El "No Más" de Guillermo Rigondeaux, antes de comenzar el séptimo asalto de la pelea donde desafió al monarca OMB de las 130 libras, el ucraniano Vasyl Lomachenko, fue mucho más que una renuncia a seguir combatiendo. También colocó a todo el boxeo olímpico dentro de una grave e inesperada controversia. La renuncia insólita a la pelea, la ratificación del apego indisoluble a un estilo de boxeo que nunca dejó de ser amateur, junto al pésimo manejo de su imagen pública en las redes sociales, fueron el amargo colofón para todo lo que Rigondeaux, hasta esa noche, representaba para el boxeo amateur y olímpico mundial.
¿Debemos seguir considerando los méritos olímpicos para evaluar a los medallistas cuando inician su etapa profesional? ¿Ha sido la meritocracia olímpica y amateur, hasta hoy, erróneamente sobredimensionada en las Grandes Ligas del boxeo profesional? Si tomamos el ejemplo de Guillermo Rigondeaux para juzgar esa duda, infelizmente ya no hay dudas. Este sábado en el Madison Square Garden la realidad destruyó al mito y de ahora en adelante deberemos darle otra lectura al pasado de las grandes glorias olímpicas. De eso se trata esta columna.
EN BOXEO NO HAY PUNTO INTERMEDIO
Es ser o no ser o para meter a Hamlet en el entuerto, se puede emplear su frase más famosa, es "to be, or not to be". O eres amateur y olímpico o eres un profesional completo. El sábado entendimos la dimensión dicotómica de esa realidad. Quien ha triunfado en el deporte aficionado, donde se peleaba por puntos, en peleas breves y con un casco en la cabeza, no puede ni debe apoyarse en esos triunfos para aterrizar en un viaje sin escalas en la gloria profesional.
Antes, deberá demostrar que consigue ratificar esa gran carrera amateur en el campo profesional. Un lugar donde hay que poner aquello que exige la alta competencia y por sobre todas las cosas, aquello que exige el negocio, el show, el espectáculo. Por esa razón se le llama boxeo profesional.
Vasyl Lomachenko entendió esas reglas, aceptó las mismas y nos enseñó a todos que su historia es olímpica, pero su ADN es profesional. El sábado vimos el resultado.
Guillermo Rigondeaux se perdió en su falta de intenciones, nunca trató de modificar su naturaleza amateur y a lo largo de sus 18 peleas como profesional jamás aceptó divorciarse de esa filosofía boxística. El sábado vimos el resultado.
Lomachenko trajo su pasado olímpico a cuestas, pero lo dejó en la puerta. Al profesionalismo entró dispuesto a demostrar su compromiso con el espectáculo, a ganarse su nombre bajo las nuevas reglas y ratificar contra los mejores que no le asustaba el reto. Cada rival que enfrentó, cada victoria que consiguió y el protagonismo que le impuso a su estilo profesional, son un testimonio elocuente.
La historia de Rigondeaux en el mundo profesional empezó y terminó contra Nonito Donaire. Esa victoria en su carrera, es una isla de verdad en un océano de mentiras. Le faltaron peleas atractivas para el gran público, le faltó capacidad para modificar su estilo y adaptarlo al reclamo de la platea y por sobre todas las cosas no tuvo manejo fuera del cuadrilátero.
Así como su carrera en los escritorios fue un barco sin rumbo, su imagen pública fue pesimamente administrada. Faltó profesionalismo para maniobrar por el intrincado laberinto del negocio boxístico, no hubo visión grande para alcanzar grandes metas y se cayó en errores garrafales en el campo social, donde el mensaje ofensivo y el triunfalismo sin sustento, fomentó un clima de intolerancia entre los fanáticos, del cual no tenemos memoria de algo parecido en el pasado reciente de este deporte.
MANEJO DE IMAGEN Y GESTION PROFESIONAL
Las grandes figuras del boxeo profesional son marcas, son una empresa humana que genera dividendos y cuyo manejo requiere del mejor asesoramiento. Quienes triunfan en este deporte, recurren al apoyo de individuos serios y altamente calificados. De ellos habrá una dependencia absoluta para que esa carrera llegue a buen puerto. No alcanza con las condiciones deportivas, el negocio del boxeo involucra otras cosas.
Rigondeaux llegó precedido de la ahora cuestionada gloria olímpica. Pareció que con eso alcanzaba. Pero no alcanzó. A la torpe decisión de aferrarse empecinadamente a un estilo boxístico imposible de comercializar, se sumó la incompetencia en el manejo de su ruta ¿Dónde se falló? A esta altura poco importa analizarlo, nada suma regresar a la eterna crítica de siempre.
Lo único novedoso y grave en esta triste historia, fue el manejo de su imagen. Para un doble campeón olímpico con la dimensión de Guillermo Rigondeaux, era imperioso rodearse de profesionales eficientes, con experiencia verdadera, con probada capacidad intelectual y con un claro conocimiento de los límites en ese delicado mundo de la exposición pública. En una palabra, rodearse de un equipo que lo protegiera, lo asesorara de manera acertada y tuviera claro que se puede o no se puede decir a nombre del ídolo.
En las últimas horas, por las redes sociales ha circulado y se ha viralizado un video donde un comunicador social y bloguero de Las Vegas, Nevada, confesó y asumió públicamente haber sido el encargado de manejar los mensajes de Rigondeaux en su cuenta de Twitter y todo lo que allí se haya dicho bajo nombre del ex campeón cubano.
La revelación se hizo a título personal, pero no ha sido desmentida por el equipo de Rigondeaux. El video expone situaciones íntimas, otras que sorprende que hayan salido a la luz y acusaciones graves, sobre las cuales tampoco han existido ratificaciones o desmentidos por parte del boxeador cubano, de nadie de su entorno y menos aún desde las promotoras que manejan su carrera.
Este episodio solo sirve para echar más leña al fuego. Si el final de la pelea contra Lomachenko sirvió para destruir el mito, la anarquía promocional que ha reinado en el manejo de la imagen pública y social del ídolo cubano, no hacen otra cosa que colaborar en arruinar lo que parecía a salvo de la catástrofe deportiva. Basta, como ejemplo, citar el manejo informativo alucinado dado al incidente de la supuesta lesión en la muñeca como primera causa oficial para el abandono.
Algunas de las consecuencias de esa derrota, son conocidas, otras se conocerán con el tiempo. No hay dudas que ellas hieren de gravedad al legado del doble campeón olímpico y ni siquiera evitan alguna posible duda sobre el papel del propio Rigondeaux en este desenlace ¿Culpable o víctima? Quizás nunca se sabrá con certeza. Sin embargo, de lo que no deben existir dudas es que la victoria del ucraniano sirvió para colocar las cosas en su lugar. El olimpismo es una cosa, pero el profesionalismo es otra muy diferente. El mito se respeta, pero la realidad es la que gobierna. Desde el pasado 9 de diciembre, los grandes del boxeo aficionado, solo serán grandes en el boxeo de paga, cuando consigan demostrarlo. La carrera y la rendición de Rigondeaux fue un aula magistral de lo que no debe hacer un gran campeón olímpico que aspire a hacer historia en el profesionalismo.