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DF en donde la historia supera al fútbol

El estadio Azteca, la "catedral" del fútbol en donde se han jugado dos finales de Mundial AP

MÉXICO -- Bienvenidos al único país del mundo en donde la pasión más grande no lleva acento en la U. Donde se juega "futból", nunca al fútbol. Donde nadie te pregunta ¿de qué equipo eres?, sino ¿a qué equipo le vas? México es esta nación que bautizó a su capital con el mismo nombre: padre orgulloso de la ciudad más grande del continente y casi del mundo entero.

Nadie duda en apelar a la inmensidad del Estadio Azteca cuando se repasan las catedrales más importantes que tiene este deporte alrededor del mundo. Todo futbolista sueña con jugar algún día en la casa que construyó Pelé y que amuebló Maradona en los mundiales de 1970 y 1986.

Aunque el Juego de Pelota se practicaba por aquí mucho antes de la conquista, los que registraron la patente de esta capital del futbol fueron los españoles. Real Club España y Club de Futbol Asturias eran la referencia balompédica del país en la era romántica del futbol mexicano (1912 – 1943) y en consecuencia, de su capital. Sin embargo, la llegada del profesionalismo, la guerra civil española y sus consecuentes presiones políticas terminaron por desaparecer del mapa a los clubes más grandes que tenía por aquel entonces el futbol de México.

Aún así, el origen de cuello alto y puro en mano de los citados clubes, mantuvo lejos de la pasión por sus colores al grueso de la afición capitalina, que se identificó de mejor forma con Necaxa y Atlante. En la década de los 20, los electricistas del Necaxa eran considerados el equipo del pueblo, pero pronto llegaron los prietitos (morenos) del Atlante para ganarse la simpatía de los estratos más bajos, aquellos que acudían a la zona sol del estadio ataviados en desarrapado overol, deshilachado sombrero de paja y gruesas sandalias de cuero.

Necaxa y Atlante llenaban sus campos, apasionaban, ganaban. Un día dejaron de hacerlo: los años se convirtieron en décadas y las alegrías tornaron en lágrimas, que añejadas terminaron por consumirse en la resignación y en la indiferencia de sus aficionados. En los años 80 llegó la mercadotecnia, y cuando en los 90 los rebautizados Potros de Hierro del Atlante y Rayos del Necaxa acabaron al fin con sus sequías de títulos, ya era demasiado tarde.

La pasión por el América había sido previamente inducida por la televisión, con mensajes subliminales y directos que lograron evangelizar a millones de devotos. El América ocupó el hueco dejado por España y Asturias como club de las clases frívolas, mientras el Guadalajara llenó el vacío dejado por Necaxa y Atlante, erigiéndose en el equipo del pueblo sin importar que jugara en esta ciudad únicamente en sus desplazamientos como visitante.

Aquellos que no se dejaron seducir por la propaganda americanista ni por el nacionalismo chiva, encontraron hace 40 años a dos equipos recién ascendidos a primera división: Universidad pasó a ser el equipo de la juventud y Cruz Azul el de aquellos que se entregaron a un club que con sus títulos en la década de los 70 marcó época.

Hoy, al América le queda grande un estadio como el Azteca, a Universidad lo que le viene grande es su afición, y Cruz Azul se hace pequeño ante su propia historia. Así, entre desaparecidos, exiliados y sobrevivientes se debate una ciudad entregada al futbol sin acento y en donde paradójicamente, un club de otro lugar (Chivas de Guadalajara) despierta los mayores afectos.