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¡Cuauhtémoc Blanco está loco!

LOS ÁNGELES -- Cuauhtémoc Blanco debe estar loco. Es más, está loco. De esos locos insanamente cuerdos. De esos casos perdidos como los que describe el italiano Carlos Dossi: “Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios”.

Cuauhtémoc nació un 17 de enero. Pero su certificado de nacimiento, como uno de los extravagantes del futbol, lo recibió el 13 de junio de 1998. Y cumplió años nuevamente hasta el 13 de junio de 2002.

Ése es un privilegio de ellos, de los locos. John Dryden lo explica así: “La locura es un cierto placer que sólo el loco conoce”.

El problema es cuando esos locos, como Cuauhtémoc, enloquecen tanto que terminan por enloquecer a los demás.

Estadio Gerland en Lyon. Mundial de Francia 1998. 13 de junio. Cuauhtémoc pelea y recupera un balón por izquierda. Corea del Sur, con un hombre menos, jugaba agazapado en su trinchera.

Dos sudcoreanos, de apellido Lee, Ming-Sung y Sang-Yoon, se plantan ante él, arrinconándolo cerca del tiro de esquina. Bloqueo absoluto. Imposible el pase o el regate. Incluso para ese tipo despatarrado y poco agraciado, con rodillas equinóvaras (explicado así por el doctor del América, Alfonso Díaz), y con sus pies marcando siempre que faltaban diez minutos para los dos.

Pero los sudcoreanos no conocían el tipo de locos que se engendran en Tepito. Y los dos Lee nunca pudieron leer una de las fantasías circenses mundialistas. Entre el dique que formaban Ming-Sung y Sang-Yoon, saltó el loco o saltó la liebre.

“Los locos ven donde el resto permanece ciego”, según proverbio coreano. Y sí. Cuauhtémoc Blanco atenazó casi con los talones el balón, que ni él ni ninguno de sus congéneres, a lo largo de la historia del futbol, ni desde sus antepasados de cuero, había sufrido semejante apapacho, y menos en una fiesta mundialista.

Cuauhtémoc sacó ese barrio bravo que le esculpió la niñez de cicatrices y de mañas, y de locuras y de lucidez. Y salta entre los dos Lee. Se volatiliza como cigüeña en un día de parto, con el balón entre los pies.

Ni Ming-Sung ni Sang-Yoon ni el universo entero del futbol esperaban semejante peripecia. Un coreógrafo de Cirque du Soleil seguramente tomó nota. El orfeón del asombro bufó en la tribuna del Gerland en Lyon. Fue algo así como un muy francés: “¡Uuuuh lá láááá!”.

México ganó 3-1. Pero la cabriola del loco, del Cuauh, pues, dio la vuelta al orbe. Todo noticiero engalanó sus resúmenes. Sí, la Cuauhteminha había sido presentado en sociedad a nivel mundial.

Al final de ese partido le preguntamos al hoy gobernador de Morelos por esas manías suyas de sacar el overol del barrio en el escenario de fracs de una Copa del Mundo: “Lo he practicado muchas veces en el América y se me ocurrió hacerla hoy”.

Ocurrencias de locos, pues, como el gol despatarrado marcado ante Bélgica en ese mismo Mundial, lanzándose tras el balón como el Perro Aguayo desde la tercera cuerda sobre la mollera de Konan. “Se me ocurrió”, dijo.

Ocurrencias, pues. Ya sabe, esos locos insanamente cuerdos. Pero Julio Cortázar diría que “no cualquiera se vuelve loco, esas cosas hay que merecerlas”.

En ese mismo mundial, en el Centro de Transmisiones, le preguntaron a Pelé por la Cuauteminha. Se carcajeó: “Esa jugada debió ocurrírsele a un brasileño. Es un genio”.

Pero lo más insano de este loco es la devoción por la reincidencia. 13 de junio de 2002. El onomástico y cumpleaños de la Cuauteminha. México había sido sacado de la morgue, de la plancha de autopsias, a punto de quedarse sin Mundial. Javier Aguirre tuvo al orate este, al Cuau, como el gran alfil de sus batallas.

Dos años antes de ese Mundial, el trinitario Ancil Elcock le había partido la pierna. Pero Cuauhtémoc regresó a rescatar al Tri y a pasar lista de presente en el Mundial de Corea del Sur.

Y Cuauhtémoc espero, paciente, hasta otro 13 de junio mundialista. ¿Por qué el 13 de junio? ¿Por qué otra vez el 13 de junio? ¿Debía esperar al día de San Antonio de Padua, cuya imagen se pone de cabeza para conseguir milagros, y así ofrecer otra vez el milagro de su locura? ¿Este santo loco -jamás un loco santo- quería poner de cabeza al mundo?

De nuevo por izquierda. Esta vez Italia. El Estadio Gran Ojo, de Oita, Japón. México ganaba 1-0. Cuauhtémoc acorralado, acordonado. Lo encapsulaban tremendos “carabienieris”: Gianluca Zambrotta y Fabio Cannavaro, sí, este mismo que cuatro años después ganaría el Balón de Oro. Rómulo y Remo custodiando a la Gran Loba.

“Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”, dice un refrán. Pero los locos son universales. Cualquier casa es su casa. Y el Cuauh lo intenta de nuevo. Aprisiona la pelota y salta entre las musculosas vallas italianas. Esta vez la ejecución es perfecta, pero al aterrizar, cae, aunque sin perder el balón. Y ya sabe Usted, hasta los locos envejecen y más con una lesión como la que le propinó Elcock.

De nuevo la admiración. Y la fiesta en la tribuna, desde el escándalo jubiloso de los mexicanos, hasta un “¡mamma mia!” de los italianos, quienes en ese partido, con el 1-1, suplicaban “ya, párenle, con el empate clasificamos los dos”, según revelaría Rafa Márquez.

¿Cómo nace la Cuauhteminha? El demencial autor asegura que en las canchas de El Nido de Coapa. Pero en Tlatilco tienen otra versión y la marca registrada. Y dicen que de un pacto ladino entre una coladera y una joroba, con la camiseta de Argentina y el logo de un Chevy Impala.

Se habría engendrado más exactamente en una canchita de cemento, frente al edificio 27 de la Unidad Familiar Tlatilco en Azcapotzalco, según consigna Omar Flores, en un artículo en Excélsior, conforme a varios testimonios, entre ellos el de Antonio Bravo, tío de Cuauhtémoc Blanco.

En esa cancha, había una coladera, y la recontra marrullera pelota se atoraba ahí. Y entonces, el más loco -o el más sabio- de la prole de Tlatilco, la apergollaba entre esos pies que parecían llevar direcciones distintas, como de pingüino con vahídos, y la sacaba de la trampa. Eso empezó cuando tenía seis años.

Esas, las fantasías fascinantes del futbol. De una coladera mal puesta en el surrealismo de Tlatilco, a la exposición universal de una copa del mundo. Eso sólo ocurre en la vida de esos locos insanamente cuerdos.

Decía el español Carlos Castilla del Pino, sin saber que era un diagnóstico perfecto para un lunático de las canchas, que “el loco no puede reincorporarse a la realidad, está permanentemente viviendo su fantasía”.

Hoy 13 de junio, el día que a un tipo majareta le quitaron la camisa de fuerza para que ilusionara con la imprudencial demencia de una Cuauteminha...