Aparicio es el jugador más importante que ha dado el beisbol venezolano y aunque por su contextura no fue el prototipo de jugador que intimidaba por su fortaleza, él lo hizo por su velocidad, habilidad y manos de seda.

Particularmente lo recuerdo jugando sus últimos años tras su regreso a Chicago proveniente de Baltimore y, luego con Boston a inicios de los 70. Pero me perdí los años cuando le dio al beisbol un nuevo matiz distinto, cambiándolo de un deporte de fuerza bruta al bate frente a los hombres de hierro del montículo, por otro dominado por la velocidad y la estrategia.

Lo que hace aún más grande a Aparicio es su humildad, la manera como se expresa de su familia, de su gente, de su pueblo, sin aires de grandeza, accesible a todo quien se le acerca, por un autógrafo, por un consejo o simplemente por estrechar su mano y decirle cuán grande fue y sigue siendo.