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Genio y figura

“El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable persiste en intentar adaptar el mundo a él. Por consiguiente, todo progreso depende del hombre irrazonable”. George Bernard Shaw

CIUDAD DE MEXICO.- No es fácil para mí escribir este texto. Cada vez que cierro los ojos, aparecen su sonrisa picaresca y su gran pasión por la vida. Su manera de caminar, de gesticular, de explicar y defender lo que él considera la verdad o su verdad. Es único, y puede que, detrás de esa imagen que se asemeja a un personaje, hay algo de ficción, pero la realidad se impone siempre y aparece su gran corazón, ese que el martes por la tarde dejó, inexplicablemente, de latir…

Describir, o tratar de describir al personaje, no es una tarea sencilla. Todo lo contrario, pero, créame que lo primero que me viene a la mente cuando imagino a aquel futbolista de cabellera larga, patillas anchas, flaco, larguirucho y de una sonrisa pilla corriendo por el campo con la camiseta en amarillo y azul (amarillo y azul de los “buenos”, no se confundan), lo primero que viene a mi mente es un jugador que era capaz de ver, sentir y apreciar lo que otros ni siquiera imaginaban. Era un visionario del juego. Encontraba huecos donde no había espacios. Manejaba los tiempos y los hilos del juego… Daba el pase exacto, y si era necesario, amagaba, hacía una finta y se metía entre los dos pesados defensores centrales para terminar con gol una jugada que él mismo había planeado. Tenía, además, una pierna derecha privilegiada en la larga distancia.

Usaba el 8 porque fue uno de los precursores para que la camiseta 10 emergiera un poco más adelante. “Era uno de los pocos que sabía que iba a hacer con la pelota ates de recibirla”, explica su compañero de cancha y andanzas, Roberto Gómez Junco.

Formó parte de unos de los equipos más completos y espectaculares en la historia del futbol mexicano. Los Tigres de mediados y finales de los setenta: los Tigres de Miloc, los Tigres de Barbadillo, los Tigres de Batocletti, pero la realidad es que la mayor parte de esos Tigres eran suyos, sólo suyos. Él forjó una leyenda a partir del Estadio Universitario y de aquella memorable final ante los Pumas de Cabinho, de Muñante y de Hugo.

En 1986, cuando su carrera tocaba ya puntos finales, fue el líder moral de la Selección Mexicana que afrontó el Mundial en casa. Un Mundial donde gran parte de la presión recayó sobre él, su influencia en el grupo, su relación con Hugo Sánchez… Algunos de sus celebres pincelazos terminaron pintando obras de arte en aquel equipo que dirigía Bora Milutinovic. “Era un líder natural. Era muy fácil dirigirlo”, explica el entrenador serbio.

Ha tenido una larga, y yo diría también exitosa, carrera como entrenador en el futbol mexicano. Tras sus días en la cancha, mostró su conocimiento y personalidad desde el banquillo, donde siempre había espacio para dimes y diretes, pero donde prevaleció algo fundamental para resaltar su trayectoria: su pasión y su entrega por el futbol. Seguramente, le faltó ser campeón, pero más allá de ello, sus equipos mostraban orgullosamente su forma de concebir el juego. En la parte final de su carrera, alcanzó a dirigir equipos de alto protagonismo como Cruz Azul y Chivas.

Hace 41 años, yo, un niño, estaba sentado en una platea del Estadio Azteca. Mi papá, furibundo americanista (para acabar con las sospechas), me enseñaba sobre el juego y se desgañitaba elogiando el mediocampo del América: “Ahí esta Cristobal y luego el 8, mijo, el 8 es el mejor de todos”, me decía.

Creo que mi padre pensaba que estaba viendo al “8” equivocado. Quien realmente nos había cautivado en aquella asoleada mañana de domingo en la capital, no había sido Carlos Reinoso.

Hurguemos en la historia más profunda del futbol mexicano. No se confundan. Buscamos a ese jugador que quizá nunca hemos tenido. Uno que se colocará sobre los hombros al equipo basado, ante todo, en su inteligencia y destreza técnica. Dejemos fuera a Hugo, a Rafa y a “Chicharito”. Los mejores, pero nunca tuvieron esas características.

Dicen que ‘El Pirata’ Fuente, o quizá aquel habilidoso Héctor Hernández del campeonísimo...Los sueños rotos de Alberto Onofre, Manuel Manzo, y las obras inconclusas. Cuauhtémoc Blanco y una magia que sólo pudo ser domestica en tiempos donde la exportación ya estaba de moda y era exigida para ser probado... y hasta llegar a los tiempos modernos de las redes sociales, donde cada joven asegura haber visto al mejor de todos (Herrera, Lozano, Tecatito), sin importar lo que haya ocurrido anteriormente.

En el 2018, en el Mundial de Rusia, tuve la oportunidad de conocer más al ser humano. Roberto Gómez Junco me lo “encargó”. “Tomás habla mucho. Hazte cargo de él”, me dijo. Y partir de ahí pasamos juntos todo el Mundial. Frente a la televisión, en la azotea desde donde ESPN transmitía, en esas largas caminatas de madrugada por la Plaza Roja y en restaurantes viendo uno, dos, tres y hasta cuatro partidos por día. Me hablaba de futbol. Veía lo que yo no alcanzaba a ver y defendía ferozmente cada punto. Luego, cuando el árbitro silbaba, me hablaba de sus hijos, del orgullo y del amor que sentía por ellos. De su amada esposa. De la familia, de los errores que cometió. Yo escuchaba, aprendía, de futbol y de vida.

Todavía hace menos de un año, tuvimos una larga cena y sobremesa en Mazatlán, justo cuando había dirigido lo que sería su ultimo partido en el futbol. Después, el “Whats App” se transformó en la forma de comunicarme con él. Mientras yo estaba en vivo, sentado para hacer Futbol Picante, él me daba sus puntos de vista, el último de ellos, sobre el juego de ida de los octavos de la Champions entre el PSG y el Real Madrid. “Es un entrenador italiano. ¿Qué esperabas?”, me escribió sobre Ancelotti y la propuesta del Madrid en Paris. Quien iba a decir que no llegaría a ver el juego de vuelta de este miércoles.

Descansa en paz, Tomás. Descansa en paz querido y admirado Tomás Boy, genio y figura, justo hasta la sepultura…

@Faitelson_ESPN