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El invierno sin final de Ichiro

Cinco días en febrero nos revelan cosas escondidas tras la firma de Ichiro por parte de los Marineros de Seattle. El futuro miembro del Salón de la Fama es acosado por una vida de la cual no puede escapar.

El siguiente artículo fue publicado originalmente en la edición del 2 de abril de ESPN The Magazine.

DÍA 1: 4 DE FEBRERO, 2018

"Un guerrero sabe que su vida esta sometida a ritmos ascendentes y descendentes. Hay tiempos de ascenso y de descenso, tiempos de satisfaccion y de frustracion".
- -- Miyamoto Musashi (1584?-1645), samurai y artista

Ichiro Suzuki se refugia del frio de la calle y cruza la puerta del pequeño restaurante que sirve su cena en la mayoría de las noches. Es invierno en Kobe, Japón, donde jugó en una ocasión al béisbol profesional y sigue siendo el lugar al cual llega en las temporadas bajas para entrenar. Su esposa Yumiko se encuentra en su residencia en Seattle. Aquí está solo, libre de aquellos retazos desordenados de la vida doméstica que podrían sacarle de concentración. Todos los días, entrena en un estadio profesional alquilado por él. Luego, es usual que llegue a este restaurante, el cual se siente como un hostal campestre transportado a la urbe. Está escondido dentro del quinto piso de un edificio en el centro de la ciudad, al cual se accede mediante un pequeño ascensor. Un empleado del restaurante recibe a Ichiro por la puerta trasera, para así llegar sin ser notado. Otra persona corre a tomar su abrigo, e Ichiro se siente frente a un pequeño bar, dando la espalda al resto de los comensales. Dos amigos se unen a él. Dentro del cálido e iluminado salón, el chef se coloca su abrigo tradicional y saluda a Ichiro fingiendo sorpresa.

"Gracias por venir de nuevo", dice el chef, vestido con pantalones cortos de los Marlins de Miami.

"Ustedes me hicieron esperar afuera", bromea Ichiro.

Ichiro es un hombre meticuloso, cuya órbita se mantiene gracias a los patrones y atención al detalle. Este establecimiento se especializa en servir lengua de res, en delgadas lonjas cortadas a mano y servida cruda con sartenes calientes. Hacen una cosa a la perfección, lo cual agrada a Ichiro. Esta noche, viste de jeans oscuros enrollados a la altura de las pantorrillas y camiseta gris bajo una camisa abotonada, con una corbata delgada. Su cabello parece ser más oscuro de lo visto en fotos recientes. Quizás sea la iluminación, o que se tiñó el pelo. De todas formas, ni siquiera un futuro miembro del Salón de la Fama de 44 años es inmune a las inseguridad y merma de habilidades que llegan con el tiempo. En este invierno en particular, Ichiro se ha sentido más inseguro y mermado que nunca.

No tiene un contrato asegurado para jugar béisbol profesional en Estados Unidos ni en Japón. Su agente John Boggs ha llamado, enviado mensajes de texto y correos electrónicos con tanta frecuencia que un gerente general de Grandes Ligas ahora lo apoda "el cazador de elefantes", por la forma en la cual acosa a su presa. Recientemente, Boggs envió un correo a los 30 equipos. Sólo uno respondió, expresando su falta de interés. Ichiro no ha hablado con Boggs en lo que va de temporada baja, concentrado en lo que él y su cuerpo envejecido pueden controlar.

El restaurante se llena. Los clientes se quitan los zapatos. En cada mesa, hay letreros que indican la prohibición de tomar fotografías. Ichiro saluda a una pareja de personas mayores. Una persona, con porte de productor, le lleva dos mujeres jóvenes para conocerlo e Ichiro conversa con ellas antes de que éstas hagan una reverencia para despedirse. Hace algunos chistes sobre el hecho de envejecer y gira con su mano una botella de vino para poder leer su etiqueta. Los meseros, en sandalias y usando pañoletas azules en la frente, sirven platillos de lengua de res y jarras de cerveza fría con hielo. El chef instala una lata de gas y prepara una parrilla en frente de Ichiro.

"Es realmente deliciosa", dice Ichiro.

Ichiro y sus compañeros discuten sobre el futuro, debaten con respecto a filosofías de negocios, un nuevo mundo que se abre. Luego, la nostalgia se apodera de ellos y comienzan a hablar del pasado. En una ocasión durante su carrera, tomó vacaciones. Un viaje a Milán, el cual detestó. En octubre pasado, el infielder de los Marlins Dee Gordon fue a buscar algo al clubhouse luego de haber terminado la temporada. Escuchó el sonido del bate chocando con la pelota y encontró allí a Ichiro, haciendo su rutina diaria de swings. "Realmente espero que siga jugando", dice Gordon, entre risas. "Porque no quiero verle morir. Creo que podría fallecer si deja de jugar. ¿Qué hará Ichiro si no puede jugar al béisbol?"

Todos sus ex compañeros tienen historias favoritas de Ichiro: la forma como carga sus bates dentro de un humidificador hecho a la medida para así evitar que sufran de moho, cómo practicaba bateo por 10 minutos cada noche antes de dormir, o se despertaba para hacer swings a solas en penumbras, entre la 1 y las 4 de la mañana. Todas las historias cargan con la misma moraleja: Ichiro ha removido, de forma metódica, cada aspecto de su vida, con la excepción del béisbol. El ex primera base Mike Sweeney, quien se hizo amigo cercano de Ichiro en Seattle, cuenta cómo recibió una llamada de un viejo compañero que estaba disfrutando de un día libre en Nueva York. "No lo vas a creer", comenzó a contar. Estaba acompañado por su esposa, caminando por Central Park, felices de estar juntos en un lugar tan sereno. A la distancia, en un campo de arena con una vieja cerca que parecía ser una reliquia de los años 40, vieron a un hombre hacer lanzamientos largos. El grandeliga sacó cuentas rápidamente y pudo ver que el distante extraño estaba lanzando a 300 pies de distancia sin mayor esfuerzo. Curioso, se acercó. El hombre arrojaba pelotas a la cerca, con el movimiento explosivo y poderoso familiar para cualquier pelotero profesional. Quedó impresionado, por lo cual se acercó lo suficiente como para poder verle.

El hombre que entrenaba en Central Park era Ichiro.

Su agente y aquellos cercanos a él piensan que firmará con un equipo japonés de no recibir ofertas en Grandes Ligas. Reporteros de televisión recorrieron el distrito de Ginza en Tokio la noche anterior para preguntarle a los transeúntes su opinión sobre el futuro de Ichiro. Ichiro, como es usual, no dice nada. Es un enigma, manteniéndose escondido. Sin embargo, su anhelo nunca había sido más visible. Su antiguo equipo, los Búfalos de Orix, lo desean de vuelta con desespero. Sin embargo, el entrenamiento primaveral de la liga japonesa había comenzado tres días atrás e Ichiro permanece en Kobe. Para ser un hombre tan celoso de su privacidad, estos tres días nos hablan a voz en cuello sobre su necesidad de tener otra temporada en Estados Unidos. A través de los años, ha expresado su deseo de jugar hasta cumplir 50 años, al igual que su intención de "desvanecerse" una vez concluya su carrera en activo. Ambos deseos existen a pesar de ser opuestos y si no recibe una llamada de Estados Unidos, cuenta con el poder de hacer realidad uno de ellos. Puede firmar con el Orix, o bien desvanecerse. Es su decisión.

Esas son las cosas que merodean en la vida de Ichiro mientras cena, en una fría noche de domingo, entre las montañas Rokko y la bahía de Osaka. Finalmente, Ichiro se levanta de su asiento y deja el restaurante. Dos clientes se paran frente al pasillo y hacen una reverencia. No es la somera reverencia a medias de los socios de negocios y botones de hoteles. Es una reverencia completa hasta llegar a la altura de la cadera, en muestra de profundo respeto. ¿Así se ve de cerca el fin de una gran carrera? Ichiro detesta no jugar al béisbol, pero podría detestar aún más jugarlo de forma mediocre. Cuando pasa por un slump, de acuerdo con la confesión de su esposa, ella se despierta para encontrarle llorando dormido. La primera ocasión en la cual Ichiro fue a parar en la lista de incapacitados fue debido a una úlcera estomacal sangrante. Ese año, había conducido a la victoria al equipo de Japón en el Clásico Mundial de Béisbol 2009, ganando el partido final con un hit en extra innings. El estrés le causó una perforación en su estómago. Semanas después, un médico del staff de los Marineros le instruyó que no podía jugar el día inaugural. Ichiro se negó a escuchar al doctor, dice Sweeney, su compañero de equipo. Antes de que el equipo se viera forzado a sentarle, el médico le explicó que una úlcera sangrante se trataba de una condición seria que podía costarle la vida.

Ichiro escuchó, sin expresar emoción alguna.

"Asumiré el riesgo", dijo.


Ichiro firmando un contrato de un año con los Marineros puede, al final, ser lo peor para él. Kevork Djansezian/Getty Images

DÍA 2: 5 DE FEBRERO, 2018

A la mañana siguiente, exactamente a las 11:46 AM, Ichiro se mueve rápidamente por el lobby del Hotel Okura. Su cabeza cubierta por una capota. Siempre pernocta en esta torre de 35 pisos frente al mar, un elegante palacio dorado y plateado que parece diseñado por el departamento de arte de aquella película de James Bond: "Sólo se vive dos veces". Su camioneta verde Mercedes Benz modelo G-Class está estacionada justo al frente del hotel y se monta en ella. El estadio alquilado por Ichiro, literalmente un estadio completo, se encuentra ubicado sobre las montañas. Cruza a la derecha hacia la Autopista 2 hasta tomar la salida hacia Fusehatake. Cambia de canal utilizando sus luces de cruce.

La temperatura es de 38 grados en descenso.

Comienza a llover en el trayecto hacia el estadio.

Llega al estadio, se cambia sus pantalones por unos cortos y pisa el terreno. Soplan fuertes vientos. Las nubes pasan por encima del campo y esto hace que el termómetro siga su descenso. Ichiro no está aquí a pesar del brutal frío, sino debido a él. La cultura japonesa en general (e Ichiro, en particular) sigue bajo la fuerte influencia de los principios que siguen en pie del bushido, el código de honor y ética que gobierna a la clase guerrera samurái. El sufrimiento nos revela el camino a la grandeza. Cuando la nación se abrió hacia la cultura occidental en 1868, el idioma ni siquiera contaba con una palabra que sirviera para referirse a los juegos que se practican por diversión. El béisbol fue recibido por los japoneses visto a través del prisma de las artes marciales, por lo cual sigue siendo un reto y prueba más que un entretenimiento. Sadaharu Oh, el rey japonés del jonrón, escribió en sus memorias: "El béisbol en Estados Unidos es un juego que nace en la primavera y muere en otoño. En Japón, está ligado al invierno, de la misma forma que el corazón está atado al cuerpo".

Un grupo de personas siempre entrena junto a Ichiro. Hoy, 11 de ellos hicieron presencia, aunque ninguno sea un atleta serio. Uno de ellos es el chef que conocimos anoche. Otro es un hombre de piel blanca que corre como animal herido. Todos visten pantalones largos, porque sólo un maniático vestiría pantalones cortos en semejante clima. Cada día, el entrenamiento es el mismo. Hacen estiramientos y trotan. Ichiro corre las bases y el resto le sigue. Hace 50 swings con lanzamientos suaves, batea contra una cerca, luego se estira nuevamente y llega a la jaula de bateo.

Cinco personas se paran en el outfield con guantes y cestos amarillos.

Fuera del estadio, dos aficionados esperan en el camino, con un obsequio de golosinas de chocolate. Cada año le traen el mismo ofrecimiento. Una mujer de nombre Minako viajó desde Tokio. Buscó una grieta en los muros de los bleachers lo suficientemente grande como para que ella pudiera ver hacia adentro. Ella, también, hace la misma peregrinación cada invierno. Mientras está de pie puntillas y enfoca sus binoculares en búsqueda de Ichiro, se pregunta en voz alta si este es el fin de su carrera. Ichiro no lo cree así. El año pasado, quedó a un imparable de imponer récord de hits para un bateador emergente durante una temporada. El año anterior, ligó promedio de .291 en 143 partidos. Su amigo y ex pitcher de prácticas de bateo del Orix, Koji Okumura, dice que el swing de Ichiro ha cambiado con el correr de los años. Ahora, abre sus caderas y muestra su pecho al pitcher antes. "Su visión se deteriora", dice Okumura. "Trata de ajustarse a fin de sobrevivir. Está consciente de que se está acercando su muerte como pelotero".

Dentro del estadio, Ichiro conecta líneas por todo el campo. El viento azota los bleachers y ahora, sopla a toda intensidad. El grupo final de pitcheos, 24 en cuatro minutos, representa una pelota cada 10 segundos. Llega a conectar la última pelota y la despacha hacia el aire. Milagrosamente, cae dentro de uno de los cestos amarillos. Sus amigos enloquecen, gritan a toda voz e Ichiro levanta sus brazos en signo de celebración, corriendo alrededor de la caja de bateo en un pequeño medio círculo. Se aparta del terreno y desaparece al cruzar el túnel del dugout.

La temperatura sigue cayendo.


Las desviaciones pueden desatar a Ichiro, y la jubilación sería la mayor desviación de todas. Rob Tringali/SportsChrome/Getty Images

DÍA 3: 6 DE FEBRERO, 2018

Ichiro camina por el lobby del hotel exactamente a la misma hora del día anterior: 11:46 de la mañana, repitiendo su rutina con exactitud. Es un hombre divertido que puede burlarse de sí mismo, en ocasiones mofándose de sus comportamientos compulsivos, que van mucho más allá de sus rituales relativos al béisbol. Confesó en una entrevista para un medio japonés que, en una ocasión, escuchó la misma canción durante un mes o más. Hay cierta iluminación dentro de la obsesión, afirma, porque la concentración abre la percepción a muchas cosas. Logra desmenuzar la vida.

"No soy normal", admitió.

Ichiro puede quedar estancado en sus patrones. En Ligas Menores, tuvo ocasiones en las cuales su ritual de hacer swing por 10 minutos antes de dormir llegó a ocupar dos horas o más. Su mente no lo dejaba detenerse. Durante años, sólo comía el curry hecho por su esposa antes de los partidos, día tras día. De acuerdo con un reportero japonés que lo ha cubierto durante años, ahora Ichiro come fideos o pan tostado. Le gusta que la primera rodaja quede tostada luego de 2 minutos y 30 segundos y la segunda rebanada se tueste por 1 minuto y 30 segundos. (Calcula el calor que queda en la tostadora). Por un tiempo, en la carretera, sólo comía pizzas de queso de California Pizza Kitchen. Prefiere la salsa barbacoa Jojoen para su carne. Una vez, Yumiko se quedó sin esa salsa y mezcló unas sobras con salsa marca Sankoen (la cual es prácticamente idéntica) e Ichiro se dio cuenta inmediatamente. Estas historias nunca terminan y se extienden más allá de la comida. En septiembre pasado, un periódico japonés describió como Ichiro sigue organizando su vida en bloques de dos minutos. Cualquier desviación de estos patrones lo pueden desatar. El retiro sigue siendo la mayor desviación de todas. El año pasado, un periodista de Miami le preguntó que planeaba hacer una vez dejara el béisbol.

"Creo que moriré", dijo Ichiro.

Hoy, Ichiro camina por el campo en Kobe, justo a tiempo. Todos le esperan. Es algo sorprendente. Hacen reverencia cuando llega al dugout. Es martes y hace más frío que el día anterior, pero la rutina no cambia: cuatro vueltas trotando por el outfield, correr las bases, 50 pitcheos suaves, exactamente 50. Excepto por el frío, estos no son entrenamientos fuertes. Parecen ser una ceremonia de rituales entre amigos. Podría escoger a los mejores peloteros de Japón para ayudarle, pero no lo hace. No parece necesitar mejorar su swing. Lo que sí necesita y parece conseguir en este estadio arrendado, es la comodidad de lo familiar, un lugar en el cual sabe quién se supone debe ser.

“No soy normal.”

- Ichiro Suzuki

Es igual de preciso durante la temporada, para el divertimiento de sus compañeros. Dee Gordon dice que Ichiro incluso limpia el piso de su vestidor con un removedor adhesivo de pelusas. Limpia y pule su guante y tiene varios paños en el dugout para darle una última lustrada a sus zapatos antes de saltar al terreno. El manejador del clubhouse de los Yankees cuenta una historia ocurrida tras la llegada de Ichiro al equipo en 2012. Ichiro acudió a él con un tema muy serio que discutir: Alguien estuvo en su vestuario. El cuidador del clubhouse estaba preocupado, pensando que algo se había perdido, algún objeto de valor, como joyas o un reloj, y corrió a revisar.

Ichiro apuntó a su bate.

Y luego apuntó a un punto a 8 pulgadas de distancia.

Su bate se había movido.

El manejador del clubhouse suspiró en señal de alivio y le dijo a Ichiro que él movió accidentalmente el bate al colocar un uniforme o spikes limpios, o alguna cosa en su vestuario, siendo una de las labores principales de los cuidadores de los clubhouse.

"Eso no puede ocurrir", dijo Ichiro, sonriente pero muy serio.

Desde ese día, el staff de los Yankees no reemplazaba nada en su vestidor de la misma forma que lo hacían con el resto del equipo. Esperaban a su llegada y le entregaban lo que necesitara ese día.

Estas historias pueden sonar divertidas al ser contadas separadamente. Sin embargo, hay una sensación muy diferente al tomarlas como un todo. Al igual que todas las personas de condición obsesiva, Ichiro encuentra una sensación de seguridad en sus patrones. Pisa el plato con una meta en mente y si la consigue, se encuentra en paz consigo mismo por varios innings. Desde sus días en ligas menores en Japón, Ichiro cuenta con un objetivo alcanzable y específico para cada día, para así sentirse validado al haberla obtenido. Quizás esta sea la razón por la cual detesta irse de vacaciones. En la más pública de las ocupaciones, está claramente inmerso en un acto privado de auto preservación. Ha logrado refugiar su vida dentro del cascarón que le provee el béisbol. Sus días permiten hacer pocas cosas que vayan más allá de su rutina, bien sea dejar la habitación de su hotel a las 11:45, o caminar por el lobby un minuto después, o ir al estadio día tras día en la temporada baja, en la que quizás sea su última temporada baja. Aquí, bajo un frio congelante, con vientos de 27 grados que llenan de escalofríos a cualquiera, se mueven los postes de foul. El bate en su mano mide 33.46 pulgadas de largo. Se mete en la jaula y ve 78 lanzamientos. Hace swing en 75 ocasiones.

De cerca, se asemeja mucho a un prisionero.


Nobuyuki Suzuki orquestó el brutal régimen de entrenamiento de la niñez de Ichiro, y ahora no hablan. Kyodo

DÍA 4: 7 DE FEBRERO, 2018

Ichiro batea jonrón en su último swing de hoy, siempre terminando con un resultado positivo. Aún faltan semanas antes que Boggs comience discusiones con los Marineros y a una hora al nororiente de este estadio, el padre de Ichiro ha estado pendiente de las noticias sobre la agencia libre de su hijo. Nobuyuki Suzuki fue el creador del brutal régimen de entrenamiento de Ichiro en su niñez y ahora, ambos no cruzan palabras.

Padre e hijo aparentan ser hombres modernos. No obstante, sus crianzas difieren radicalmente, dándoles pocas cosas en común. No pueden verse el uno al otro. Al igual que Nobuyuki no puede entender la presión inherente a ser Ichiro, quien una vez debió ser sacado de un edificio envuelto en una alfombra enrollada para evitar a los fotógrafos, Ichiro no puede imaginarse los desoladores años de niñez de su padre. Nobuyuki nació durante la guerra en 1942 y creció en un mundo bombardeado y dominado por el hambre, la privación de cualquier bien y la vergüenza que dejó en los japoneses la derrota en el conflicto bélico. Utiliza modestos pantalones y llora cuando habla con un periodista sobre su hijo. Esta temporada baja, Ichiro organizó un evento en su pueblo natal. Solamente visitó a su madre Yoshie.

Nobuyuki quedó solo, con los recuerdos de su hijo. Y un museo.

Antes de que Ichiro firmara con los Marineros en 2001, la familia construyó una residencia en Toyoyama para que vivieran juntos. Al lado, armaron un museo de dos pisos lleno de recuerdos que van desde los juguetes de "la Guerra de las Galaxias" de Ichiro hasta su primer guante. Está abierto al público, a $11 por persona. En las fotos más antiguas, Ichiro está siempre sonriente. A medida que pasan los años, la sonrisa comienza a escasear. Hay un gimnasio con equipos sin usar, el cual se armó para que Ichiro entrenara allí y ahora es utilizado para almacenar cajas. En algunas noches, Nobuyuki llega solo y camina por las exhibiciones del museo. Soñaba con que su hijo viviera allí para siempre y ahora, ya no está. Nobuyuki se enteró de la firma de Ichiro con Seattle la mañana de la rueda de prensa. Insiste que no tiene nada de qué arrepentirse y que, si tuviera la oportunidad, lo haría todo de nuevo.

Cuando Ichiro tenía 3 años, Nobuyuki le compró su primer guante, hecho de un cuero brillante. Le costó dos semanas de su salario. Nobuyuki enseñó a su hijo a limpiarlo y pulirlo cuidadosamente. Le dijo que no era un juguete. Era una herramienta. Le enseñó a su hijo diestro a batear a la zurda, a conseguir unos pasos extra en la caja de bateadores. Fueron a un parque cercano y cada día hacían la misma rutina: 50 pitcheos, 200 swings contra lanzamientos suaves y 50 rodadas. Por las noches, iban a una jaula de bateo cerca del aeropuerto Nagoya. Allí, Ichiro haría swing entre 250 a 300 veces frente a una máquina de pitcheo. Lo hacía los 365 días del año. A veces, era tan frio que el joven Ichiro no alcanzaba a cerrar los botones de su camisa, con los dedos tiesos. En la escuela primaria, escribió en un ensayo que jugaba con otros niños sólo dos o tres días al año. Hubo una ocasión en la cual Ichiro no quería practicar béisbol. Deseaba correr con sus amigos. Por ello, en señal de desafío, se sentó en medio del terreno. Nobuyuki, furioso, comenzó a lanzar pelotas hacia su hijo, pero los rápidos reflejos de Ichiro lo ayudaron a evitarlas. Atrapaba fácilmente las que se dirigían hacia su rostro.

Ichiro comenzó esta vida en el tercer grado y no ha renunciado a ella desde entonces. Entre las personas de su confianza, hablará del por qué Ichiro Suzuki no creó a Ichiro. En el pasado, llegó a odiar a Ichiro. En muy raras ocasiones, permite que sus sentimientos privados se hagan públicos. Cuando Ichiro terminó su segunda campaña con los Marineros y regresó a casa, concedió una entrevista al escritor Robert Whiting. Éste fue llevado hasta el piso privado de un hotel de Tokio, ubicado encima de un mundo digno de Blade Runner, pasando vertiginosamente debajo de éste. Whiting es autor de best sellers, experto en el béisbol japonés y se encuentra entre los traductores más sofisticados de ambas culturas en el mundo entero. Le preguntó a Ichiro sobre un pasaje del libro escrito por su padre en el cual describía las sesiones de entrenamiento como divertidas para progenitor e hijo. Por primera y única ocasión en la entrevista, Ichiro habló en inglés.

"Él es un mentiroso", dijo.

Todos los presentes se rieron, pero Whiting no lo tomó a broma. Al día siguiente, el representante de Ichiro le pidió a Whiting, con éxito, que no publicara esa cita debido a la importancia en Japón que tiene la reverencia a los ascendentes. Whiting sí publicó lo que dijo Ichiro después en idioma japonés. Expresó que el comportamiento de su padre "rayaba en el abuso infantil".

Hay otros temas que amplían la distancia entre Nobuyuki e Ichiro. Los diarios japoneses, ocasionalmente, publican rumores sobre problemas entre Nobuyuki y Yumiko. Noboyuki llegó a manejar todos los negocios de Ichiro, pero se metió en problemas en Japón debido a una enorme deuda con el fisco, lo cual causó a Ichiro gran vergüenza, además de desembolsar una cifra cercana a los $168.000. Esa parece haber sido la gota que derramó el vaso: Yumiko ahora es quien supervisa las finanzas de Ichiro. En el pueblo, hay un restaurant de sushi donde Nobuyuki e Ichiro comían juntos. Ahora, el dueño del establecimiento muestra su tristeza porque ambos acuden por separado. Nobuyuki se ha convertido en un profesor sin alumno, excepto por aquellos viejos artefactos que mantiene dentro del cristal.

Ichiro parece buscar gente e historias que llenen el vacío dejado por su padre. Adora a los antiguos peloteros y sus historias. Llegó a formar una relación con la ex estrella de las Ligas Negras Buck O'Neil y cuando los Marineros jugaron contra los Reales en Kansas City, Ichiro acudió a motu propio al Museo del Béisbol de las Ligas Negras. No le comentó a nadie, y habría pasado totalmente desapercibido de no ser por un empleado de la oficina que vio su nombre en un comprobante de tarjeta de crédito. Cuando Buck falleció, Ichiro envió flores al funeral y giró un cheque personal a favor del museo en homenaje. Ha visitado las tumbas de antiguos peloteros cuyos récords ha superado. Así lo hizo con George Sisler en los suburbios de San Luis y con Willie Keeler en Queens. En Japón, suele visitar el sepulcro del scout que lo descubrió. Sigue conectado a su propia historia. La dirección alterna en los documentos de registro de su empresa personal es su antiguo dormitorio de Orix, el cual fue demolido. Ha visitado el Salón de la Fama de Cooperstown en más ocasiones que cualquier otro pelotero activo de Grandes Ligas, entrando y saliendo bajo total discreción. (Ha prometido que toda su colección personal irá a Cooperstown, no al museo de su padre). El pequeño pueblo, con sus luces brillantes y alegre espíritu beisbolero le cautiva tanto como el museo. Ichiro gusta de sostener bates y guantes de otros grandes peloteros y entrar en comunión con ellos. "No se trata de ver al guante de Lou Gehrig", dice el presidente del Salón de la Fama Jeff Idelson. "Se trata de entender qué habría pensado mientras usaba ese guante".

Hoy, Nobuyuki se sienta en la plenitud de su museo y se pregunta cómo se sentirá Ichiro. Ha estado teniendo sueños reiterados sobre su hijo recientemente. En ellos, Ichiro está en la primaria y los tiempos decisivos no han llegado aún. Padre e hijo siguen siendo cercanos en estos sueños.

Nobuyuki vuelve a llorar.

Ichiro ha roto los lazos que le unen a su padre: el hombre que inventó a Ichiro, la fuente de la cual ha emanado todo el bien y el mal de su vida; más no puede escapar del hombre que su padre creó. No puede escapar de los patrones que éste forjó en él siendo niño. Sus compañeros de equipo norteamericanos hablan sobre la forma en la cual sigue puliendo sus guantes y spikes, tal y como le enseñaron. Entrena a diario sin descanso, llegando a abandonar hasta a su propia familia, vestido de pantalones cortos en el gélido invierno de Kobe. Ha amasado una fortuna estimada en $160 millones y, sin embargo, no la puede disfrutar. Se ha ganado el descanso del guerrero, pero no lo puede aceptar. Se ha ganado, a pleno derecho, su plena libertad, pero no la desea. El niño que escribió en aquél ensayo añoranzas de una vida lejos del béisbol ya no existe.

Ichiro ahora se hace a sí mismo todas aquellas cosas a las cuales su padre le obligó. Las mismas que generaron ese profundo resentimiento hacia él.


Quizás la cosa más valiente que Ichiro podría hacer es cumplir su deseo de desaparecer. Otto Greule Jr/Getty Images

DÍA 5: 8 DE FEBRERO, 2018

Se fue.

Hoy, en el Hotel Okura, pasaron las 11:46 de la mañana y no ha cruzado el lobby. Su Mercedes no se mueve. En las montañas del estadio de béisbol, ni él ni sus amigos saltan al terreno. No batea 50 pitcheos suaves, ni hace swing hasta que se sienta feliz. Se acerca una tenaz lluvia. Quizás llegue a nevar si la temperatura sigue así de baja. Una densa niebla cubre la ciudad gracias a este clima y es imposible ver más allá. Una sábana blanca se extiende entre el pico del Monte Rokko y los buques de carga que flotan por la bahía de Osaka. Los cerezos están a seis semanas de florecer. El invierno mantiene su férreo control sobre las islas. En el lobby del hotel, una enorme pintura de un bosque, autoría del artista Ikuo Hirayama hace juego con la sensación etérea, melancólica. Es un clima digno del béisbol japonés.

Su agente norteamericano está a un mes de conocer el primer signo de interés por parte de los Marineros de Seattle.

Su agente japonés no devuelve llamadas telefónicas.

Yumiko dice que es un mal momento para hablar con ella.

Pocas personas pueden convertirse en fantasmas de la forma como lo hace Ichiro. No hay signos de su persona en redes sociales, ni mención alguna de su paradero en la prensa norteamericana, ni en la japonesa. No está en los entrenamientos primaverales japoneses en la prefectura sureña de Miyazaki ni en el Spring Training norteamericano, en Florida o Arizona. Podría encontrarse en Tokio, cumpliendo con alguna de sus múltiples responsabilidades profesionales. Lo más valiente que podría hacer es satisfacer su propio deseo de desaparecer. Quizás, sólo quizás, consiguió la voluntad para colgar su bate y no hacerse visible durante cinco años, vagando por el mundo hasta el día que Cooperstown lo llame.

Es obvio que eso no es lo que Ichiro está haciendo. Se encuentra en algún lugar, hambriento por conseguir la oportunidad que le permita mantener sus rutinas en movimiento. Es un círculo que Ikuo Hirayama denominaría como típicamente japonés. La travesía de Ichiro en Estados Unidos proseguirá donde comenzó: en Seattle. Necesita cinco inviernos más antes de sumar 50. Hay objetivos que alcanzar. Patrones que no puede abandonar, cicatrices que no dejará curar. Y la gente que maneja la jaula de bateo cerca del aeropuerto de Nagoya conocen bien ambas cosas. Saben del niño cuyo padre soñaba con algo y el hombre que ahora vive con la realidad de esos sueños. La jaula está abierta hoy, de par en par, y hay una foto de él cerca del carril número 8, donde su padre afiló a Ichiro Suzuki hasta convertirlo en Ichiro. El anciano que atiende la jaula, en su pequeña oficina, dice que Ichiro ha regresado allí a batear, quizás en unas cinco ocasiones durante las dos últimas décadas. La última vez fue hace cinco o seis años.

Cada visita ha sido igual. Cerca de las 10:15 o 10:20 de la noche, los empleados se quedan en el lugar. Un auto de lujo se detiene en el pequeño estacionamiento, rodeado por pinos japoneses. Si las jaulas están vacías, Ichiro sale y carga con su bate negro hasta el carril número 8. Paga su boleto al igual que todo el mundo: $2 por cada 22 pelotas. Los empleados no le molestan, pero sí se detienen a ver, comprendiendo que están presenciando un momento muy íntimo. El anciano frente a la caja registradora piensa que Ichiro está buscando algo, regresando al mismo sitio en el cual se dividió en dos. Hace swing por aproximadamente 20 minutos y sólo él sabe qué hay en su mente mientras hace este recorrido por su pasado. Poco después, este acto de comunión llega a su final. Se monta en su auto y abandona el estacionamiento. Sus cargas y agobios privados van con él, adentrándose en la oscuridad de la noche.

Wright Thompson Escritor senior de ESPN.com y ESPN The Magazine, Wright Thompson es originario de Clarksdale, Mississippi; actualmente vive en Oxford, Mississippi. Anteriormente, trabajó en The Kansas City Star y New Orleans Times-Picayune. En 2001, se graduó de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Missouri.

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