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Bendito Cruz Azul que sigue invicto pese a los besos recurrentes de tanto Judas

Siete victorias al hilo. Seis de ellas, tras aquella llaga supurante del 7-0 ante Seattle Sounders (Leagues Cup). El miércoles Cruz Azul llegó a 22 partidos imbatido jugando como local tras vencer a Querétaro.


LOS ÁNGELES -- Siete victorias al hilo. Seis de ellas, tras aquella llaga supurante del 7-0 ante Seattle Sounders (Leagues Cup). Pero Cruz Azul era un líder accidental la tarde de este miércoles a espera de Toluca-Monterrey. Y era un líder invicto, al clausurar con un 2-2 su encerrona como local ante los Gallos Blancos de Querétaro. Llegó a 22 partidos imbatido jugando como local.

La Máquina sobrevive a traiciones. Juega bajo el Beso de Judas. Kevin Mier se traga un gol de casi 70 metros a zapatazo de Homechenko. Su defensa también se había atragantado, impávida, momificada, el 1-1 obra del mismo uruguayo. Lo peor, Kevin toca el balón, lo testerea, pero sólo para empujarlo a su arco. Tantas malditas sospechas. Y encima le reclama a su defensa con el cinismo y el descaro del autoindulto. Algos así como: “Pa’ que lo dejan patear si ya saben como soy”.

Larcamón y Cruz Azul sobreviven a sus propias desgracias. Los rivales hacen lo suyo, pero La Máquina, de vez en cuando, entre la estulticia o el ocio, elige dispararse al pie para tragar amargo en cada partido. Hace de su propio sufrimiento un código de deshonor.

Karen Hernández había expulsado a Jhojan Julio del Querétaro, cuando los Gallos ganaban 1-2. Y las puertas cómplices de la casualidad y la causalidad se abrían generosas, cómplices, incitadoras, para que La Máquina pisara los andenes del empate y la victoria.

Pero no. El Beso de Judas. Luka Romero, hoy con más rendimiento y menos lonja, asistente del primer gol celeste, obra plástica de Paradela, súbitamente tira tremenda plancha al tobillo de un rival, y se gana la roja, como si la buscara, como si maliciosamente no quisiera viajar ni a Tijuana ni a Monterrey.

Y la ventaja de un hombre más se evapora, justo cuando ya Larcamón fraguaba el cambio del mismo Luka Romero, quien antes que irse en la indignidad de la sustitución, elige irse bajo la ignominia de la roja.

Pero, el equipo que enriqueció el castellano con un verbo que sentencia que matar o morir puede ocurrir para endulzar de misterio y suspenso la dicha y la tragedia, principalmente lo segundo, aún tenía voz y voto. Sí, porque “cruzazulear” es un verbo transitivo. Y la Máquina hace “cruzazulear” a Querétaro. “Yo te cruzazuleo, tú me cruzazuleas, nosotros nos cruzazuleamos, etcétera…”.

Y el Toro Fernández, al ’83 rescata a La Máquina, que ya se columpiaba, entre espasmos, colgada del cogote de la higuera de Judas. Un punterazo en el área, rodeado de Gallos, permite el 2-2.

Sí, hasta antes del Toluca-Monterrey, Cruz Azul seguía invicto, igualando marcas, pero como un líder accidental.

Porque La Máquina hace lo necesario pero no sufrir, pero alguno o algunos, a lo largo del torneo, reciben el Beso de Judas y sentencian el trámite, el partido, la noche, con ese dulzor amargo que tanto pone frenéticos a los benditos aficionados, que, ahora, han aprendido que con la túnica del masoquismo la vida es azul celeste. Gracias Judas, por esos besos malditos, semanales, recurrentes, que hacen sentir a su gente que están más vivos, después de contorsionarse en los brazos de la muerte.