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Barça: Cortar la cabeza del bribón para salvar los pies del genio

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Ciro Procuna: "El principal responsable de que el Barcelona la esté pasando mal es Bartomeu" (1:27)

Ciro analiza la inestabilidad que ha caracterizado la gestión del presidente del Barcelona. (1:27)

LOS ÁNGELES - Amenazar con irse es amenazar con quedarse. Uno no avisa que quiere irse, sino que simplemente avisa que se va o que ya se fue. Entre querer irse e irse, hay más abismos que puentes. Detrás del portazo, ya sólo queda resignación.

Ojo: no es Lionel Messi quien juega al tahúr envilecido o envenenado. Leo debe estar más triste y confundido que furioso. Lo suyo es la cancha, el balón, las filigranas. Las únicas artimañas que conoce, son esas faenas instintivas para descuajaringar osamentas, rivales, partidos y redes. Los recovecos de la intriga y la perfidia, esos, son potestad de su torva familia.

No es Messi quien fanfarronea con irse. No es quien chantajea ni quien extorsiona. El titiritero es Jorge Messi, su padre, y la caterva de asesores que pretenden reventar al truhan supremo, al cáncer del Barcelona, Josep María Bartomeu.

La única víctima, aquí, es el Barcelona. El club se ve vulgarizado en una zacapela descomunal. El presidente más odiado de su historia confronta y desafía a las albaceas del jugador más venerado en la historia del club. Lamentablemente, detrás, sólo hay pasiones negras, de gente mezquina desesperada porque ve la destrucción del antagonista como la única salida de emergencia del conflicto.

Bartomeu ha consumado la bancarrota moral, deportiva y financiera. Ha saqueado las riquezas de la institución, en especial las más sagradas, esas, las intangibles. Y lleva a Ronald Koeman como marioneta y como verdugo. El holandés es el muñeco polichinela de un directivo acorralado.

Del otro lado, Messi, genuinamente, defiende a sus amigos, por encima del bienestar deportivo del club. Si La Masía es ya un mito, el clan La Messía, es una realidad. Hombre de pocos amigos, le quitan al mejor de ellos, Luis Suárez. Leo ha vivido al cobijo del paraíso del Barcelona, que no permite lo despojen del mayor de sus afectos, al colocarlo transferible, negociable, prescindible.

Indiferente a los enredos contractuales, y ajeno, por esa propensión que tiene a aislarse, incluso en la cancha, ante situaciones terminales, Messi ha delegado a sus matones legales y a su padre, el rescate de sus intereses, y el aniquilamiento de quienes aniquilan su entorno. Ha decapitado dos de las tres cabezas rabiosas del cancerbero que le inquieta: Eric Abidal y Quique Setién. Falta la más peligrosa, la de Bartomeu.

Ha sido un martes de vértigo y de especulaciones arrebatadoras, desde que muy temprano, Messi notificó al Barcelona que quiere irse, es decir, estrictamente que quiere quedarse, pero con la zalea de Bartomeu ondeando ignominiosa en la plaza de la Ciudad Deportiva Joan Gampert.

Sin embargo, Bartomeu, reprobado en inteligencia deportiva, moral, ética y financiera, tiene esa astucia falaz del mercenario. Hay un contrato que termina en junio de 2021, y hubo una cláusula unilateral de divorcio que caducó en junio de 2020. Carne fresca para los leguleyos voraces.

Llevar el pleito a una corte catalana, favorecería al Barcelona, y seguramente, hasta donde puedan meter sus facinerosas narices, la FIFA, la UEFA y el TAS, apoyarían al club por encima del jugador. Lo tiene claro esta mafia disfrazada de modernos salomones: el Barcelona es una marca establecida y eterna, y el futbolista, aun siendo un crack, cada mañana ve en el horizonte el ineludible crepúsculo de su propio ocaso.

Bartomeu puede retener a Messi con un puñado de papeles en la mano. Su contrato caduca con el último día de junio de 2021, y desde hoy hasta entonces, exprimirá cada minuto y cada euro que le pague. Tiempo de sobreexplotar los últimos huevos de oro, de una gallina culeca de enfado.

¿Alguien pagará 700 millones de euros por Messi? Hay muchos que quieren y muy pocos que pueden. No es sólo esa cantidad. Messi tiene contrato por 11 millones de dólares al mes. De ser transferido, querrá cobrar más. Ojo: al jugador, en ese mundo aislado, esa burbuja de ausencia en que vive, poco le importa cuánto recibe, pero para esa rapiña insaciable tiene a su voraz padre. Y querrá más que esos 11 millones de dólares mensuales.


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Habrá víctimas circunstanciales si las hordas de Messi imponen condiciones. Pero, qué es mejor para el Barcelona, una eventual anarquía con un presidente de emergencia, o un caos progresivo, una autodestrucción galopante, de permanecer Bartomeu en el mando.

Por ejemplo, ¿dónde quedaría la autoridad de Koeman en el vestidor si su número diez, su principal socio y referente en la cancha, resulta que es el dueño del balón, y que además es el dueño caprichoso de su propia gorra, de su propio silbato y de la propia pizarra del mismo entrenador holandés? Koeman sería el segundo castrado de mando, después del primero, ese eventual relevo de Bartomeu.

Si el lema del Barcelona, si el enunciado de su grandeza, es “más que un club”, acaso, ¿sería correcto que los caprichos del Clan Messi o de la turba Bartomeu sean más importantes que ese Barcelona que jura y perjura “ser más que un club”? La grandeza no puede tener las manos ensangrentadas.

Encima, ha aparecido un personaje que lanzó una bomba molotov en pleno siniestro. Joan Laporta quiere recuperar el control de la institución. Ha aseverado que hay un contubernio de Bartomeu y sus secuaces, para vender a Messi con la duda siniestra de dónde irán a parar finalmente tantos millones de euros.

Lejos de conciliar, Laporta, marrulleramente, agita, revuelve más el mar, para sacar la mayor ganancia posible del actual conflicto. Cierto, con Laporta volverá un control mejor orientado, deportiva y financieramente hablando, pero estas artimañas tampoco reflejan la semblanza pura y casta que debería enarbolar el club catalán.

Barcelona está, entonces, ante la gran encrucijada: o le cortan la cabeza al bribón (Bartomeu) para salvar los pies de Messi, o le cortan los pies a Messi para rescatar la cabeza del bribón.