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¿Debe haber un límite de edad en el boxeo?
Debe haber límite de edad
La práctica del deporte, cualquiera sea, debe tener un límite de edad aconsejable cuando se trata de la alta competencia. En el boxeo, ese límite debería ser impuesto, incluso, mediante leyes estrictas. Subir a un cuadrilátero a boxear de manera profesional después de los cuarenta años (incluso antes) es un atentado al sentido común. Es verdad que aparecen, cada cierto tiempo, atletas de condiciones excepcionales como Bernard Hopkins que parecen desafiar hasta las leyes de la naturaleza, pero son una rareza dentro de la generalidad.
Los peligros que para la salud implica boxear es el argumento más contundente, pero hay otro que si bien es menor, no es menos importante: el mal que a este deporte en sí le están provocando los históricos campeones.
Veamos el primer argumento. La acumulación de golpes recibidos por un profesional a lo largo de su carrera, especialmente en la cabeza, sirven para potenciar un verdadero crimen. Hay combates en los cuales un solo pugilista recibe más de mil golpes. Buscando datos para este artículo, descubrí un elemento fundamental en la vida de esos atletas: el engrama, algo así como un registro de cada percepción. En el caso de los boxeadores es el archivo de cada golpe recibido, es decir, las semillas que van sembrando el camino hacia enfermedades tales como el Alzheimer, el Mal de Parkinson o uno muy similar que en términos médicos se conoce como 'demencia pugilística', llamada 'síndrome de los boxeadores' y que se manifiesta muchos años después de la retirada. Provoca entre otras cosas, confusión mental y un entorpecimiento muscular general. El deterioro mental es progresivo y suele acabar con la incapacidad total del púgil.
Cuando un pugilista extiende su carrera más allá de lo aconsejable, estaría más expuesto a padecer esos males y otros como la esquizofrenia, paranoia, amnesia, depresión, alcoholismo, drogadicción, tartamudez e insomnio, entre otros. No es necesario abundar en argumentaciones médicas para las cuales no estoy preparado, entiéndase lo escrito como una muestra del enorme cóctel de información que sobre el asunto se puede encontrar apenas buscando en Internet.
El segundo argumento, si es propio de mi consideración personal. Los pugilistas que han pasado los treinta y cinco años y se dan una nueva oportunidad aprovechando su historial, además de atentar contra su salud, también atentan contra la esencia de este deporte. Y es muy sencillo explicarlo. A los ex grandes campeones, en la mayoría de los casos, los promotores les han adecuado sus regresos a las necesidades de sus ganancias. Han evitado a los mejores, han ganado títulos accesibles y han postergado las esperanzas de jóvenes prometedores que no consiguen su oportunidad, porque el negocio manda revivir a las viejas glorias.
Además del emblemático caso de Muhammad Ali, preso del Mal de Parkinson, el más grande de todos los campeones mexicanos, Julio Cesar Chávez, es una muestra del mal que una carrera prolongada mas allá de lo aconsejable puede provocar a su vida y su salud. Erik Morales, un guerrero que no se mide a la hora de fajarse de tú a tú, regresó recientemente para seguir acumulando golpes sobre su humanidad. Si tenemos en cuenta que su carrera empezó a los trece años, solo nos queda rezar para que todo lo que ha juntado de engramas y lo que aún le resta, no provoque más adelante secuelas graves. Ojalá que alguien comprenda en algún momento que conservar la salud, es y será siempre el mayor de todos los títulos.
La edad no importa
Recuerdo mis primeros álbumes de boxeo y mis primeros libros de historia de este deporte, con sus ídolos de antaño retratados en duras ropas de trabajo y pesados zapatos de cuero corriendo por el campo, levantando piedras, cortando troncos, frotándose salmuera en el rostro para encurtir la piel y prevenir cortes futuros, masticando bolas de alquitrán para endurecer los músculos de la mandíbula. Rostros austeros y feroces, surcados por heridas mal curadas con soluciones químicas a base de hierro que quemaban la piel cortada y dejaban su huella para la posteridad, y con lesiones de todo tipo, algunas de ellas provenientes de tácticas cuestionables como el endurecimiento de los cordones de los guantes usando agua excesivamente salada o directamente embebidos en alguna sustancia irritante incolora, que al rozar el rostro del enemigo causaba hinchazones y ardores profundos.
Esos días han quedado muy atrás.
Amén de la ocasional táctica sucia e ilegal que pasa inadvertida cada tanto (saludos para ti, Antonio Margarito), el boxeo, al igual que muchos otros deportes, ha dejado atrás los años salvajes y hoy se ajusta a prácticas de entrenamiento, controles médicos y reglamentaciones técnicas impensadas hace apenas dos décadas. Los récords de los púgiles de antaño, donde los triples dígitos no eran para nada inusuales, han dado paso a boxeadores que se encuentran disputando títulos mundiales dentro de sus primeras treinta o cuarenta peleas.
Los suplementos vitamínicos, las dietas elaboradas científicamente, y hasta las ropas de entrenamiento han evolucionado de manera exponencial. Ya no es difícil ver a púgiles finalizando sus carreras con la mitad de peleas totales que los campeones de ayer. Y es fácil ver cómo todo eso se conjura para crear boxeadores que pueden extender sus carreras de una manera que no podía ser pensada hace apenas unos años atrás.
Está claro que el caso de Bernard Hopkins es emblemático en este sentido, pero es un caso aislado. Lo usual hoy es que edades en las que anteriormente un peleador se consideraba en edad de retiro sean consideradas normales para el desempeño completo del boxeo. Ya nadie se cuestiona ver a boxeadores de 35 años o más en plena actividad, y no solo actuando con decoro sino descollando en su labor.
Los casos de Floyd Mayweather (34) y Sergio Martínez (36) son paradigmáticos. Juntos constituyen dos terceras partes del trío de púgiles que habita la cima de todos los listados de los mejores del mundo, y el tercero (o primero) en discordia, Manny Pacquiao, no está muy detrás con sus 32 años.
Claramente, los años en los cuales la "hazaña" de Jersey Joe Walcott (quien sostuvo durante casi cuatro décadas el récord como el peso pesado con mayor edad en lograr un título mundial a sus 39 años) era vista como algo especial han quedado en el pasado. Por eso es tan importante no poner límites a quienes se sientan físicamente aptos para la práctica del deporte, y reciban los permisos adecuados. Si algún límite hay que poner es al nivel de actividad permitido durante la carrera de un boxeador, para impedir la existencia de "retadores profesionales" que pelean cada dos semanas (límites que existen pero que rara vez se cumplen).
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