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La batalla interna de LeBron James

LeBron James escucha el tiempo muerto mientras ejercita su tobillo para encontrar algo de flexibilidad. Está exhausto, mira hacia los laterales en busca de soluciones que, a esta altura, ya no existen. Lo ha intentado todo. Ha sido generoso con sus compañeros para asistirlos, ha sido enérgico para convertir cuando su equipo lo necesitó, ha sido resistente para aguantar en cancha durante más tiempo que cualquier otra estrella en la Liga.

Sus números son ridículos. Su eficiencia es tan grande que excede lo racional. Atlas cargando el peso del mundo sobre sus hombros. Pero aún así, pese a casi no cometer errores, no alcanza. Es el mejor piloto de la tierra, el mejor auto y el mejor mecánico, pero no se puede estar en todos lados al mismo tiempo. Las deidades del mundo del deporte colectivo sugieren una sensación de ubicuidad que jamás se materializa al cien por ciento. Y al final de la cena, alguien tiene que pagar ese ticket.

Es por eso que, cuando no es Stephen Curry, es Klay Thompson. Cuando no es Thompson, es Draymond Green. Cuando no es Green, es, como ayer, Kevin Durant. La multiplicidad de recursos del oponente, la cantidad de variantes para lastimar hacen de estas Finales una pelea desigual por donde se la mire. Cleveland tapa agujeros en la embarcación durante gran parte de los partidos, pero nunca la empresa es completa y el agua, promediando el tercer cuarto, empieza a escupirse a borbotones sobre la madera. La diferencia está en la profundidad y en la calidad. Es Superman revelándose contra toda la Liga de la justicia; un esfuerzo cinematográfico que, a la hora de los créditos, no paga como debería.

LeBron está frustrado y tiene sus razones. Sus compañeros, salvo raras excepciones, no están a la altura de una instancia como la que se está jugando. Ni siquiera su entrenador, Tyronn Lue, parecería tener los pergaminos para hacer frente a un ganador como Steve Kerr. A la hora de la verdad, cuando la energía empieza a flaquear, siempre se queman los papeles en el edificio de Cleveland. En los momentos cruciales, cuando hay que desactivar la bomba, los Warriors tienen todos los especialistas. Los Cavaliers, mientras tanto, tienen sólo uno que, llegando a la escena final, no tiene fuerzas ni para sostener la pinza. El básquetbol actual es todos para todos, no todos para uno ni uno para todos.

Con esta situación sobre la mesa, y con los antecedentes que ya conocemos, las chances de James de quedarse en los Cavaliers en el epílogo de su carrera deberían ser bajas, por no decir bajísimas. Ya no se trata de ver qué puede hacer él, sino de saber qué deben de dejar de hacer los otros para evitar que sigan ganando. La NBA, en el último lustro, está conformada por 29 equipos que intentan aferrarse de los tobillos de los campeones reinantes. Que buscan encontrar la kryptonita para detener un equipo versátil, dinámico, anotador, multidisciplinario y enfocado.

La postal llega a todas las oficinas de las franquicias a mediados de junio: "Sigan participando".

Anotemos algunas cosas: en la derrota, LeBron alcanzó su 5º triple-doble en Finales con 30 puntos en su planilla (todos los demás tienen cuatro), su décimo triple-doble en Finales (el máximo de la historia), su sexto partido de 30 puntos y 10 asistencias en Finales (el máximo de todos los tiempos), su 110º juego con 30 puntos en playoffs (el máximo de la historia) y cerró ocho juegos de 40 puntos esta postemporada, igualando el máximo en un único año de playoffs.

Y aún así, su equipo está 0-3 en la definición del certamen.

Quizás muchos vean, en este esfuerzo insuficiente, la falta de concreción en el momento definitorio. La comparación con épocas y estrellas anteriores es irresistible para algunos, pero no parecería ser necesaria. No puedo juzgar a quienes lo hacen: vivimos en un mundo que mide todo por victorias y por derrotas, que sólo tiene la lupa calibrada para la salida y la llegada dejando en la más absoluta soledad el camino hacia la meta.

Me gusta esta versión de James, quizás mucho más que la de sus primeros años. Y no estoy hablando de su juego, que ha evolucionado en grande, sino de su actitud para enfrentar las cosas. La tierra gira alrededor del sol, pero en Cleveland, él es la tierra y el sol. No sabemos qué pasará mañana, pero hoy su esfuerzo y su pertenencia son encomiables. Hay que tener mucho, pero mucho coraje para poner la cara noche a noche sabiendo que, tarde o temprano, llegará el golpe. Que las críticas se desparramarán a velocidad geométrica, en los canales de televisión, en las radios, en las redes sociales. Me gusta ver a LeBron sin poner excusas cuando se enfrenta a la prensa. La victoria está llena de amigos, pero la derrota siempre es en soledad. ¿Cuántas veces puede levantar la cabeza un jugador así para volver a intentarlo? ¿Hace falta volver a experimentar una vez más lo mismo?

Sí, por supuesto, porque así son los ganadores, que nada tienen que ver con los triunfalistas. Los ganadores también pierden, pero la diferencia con los demás está en que resisten. Empujan, luchan, atacan, quiebran barreras para alcanzar el triunfo, pero no se rinden. A mayor cantidad de obstáculos, mayor motivación. Las derrotas no son todas iguales, como tampoco son los triunfos. Esto James lo aprendió en su redención: entendió que para convertirse en lo que quería ser debía ganar en su casa.

Dicho esto, me gusta la gente que da pelea pese a saberse inferior. Que libra batallas internas y pone el máximo de su esfuerzo para reescribir un libreto que tiene, de antemano, un epílogo que fue escrito al mismo tiempo que se hizo la tapa. Es tenerlo todo, reconocimiento, fama, dinero y sentir que no se tiene nada. Quizás el esfuerzo deportivo sea insuficiente. Quizás Cleveland no pueda ni siquiera ganar un juego en estas Finales de NBA. Pero hay algo que no debería cambiar: los imposibles siempre deben perseguirse, porque no existe mejor ejemplo que ese. Vale la pena luchar aún cuando parezca que es demasiado tarde porque siempre llega demasiado tarde quien no lo intenta.

Nunca en la historia un equipo revirtió un 0-3 en Finales de NBA. Esto, a todas luces improbable, es una motivación adicional para Cleveland.

Los Warriors, favoritos al extremo, ya tienen el champagne en el freezer. Pero las cosas no terminan hasta que terminan.

El viernes, entonces, será el turno del cuarto juego.