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Clásico en el campo de golf: Barça-Madrid no pierde intensidad, incluso después del retiro

TARRAGONA, España – Un medallista de oro Olímpico está perdido entre los árboles. Albert Ferrer, miembro fundador del “Equipo de Ensueño”, ganador de cinco títulos de liga y de la Copa de Campeones de Europa 1992 en Wembley, exorcismo que sigue siendo el momento más emblemático en toda la historia del FC Barcelona, no puede encontrar lo que busca.

Asciende una pequeña colina, hace círculos alrededor de la sombra, tratando de entender lo que acaba de ocurrir y trataba de recoger sus pertenencias cuando un hombre de 69 años, con pelo canoso, llega a asistirle, quitándose su sombrero mientras se acerca. “Un caballero”, tal como lo denomina Ferrer.

Ramón Calderón, quien fuera en una ocasión presidente del Real Madrid y responsable por el fichaje de Cristiano Ronaldo (el hombre que, además, calificó el traspaso de Cristiano como “error histórico”) se une en la búsqueda. Eventualmente, la consiguen.

En un árbol, trabada en un tronco, se encuentra la pelota de golf de Ferrer. Éste logra meterse, con los guantines colgando de su bolsillo trasero, logra sacar la pelota hasta que cae en el Green (requiriendo de dos disparos para hacerlo) donde, a pocos metros, Calderón sonríe, de pie bajo el resplandor del sol y con un palo en mano.

Además, Calderón está ganando. Esta ronda es del Real Madrid. A tres días antes del Clásico y (tal como lo hacen cada año) hacen su propia versión del Clásico, reviviendo una rivalidad. Como si hubiese muerto alguna vez. Toda la charla, todos los recuerdos, todos los pequeños momentos apilándose uno debajo del otro.

Han pasado 20 años desde que Ferrer jugó por última vez contra el eterno enemigo, antes de partir rumbo a Inglaterra para jugar con el Chelsea y ha transcurrido una década desde que Calderón dejara la presidencia del Madrid, llegando a decir en una ocasión que estaba agradecido por haber salido de pie en vez de cargado dentro de un cajón.

Así es el nivel de presión, pero hay algo en la rivalidad Madrid-Barcelona que siempre está presente. Para todos ellos. Hay una razón por la cual se reúnen: el partido de fútbol más importante del mundo repercute en ellos y aún lo disputan, aunque esta vez con una pelota mucho más pequeña.

Paco Pavón, el hombre (aunque era niño en aquél entonces) que dio su nombre a la famosa política madridista galáctica de “Zidanes y Pavones” recuerda su primer Clásico, su favorito: una victoria 2-0 en la semifinal de la Copa de Europa, con goles de Zidane y Steve McManaman. Eso pasó hace 16 años, aunque afirma que “no pasa un día sin que piense en ello en algún momento”.

Especialmente, en un día como hoy. Hay nostalgia y también competencia: docenas de jugadores se abrazan y luego se enfrentan. Conversan sobre lo que ocurrirá este domingo: la lesión de Lionel Messi, el futuro de Julen Lopetegui, la salida de Cristiano Ronaldo y a dónde fueron a parar los goles, a dónde se fue el fútbol de Ousmane Dembelé, qué vendrá después. Calderón dice estar convencido del regreso de José Mourinho y que desatará incendios donde quiera que se pare. Pero la conversación se dedica en mayor medida a lo que ocurre en estos momentos. Esto importa. Real Madrid vs. Barcelona en una cancha de golf a las afueras de Tarragona.

No importa que hayan pasado años después de su último partido en una cancha de fútbol. Sigue allí. “Te marca, le da forma a tu vida”, afirma Dani García Lara.

Dani piensa que el último Clásico en el cual participó fue cuando el excapitán del Barcelona Luis Figo volvió al Camp Nou tras haber cambiado de bando y pasado al Real Madrid, en lo que seguramente fue el fichaje más agrio en la historia del fútbol. Quizás lo recuerden: esa fue la noche en la cual alguien arrojó una cabeza de cerdo a Figo.

“La gente intenta decir que se trata de otro partido, pero no lo es”, indica. “Todos hablan al respecto: tu familia, tus amigos, el panadero de la esquina. Ves quienes son los jugadores realmente, su personalidad. La presión es inmensa. Puede sonar tonto, pero sientes como si te faltara el aire y apenas pudieras respirar. Hace algo en ti. La gente suele decir: ‘Ah, están hechos de piedra’. Tonterías. Es otra cosa, no se parece a nada, en ninguna parte. Y siempre queda contigo”.

Mientras conversan, un jugador admite que el Clásico español no será lo mismo sin Cristiano ni Messi presentes (lo cual ocurre por primera vez desde diciembre de 2007) y que parte del glamour se ha ido, aunque este cotejo siempre está lleno de emoción. Para él y el resto de quienes lo acompañan, la verdad es que no son lo que solían ser. Sólo que, tal como otro jugador insiste, siempre son lo que fueron. “Nunca se deja de ser futbolista”, dice.

La mayoría de ellos tampoco dejan de ser competidores.

Cruzando la cancha en un carrito que parece irse de lado, jugando un hoyo antes que Ferrer y Calderón, Pavón se enfrenta a Gerard López, canterano del Barcelona que logró hacer cerca de 100 apariciones con el primer equipo y se convirtió en técnico de su club de segunda división. Su disparo terminó yendo por la dirección equivocada. “Ese es mi problema”, afirma.

No muy lejos de ellos, Alfonso Pérez se prepara para hacer su saque. Famoso por vestir botines blancos cuando nadie más lo hacía, el miembro de la selección española que anotó el dramático gol en el último minuto para imponerse a Yugoslavia en la Eurocopa del 2000, el estadio del Getafe fue bautizado con su nombre (un coliseo, nada menos), aunque jugó con el Real Madrid y el Barcelona.

También se encuentra presente Miguel Ángel Nadal. “La Bestia”, solían llamarle. Al igual que Alexanco, el hombre que levantó esa Copa de Campeones de Europa en el Wembley, momento que causó que el entonces presidente del club fuera a nadar el río Támesis a las 5 de la mañana.

Igualmente, hacen su aparición otros hombres de esa era, como Julio Salinas, Thomas Christensen, aquel danés que jugó para España y militó con ambos clubes de la rivalidad asturiana, el Sporting de Gijón y el Real Oviedo, donde los aficionados cantaban su nombre al compás de la música de “Brown Girl in The Ring”. Hasta Jesús Angoy, el arquero que terminó convirtiéndose en pateador profesional de fútbol americano, se encuentra presente.

Alrededor del césped, más allá de los bunkers y cerca de los árboles, cerca del camino donde los carritos salen de la casa club, hay una competencia de pádel en pie, un clásico en la cancha: veloz y agresivo. Parecido al tenis de dobles, pero ocurre dentro de una jaula de cristal.

Si el golf es relativamente cortés, esto definitivamente no lo es. Adentro, los trofeos aguardan.

“Algunos van un poco lejos”, dice un ganador de la Copa de Europa mientras sonríe y mira hacia ellos. Se dirige al primer tee. Ferrer concuerda con él. “Por eso prefiero jugar golf”, se ríe. “Es un poco más relajado”. Pavón insiste que el golf no impacta tanto la espala, algo que quizás debería decirles a aquellos que siempre están apuntando sus dedos a Gareth Bale.

En la cancha de pádel, nadie está tranquilo. Santi Ezquerro hace un gran disparo, grita “¡Sí!” a todo pulmón y pregunta si alguien grabó su ejecución. Otro ex jugador del Barcelona, canterano en ascenso cuando el Equipo de Ensueño ganó su cuarto título de liga consecutivo, pero que parece mejor no mencionar en estos momentos, persigue la pelota y la estrella contra el cristal, que termina hecho pedazos.

Arroja la raqueta en señal de enfado, grita palabrotas a voz en cuello y golpea el vidrio. Otro exjugador termina haciendo lo mismo poco después, la raqueta rodando por la arena. No hay dudas de que está furioso.

Se supone que no debería importar quién gane, pero vaya que sí importa. No lo pueden evitar. Cuando llega el final, dos horas después, con el sudor corriendo por todos lados luego de par de rondas, queda claro.

Dani, exdelantero que aún se encuentra en una forma física tan buena que raya en lo ridículo, juega con el extécnico de la selección española sub-21 Luis Milla, quien fuera considerado en épocas anteriores la personificación del volante que mueve el balón, predecesor de Pep Guardiola y quien acaba de volver a España tras haber sido técnico de la selección nacional de Indonesia.

Dani y Luis son veloces en la cancha, a pesar de que Luis afirma que la diferencia de edad de 10 años entre ambos hombres evidente, insistiendo que “podrían poner a Dani a jugar el domingo”. También son astutos. Y victoriosos. Por ello, el trofeo les pertenece, es otro triunfo para…

¿El Real Madrid? ¿Barcelona? ¿Para quién?

El juego ha terminado, Luis se estira sobre el césped, suelta sus piernas, con una sonrisa en el rostro y un brillo en sus ojos, sentado bajo el sol y mira a Dani jugar otro partido, porque puede. Jugaron y lo hicieron bien, pero ¿para la causa de cuál equipo? No lo quiere decir. No importa, afirma él, con un guiño de ojo. Puede salirse con la suya y lo ha intentado durante años.

En esta ocasión, se comparten el éxito y la gloria, casi como si todo esto fuera preparado, el perfecto final amistoso. Porque, al igual del resto de los presentes, Dani García Lara y Luis Milla experimentaron al Clásico desde adentro, pero fueron casos diferentes. Porque Dani García Lara y Luis Milla jugaron para el Real Madrid y para el Barcelona.