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Sam Allardyce y la condena definitiva de un tramposo

Entre ‘Big Sam’ y ‘Sam el Breve’ transcurrieron apenas 67 días en que Sam Allardyce solo tuvo tiempo de dirigir un partido a la selección inglesa y embolsarse 400 mil libras por ‘asesorar’ a unos periodistas que, disfrazados de ejecutivos, le descubrieron ante la opinión pública del país como un tramposo.

Al tiempo que la Inglaterra futbolística saludaba con efusividad la segunda victoria del Leicester en la Champions League, la FA hacía oficial el despido del seleccionador, tras descubrirse su implicación en una red de corrupción de fichajes sacada a la luz por una investigación del diario The Telegraph.

“Haré todo lo que pueda para ayudar a Inglaterra y dar a nuestro país el éxito que los aficionados merecen. Por encima de todo, debemos hacer que la gente y la nación entera se sienta orgullosa” afirmó el 22 de julio Allardyce, el día que fue presentado como sustituto de Roy Hodgson al frente de los ‘Tres Leones’.

Su permanencia en el cargo solamente le dio tiempo para conseguir una victoria en Eslovaquia, conseguida gracias a un gol de Lallana en el minuto 95, que apartó del plano la preocupación por un juego que hace demasiado tiempo señala al equipo nacional. Pero a Allardyce no le condenaron los resultados como a Hodgson, Capello, McClaren o Eriksson.

De hecho, desde que en 1966 un árbitro empujó a los ingleses a ganar su Mundial, el banquillo de la selección ha sido una suerte de silla eléctrica que ha ido fulminando nombres.

De todos quizá Bobby Robson (1982-1990) fue quien mejor parado salió en una lista con nombres célebres como Venables, Taylor, Keegan o Hoddle. Desde Don Revie, todo es un desastre deportivo… Pero a Allardyce no le ha condenado el fútbol, sino la corrupción. Y eso, esa excepción, es un pecado máximo en un fútbol que hace de la limpieza su más preciada bandera.

DIEZ AÑOS DESPUÉS

El defenestrado técnico, a sus 61 años presentaba un humilde currículum como entrenador de Blackpool, Notts County, Bolton, Newcastle, West Ham y Sunderland (al que abandonó para acceder al puesto) pero, a la vez, era ya un personaje tan popular como controvertido en Inglaterra.

Hace exactamente diez años, el 19 de septiembre de 2006, Allardyce ya fue acusado en una investigación periodística de la BBC por haber recibido sobornos de agentes de jugadores en los fichajes de diferentes futbolistas a través de su hijo Craig.

En enero de 2013 el entonces entrenador del Blackburn Rovers tuvo que pagarle una indemnización por afirmar, sin pruebas, que en 2011 había sido despedido de los Rovers por tramposo y en 2014 una información en ‘The Guardian’ le acusó de haber presionado a un futbolista, Ravel Morrison, para que firmase un contrato con Mark Curtis, su propio representante, si quería tener protagonismo en el West Ham que él entrenaba… Desde hace diez años, por más que tuviera una buena consideración entre los entrenadores ingleses, su figura no escapó de las dudas.

El buen recuerdo que dejó en Bolton o West Ham le colocaba en el escenario frente a los extranjeros a pesar de ser un técnico anclado en el fútbol británico de siempre y a través de ello es como, sorprendentemente, fue reclutado para el equipo nacional en junio.

Con un salario como seleccionador de cuatro millones de libras, primas aparte, descubrirse que se había dejado seducir por una (falsa) trama de corrupción rompió no solo el encanto, sino la fe en un tipo en quien se había puesto tanta confianza como en Rooney. De hecho, lo único que ocurrió, que ha ocurrido, es que ‘Big Sam’ Allardyce ha caído en el pozo víctima de una ambición que no conoce límites y que, ha vuelto a demostrarse, es capaz de saltarse cualquier legalidad.

El banquillo de los ‘Three Lions’ hace muchos años, décadas, que se asemeja a una silla eléctrica. Pero esta vez no se ha llevado por delante a un ‘fracasado’ sino a un tramposo. Y eso, en Inglaterra, son palabras mayores.