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Escándalo y vergüenza para el boxeo

Un enfrentamiento entre barras arruinó la velada en la Federación Argentina de Box. TyC Sports

La noche venía cargada en la Federación Argentina de Box, este sábado 16 de marzo. Noche de boxeo promocional. Peleas entre amateurs y profesionales, con jóvenes figuras.

Demasiado bombo, demasiado grito, fueron colmando el ámbito de Castro Baros 75. Tanto que no se podían ni siquiera escuchar los anuncios de los boxeadores y boxeadoras ni los fallos.

La presencia de Sebastián Bonifacio atrajo, como suele ocurrir, a seguidores de River Plate y Excursionistas. Un público más futbolero (del “futbolero” mal entendido, se entiende, el de las tristemente famosas “Barras Bravas”) que de boxeo en la Federación, donde asisten muchas familias para alentar a las jóvenes promesas.

Finalmente y cuando se estaba realizando la anteúltima pelea, entre Giuliano Canónigo, representante del club atlético Huracán –ruidosamente alentado por sus seguidores-, ante Emanuel Lucero, estalló el escándalo.

En la parte superior de la tribuna popular, donde estaban los bombos y las ruidosas barras alentando a Bonifacio, que luego iba a combatir con Marcelo Soto, comenzaron las hostilidades a los hinchas de Huracán, que estaban en la platea.

Entonces, lo que hasta entonces era una velada de boxeo se convirtió en una tremenda batalla campal. Volaron sillas, algunas utilizadas hasta como estiletes, se produjo un tremendo desbande –el estadio estaba colmado, no solamente con familias y muchos niños, sino por integrantes de otros clubes competidores-, y el caos se apoderó del lugar.

De hecho, la pelea entre Giuliano Canónigo y Emanuel Lucero debió ser suspendida cuando faltaba un round para terminar.

“Me siento destrozado, no sé qué decir”, nos decía Canónigo, luego del caos y la vergüenza. “En Huracán tenemos una larga tradición de boxeo. Se sabe que esto es un deporte de pasiones, pero no de agresiones. Cuando los que me siguen empezaron a cantar el clásico “Somos del Barrio, del Barrio de la Quema, somos del barrio de Ringo Bonavena”, empezaron los insultos y al final vino la respuesta. Estábamos haciendo buena pelea con Lucero y nos bajamos sin terminarla. Es más, me metí en medio del quilombo, para pedirles que pararan la mano, pero fue imposible, casi hasta me quieren agredir a mi…”.

Muy lamentable, porque el ámbito del boxeo amateur y profesional en Buenos Aires comenzó a vivir una serie de intensas jornadas. El boxeo promocional, realizado en la Federación Argentina (Castro Barros 75) se viene poblando desde hace ya un año con boxeadores y boxeadoras muy jóvenes y con un público dispuesto a apoyar a los suyos. Lástima que aparecieron, en toda su brutalidad, las famosas “Barras Bravas”.

No había seguridad alguna –normalmente, estos festivales transcurren no solamente en calma: queda dicho que van muchos niños y familias enteras- y el desborde incluyó sillas destrozadas.

Salimos por un lateral, y terminamos en el vestuario de Bonifacio: allí, ya vestido de boxeador y listo para subir al ring (su pelea era la próxima y también la última de la velada) tenía el rostro desencajado. Era la imagen de la impotencia, sobre todo porque la mecha fue encendida por sus propios seguidores que, se supone, deberían ser sus amigos.

“No es nuevo esto”, nos afirmó un veterano concurrente a estas reuniones. “Ya de por sí, las presencias de estas barras siempre están al borde de la explosión, no es público de boxeo, no respetan las otras peleas, no dejan escuchar ni los fallos ni las presentaciones y solamente se ocupan de molestar”.

Finalmente, se suspendió todo y tanto Bonifacio como su rival, Soto, se quedaron sin pelear: así fue el “apoyo” y la “pasión” de estos energúmenos, que no dejaron combatir justamente al boxeador que habían ido a alentar (¿?). Increíble y lamentable.

Una noche triste y de vergüenza para el boxeo, que ojalá no se repita. El público que asiste a estas reuniones y por supuesto los protagonistas –los que suben al ring a jugarse la vida en cada pelea- no se lo merecen.