La leyenda del Matador

El español Carlos Sainz es uno de los pilotos más ganadores y prestigiosos del Rally Mundial. La historia de una campaña larga y exitosa que lo convirtió en un símbolo del automovilismo del derrape

Por MARTÍN URRUTY

Ante todo, deportista. Saludo, carta de presentación, es Carlos Sainz. Campeón español de squash y habitual animador de partidos de fútbol, tenis, golf o carreras de motocross y esquí. Un hombre dispuesto a ser él, sin ataduras ni enmiendas. Quiso ser corredor y se convirtió en uno de los buenos. Campeón, bicampeón, caro y prestigioso.

Español, madrileño, hincha visceral de Real Madrid y ocupante casi vitalicio de una misma butaca en el Bernabéu. Sainz se hizo piloto de Rally y el Rally se hizo bandera del deporte en España. Apasionado de las carreras, antes que corredor fue un niño observador que archivaba con precisión en su memoria nombres, marcas y fechas.

Desoyendo el mandato familiar, plantó los estudios de Abogacía por las carreras. Su hermano, Antonio, y un amigo, Juanjo Lacalle (aún su manager) lo alentaron en el juego que fue de la pista al Rally. A puro derrape, primero en España y luego en toda Europa, el joven madrileño que no hablaba más idioma que el de su país fue abriéndose huella hacia un Campeonato Mundial todavía joven.

MI AMIGO EL TIEMPO
Sólo unas canas, a cada costado de la cabeza, sobre las patillas, delatan los años transcurridos. Sainz domó el tiempo como los caminos y supo acomodarse a los cambios. Convirtió la pasión en una profesión, pero, dice, continúa sintiendo cada carrera como una competencia antes que un trabajo. Manejó autos de las distintas épocas del Mundial de Rally y ganó con todos.

Inalterable como su afán perfeccionista es la amistad que lo une al ocupante de la butaca derecha, el gallego Luis Moya. Primero fue un compañero que abría puertas del mundo gracias a que hablaba inglés. Después, Sainz aprendió el idioma y no necesitó traductor pero siguió apoyándose en Moya para que le cantara la ruta en los caminos del Rally. Carlos y Luis se convirtieron en la pareja que más rallies disputó junta en la historia mundialista.

Sainz entendió antes que muchos que parte del secreto de la vigencia era ser un piloto todoterreno. A los 40 años, casado y con tres hijos, el Matador sigue ganando. En su campaña, venció en todas las superficies. Ahora que los especialistas en un piso -asfalto, tierra o nieve- están perdiendo su puesto en el Rally Mundial, el español cosecha su siembra y se mantiene como uno de los tres pilotos más ganadores y caros de la categoría.

LA SUERTE ESQUIVA
La estadística le apunta dos docenas de victorias mundialistas y dos títulos, en 1990 y 1992. Podrían haber sido más. La suerte, se cree, ha dejado a Sainz a pie algunas veces. Como en el RAC, el Rally británico, de 1998. El motor del Toyota Corolla se rompió cuando faltaban 500 metros para la llegada y la coronación como tricampeón. Su rival por el título, Tommi Makinen, había abandonado tras un despiste en la primera etapa y preparaba las valijas para irse cuando le avisaron que él sí pasaba a ser tricampeón.

El recuerdo de la secuencia del desconsuelo, una de las más dramáticas en la historia del automovilismo moderno, con Sainz llorando a un costado y Moya rompiendo con su casco los vidrios del coche, provoca una mueca de resignación en la cara ancha del piloto. No abandonó allí su sed de victorias como tampoco dejó jamás su afán crítico y cuestionador.

Más temprano que tarde, sabe, deberá decir adiós. Se bajará del coche, guardará el casco como lo reclama Reyes Vásquez de Castro, su esposa, cansada de que Carlos viaje tanto, pero no podrá alejarse de las carreras. Ni siquiera lo hace ahora cuando descansa en su casa de campo, donde practica con un prototipo que armó especialmente. Sainz es deportista. Ante todo, corredor de autos.

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CARLOS SAINZ