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Chile, un Equipo con mayúscula

BUENOS AIRES -- Chile se reafirmó como el mejor seleccionado de América. La Roja ha conquistado dos títulos brillantes (¡¡dos!!) en un año. Dijo Claudio Bravo antes de la segunda final consagratoria frente a Argentina que “nadie daba un peso por nosotros”. Y tenía razón. Es interesante desplegar el menú del último tiempo para concluir en la razón que ha hecho posible este nuevo logro para el fútbol chileno.

Pocos meses después de la celebración en Chile 2015 sobrevino un escándalo sospechado aunque de consecuencias impensadas, que derivó en la salida de Sergio Jadue de la presidencia de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional (ANFP).

De la misma investigación se desprendió una polémica publicación sobre el contrato del seleccionador Jorge Sampaoli, que se llevó puesto también al entrenador argentino nacido en Casilda, Santa Fe. Sampaoli dirigió por última vez al Campeón de América el 17 de noviembre de 2015, en la derrota (3-0) frente a Uruguay en el marco de la fase de clasificación rumbo a Rusia 2018.

El plantel, aturdido, sintió el adiós del seleccionador como un golpe al bajo vientre. La indefinición de las nuevas autoridades del fútbol chileno con Arturo Salah a la cabeza en la elección del reemplazante de ‘Sampa’, que supuso 3 meses de deliberaciones y debate interno, sembró numerosas dudas.

Juan Antonio Pizzi Torroja debutó el 24 de marzo de 2016 con otra caída. Como local, contra Argentina (1-2), con la eliminatoria mundialista como contexto. Chile entonces se amargó al mirarse al espejo y comprendió que había perdido un tiempo precioso. Pero no se detuvo en la autoflagelación.

Pizzi pretendía que el equipo no se apartara del libreto sampaolino. Presión. Posesión. Asociación. Distribución. Movilidad. Ataque directo. Sin embargo, tres derrotas más, contra Jamaica (1-2), y México (1-0) en juegos amistosos, y una más frente a Argentina (2-1) en el debut de ambos seleccionados en la Copa América Centenario, le colocó en el centro de la discusión. ¿Es el hombre indicado para liderar la transición?

Chile venció (2-1) a Bolivia el 10 de junio con susto e in extremis, en una tarde recordada por el deficiente arbitraje del colegiado estadounidense Jair Marrufo y la preponderancia de Arturo Vidal en medio del desorden. Pero 4 días más tarde vapuleó a Panamá (2-4), con una exhibición de Alexis Sánchez, su otro jugador franquicia, y recuperó la estabilidad.

Antes de ese juego, Chile pareció haber sido víctima de una amnesia transitoria. Cruzar el Canal de Panamá y constatar que selecciones como Brasil, Uruguay y Paraguay habían naufragado en el intento, le abrió la puerta a un mundo de posibilidades.

México presentó sus credenciales confiado el 18 de junio en Santa Clara, California, dispuesto a desbancar al campeón. Pero no contaba con que iba a aparecer el as que faltaba en la baraja. Eduardo Vargas construyó una actuación colosal y completó un póquer goleador para firmar un 0-7 impactante que destrozó al Tri dirigido por Juan Carlos Osorio. En un par de sesiones intensivas de CrossFit, Chile recuperaba la figura que había lucido un año atrás.

Desplumó luego a Colombia en 15 minutos (0-2), y tuvo la paciencia para trabajar el partido. La semifinal se eternizó por culpa de un huracán que descargó su furia en forma de diluvio sobre el césped del estadio Soldier Field de Chicago. El entretiempo duró 2 horas, pero Chile mantuvo bajo control el desarrollo, como el jugador que le baja el ritmo a un partido poniendo la pelota bajo la suela de su botín. Pisando el tiempo además del cuero.

El efecto negativo de las lesiones de Carlos Carmona (a Pizzi le salió fantástica la apuesta de urgencia por José Pedro Fuenzalida) y Eugenio Mena, había quedado atrás. También el recuerdo de Jorge ‘El Mago’ Valdivia, faro del equipo en Chile 2015. El plantel absorbió una nueva baja sensible, la del ‘Tucu’ Pablo Hernández. Claudio Bravo recobró la confianza. Vidal descansó frente a Colombia para purgar una sanción por acumulación de tarjetas amarillas. Y la dupla Vargas-Sánchez llegaban en plenitud de facultades a la final.

“Vamos a superar otra vez a Argentina y seremos campeones nuevamente porque ya sabemos lo que tenemos que hacer para ganarles”, desafió King Arturo. Vidal es así. Tiene la particularidad de comportarse y funcionar como Muhammad Ali antes de cada reto. La juega de bocón. Provoca. Pero los hechos terminan dándole la razón y emerge como el mejor de todos. Recuperó 11 balones (segundo jugador de su equipo en ese apartado, detrás de Charles Aránguiz [12]) y acumuló un 91% de eficacia en el juego de posesión.

Luego, aunque Argentina disparó más veces (11-3), Chile la rebasó en posesión de pelota (44%-56%), e incluso dispuso de la misma cantidad de situaciones de gol que su rival. Dos. Ambas protagonizadas por Vargas. El juego resultó parejo. La estadística de recuperaciones es un espejo de ello. Cada equipo recapturó la pelota en 49 oportunidades.

Chile adoptó un perfil de equipo calculador, determinado. Aplicado en aspectos tácticos esenciales que hacen al arte de la defensa. Disociación de la delantera rival. Aislamiento sobre Messi a base de una marca escalonada sin necesidad de asignarle otra hombre a hombre. Control de espacios. Y obstrucción de líneas de pase.

Habrá quien diga, “si hubiera entrado la ocasión de gol que tuvo Gonzalo Higuaín a los 21’, el partido habría sido muy diferente”. Es posible, pero el fútbol no reconoce el tiempo condicional en los verbos. Suerte para Chile y para la mejor generación de jugadores de toda su historia, que a veces premia al mejor equipo de un torneo. Ahora lo hizo otra vez. Contra pronóstico. Y por penales. Igual que hace un año.