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El monstruo Inoue tomó riesgos en Las Vegas

Como en un desfile de fotos desordenadas, aparecen escenas de un fin de semana diferente para el boxeo de hoy.

Las luces de Times Square, el rostro preocupado del Canelo Álvarez, la actitud tranquila de Naoya Inoue comiendo un budín mientras espera su pelea, Su Excelencia El Turki inspeccionando el ring, la sonrisa burlona de Téófimo López, el smoking llamativo de Michael Buffer y el clásico de Jimmy Lennon Jr., la expresión serena de Bob Arum sentado en su butaca desde la primera pelea preliminar, el Batimóvil transportando a Ryan García, Rafael Espinoza abrazando a Edward Vázquez tirado en su camilla…

Fotos y flashes que van de Ryad a Las Vegas, pasando por Manhattan.

Y, con una sonrisa ligeramente distendida, la imagen del gran ganador, Naoya Inoue, haciendo su rentrée en Estados Unidos. Sí, gran ganador, porque no solamente anduvo por el suelo ante Ramón Cárdenas, sino porque se levantó para lograr una victoria por demolición, la mejor de todas las ofertas del weekend que ilusionó a la mayoría y que terminó casi en una frustración: ¿Tanto ruido para esto?

No siempre los grandes concertistas encajan en una orquesta. Tres peleas que ofrecían atractivo no lo fueron tanto.

Devin Haney, bailando de lejos, sin tomar riesgos, le ganó por puntos a José Carlos Ramírez.

Téófimo López, con su ritmo, venciendo a un Arnold Barboza que hizo lo que pudo (algo es algo) a lo largo de 12 rounds en los que puso todo su entusiasmo.

Ryan García, a pesar de su bata esplendorosa y su Batimóvil, anduvo por el suelo ante quien -para muchos- no tenía ninguna chance y terminó ganador: Rolando Romero. Mejor dicho, fue la sombra de García, apagado, vacío y hueco. Sin ideas ni riesgos.

El sol se puso en Nueva York.

Canelo Alvarez -haciendo su debut en Ryad, amplio favorito para su pelea- ganándole por puntos a un William Skull, que prometió jugarse y apenas apareció, escondido en sus veloces piernas: cero audacia.

Solamente queda la gran esperanza, la de verlo frente a Terence Crawford, la pelea que el mundo espera y que será en septiembre. Ríos de tinta y cientos de minutos se emplearán en periódicos e Instagram en desmenuzar los pro y los contra para cada uno. El momento de la verdad.

El sol naciente despuntó en Las Vegas y, como en un hechizo, se llevó las mejores fotos. No fue para menos. Rafael Espinoza vapuleó a un Edward Vázquez que, como un auténtico guerrero, se negó a rendirse, hasta que le dijeron "basta". El Divino, sonriente, demostró su sangre y estilo mexicanos.

Y llegó Inoue y llegó la zurda de Cárdenas, para tenerlo por el suelo, para silenciar al T-Mobile, para ponerle una cuota de dramatismo a un encuentro que -en los benditos papeles y en la sagrada estadística-, parecía casi un trámite para él. No lo fue. Ponga usted a un mexicano y a un japonés frente a frente y olvídese de los números: espectáculo asegurado.

Cayó Inoue, como ante Nery, pero hubo un problema para Cárdenas, y es que el Monstruo se levantó. Y sin traslucir enojo en su cara de póker, tomó todos los riesgos que no tomaron ni Skull ni Ryan ni Devin: exponiéndose, brindándose a un "dame que te doy" emprendió un ataque sistemático ante un guerrero que no se rindió ni en los peores momentos. Inoue, a quien por algo se lo llama el Monstruo, demostró que está hecho de la misma casta que Cárdenas y tantos valerosos gladiadores del ring.

Desmantelado por los golpes de Inoue, pero tirando con desesperación y rabia, Cárdenas cayó en su ley. La caída que sufrió el japonés sirvió para aumentar su figura aún más, porque los buenos campeones no son los que ganan fácil, sino los que superan el sufrimiento y la adversidad, en donde se templa el acero de los grandes.

Su Excelencia montó dos grandes shows y no se puede decir que fueron deslumbrantes. El viejo Bob, con más de 90, demostró que sigue ejercitando el Ojo del Tigre de los promotores que saben ver batallas donde otros pueden adivinar paseos.

Un fin de semana simbólico, porque en la tierra del glamour del boxeo que podríamos llamar tradicional (Las Vegas es heredera directa del viejo Nueva York del Madison o el Saint Nicholas Arena) apareció, aunque no fuera novedad, la figura de un Monstruo que solamente se dignó a sonreír cuando ya había cumplido su labor de destrucción.

Mientras tanto, ante el joven y no formado público de Ryad, el ya casi legendario Canelo no pudo lograr una nota alta, mientras que ante las luces de Times Square, algunos nombres parecieron apagarse ante la realidad, como el de un García opaco y un Haney demasiado prudente.

En todos los casos, de una forma u otra, ESPN KNOCK OUT estuvo presente, testigo descarnado del boxeo de hoy, en donde los tiempos y los plazos se achican pero en el que, como siempre, ganan los que se atreven y se arriesgan, a cara o cruz, como en la poesía de Rudyard Kipling. El éxito y el fracaso son dos impostores y no hay tiempo ni espacio para los que especulan.

Salud, Monstruo.

El mundo del boxeo estuvo a tus pies y te rindió el mejor de los honores. El del aplauso unánime, la verdadera corona de laureles de los grandes guerreros.