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A Gardel le gusta el fútbol

Ilustración Sebastián Domenech

MONTEVIDEO -- El conventillo volador pegó un giro en el aire y quedó de cara a la ciudad de Montevideo. Una tormenta levantó olas en el RÍo de la Plata y una de estas olas impactó sobre el edificio que, en segundos, quedó dando vueltas sobre la calle Tristán Narvaja, en plena ciudad Vieja de Montevideo.

Miramos los almanaques Firestone con minas desnudas en la pared de las piezas y ¡qué vemos! ¡Rayos y centellas; peronistas y radicales!: estamos en el 13 de julio de 1930.

La ciudad está de banderas y colores, murgas gigantescas pasean por las calles principales y todo se prepara para una gran fiesta. El yotibenco volador comienza a elevarse por la fuerza de los vientos, pero yo me deslizo con una soga hasta tocar tierra uruguaya. Detrás de mí vienen mis amigos Humbertito Anachuri, Faustino Sotolongo y el inevitable Azulino Sepúlveda.

-¿Qué pasa que toda la gente corre para un mismo lado? -le preguntamos a un parroquiano de una pulpería uruguaya con grandes mates en exhibición.
-¡Esta noche comienza la Copa del Mundo de Fútbol!
-¿Qué? ¡¿En qué año estamos jefe?!
-En 1930...

-¡Tenía razón el almanaque del yotibenco, Cucu! -me dice Humberto agarrándome la remera.

Y Sotolongo agregó:

-Retrocedimos en el tiempo. El conventillo funcionó como una máquina que vuelve atrás las horas y los días y los años. ¡Y hasta los siglos!

Azulino Sepúlveda dijo:

-Pero... ¿alguien sabe algo de historia? Si venimos del futuro como creo, supuestamente deberíamos saber quién jugó la final por lo menos.

El más leído de mis amigos, soy yo. Autodidacta furioso y empedernido, traté de acordarme de aquellos años y mandé información:

-Está por comenzar la crisis del 30. En Europa acaba de terminar la Primera Guerra Mundial. Diego Maradona todavía no nació.

Me interrumpió Faustino Sotolongo quien había tenido una novia uruguaya:

-...Y creo que Uruguay cumple su Centenario de la Independencia y por eso se organizará este Mundial...

Caminamos por una Montevideo muy parecida a la que conocemos actualmente. En la rampa del río la gente se bañaba y esperaba el comienzo del Mundial.

De pronto, entre las sombras, escuchamos los acordes de una guitarra, nos dimos vuelta y vimos a un tipo morocho, peinado a la gomina.

-Cucu -me dijo Anachuri-. Mirá la sonrisa tan esplendente de ese tipo...

-Sí, qué pinta. Y tiene cara de conocido... -agregó Azulino Sepúlveda.

El tipo se nos acercó y pidió que lo acompañáramos. Iba a cantarle unas canciones a los tres equipos europeos en unos conventillos de la zona portuaria.

-Muchachos, ustedes son argentinos. Yo también. Vengan que voy a cantarle unos tangos a unos europeos en agradecimiento por haber venido a participar de esta Copa. Ustedes saben, nadie de Europa quería venir. Son franceses, rumanos, yugoslavos.

Yo lo miraba al tipo y de algún lado lo conocía, su cara me era muy familiar, pero no me podía acordar de dónde carajo lo tenía.

Nos dijo:

-Mi sueño fue ser jugador de fútbol y como no pude me dediqué a cantar tangos... Como argentino y como amante del fútbol, quiero que Argentina gane este Mundial...

Yo sabía perfectamente que Argentina jugaría la final, pero terminaría perdiendo por 4-2 o algo así. El campeón sería Uruguay y la final se jugaría en el Estadio Centenario, construido especialmente para este Mundial, llamado el Mundial de la Independencia de los pueblos del Plata. Por supuesto, no pensaba decirle nada al músico.

El guitarrista nos contó:

-Debemos enfrentar a Chile, Francia y México. Y ya que estamos les voy a cantar un tanguito, si me permiten.

Entonces sí, lo saqué, le pegué un codazo a Anachuri y le dije:
-¡Es Carlos Gardel!
-¿Carlos Gardel?
-Sí, huevón, Carlos Gardel está con nosotros esta noche.

-Carlos Gardel soy yo, muchachos -nos dijo el guitarrista y comenzó con Madreselva. El tipo era un zorzal, cantaba mejor que Dios.

Cantaba mientras caminaba; creaba mientras cantaba. Soñábamos y llorábamos y nos envolvía una aureola maravillosa mientras este tipo cantaba. Con nuestros jeans mojados, íbamos directo a las piezas de los futbolistas a cantarles tango que no entendían un pomo. Esa noche le hicimos los coros. Y nos perdimos.

Antes de irme tuve unas ganas locas de quebrar la historia, de decirle que no se tome el avión a Medellín. Llorando me le acerqué para darle un abrazo y despedirme. Gardel usaba una colonia que se me quedó impregnada en las fosas nasales para siempre.

Me recibió con los brazos abiertos.

-¿Por qué llorás, muchacho? De alegría, ¿no? Vos también estás seguro que algún día vamos a ser los campeones del Mundo, ¿no?
-Sin dudas, señor Carlos.
-Chau muchacho, mucha suerte y cuando puedas tarareate un tango.

-Chau, verdadero campeón -le dije y nos fuimos.

No me voy a olvidar nunca de su deslumbrante sonrisa y de su garganta fuerte de zorzal.

(continuará...)