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México sufre ante el laberinto de Juan Carlos Osorio

MOSCÚ -- Juan Carlos Osorio le pone freno de mano al entrenamiento a pocos minutos de iniciado. No le gusta lo que ve y menos aún lo que interpreta en la cancha del Complejo Deportivo del Dynamo de Moscú

Recapitula, bajo ese sol tímido y ese plácido aliento frío que monta un clima agradable para el trabajo. La voz dista de ser amable. Claro, México trabaja contrarreloj. Alemania aguarda.

“Hay cinco carriles, no podemos perder de vista eso”, puntualiza Osorio, y mediante conos hay cinco corredores perfectamente delineados a lo largo de la cancha.

Sin personalizar, de manera ambigua, para que cada quien recoja el saco que le toque y se lo ponga, Osorio hace énfasis, a gritos, para que, de ser necesario se entera la prensa, la mayoría colocada detrás de la portería de Guillermo Ochoa.

“Se han estado dando pases en un mismo carril. Lo hemos platicado, no es así, nunca dos pases en un mismo carril, nos exponemos demasiado”, y con los brazos pretende enfatizar las indicaciones.

“No podemos correr esos riesgos y no podemos ponernos en peligro (ante Alemania). DE un carril a otro, siempre con un compañero a un lado, siempre abriendo el juego”, enfatiza Osorio.

Y la pelota vuelve a poner a examen a los jugadores mexicanos. Nuevamente el balón es entregado de manera vertical, en un mismo corredor. Y Osorio resopla, hace un ademán de molestia, pero deja seguir la jugada.

Parece que necesita ser más enfático. Hace una seña de limpiar los alambres de pájaros, de que no haya moros en la costa.

Entonces, la oficina de prensa de la selección nacional gira una invitación puntual para que los medios abandonen el complejo. Cada pelota que cae en el mismo carril de los cinco delineados, parece ser una piedra en la vesícula biliar de Osorio.

Una voz se escucha, llena de dudas, de intriga o de cizaña: “¿O él (Osorio) no se explica o ellos (los jugadores) no entienden?

Y otra voz responde: “Les ha faltado tiempo de trabajo”.

Y en esa charla carambola, una tercera voz asume: “Por eso, muchos partidos fueron desperdiciados por el entrenador”.

Antes de esos pasajes, los porteros habían trabajado por separado. Saltando una cruz, debían aterrizar en posición de reacción inmediata a los disparos impredecibles de Mario Marín.

Es evidente la competencia. Se adivina una presión implacable entre ellos. Ninguno cede, ni el Guillermo Ochoa como titular aparente, ni Jesús Corona ni Alfredo Talavera dan signos de rendición o de resignación.

Queda claro que la sombra del campeón mundial es una incomodidad agradable en una selección mexicana que se ha traumatizado saludablemente con la obsesión insalubre de creer que puede poner el domingo de rodillas a Alemania.