y qué pasa, por ejemplo, con Dayán Viciedo y Leslie Anderson, que se desempeñan en la liga profesional japonesa sin ningún vínculo con Estados Unidos? ¿O es que Japón también tiene un embargo comercial sobre La Habana y no nos hemos enterado?

Pero no, esos no son como Alfredo Despaigne, quien también juega en el béisbol nipón. Esos deciden por sí mismos y se van del control del gobierno.

Esa misma voluntad para representar a Cuba en torneos internacionales la han expresado los jugadores que participan en la liga profesional de voleibol de Italia y la respuesta ha sido la misma: no rotundo. Ah, ya, el embargo que tiene Italia, ¿no?

Una cosa es tener opiniones diferentes. Otra es mentir descaradamente.

Si el WBC es un evento organizado por MLB, el sindicato de peloteros debería defender el derecho de sus afiliados cubanos a participar en el torneo, pues una selección con Yoenis Cespedes, Kendrys Morales, Yuli Gurriel, Aroldis Chapman y José Abreu, entre otros, le daría más lustre a un espectáculo que reúne los mejores peloteros del mundo.

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La cuarta edición del Clásico Mundial de Béisbol resultó un éxito rotundo y garantizó la continuidad del certamen, nacido entre muchas dudas en el 2006 y que persistieron incluso hasta esta versión.

Desde que se lanzó la primera pelota en Seúl en el juego entre Israel y Sudcorea, con el que dio inicio el certamen el pasado 6 de marzo, el interés por la competencia fue incrementándose al punto de convertirse en tema obligado y casi único en muchas de las peñas deportivas del planeta.

Estas fueron algunas de las cosas que nos dejó el Clásico Mundial de Béisbol.

1.- Se rompió el mito de que EE.UU. no pone interés

Si bien es cierto que faltaron muchas estrellas de las Grandes Ligas, los jugadores que asistieron mostraron un gran compromiso con el objetivo de levantar el trofeo.

Inolvidables el arriesgado deslizamiento en primera base de Nolan Arenado para alcanzar la almohadilla tras un ponche ante Colombia, en una jugada que representaba el empate en un juego que se había complicado demasiado, o el espectacular fildeo de Adam Jones ante República Dominicana en partido de vida o muerte que dejó eliminados a los campeones del torneo anterior.

Fue tal el interés que generó el Clásico que el presidente del Sindicato de Peloteros, Tony Clark, reconoció haber recibido en el transcurso muchos mensajes de jugadores que lamentaban no haber participado y desde ya hubo quien aseguró su presencia en la edición del 2021.

2.- El WBC es un evento muy mejorable.

Desde la primera edición, en el 2006, hasta ahora, el Clásico Mundial ha crecido cuantitativa y cualitativamente.

Sin embargo, todavía tiene mucho techo para mejorar y es algo que deben tener en cuenta los organizadores para el 2021.

Es imprescindible mejorar el arbitraje y utilizar desde el primer día el video para definir jugadas cerradas, en aras de la justicia.

También urge una mayor celeridad en las definiciones de empates por la fórmula del Team Quality Balance (TQB), pues resultó imperdonable la demora para calcular una simple fórmula matemática que determino el rival de Italia para el juego extra del grupo D.

Por otro lado, muchos pusieron el grito en el cielo con la aplicación de una regla de softbol cervecero cuando tres juegos se fueron al undécimo inning.

Pero nadie murió por eso y demostró que el béisbol necesita encontrar formas de agilizarse.

3.- Una constelación de estrellas no garantiza el triunfo

Estados Unidos dejó en casa a la mayoría de sus principales figuras del pitcheo y a muchos de los mejores jugadores de posición y terminó llevándose la corona por primera vez.

Puerto Rico, sin tantos estelares, llegó invicto a la final, apoyándose en un juego alegrísimo, compacto y con una entrega única.

En el papel, República Dominicana y Venezuela parecían blindados, con estrellas en cada una de sus posiciones, pero ambas selecciones se quedaron a deber.

4.- El béisbol se puede jugar con alegría

Hagamos el béisbol divertido de nuevo. Esa fue la campaña que lanzó Bryce Harper al inicio de la pasada temporada, ante la cantidad de cánones y reglas no escritas que en ocasiones han convertido el juego en una actividad lenta y aburrida.

En el WBC hubo "perreo" constante y abundante y nadie se puso bravo. A nadie le tiraron un pelotazo intencional por celebrar batazos, ponches o grandes atrapadas.

Las Grandes Ligas deberían tomar nota de ello, sobr todo porque muchos de los que más gesticularon y celebraron con aspavientos juegan en el mejor béisbol del mundo.

5.- La grata sorpresa de Israel

No me vengan con la lloradera del manager cubano Carlos Martí, cuando después de la derrota ante Israel dijo que el equipo hebreo era una selección B de Estados Unidos.

Para los judíos, vivan donde vivan, nazcan donde nazcan, Israel es la tierra prometida, su nación de corazón. El compromiso de sus jugadores, en su mayoría nacidos en Estados Unidos, merece el más sonado aplauso.

Muchos se conocieron días antes del evento y lograron una unidad admirable, con conocimiento de los fundamentos del juego, que les permitió despedirse con récord positivo de cuatro triunfos y par de derrotas.

Por cierto, sin estrellas, mezcla de veteranos sacados del retiro y peloteros de ligas menores, si acaso serían una selección Z de Estados Unidos.

6.- Colombia se robó los corazones en Miami

Mientras Israel era la gran sorpresa en Asia, la selección de Colombia se robó los corazones de los más de 100 mil fanáticos que acudieron a los juegos disputados en el Marlins Park de Miami.

Estuvieron a punto de derrotar a Estados Unidos y República Dominicana, los dos equipos que según las casa de apuestas de Las Vegas, eran los favoritos a ganar el título.

Sus propios rivales, con mucho más renombre y tradición, tuvieron que quitarse el sombrero y reconocer el desarrollo conseguido por el béisbol colombiano en los últimos años y que bien merecería su inclusión en las Series del Caribe.

7.- La globalización del béisbol

La participación de las debutantes selecciones de Israel y Colombia en el Clásico Mundial es apenas una muestra de cuánto se ha globalizado el deporte de las bolas y los strikes.

Israelíes y colombianos ganaron sus boletos en torneos preclasificatorios, que contaron con la presencia de naciones ''beisboleramente exóticas'' como Nueva Zelanda, Filipinas, Sudáfrica, Alemania, República Checa, Francia, España, Gran Bretaña y Pakistán.

Y si bien es cierto que muchos de esos países apelan a jugadores nacidos en otras partes, es algo válido también, pues esos extranjeros nacionalizados constituyen la base sobre la cual partir para el afianzamiento y desarrollo futuro del deporte en esas naciones.

8.- Cuba vive de espalda a la realidad

Subcampeón en la primera edición del Clásico Mundial, Cuba ha ido de más a menos.

Aunque su fiel fanaticada lo pide a gritos, las autoridades siguen de espaldas a la realidad y se rehúsan a convocar a sus mejores peloteros, que juegan en las Grandes Ligas, a pesar de que la mayoría de ellos expresó su disposición a integrar la selección nacional.

Por el peso histórico de Cuba en el concierto beisbolero internacional, es necesario que la isla presente un equipo realmente competitivo y no uno cuyo pálido objetivo era sobrevivir a duras penas en la primera ronda.

9.- Los que se perdieron la fiesta fue porque no quisieron

Venezuela perdió en el camino a Salvador Pérez, a Martín Prado y a Miguel Cabrera.

Los Yankees de Nueva York no podrán contar con su campocorto holandés Didi Gregorius en el primer mes de la temporada.

¿Y? no hay que tenerle miedo a las lesiones. Las molestias, algunas más, otras menos graves, pueden surgir en el Clásico Mundial o en los juegos de pretemporada.

Algunas estrellas declinaron participar para concentrarse en la preparación para la próxima campaña y lo dijeron claramente.

A esos se les perdona. Lo inexcusable es que haya peloteros que se escuden en sus respectivas organizaciones para justificar sus ausencias.

Los que no fueron se lo perdieron, pero ejemplos sobran para demostrar que las franquicias no pueden frenar a nadie en su deseo de representar a sus países.

Si no, pregúntenle a Yadier Molina. Un colega quiso saber si los Cardenales de San Luis le habían puesto algún pero para asistir al Clásico y la respuesta del cátcher boricua fue contundente:

''Ellos saben...''

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Si se mira fríamente, República Dominicana y Venezuela tuvieron una actuación similar en el Clásico Mundial de Béisbol, al quedar ambos equipos eliminados en la segunda ronda del torneo.

Pero mientras los venezolanos pueden ser catalogados como la mayor decepción de la competencia, los quisqueyanos pueden decir que se fueron con la frente en alto.

Estamos hablando de los dos países que más peloteros aportan a las Grandes Ligas en Estados Unidos, ambos con constelaciones de estrellas en sus respectivas plantillas.

Es cierto que los dominicanos traían las más altas expectativas, basadas en la corona que ganaron de forma invicta en el 2013.

Y quizás estaban imbuidos de un exceso de confianza que pudo costarle caro.

Pero las dos derrotas que dejaron fuera al campeón defensor fueron en dos partidos intensísimos, justo frente a dos selecciones que están hoy entre las cuatro mejores del torneo: Puerto Rico y Estados Unidos.

Cuando la supervivencia en un evento dependen del resultado de un juego, como ocurrió en el enfrentamiento ante los estadounidenses, cualquiera pierde o gana.

Ellos habían vencido en la primera ronda en Miami y luego perdieron la revancha en San Diego, justo cuando no podían permitirse ese lujo.

Al final se marcharon con balance de cuatro victorias y dos derrotas, aunque con el mal sabor de no poder ir más lejos para defender su título.

Distinta fue la faena de Venezuela, equipo que necesitó de un partido extra para poder avanzar a la segunda fase.

El sorpresivo revés por paliza de 11-0 ante los boricuas desinfló a un equipo que una vez más se queda a deber en este tipo de certámenes.

Se sabía que Venezuela tendría en el pitcheo su punto más débil, con todo y la presencia de Félix Hernández en sus filas, pero las esperanzas estaban en que una alineación compuesta por José Altuve, Alcides Escobar, Miguel Cabrera, Carlos González, Martín Prado, Salvador Pérez, Odúbel Herrera, Rougned Odor y Víctor Martínez, entre otros, rescatara cualquier desliz de los lanzadores.

Pero el conjunto venezolano traía un mal de fondo desde la pugna entre el gerente general Carlos Guillén y el manager Omar Vizquel.

El propio Guillén fue desmentido en público por el jardinero Gerardo Parra cuando el primero dijo que no lo había convocado porque los Rockies de Colorado no le dieron permiso para jugar en el Clásico.

Parra afirmó que su ausencia en la vinotinto se debió a que no fue llamado por el gerente y que nada tuvieron que ver los Rockies con esto.

Para males mayores, el conjunto fue sufriendo bajas gradualmente por lesiones, al quedarse primero sin su cátcher titular Salvador Pérez y luego sin el antesalista Prado y el primera base Cabrera.

A Venezuela se le pedía colarse entre los cuatro grandes y a duras penas estuvo entre los ocho primeros.

Como mismo empezó terminó: con una soberbia paliza de 13-2 a manos de Puerto Rico, para despedirse con dos victorias y cinco derrotas.

Pero lo bueno que tiene el deporte es que siempre ofrece una nueva oportunidad. Quizás en cuatro años ya no sean los Cabrera o Víctor Martínez los encargados de llevar más lejos a Venezuela, pero habrá otros que puedan hacerlo, para orgullo de su fanaticada.

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No pueden quejarse las 145,905 personas que acudieron a los seis juegos en El Petco Park de San Diego, correspondientes a la segunda ronda del Clásico Mundial de Béisbol.

Con la excepción del encuentro entre Puerto Rico y Venezuela, ganado por los boricuas por paliza de 13-2, todos los demás encuentros fueron vibrantes, de esos que mantienen al borde del asiento a media humanidad.

La victoria de los puertorriqueños 3-1 sobre República Dominicana en el choque inicial del grupo, el martes pasado, sentó la tónica de cómo serían los demás enfrentamientos entre las cuatro principales potencias beisboleras del mundo.

Porque no lo pongan en dudas. Los cuatro equipos que se dieron cita en San Diego son la creme de la creme de la pelota en el planeta. No por gusto le llamaron el grupo de la muerte.

Tal es así que entre los eliminados del grupo estuvo el campeón defensor del título, que llegó al Petco Park tras ganar de manera invicta la primera ronda en Miami, y se fue con dos derrotas en tres partidos.

Y Venezuela, el segundo país, después de República Dominicana que más peloteros extranjeros aporta a las Grandes Ligas, también se fue del aire.

Necesitó un juego extra para avanzar a la segunda ronda y tras caer con las botas puestas ante estadounidenses y quisqueyanos, se despidió de la misma manera en que inició el torneo: con una soberana paliza a manos de los boricuas.

En su primer enfrentamiento, en la ronda inicial, los puertorriqueños liquidaron por nocaut de 11-0 en siete entradas.

Para que no quedaran dudas de esa primera vez, Puerto Rico volvió a darle duro a Venezuela, en un partido que ya no revestía ningún interés, con los primeros ya asegurados para las semifinales y los segundos eliminados de toda posibilidad.

El mayor show lo montaron los boricuas, con su cátcher Yadier Molina a la cabeza, para pasar por encima de todos sus rivales y mantener el invicto que arrastraban desde la primera ronda.

Si hubiera que definir la actuación del conjunto puertorriqueño con una sola palabra sería ALEGRÍA, así, en mayúsculas.

Da gusto ver el accionar sobre el terreno del equipo dirigido por Edwin Rodríguez, que ya está a una victoria de igualar su actuación en el clásico anterior, cuando cayeron en la final ante República Dominicana.

Pero a los boricuas no les conformará repetir el segundo lugar de hace cuatro años y tienen hambre de más.

Como también tiene Estados Unidos, aunque no siempre sus peloteros expresen sus sentimientos y emociones tan abiertamente por cuestión de idiosincrasia.

Todos los equipos dejaron la piel sobre el terreno de Petco Park, incluso los venezolanos, que se fueron debilitando gradualmente tras perder por lesiones a Salvador Pérez, Martín Prado y Miguel Cabrera.

Entrega no faltó y casi todas las noches, como dice Ernesto Jerez, el sufrimiento vino incluido.

La asistencia pudo ser mejor, dada la calidad de espectáculo que se ofrecía, pero la polémica eliminación de México en el grupo D en Guadalajara fue un factor que influyó en las bajas concurrencias de los tres primeros partidos, de poco más de 16 mil fanáticos por día.

Los que no fueron se perdieron un espectáculo de lujo, con todo y que puede mejorarse mucho más con detalles como el arbitraje y el uso del video en apelaciones.

Los 145,905 que fueron pueden sentirse satisfechos y retribuidos por cada uno de los centavos que pagaron por sus boletos.

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Por segunda vez en cuatro ocasiones, Estados Unidos se coló entre los semifinalistas del Clásico Mundial de Béisbol.

En otro partido intensísimo, los estadounidenses eliminaron al campeón defensor, República Dominicana, que se va a casa con las manos vacías, tras ganar la edición anterior de manera invicta.

Los quisqueyanos ya habían vencido a los norteamericanos en otro encuentro épico, disputado en el Marlins Park de Miami, correspondiente al grupo C de la primera ronda, cuando remontaron una desventaja de 0-5 y sacaron el juego del congelador.

Pero donde hay desquite, no hay agravio. Aquel de Miami podía perderse. Este de San Diego no.

Cuatro momentos clave tuvo el juego, que inclinaron la balanza a favor de los dueños de casa.

En el segundo inning, con ventaja de 2-0 en la pizarra, los dominicanos colocaron corredores en tercera y segunda sin outs, pero el zurdo Danny Duffy se las arregló para conseguir un escón de leyenda, al dominar nada menos que a José Reyes, Manny Machado y Robinson Canó.

Un racimo ahí habría sacado a Estados Unidos del juego, pero el cero logrado a la defensa inspiró a los bateadores, que en el siguiente inning consiguieron igualar la pizarra.

El segundo momento determinante llegó en el principio del cuarto episodio, cuando Giancarlo Stanton le desapareció una pelota a 424 pies por el jardín izquierdo al abridor quisqueyano Ervin Santana, para darle a su equipo una ventaja que no volvería a perder.

En el cierre del séptimo se produjo la que podría ser catalogada hasta ahora como la jugada del torneo.

Machado estuvo a punto de botarle la pelota al relevista Tyler Clippard por el jardín central, pero Adam Jones, nativo de San Diego, se llevó la bola con un salto felino, que mereció hasta el reconocimiento del propio bateador, quien se quitó el casco y reverenció semejante atrapada.

El verdadero valor de ese fildeo se vio en el turno siguiente, cuando Canó, despachó cuadrangular por la banda contraria, que habría igualado el marcador 4-4 de no haber sido por la jugada de Jones.

Si República Dominicana hubiera conseguido empatar en ese inning, el impacto anímico podría haber sido devastador para los norteamericanos, que ya vieron cómo, una semana antes, se les escapaba de las manos un triunfo ante los caribeños.

Y por último, fundamental fue el despertar de Andrew McCutchen, quien llevaba de 12-1 (.083), cuando en el octavo episodio disparó un doblete que remolcó dos más, para devolver la tranquilidad en la pizarra del Petco Park, abarrotado por 43,002 fanáticos.

Estados Unidos ganó la revancha y ahora tiene la posibilidad de tomar otro desquite, cuando enfrente a la invicta escuadra de Japón en la segunda semifinal, a jugarse el martes 21 en el Dodger Stadium de Los Ángeles.

En ese mismo escenario, durante la segunda edición del WBC en el 2009, los nipones eliminaron en semifinales a la selección de las barras y las estrellas por pizarra de 9-4.

De aquel juego sólo queda un pelotero que volverá a tomar parte en el nuevo duelo: el jardinero de los Astros de Houston, Norichika Aoki, quien en aquella oportunidad se fue en blanco en cinco turnos, con un ponche.

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Se suponía que los partidos de muerte súbita en el Clásico Mundial de Béisbol estaban reservados para las semifinales y la final.

Se suponía también, según las casas de apuestas de Las Vegas, que Estados Unidos y República Dominicana eran los favoritos para disputar la final del evento.

Pues ni lo uno, ni lo otro. Estadounidenses y quisqueyanos se enfrentarán este sábado en choque de vida o muerte, cuyo ganador avanzará a las semifinales y el perdedor se irá para su casa.

En otro vibrante partido, ante una concurrencia que por primera vez superó los 30 mil fanáticos en el Petco Park de San Diego, Puerto Rico venció 6-5 a Estados Unidos y aseguró su presencia entre los cuatro grandes del torneo, como puntero del grupo F, aun cuando le resta jugar contra la ya eliminada Venezuela.

Será Holanda en rival de los boricuas en semifinales, mientras que el vencedor de norteamericanos y dominicanos se medirá a la escuadra japonesa.

Cuando Edwin Díaz ponchó a Josh Harrison para el out 27, fuimos testigos de un acto de justicia divina, pues la jugada que debió terminar el partido fue justo la anterior, en la antesala, cuando un error arbitral dejó con vida a Brandon Crawford con la potencial carrera del empate.

El arbitraje, en sentido general, estuvo fatal. Andrew McCutchen salió expulsado por el umpire principal, Will Little, por protestar un tercer strike totalmente fuera de zona. Otros bateadores de ambos equipos también se quejaron de la inexactitud del árbitro, aunque no llegaron a la expulsión.

Pero no fue sólo Little detrás del plato. A la ya mencionada jugada en la antesala que benefició a los estadounidenses hay que sumarle una doble matanza en el segundo episodio, que eliminó la posibilidad de un racimo y que a decir verdad, el bateador Daniel Murphy llegó a primera antes que el tiro.

Aquí llegamos a dos puntos en los que los organizadores del Clásico Mundial tienen que trabajar para la edición del 2021:

En primer lugar, mejorar el nivel del arbitraje. Si el WBC es el evento supremo del béisbol a nivel internacional, es imprescindible que impartan justicia los más capacitados.

Y en segundo lugar, hay que aplicar el uso del video para reclamaciones de jugadas cerradas, que pueden definir el resultado de un partido, más allá de los cuadrangulares dudosos.

Hay que usar las repeticiones en cámara lenta en cada una de las fases del certamen.

Volviendo a Estados Unidos, el equipo de las barras y las estrellas está obligado a tomar venganza de la derrota que le propinaron los dominicanos en la primera ronda en Miami, en un partido que iban ganando 5-0 y los caribeños lograron darle la vuelta en el marcador.

El zurdo Danny Duffy, de gran faena ante Canadá en el Marlins Park, fue anunciado por el manager Jim Leyland para iniciar el crucial encuentro, mientras que por los campeones vigentes lo hará el derecho Ervin Santana, que se sumó al equipo en los últimos días y aún no ha visto acción en la competencia.

Leyland tendrá que poner, sí o sí, a sus mejores hombres sobre el terreno y olvidarse ya de aquello de tratar de darles juego a todos sus hombres. Es difícil dirigir una constelación de estrellas, pero hay un interés superior que está más allá de los egos individuales, digo, si es que de veras están interesados en ganar esta cosa.

La clave estará en atacar temprano a Santana, quien sólo ha lanzado cinco entradas en los entrenamientos primaverales con los Mellizos de Minnesota, para tratar de tener ventaja antes de que llegue el batallón de lanzallamas que integran en cuerpo de relevistas de Quisqueya.

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Hace un año, Bryce Harper tomó prestado el slogan de campaña del hoy presidente Donald Trump y parafraseándolo, lanzó la consigna ''Hagamos el béisbol divertido de nuevo''.

Pues la diversión regresó, aunque no precisamente en las Grandes Ligas.

El Clásico Mundial de Béisbol ha sido un éxito rotundo en cuanto a asistencia de público, a competitividad y sí, a mucha, muchísima diversión.

Los jugadores, defendiendo los colores de sus respectivos países, han sido ejemplo de entrega sobre el terreno, arriesgando el físico más allá de todo límite.

Me imagino al gerente general de los Rockies de Colorado saltando del susto cuando Nolan Arenado se deslizó audazmente de cabeza para tratar de alcanzar la primera base después de que el cátcher colombiano Jonathan Solano perdiera la pelota, en una jugada que significó el empate de un épico partido.

Se ha jugado una pelota alegre, con ''perreo'' incluido. Los bateadores se han gozado sus jonrones sin que nadie se haya sentido ofendido, a diferencia de lo que ocurre en las Mayores, donde los toleteros casi están obligados a bajar la cabeza tras mandar la bola sobre las cercas, como si hubieran cometido alguno de los siete pecados capitales.

Cuando Jorge Alfaro disparó ante República Dominicana el batazo más importante en la historia del béisbol colombiano desde el hit de Edgar Rentería en la Serie Mundial de 1997, las celebraciones estallaron en el terreno del Marlins Park con todo el derecho del mundo.

El cubano Alfredo Despaigne hizo alarde de poder al disparar decisivo grand slam frente a Australia y ninguno de sus rivales saltó de ira como canguro contra el pelotero antillano.

Los holandeses se dieron banquete ante Cuba y festejaron cada batazo, hasta completar 14 carreras y a nadie del equipo contrario se le ocurrió tomar represalias con un bolazo intencional.

Y ni hablar de la celebración del segunda base puertorriqueño Javier Báez antes de recibir un certero disparo de Yadier Molina para enfriar en la intermedia al dominicano Nelson Cruz en un absurdo intento de robo.

Es pelota caribeña en su máxima expresión, con una intensidad única, que se ha transmitido a los jugadores de otras latitudes, con el fervor de una competencia que parece haber asegurado su continuidad por al menos otros cuatro años.

Ha sido tan contagiosa la alegría que se emana de los terrenos donde se han jugado los diferentes grupos del Clásico que ya Mike Trout, uno de los grandes ausentes de la selección estadounidense, manifestó su deseo de formar parte de la fiesta en el 2021.

Si los lanzadores celebran con gestos exagerados un ponche en un momento crucial del juego, ¿qué hay de malo en festejar un cuadrangular, si no hay nada más difícil en el deporte que batear una pelota que viene a más de 90 millas por hora?

¿Quién le ha dado a algunos jugadores aburridos, como Brian McCann, el cargo de comisario de las buenas costumbres en el terreno?

El Clásico Mundial le ha enviado un mensaje claro a las Grandes Ligas: el béisbol es un deporte de hombres que debe jugarse sin olvidar la alegría de los niños.

Hemos sido testigos de una fiesta extraordinaria, mejor que las tres ediciones anteriores, aunque Bryce Harper, el abogado de hacer el béisbol divertido nuevamente, se la haya perdido.

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Nadie dijo que los equipos favoritos estaban obligados a ganar siempre por paliza. Basta con aprovechar los pocos errores que les regalen los rivales para sacar ventaja.

Eso fue lo que hizo la selección de Estados Unidos ante Venezuela, en el primer partido para ambos equipos en la segunda ronda del Clásico Mundial de Béisbol, que se disputa en San Diego.

Una vez más, el pitcheo abridor demostró ser uno de los puntos más sólidos del conjunto de las barras y las estrellas, a pesar de la ausencia de los renombrados Clayton Kershaw, Madison Bumgarner o Jake Arrieta.

El zurdo Drew Smyly trabajó cuatro innings y dos tercios en los que permitió una sola carrera sucia, gracias a un error propio en tiro, en tanto abanicaba a ocho venezolanos.

Hasta el momento, entre Smyly y Chris Archer, Marcus Stroman y Danny Duffy, abridores en la primera ronda, han trabajado 17.1 episodios con efectividad de 0.00 y 22 ponches propinados.

Como una fiera agazapada, con paciencia asiática, el trabuco norteamericano esperó el momento preciso para dar sus zarpazos ante un conjunto venezolano que lució mucho mejor que en la primera ronda en Guadalajara, donde sobrevivió a duras penas.

En un parque más favorable a los lanzadores que el estadio Charros de Jalisco, Smyly y el derecho Felix Hernández se trenzaron en un bonito duelo de serpentineros que llegó con marcador mínimo de 1-0 al séptimo inning.

Rougned Odor extendió la ventaja de los sudamericanos con bambinazo solitario ante Dave Robertson, pero luego cometió un error en el cierre de ese episodio que permitió a los estadounidenses anotar su primera carrera.

Pero el juego no se acaba hasta que se acaba y ya con el Rey Félix fuera del juego, los estadounidenses la emprendieron con el relevista Hector Rondon en el final del octavo.

He aquí la razón por la que los Cachorros de Chicago salieron a buscar al cubano Aroldis Chapman para que rescatara sus partidos en la segunda mitad de la pasada temporada, luego de que Rondón desperdiciara cinco ocasiones de salvamentos.

Adam Jones lo recibió con bambinazo que igualó las acciones, Christian Yelich lo siguió con sencillo al medio y tras un out sobre Nolan Arenado, Eric Hosmer se voló la barda para remolcar las dos carreras de la ventaja.

Con este triunfo, Estados Unidos da un paso importantísimo en sus aspiraciones de llegar a semifinales por segunda ocasión (ya lo consiguió en el 2009) y ahora enfrentará en su próximo partido a Puerto Rico, el otro equipo del grupo con un triunfo son derrota.

Ahora bien, cada vez la competencia se pone más cerrada y el manager Jim Leyland debería ir pensando en estabilizar una alineación, más allá del deseo de cada jugador de aportar su granito de arena.

El liderazgo y la ofensiva de Buster Posey detrás del plato y las excelsas manos de Brandon Crawford en el campocorto no pueden obviarse a esta altura del torneo, si es que de veras hay interés en ganar.

Por segundo día consecutivo se da un juegazo en el Petco Park, aunque lastimosamente, apenas 16,635 fanáticos acudieron a presenciar ese gran espectáculo, dos menos que el día anterior, en el juego de República Dominicana y Puerto Rico.

Es entendible que en San Diego, la gran fanaticada mexicana estaba esperando la presencia de Adrián González y compañía en la segunda ronda para acudir masivamente al estadio.

Pero la temprana y polémica eliminación de la novena azteca ha provocado una baja en la asistencia, que contrasta el multitudinario apoyo que se recibió en el Marlins Park de Miami, sede del grupo C en la primera fase.

Si en el primer Clásico en el 2006, el estadio Hiram Bithorn de San Juan fue doble sede de primera y segunda ronda y lo mismo ocurrió este año con el Tokyo Dome de Japón, los organizadores del evento deberían pensar para la edición del 2021 en darle a Miami la sede de primera y segunda fases, donde la asistencia abrumadora está garantizada.

Hasta el momento han entrado a todos los juegos en lo que va de certamen 746,153 fanáticos, por lo que podría romperse el récord de mayor asistencia, que es de 801,408, registrado en la segunda edición del Clásico Mundial, en el 2009.

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