Manny Pacquiao volvió a escribir otro capítulo de su leyenda. Volvió a ser campeón, volvió a noquear luego de nueve años sin hacerlo y confirmó lo que todos los analistas pronosticaron. El resultado era previsible, lo que no era previsible fue, precisamente, la forma en la cual el mismo se logró, por la vía rápida.
El rival, Lucas Matthysse, en cierta forma, ratificó lo que se presumía, hace mucho rato que perdió el entusiasmo, hace mucho rato que abandonó el boxeo, por más que el boxeo se empeñó en no abandonarlo a él. Este título que defendía por primera vez, le había caído del cielo y en la noche de Kuala Lumpur solo demostró que fue un accidente en su palmarés.
Los dos, el filipino y el argentino, tuvieron encima del ring razones claras para ganar y para perder. Uno superó al tiempo y el otro, llegó derrotado por ese mismo tiempo, algo que necesariamente debe ser explicado.
EL VIEJO PACQUIAO Y EL NUEVO PACQUIAO
La imagen que dejaron los siete asaltos de Malasia, fue la constatación de que el tiempo le otorgó al filipino la sabiduría necesaria para extender su carrera de manera exitosa, más allá de lo aconsejable. La experiencia le otorgó la paciencia, le agudizó el sentido táctico, le enseñó a utilizar su velocidad de manera certera, sin malgastarla y le convenció que su explosividad debe estar al servicio de la efectividad y nunca de la ansiedad.
Ante Lucas Matthysse, vimos una exhibición de sabiduría boxística y utilización astuta de todos sus recursos. Empezando por su postura en el ring. Colocó siempre los mejores golpes de poder, controló la pelea a partir de su actitud, nunca dejó de ser ofensivo y arriesgó en los momentos adecuados.
Esa cautela defensiva le permitió anular una y otra vez a la anunciada derecha larga y abierta de Matthysse buscando su frente, simplemente colocando su guante izquierdo sobre esa parte del rostro. Su mayor problema, fueron las rectas o el doble jab de izquierda que el argentino ensayó en cuenta gotas. Cuando lo hizo le llegó con buenos golpes, pero la asimilación del filipino resolvió ese problema.
También temprano, detectó las fallas garrafales de Matthysse en la defensa que, sumadas a su lentitud de reflejos y casi nula capacidad de cuerpeo, le permitieron soltar sus ganchos por el callejón central directamente al mentón del rival y hacer el daño suficiente para enviarlo más de una vez a la lona.
La otra herramienta a la que recurrió en ofensiva y que resultó imposible de contrarrestar para Matthysse, fueron los derechazos curvos por encima de la izquierda del argentino. Cada vez que Matthysse intentaba golpear las zonas bajas o medias, Pacquiao lo cuerpeaba, adelantaba un paso por afuera, cruzaba su mano derecha para llegarle al rostro y quedaba listo para repicar con el gancho de zurda por adentro.
No hay duda que este es un nuevo Pacquiao. Más técnico, más paciente y con la misma velocidad, aunque administrada con sabiduría y contundencia. No por un acaso volvió a noquear después de tanto tiempo.
MATTHYSSE SIN ALMA, SIN CORAZON Y SIN BOXEO
El lenguaje facial del argentino habló por él de manera temprana. Lo vimos abatido, desganado y como si estuviera negándose a ser el protagonista de una fiesta a la que no deseaba asistir. Después de aquella dolorosa derrota ante Viktor Postol y su confesión de estar cansado, Matthysse nunca logró convencernos de otra cosa. Pasó muchos meses sin pelear y cuando volvió ganó a dos rivales inferiores, que así y todo le dieron demasiado trabajo.
Se esperaba verlo perder, pero nos costaba imaginarlo tan cauteloso. El argentino sintió los golpes de Pacquiao, más en lo mental que en el cuerpo. Fue dos veces a la lona por voluntad propia, o sea, dobló la rodilla para no ser golpeado. Desde el tercer asalto todos sabíamos que la pelea no llegaría al limite, solo restaba saber cuánto soportaría Matthysse antes de perder su cinturón.
Se contentó durante el tiempo de pelea en mantener al filipino alejado con el jab, al comienzo se movió correctamente hacia el hombro derecho del rival para escapar de su peligrosa izquierda, fue colocando rectas certeras con su mano izquierda y lanzó siempre desarticulada su derecha por afuera, o fallaba o golpeaba inofensivamente el guante de Pacquiao. Lamentablemente no insistió con la recta, que fue con lo único que conseguía conmover al filipino.
En los momentos que Manny le ponía presión en ráfagas, Matthysse se cerraba sin ninguna clase de estilo, dando una triste imagen de fragilidad que solo el exceso de precauciones de este nuevo Pacquiao impidió que este combate terminara en una carnicería.
Es cierto que hubo muchos méritos de Manny Pacquiao para lucir en patio amigo, frente a la euforia de sus fanáticos y en presencia del mismísimo presidente de Filipinas, no obstante Matthysse fue el perfecto actor de reparto para que la obra tuviera la espectacularidad que al final tuvo.
El argentino transmitió la inequívoca sensación de que subió derrotado a afrontar la que quizás haya sido la última pelea de su carrera. Seguramente, queda el consuelo de que se retirará con una derrota ante una leyenda y con la que tal vez sea la mejor bolsa de toda su carrera. Lo demás, fue para el olvido. Matthysse fue un fantasma del que llenaba de emoción los cuadriláteros y que en la práctica abandonó este deporte el 3 de octubre de 2015, cuando fue noqueado por Postol.
Esa – el posible retiro de Mattysse – será una de las consecuencias de esta pelea. La segunda, lo que viene en el futuro para Manny Pacquiao. Es difícil imaginar que volverá a pelear durante el presente año. Posiblemente, habrá una oferta millonaria para comienzos del 2019 contra Vasyl Lomachenko en un peso intermedio o ante Terence Crawford en una unificación en las 147 libras. Imposible pronosticarle el rival, pero si con certeza se puede ya confirmar que Pacquiao no se retira aún y disfrutaremos por un tiempo más de su leyenda boxística.