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Cerca de lo sublime, Monterrey elige el ridículo

LOS ÁNGELES -- Lo malo, es que Monterrey es un contumaz religionario del ridículo; lo bueno, es que no debió llevarse a su sala de trofeos, el monigote festivo por los 60 años de Tigres, porque hasta eso le arrebató San Luis.

Monterrey 2-2 San Luis. Y Rayados sigue como leproso del torneo, y los vítores de hace meses, ahora son vituperios recurrentes. Ahora se la rayan a sus Rayados. Hay, claro, una explicación y un motivo.

La afición sangra y los jugadores ni cicatrices en su cinismo tienen. El Turco Mohamed se ampara en los mismos pretextos. Un título de Liga tolera la charlatanería. Hasta oculta la pereza.

En dos minutos, los potosinos asaltaron los vestigios y despojos del campeón Rayados, que embaucó malosa y maliciosamente a sus seguidores con la utopía enclenque de que finalmente conseguirían su primera victoria.

Goles de Ake Loba (26’) y Jesús Gallardo (‘56) armaron con siniestro oropel un mamotreto de esperanza, de odisea, de epopeya, de resurrección, de levantamiento, porque además, Rayados ganaba con un hombre menos desde el minuto 17 (roja rigorista a Daniel Parra).

Porque parecía que Monterrey volvía a esas jornadas de fascinación impetuosa, capaz de construir con sus propios desechos, la capacidad de una épica, como en el torneo anterior. No fue así. Dos minutos, dos descuidos, y la oda terminó en parodia.

Germán Berterame (83’) y Nicolás Ibáñez (‘85), a bayoneta calada, derribaron la pantomima de muralla que había montado Rayados, y sólo la fortuna, Barovero y los estremecimientos de titubeo de los potosinos de cara a una hazaña, evitaron la bancarrota absoluta de los tercos del Turco.

Cierto: el desenlace es un relato cruel de una novela rosa. Como pedirle a Tarantino o a Stephen King el desenlace de Plaza Sésamo.

Por momentos, por muchos momentos, Monterrey fue mejor. Incluso con diez. Incluso 12, cuando el VAR y el cuerpo arbitral formaron bloque contra el equipo.

Rayados hizo ver mal a San Luis. Hasta Miguel Layún se escapó de su alegoría como regio, hasta mostrar de esos momentos de arrojo y comprometido futbol con el equipo de verdad ansioso por dejar de ser el hazmerreir de la ciudad, del estado, del futbol mexicano.

Tras la injusta expulsión de Parra, Monterrey, lejos de intimidarse, se reacomodó mejor defensivamente y hurgó en la impaciencia y desesperación del adversario al que se lo tragaban la urgencia emocional de ser uno más en la cancha.

La belleza del “se los advertí”, es que no caduca. Rayados es muy diferente del equipo del torneo pasado. Como muchos de los cuadros de Mohamed, éste carece de fondo físico, que lo perdió en la errónea transición del campeonato a la siguiente competencia.

Recuerden: Miguel Herrera les dio un librito a sus amargados subcampeones para las vacaciones, para trabajar a diario. En Monterrey, a sus campeones, les dieron luz verde para vivir en rojo esos días de asueto.

Los dos o tres adictos enfermizos a este espacio, recordarán las advertencia al llegar Mohamed a Rayados el torneo pasado: la obra negra ya la había realizado Diego Alonso y había dejado en su testamento un equipo en el clímax de su potencia física… y de su disciplina.

Claro, le faltaba jugar futbol. Y necesitaba a un conductor, no a uno que choca con carrito de supermercado y no puede conducir un Ferrari, como el que puso a punto, sin saber para qué. Alonso no sabía que tenía un equipo para campear y ser campeón, Mohamed sí.

Ahora, Rayados tiene un Ferrari versión Mohamed. Mucha idea de futbol y una agradable versión de autopistas, pero sin el fondo físico y sin el dogma disciplinario dentro y fuera de la cancha que tantas broncas generó entre Alonso y sus jugadores.

Ahora, Rayados tiene 24 puntos pendientes. Necesita ganar prácticamente el 90 por ciento de ellos. O puede, también, dedicarse a la Copa MX, en la que están en desventaja ante Ciudad Juárez para de esa manera darle un dedazo de atole a su conformista legión de seguidores.