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3-3 que fervoriza la tribuna, pero amarga vestidores

LOS ÁNGELES -- La justicia siempre apesta a injusticia. Pumas 3-3 América. El empate lo resolvieron con drama, con goles, en los estertores del juego. La intensidad lo estancó, pero los goles lo vistieron de gala.

Con las maromas angustiantes de las volteretas, detrás de la esplendidez de las anotaciones, saltaron y asaltaron errores defensivos, en una complicidad que le dio drama a un juego cargado de voluntades y presiones.

El morbo se quedó en ascuas, Roger Martínez entró al minuto 63 y el desafío le quedó grande. Se necesitaba más que pujanza para poder redimirse y la deuda sigue pendiente.

Nicolás Freire sorprende al minuto ocho. Federico Viñas nunca llega a la marca. Lo cuestionable es quién alucinó y le ordenó a una oveja cazar a un lobo. Freire, por aire, necesitaba alguien de su tonelaje y astucia. Guillermo Ochoa, contemplativo.

América se reorganizó pronto. El gol no le intimidó y sufriendo ante la cohesión de marca de Pumas, merodeaba el feudo felino, desprotegido bajo la protección de Saldívar.

El empate es una joya… turbia. El zurdazo de Leo Suárez era una flecha de cicuta, pero la muralla bajó la guardia, el balón entra por el boquete y Saldívar, una estatua de sal en el pecado de acomodar la desacomodada barrera,

Con el empate amenazando el espectáculo, pero seduciendo sin sonrojo a ambos contendientes, quedaba claro, sin embargo, que asumían el compromiso plural, porque ambos, Pumas y América, llegaban humillados y además estaban azuzados por la rivalidad.

Taciturnos, atentos, pero cautos, dejaron consumir el tiempo, apenas con escarceos más accidentales que convencidos para generar jugadas de gol. El empate tenía el regocijo del indulto para ambos.

Pero, en una noche donde el error emboscaba ambas áreas, Federico Viñas se encuentra un regalo. Saldívar tiene tiempo, espacio, opciones, perfil, pero, Saldívar es siempre Saldívar. Con una obscenidad casi sospechosa, el portero de Pumas entrega el balón al uruguayo, quien trompicándose, por la sorpresa del obsequio, empuja el 1-2.

Bendito Saldívar que arrinconando a Pumas, permitió salir del rincón el espectáculo. Pumas regresó al juego, desafiando al visitante.

Pero si Pumas tiene a Saldívar, América tiene a Paul Aguilar. Víctor Malcorra lo corre bien. Acude al huevo, acuna con el pecho, se deshace con una carga y velocidad a la versión anquilosada del marcador americanista y vence a Ochoa. 2-2 al 82’, cuando la igualada nuevamente susurraba seductora.

Ya poco podía resolverse desde las bancas. El destino del juego estaba en ese ajedrez incierto entre las fichas blancas de los aciertos y las fichas negras de los errores.

Por eso el desenlace es un epílogo genuino de esta rivalidad. Al 84, Dinenno estremece el estadio con el 3-2, pero, América es de esos equipos que aún muertos y embalsamados tiran dentelladas a la yugular.

Tiro de esquina al ’94. Guillermo Ochoa se suma al área, soliviantado seguro por la estampa –la buena, claro–, de Nahuel Guzmán. Pero, La Rosa de Guadalupe no le alborota los caireles con una brisita de gloria al arquero, sin embargo, surge el rescatista de casos despesperados.

El balón llega al área, Ochoa salta pero como mera distracción, tanto que la pelota estampa el pescuezo, la clavícula y los deltoides de un accidentado Henry Martín, con tanta fortuna, como reivindicación al ninguneo de Miguel Herrera, y el balón entra a la izquierda de Saldívar, desamparado esta vez, por sus torres en la zaga.

Al menos rindieron cuentas en las redes. 3-3, con goles manchaditos de infortunios y torpezas en defensa, pero con la algidez del drama, Pumas y América dejaron sonrisas en la tribuna, aunque rostros sombríos en sus vestidores.