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Muhammad Ali no fue el mejor, pero sí el "Más Grande"

El libro imaginario que reúne la historia del boxeo mundial está repleto de hazañas, de figuras legendarias y de peleas memorables. En él también encontramos episodios oscuros, momentos controversiales y nombres olvidados en el confín de sus páginas perdidas.

La historia sólo recoge victorias y premia a los victoriosos, unos pocos que nuestro libro no duda en señalar como "los mejores". En ese top del peso pesado aparecen cinco figuras memorables como las de Gene Tunney, Jack Dempsey, Joe Louis, Rocky Marciano o Larry Holmes. Dije mejores, los mejores entre los mejores. Una lista selecta donde, por paradoja, no puede ser incluido Muhammad Ali. Porque Ali fue el más grande, pero no fue el mejor.

Por el contrario, para compensar esa condición, debió construir una imagen superior fuera del ring y soportar dentro del mismo un castigo inhumano cuyas secuelas lo acompañaron hasta el final de su existencia. Fue el más grande, pero no fue el mejor y esta columna tiene por misión explicarlo.

EL PROYECTO ALI

Muhammad Ali vio la luz de su estrella cuando ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960. A hombros de se le abrieron las puertas necesarias para iniciar una carrera que ya nadie dudaba lo llevaría sin escalas hacia la cumbre del boxeo mundial.

El boxeo, por esa época, carecía de la luminosidad informativa y exposición pública del presente. Las grandes victorias o la administración de las grandes carreras caminaban por un laberinto oscuro donde se confundía lo legal con lo ilegal a través de una difusa frontera donde gobernaba el mundo de las apuestas.

La primera y la segunda pelea de Ali contra Sonny Liston, que lo dieron a conocer como campeón, no se salvaron de la sospecha de amaño y los historiadores le han encontrado uno y mil ángulos para cultivar la duda. Lo hicieron mediante la especulación periodística inspirada en el "golpe fantasma" que mandó a la lona a Liston o la propia historia del derrotado, que no sabía leer ni escribir y cuya carrera era controlada por la mafia, a través de Frank "Blinky" Palermo, a su vez socio de Frankie Carbo, connotado integrante de la "Familia Lucchesse".

Si la aparición de Ali en el gran mundo del boxeo estuvo rodeada de oscura polémica, la misma no faltó en el tiempo por llegar. La pelea con George Chuvalo, que lo tuvo en problemas y al que había evitado enfrentar años antes debido a su peligrosidad como oponente, fue una de ellas. En el inicio de su ascenso, en el plano boxístico, había muy poca relación a lo que Ali mostraba fuera del ring. Su imagen prepotente, poderosa, de verbo elocuente y capacidad de dominio de la escena lo llevaron a otro plano. Un plano que opacó sus capacidades boxísticas. "No importaba no ser el mejor, si él era el más grande", pareció ser el pensamiento que gobernaría su vida tras las dos escenificadas victorias sobre Liston.

Entre una pelea y la otra, Muhammad aprendió mucho sobre sí mismo. Allí aprendió a leer correctamente el papel que desempeñaría en su propia historia y lo cumplió a rajatabla.

NUNCA SUPIMOS SI PUDO EXISTIR UN MEJOR ALI

Su presencia social, política y religiosa se transformó en omnipresente en la vida estadounidense de entonces, dividida entre patriotismo o rechazo a la aventura militar vietnamita.

Y Ali aprovechó ese escenario, polarizado por causas nacionales, para empujar su proyecto personal: ser un grande sin necesidad del ring. ¡Vaya! Una suerte de populista del presente. Y lo logró. El castigo de retirarle la licencia de boxeador por negarse a luchar en la guerra, lo entronizó en el podio de los rebeldes inmortales y lo elevó a la categoría de mártir de una nación harta del desastre vietnamita.

Su desacato le valió la espontanea admiración de personas que ni siquiera conocían las reglas del boxeo o jamás habían presenciado un combate de este deporte.

Ali fue consciente que ser el más grande, a los ojos del mundo, ya alcanzaba para ser también el mejor. Ese día cualquiera de 1967, cuando un anónimo funcionario del gobierno firmó la sanción que retiraba su licencia de pugilista, lo convirtió automáticamente en el héroe de una masa incontable de admiradores y al mismo tiempo, le asestó una puñalada mortal al sueño de los verdaderos fanáticos del boxeo.

A todos ellos les quitó lo mejor de la carrera de Ali, los mejores tres años y medio de su legado, los años en los cuales Ali nos tenía que demostrar que además del "Mas Grande" también podía ser "el mejor entre los mejores". Nos birlaron ese derecho y dejaron en blanco, tal vez, a la mejor página del libro.

AÑOS DE GLORIA, AÑOS DE DETERIORO

Su regreso fue tan confuso como su glorificación ante Liston. Un entramado de intereses donde se mezclaba hasta la política, lo trajeron de nuevo a escena convertido, antes de serlo, en una leyenda viva del boxeo. Dueño de una personalidad e inteligencia diferente al común de sus colegas, Ali necesitaba mucho menos de eso para llevar su carrera al siguiente nivel. Y lo consiguió con creces.

Para el boxeo fue su inspiración, su revulsivo y lo transformó. A su influjo nacieron generaciones enteras de nuevos pugilistas. Todos "querían ser Ali", mientras el boxeo crecía como deporte, crecía como negocio y crecía como atracción de multitudes. Sin embargo, es necesario preguntarse hasta qué punto crecía la figura de Ali. La respuesta es divergente. En realidad, a medida que la década de los 70 avanzaba, crecía el actor social (el Más Grande), pero se deterioraba el boxeador, el ser humano, el que cargaba la carcasa del mito (el que nunca fue el mejor).

En esa década, Ali afrontó batallas épicas, memorables, repletas de coraje y heroísmo, que a todos nos llevó a profesarle admiración y respeto. Pero, por debajo de ese logro místico, lejos de la admiración, transitaba una actitud cercana a la locura suicida. En ese periodo, el "Mas Grande" fue golpeado como sólo pudo ser golpeado el "Más Chico". Todos los rivales le llegaron con sus madrazos, los brutales golpes recibidos de Frazier, de Foreman, de Norton, de Holmes y el resto, fueron destruyendo poco a poco la humanidad de Ali hasta transformarla en esa triste imagen de los días finales de su existencia.

Pero no había escapatoria. El peaje a su grandeza, increíblemente, se sustentaba en ese coraje escénico, en esa insistencia en ocultar que ya no bailaba como una mariposa ni picaba como una abeja, recostado lastimosamente en una esquina soportando golpeo inhumano. Todo fuera por sostener la leyenda del más grande como si fuera un verdadero esclavo de su propio mito y seguir transformando el mundo a su influjo.

LOS MEJORES Y EL MÁS GRANDE

La lista de "los mejores" de todos los tiempos es larga y nunca, necesariamente, podrán existir coincidencias absolutas sobre la certeza en cada listado. El boxeo ha pasado por tantas etapas cambiantes de la humanidad que se hace imposible evaluar al mejor exponente de cada época en su justa medida. No obstante, a veces, las estadísticas, las crónicas de época, el tipo de boxeo practicado, la calidad de los rivales y hasta la regularidad con la cual peleaban esos gladiadores permiten establecer algunos parámetros que nos ayudan a definir a "nuestros mejores".

Joe Louis, el bombardero de Detroit que disputó un total de 71 batallas, con 68 victorias, 54 ganadas por KO y sólo 3 derrotas, desde siempre ha sido catalogado como el mejor de todos los tiempos. Para ello se toma como referencia sus años de apogeo en la década de los 30, antes de integrarse al ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Louis conservó su título por 12 años, récord absoluto de la categoría, a la vez que enfrentó a los mejores exponentes de su época.

Rocky Marciano, no reinó por tanto tiempo, pero divide las preferencias de los historiadores. Fue un campeón impresionante que se retiró invicto con 49 victorias y 43 KO's.

Al tercer campeón incluido en mi lista de mejores hay que ir a buscarlo en el comienzo del siglo anterior. Nos referimos a Gene Tunney, al que los historiadores no le han ahorrado elogios sobre sus condiciones, especialmente por la forma brutal en que se boxeaba entonces. Tunney se retiró en 1928 luego de 65 victorias y apenas una derrota, donde, precisamente, mostró de qué estaba hecho. Fue ante el único rival que consiguió vencerlo, Harry Greb, cuando Tunney se mantuvo peleando con la nariz fracturada durante 14 asaltos. También Tunney, ganaría su lugar entre los inmortales gracias a sus memorables victorias sobre otro de los mejores: Jack Dempsey, en el llamado "combate de la cuenta larga".

A Jack Dempsey la historia lo ubica en un mismo nivel con Tunney. Fue un gran campeón que protagonizó algunas de las peleas más memorables del siglo como las dos derrotas ante Tunney, los duelos ante Jess Willard, contra el francés Georges Carpentier o la victoria más glorificada y polémica de todas sobre el argentino Luis Ángel Firpo en 1923.

Finalmente en mi Top Cinco ubico a un campeón contemporáneo de Ali, el estadounidense Larry Holmes: "El asesino de Easton". Los números lo avalan. En el apogeo de su carrera, Holmes ganó sus primeros 48 combates, quedó a una pelea del récord de Rocky Marciano y defendió con éxito su título en 20 oportunidades, siendo superado solamente por Joe Louis que lo hizo en 25 ocasiones. Holmes fue un campeón sólido, que enfrentó y venció de manera aplastante a lo mejor de su generación, incluyendo al propio Muhammad Ali.

A mi juicio, Louis, Marciano, Tunney, Dempsey y Holmes, en la escala de calidad boxística superaron largamente al gran Ali. Ellos también, en mayor o menor medida, fueron íconos de su tiempo, victoriosos inmortales, pero sin la luz, sin el carisma y en esencia sin la inteligencia de Muhammad Ali.

Pero la idea de este escrito no pasa por establecer parámetros que agiganten o empequeñezcan alguna de esas grandes trayectorias. Las comparaciones están demás y sólo sirve para marcar diferencias en un caso único en la historia del pugilismo profesional. Ali no fue ni pudo demostrar que podía ser mejor que otros dentro del ring. No logró el dominio de ellos, no consiguió evitar los castigos, no consiguió aplastar a sus rivales con su mejor boxeo ni terminó su carrera con la salud adecuada. En ese último rubro, Ali hizo más por el boxeo, de lo que el boxeo hizo por Ali. Su amado deporte lo destruyó y lo condenó hasta el final de sus días.

Sin embargo, Ali trajo a este deporte atributos que engrandecen su legado hasta el infinito y apuntamos ese destino (infinito) porque Ali arriesgó su integridad física para defender aquello en que todos creemos que creía. Bajo ese influjo, literalmente cambió el boxeo como tal, produjo el verdadero cambio de rumbo en todas sus estructuras, lo universalizó y lo puso en cada hogar del planeta. Ali estableció los choques de estilos, les mostró a los elusivos que se podía triunfar por encima de la fuerza bruta, le dio alas al individualismo y por sobre todas las cosas estableció el verbo y la intelectualidad como un arma adicional en este deporte.

Amén de su elocuencia social, protagonismo político o religioso, Ali consiguió llevar adelante su proyecto de vida iniciado tras las dos peleas contra Liston: construyó un ícono inspirado en sí mismo y arrastró al mundo hacia su proyecto. Ese es su mayor legado y es tan importante, que si bien a Muhammad Ali no le importó ser el mejor, a nosotros tampoco nos importa que no lo haya sido. Muhammad Ali fue, es y será por siempre "El Mas Grande' y no existe título alguno que pueda superar ese privilegio.