La tranquilidad de aquella fría mañana de Chicago fue alterada de pronto por el tabletear de las ametralladoras Thompson.
En un garaje, siete hombres terminaban de caer asesinados a sangre fría.
Unos sujetos vestidos de policías los habían puesto de cara a la pared. La supuesta redada fue, en realidad, una trampa mortal en plena guerra de gangsters durante la Ley Seca. Los ametrallaron a sangre fría.
El objetivo principal era Bugs Moran, uno de los enemigos de Al Capone, “Scarface”.
Fue la fría mañana del 14 de febrero de 1929.
Quedó registrada aquella trágica jornada como La masacre del Día de San Valentín y nunca se conocieron a los autores del asesinato en masa.
Bugs Morán, por su parte, se había quedado tomando un café antes de entrar al garaje, por lo que se salvó de las balas.
El boxeo tuvo también su sangriento Día de San Valentín. Fue el 14 de febrero de 1951, cuando en el Chicago Stadium y ante 14.802 espectadores, Ray “Sugar” Robinson recuperó su corona mundial de los medianos ante su archienemigo, Jake LaMotta, en lo que resultó el sexto y último capítulo de una saga de peleas alucinantes y dramáticas.
De pie contra las sogas, LaMotta, que estaba defendiendo su corona y que iba abajo en las tarjetas, recibió una tremenda andanada final de Robinson.
Lo castigó a voluntad de tal manera que el referí, Frank Sikora, decidió detener el combate, cuando estaban en el 13er asalto.
Contra las sogas, pendiendo de sus brazos y totalmente conmocionado, LaMotta se dirigió a Robinson: “¿Viste que no me pudiste tirar, hijo de puta?”
Finalizaba así una de las rivalidades mas grandes ya no solamente de la época sino del boxeo. Robinson ganó cinco de los seis combates, pero la magnitud y crudeza de cada enfrentamiento valía más que los resultados. De hecho, hasta en la última pelea, en la que recibió semejante castigo, LaMotta, el Toro del Bronx, nunca sufrió una caída.
Esa pelea fue revivida en Toro Salvaje, la película de Martin Scorsese, con la inolvidable actuación de Robert De Niro como LaMotta.
Aquella final combinación de golpes ante un hombre cortado, desfigurado y con los ojos cerrados por el castigo, fue más fuerte que la vida misma. Ni la coreografía del cine pudo superar a lo que ocurrió esa noche en Chicago, cuando Robinson, decidido a terminar de una vez con todo, inició aquella brutal y definitiva carga ante un hombre que, al límite de sus fuerzas, logró mantenerse de pie. Siguió quejándose del árbitro por haber parado la pelea. Y, cuando quiso bajar del ring, rechazó a manotazos a quienes quisieron ayudarlo. Cuando llegó a los vestuarios, colapsó y solamente pudo salir del estadio dos horas después, medianamente repuesto.
Cuando le pidieron un comentario, Robinson dijo: “Se quejó del resultado porque él nunca pierde. Es un gladiador, solamente él pudo aguantar semejante castigo. Nunca estuve tan bien preparado en mi vida, pero no pude noquearlo”.
Si, una jornada sangrienta en Chicago, justo en el Día de San Valentín.
Fue el dramático choque de dos peleadores de raza, en una orgía de sangre y violencia que los metió a ambos, por si todavía hacía falta más, en las páginas de oro y la leyenda del boxeo.
