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Chivas y Rayados, con el síndrome de la autonegación

LOS ÁNGELES -- Un empate de confirmaciones, poco saludables, por cierto. Chivas no se consolida, no se impone y aún se aterra, más que se aferra, ante la posibilidad de la victoria. Monterrey no gana, no clasifica a Liguilla (si la hay), y es campeón, pero ya no defensor, porque no se defiende ni de sí mismo.

1-1, entre Chivas y Rayados. En un espectral y lúgubre Estadio Akron, donde las voces eran reminiscencias de esos fantasmales habitantes de la Comala de Juan Rulfo. Nada flagela más a los estadios que los silencios de sus ausentes.

Noche de sábado, de fiesta pues, a la que la maligna acechanza del coronavirus, le arrebató las galas, y la desnudó a la intemperie de un futbol que sin espectadores pierde la coreografía magnífica y poderosa de los séquitos multicolores en la tribuna.

Por transpiración no quedó, por inspiración sí. En la cancha hubo ese sudor genuino. A veces sin brújula, a veces sin intención, con un Chivas que por lapsos demostraba que podía maniatar a Monterrey, y por otros en los que era incapaz de frenar el tráfico que era evidente manejaba mejor Antonio Mohamed que Luis Fernando Tena.

El empate es un clavo reluciente –otro más-- en el oxidado sarcófago del campeón vigente, al cual se niega a meterse, y se convierte Rayados en la plañidera de su propia desgracia. Sus lamentos apestan más a pretextos que a explicaciones.

“Fuimos mejores, pero fallamos”, viene siendo la jaculatoria aburrida, inapetente ya, del Turco Mohamed. Y es cierto, pero la verdad se convierte, por irremediable, más en eutanasia que en redención.

El arbitraje de Diego Montaño fue una exposición magnífica de un “mil usos”. En 90 minutos, arruinó, compuso y volvió a descomponer el partido. Ya que andan los científicos ensayando un centenar de modelos de vacunas contra el CoronaVirus, podrían, por ocio nomás, en una de esas ecuaciones de moléculas, buscar el antídoto para el BrizioVirus y sus muchachos.

Montaño quedó a deber amarillas, especialmente a Rayados. Vio faltas que nunca se perpetraron y cerró los ojitos, a acciones en el área, que en otros partidos, se considera como dogma sancionar. Pero, eso convierte en fascinante al arbitraje mexicano: su surrealismo.

En una jornada más, ni la primera ni la última, el arbitraje, la Liga Mx misma, confirman aquella reflexión de Salvador Dalí: “Nunca volveré a México. No puedo estar en un país que es más surrealista que mis pinturas”.

Monterrey, que pretenderá (si se juega) magnificar la Copa Mx, sacándola de su estuche de banalidad, sigue siendo por momentos ese equipo agradable, con las costuras chuecas de un sastre como Mohamed, al que siempre le falta un botón o le sobra un ojal.

Rayados genera. Con esa transición impecable, a veces, e implacable, en pocas veces, que semeja un equipo de basquetbol al que se le atrofiaron las retinas al plantarse ante las redes. Un LeBron James con artritis.

Mohamed dio cátedra de hacer enroque hasta con piezas prohibidas. Y a pesar de que sus alfiles caducan por la edad o por torpeza, pero amenaza aún sin Funes Mori ni Janssen, y hasta cargando con caprichos sospechosos como Kranevitter y Maximiliano Meza, sin duda el fraude más costoso llegado al futbol mexicano.

A Luis Fernando Tena le urge una opinión de peso en la banca o saber elegir entre las opiniones sin peso que le llegan a la banca. Cuando decide perder el control del juego, a pesar de ganar con el 1-0, sufre por su propio trabalenguas.

Y realmente inexplicable era que un equipo como Chivas, diseñado para ser un todo terreno, terminaba perdiendo posiciones, que por juventud, dinámica y rapidez, deberían pertenecerle, sobre un equipo avejentado cronológicamente, y ahora, hasta moralmente, como Monterrey.

Terminó siendo pues, un juego de confirmación sobre negaciones. Chivas, a veces, no quiere, aunque siempre puede y debe. Y Rayados ya ni puede, aunque a veces quiera y siempre deba. ¿El arbitraje? Los infectados del BrizioVirus ya ni pueden, ni quieren, ni deben porque siempre quedan en deuda.