Hay máximas en el fútbol que se acuñan tras muchos años. Una de las que pocas veces falla es la de que, en este juego, quien perdona termina perdiendo y eso fue lo que los incrédulos hinchas del 12 pensaron durante 90 minutos, a medida que su equipo fallaba, una tras otra, un auténtico rosario de ocasiones.

Con Avalos llevando el mando del partido en la mitad del campo, y con el apoyo en un inconmensurable Mendieta, los paraguayos dominaron el juego desde el principio y pusieron cerco al arco de Ortiz, que, a pesar de los tres goles, nunca tuvo tanta suerte como hoy.

El golazo de Mendieta a los 10 minutos fue, increíblemente, el único que registró el primer tiempo y es que, a los errores de Bareiro y Román, los bolivianos añadieron una enorme lentitud para entrar en el partido.

Hasta la media hora de juego, si no se tiene en cuenta la oportunidad de Ibáñez a los 12 minutos, Oriente no decidió que ya estaba bien de dejar a los de Itauguá hacer de atacantes y de defensores de sí mismos, y Castillo con un lanzamiento al palo empezó a recordar a los presentes la máxima maldita. Por si no había suficientes dudas, Castillo decidió acabar el trabajo de la primera mitad y poner el 1-1 en el marcador cuando los jugadores aún se estaban colocando las medias.

Todo el trabajo de la primera mitad, todas las oportunidades falladas, el juego, absolutamente todo, echado por la borda en apenas 40 segundos. Pero nadie debió haber contado a Cañete acerca de la máxima del error y la derrota, y tres minutos después marcó el 2-1 que resultó más sorprendente para la grada que el empate de Castillo, y es que la máxima de que un gol temprano tras el descanso puede producir un efecto psicológico definitivo también se resquebrajó por momentos.

A partir de ahí la sucesión de despropósitos creció de forma geométrica, con los bolivianos contagiados por la fiebre de errar y los del 12 tratando de logra un récord propio del libro Guinness (hasta quince ocasiones claras de gol fallaron).

Con el partido convertido en una pugna de ida y vuelta, o en un río revuelto, las ganancias fueron para Cañete, que a los 56 dio un toque de elegancia a la factura del tercer gol tras un gran pase de Avalos. Y como de contagios iba el asunto, Jiménez decidió que para elegancia la suya, y colocó un precioso balón por encima de Ortiz que saludaron todos los presentes.

Luego, el baile de errores creció y creció con Suárez, Castillo, Jara y los paraguayos Román, cómo no, Monzón y hasta Avalos, perdidos en la locura colectiva y la fiebre del error clamoroso. Al final, primera victoria de 12 de Octubre en la Copa Libertadores y festejos, que bien podrían haberse tornado lamentos, si el partido hubiera sido de fútbol.