Rafa Ramos nos cuenta la novena parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México
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Había sido una noche azarosa. Mientras Leovigildo Messi-Cano había huido a refugiarse en su cuarto, su santuario, con esas paredes tapizadas de fotos de Pelé, Maradona, Hugo Cháncez y Crispiano Romualdo, sus padres Jordi y Chela, consternados por el giro de las circunstancias, se quedaron reunidos con el profe José Luis Leal del Rebaño Sagrado, y el médico y tío de Lío, José Antonio Cano, para tratar de encontrar soluciones, luego de sufrir emboscadas por todos lados.
Claro, el Cura Melo Veloz y Don Boni, el carnicero dueño de La Casa del Bife y el Bofe, permanecieron silenciosos y atentos, como los delegados del comité de chismosos de Polanquito. Había que informar a la barriada del destino del pequeño genio.
Doña Chela Cano le llevó un vaso de leche y un par de quesadillas a Leovigildo, pero el chamaco ya estaba dormido, con la almohada sobre la cabeza. La tristeza y el llanto por la crisis de malas noticias y el desmayo de su madre habían minado sus resistencias. Y por primera vez en años, dormía sin su acompañante ideal: el balón de futbol.
Jordi Messi había ido a la calle a rescatar ese mismo balón que Lío había pateado con rabia, en señal de renuncia al futbol, tras el desvanecimiento de su progenitora y la gritería de Leal y el médico Cano al padre, por haber sido embaucado con las medicinas y por Memo Hurtado, el promotor. Ese balón ya había sido mil veces parchado, pero Lío no aceptaba que le compraran otro. El zapatero de la colonia lo remendaba y remendaba y pintaba. Era de la marca Gachís, así que duraba muy poco en buen estado.
El médico José Antonio Cano revisó las botellas del supuesto medicamento, supuestamente milagroso, que sanaría a Lío, antes Leíto, de la deficiencia crónica hormonal que detenía su crecimiento. Sí, era agua, con vitaminas, colorantes, y de haberlo suministrado habría puesto en riesgo al pequeño. “Basura, te timaron cuñado. Debiste avisarme”, dijo el galeno.
Jordi le explicó que nunca pudo localizarlo para consultarle, y quienes se miraron desilusionados fueron Don Boni y el Cura Melo, porque ellos habían conseguido los 11 mil pesos para comprar la pócima salvadora. “NI modo, perdimos ese dinero, ya veré cómo lo recupero, pero ahora, ¿qué hacemos?”.
Doña Chela les llevó a los cinco tipos un café de olla con unas salpicaditas de piquete, mientras ella se servía té de tila con pasiflora, cúrcuma y valeriana.
“¿Qué podemos hacer?”, preguntó Jordi. El Profe Leal, el entrenador que había quedado asombrado con las habilidades de Leovigildo Messi-Cano en las canchas de Valle Verde, fue el primero en reaccionar.
“Rompa esos contratos de Memo Hurtado, no vuelva a acercarse a él. Es un tipo nefasto que va a hacer mucho daño. A ver si no se aprovecha y dice que llegaron a un acuerdo verbal, y que le dio dinero en efectivo por adelantado”, explicó Leal. “Le dejé mensaje a Don Jorge Melgara y le dije que El Pelagatos, perdón, José Luis Helguera está boicoteando a Leovigildo. Pero no sé cuándo conteste”.
“Y hay que responderle a la Federación para confirmar que Lío si irá a las Olimpiadas Nacionales con la Selección Jalisco de menores de 12 años. Ahí lo van a ver muchos equipos y mucha gente que no tiene tan malas intenciones como las de Hurtado. Se van a acercar buscadores de talentos que le van a querer cobrar por recomendarlo. No les haga caso, confíe en que se quede con nosotros”, dijo el jefe de fuerzas básicas del Rebaño Sagrado.
El médico José Antonio Cano poco podía aportar. Le seguiría dando suplementos controlados, vitaminas, sustancias como nicotinamida riboside, entre otros productos que fortalecen la microbiota y la regeneración celular. “Esperemos que encuentres un club que pueda pagar el tratamiento completo, que son dos inyecciones diarias de Levotiroxina”. Sí , estaba hablando de más de 20 mil dólares.
La reunión se prolongó hasta la madrugada. Al menos había un inmediato plan de acción. Reconfortados por haber encontrado soluciones- parciales, pero aún apesadumbrados por la forma en que el abuso se cernía sobre un chamaco prodigioso con habilidades excepcionales para el futbol, en lugar de encontrar las facilidades propias para ayudarlo como ser humano y como jugador, así, en esas condiciones, se fueron a dormir.
Leovigildo Messi-Cano se levantó con dificultades para ir a clases. Había tenido pesadillas. Dos equipos de balones de futbol jugaban a tratar anotar goles con él, pateándolo por toda la cancha. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio junto a su almohada fue el balón que rabiosamente había arrojado a la calle, como juramento de que no volvería a jugar al futbol. Lo ignoró. Su renuncia era genuina. No quería ver otro zafarrancho entre su familia.
Ya sus padres lo habían ayudado a prepararse para ir a la escuela mucho antes de lo normal. Se sentaron a la mesa con él. Unos vaporosos chilaquiles en salsa roja, frijoles refritos, con un birote y su habitual licuado con huevo crudo y plátano, lo esperaban. Lío se sorprendió, porque ese tipo de banquetes era de domingo. Normalmente un licuado y a correr a la escuela.
Don Jordi le tomó la mano sobre la mesa. “Leíto, digo Lío, todo lío que viste ayer, es de personas que te queremos mucho y vemos por tu futuro. Tratamos de ayudarte a cumplir tus sueños de jugar al futbol profesionalmente. Vamos a seguir buscando la mejor ayuda posible. Por lo pronto, más tarde avisaré que sí jugarás por la Selección Jalisco. No renuncies a tus sueños por un mal día. Seguramente habrá otros peores y de otro tipo. Pero para eso está tu familia, para respaldarte”, le dijo y le entregó el balón que Lío había desdeñado y abandonado sobre su cama.
Se abrazaron y lloraron con sentimiento los tres. Lío se enjugó las lágrimas, sorbió los mocos y devoró el inesperado festín gastronómico. Todo había quedado atrás. Había sido una doble pesadilla, pero los abrazos de sus padres le hicieron creer nuevamente en el futbol. Su padre le había contado de un brasileño llamado Garrincha, que tenía las piernas chuecas, una más corta que la otra, y que para muchos, incluyendo su padre, fue mejor que Pelé y Maradona. “Venció todos sus problemas y fue más ídolo en Brasil que Pelé”, le explicaba Jordi.
De repente se escuchó un bocinazo desde la calle. Memo Hurtado a bordo de su Cybertruck, anunciaba su llegada. No sabía lo que le esperaba.
El Cura Melo, en misa de siete de la mañana, había contado a toda la feligresía de las malas artes del promotor, y en la homilía lo comparó con Judas, Pilatos, Barrabás y demás demonios. Cuando el exuberante vehículo transitó por las calles empedradas y con baches, la voz se corrió, y la barriada entera se fue acercando al domicilio de los Messi-Cano.
Farolón, con desplantes y amaneramientos, Hurtado pidió que no se acercara nadie al vehículo. “No lo vayan a rayar, mejor ni volteen a verlo”, ordenó. La primera respuesta fue una plasta sanguinolenta de hígado y bofe echados a perder que lanzó el carnicero contra su flamante vehículo, después le siguieron pañales ya usados, fruta podrida, hasta que los desperdicios de un perro se estrellaron contra su rostro y le tumbaron sus lentes Cartier-Bendome de 33 mil dólares, es decir, suficiente para pagar el tratamiento de Leovigildo.
Jordi Messi salió de su casa y le arrojó los contratos en pequeños pedazos de papel. “¡No vuelva nunca, sinvergüenza!”, le dijo, mientras seguía la lluvia de objetos contra su auto y su persona.
Memo Hurtado se subió rápidamente a su vehículo blindado y sólo le grito: “Los voy a demandar a todos, muertos de hambre... y me voy a encargar que ese mocoso nunca debute en primera división”, justo cuando el balón de Lío se estrellaba con potencia contra su auto.
El barrio se había unido para proteger a su ídolo y ahuyentar a los vividores. Las cosas no mejoraban, pero al menos tuvieron un momento de catarsis.
Ahora a pensar en las Olimpiadas Nacionales con la Selección Jalisco de menores de 12 años. Ahí podría encontrar Leovigildo Messi-Cano a su mecenas.
