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Ramos Rizo: "Sería vergonzoso que César Ramos estuviera en la Final"
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LOS ÁNGELES -- ¡Vaya tragicomedia! ¡Vaya aquelarre! Lo sublime y lo ridículo. De héroes y villanos. De hazañas y de trampas. De atletas y de payasos. De artistas y de ladrones. De genios y de ineptos. Y al final, Atlas es finalista del Clausura 2022.

4-2, goleó Tigres. 5-4 para Atlas en el global. El marcador narra el dramatismo, la histeria, el orfeón demencial de la tribuna durante los casi 60 minutos que se vivieron en el segundo tiempo. Aldo Rocha, el mariscal silencioso de los Zorros, al minuto 101, de penalti, dejó sólo humareda y cenizas en el Volcán extinguido.

Pero tanto que contar, tanto que revisar, tanto que dudar...

1.- Tigres estuvo cerca de ganar en la cancha, pero, también, por alineación indebida, de perder en la mesa. Cuando ingresa Florián Thauvin por Hugo Ayala ('46), tenía nueve jugadores no formados en México en el terreno. Otra vez ante el Atlas. Había sido el #ViñasGate y ahora el #ThauvinGate. "Fue culpa mía", la piojosa excusa de Miguel Herrera.

Imago7Aldo Rocha festeja pase del Atlas sobre Tigres.

2.- El recién ungido mundialista César R. Palazuelos, y el siempre denostado VAR, se adueñan del protagonismo perverso y promiscuo. Perdonan una roja a André Pierre Gignac, y árbitro y VAR se contradicen en su forma de legislar en la cancha. Doble moral en los penaltis. El árbitro hizo lo necesario para ser segregado de Qatar 2022. Sí, son unos sinVARgüenzas.

3.- André Pierre Gignac despierta, tarde e inútilmente, pero despierta con un hat-trick. Un penalti en el que un trabajo de proctólogo con la nariz de Hugo Nervo, terminó marcado como falta contra el francés, quien antes, al minuto 48 debió irse expulsado por un codazo sobre Gaddi Aguirre. Después marcaría a su estilo y con un penalti más.

4.- Y el aluvión felino. Atlas estaba sumido en el desorden, el desconcierto, el desamparo. Cuando Tigres estaba 4-1, los Zorros repelían desesperadamente los ataques. Y vinieron los excesos. Luis Quiñones, Thauvin y el Diente López, sintiéndose clasificados, quieren jugar como exquisitos, como malabaristas, como mimos del balón, y perdonan en el área. La soberbia es un veneno inmediato.

5.- Penalti para el Atlas. Carga del ex rojinegro Jesús Angulo sobre Aldo Rocha. Sin embargo, en jugada previa, hay una mano de Julián Quiñones que árbitro y VAR, coludidos con la estulticia y el dolo, no marcan. El capitán no falla. Serio, sobrio, seguro, se olvida del ridículo comediante, se olvida del bufón que tenía enfrente, y cobra abajo a la derecha del arquero guiñol de Tigres.

6.- Y claro, el Patón haría su show. Antes del cobro del penalti por Rocha, Nahuel Guzmán rompe en llanto, se convulsiona, se estremece, se asfixia, se colapsa, y como plañidera de su propia desgracia llora su Noche Triste. Después, al minuto 104', se hace expulsar, deliberadamente, por conducta antideportiva. Sí, el Titanic felino empezaba a quedarse sin roedores.

Encomiable, sin duda la reacción de Tigres. Lamentable que cuando había consumado --aparentemente--, su clasificación a la Final, se dedicó a ese futbol desagradable de los fantoches. Arriesgó y perdió. El futbol castiga a los patiños que lo ofenden.

Atlas, en tanto, pudo resolver antes el juego, pero erró. Cayó en desconcierto, en temores, en dudas, pero, para su fortuna, en los minutos finales, encontró de nuevo un desliz, delincuencial o de estupidez, por parte de los sinVARgüenzas, a los que seguramente Arturo Brizio, premiará con honores.

Ahora, los Zorros a esperar este domingo al otro finalista. Y que alguien cuide a Pachuca y a América, de los embajadores de caos, enviados por Brizio Carter, y comandados por Jorge Pérez Durán.

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LOS ÁNGELES -- Atlas, literalmente, deshoja las veleidosas Margaritas (el primer sobrenombre del equipo) de su propio destino. No tiene hoy el aroma exquisito y romántico de Los Niños Catedráticos, ni de La Academia, ni de Los Amigos del Balón. Sin embargo, hoy tiene la fragancia de Bicampeón. A veces deslumbra como murales de Orozco, y a veces subyuga como grafiti pueril en la estación Tetlán del Tren Ligero de Guadalajara.

No es ya el Atlas de las taquicardias, ni de los soponcios. No es el Atlas aquel, en el que cada aficionado rojinegro debía llevar a cada partido a su cardiólogo de cabecera, con una jeringa con epinefrina, y un marcapasos. No es aquel que esperaba al minuto 90 para saber si era un día propicio para matar o para morir. No es ya aquel, el de las bolsas de papel de la ignominia propia y el oprobio ajeno.

“A lo Atlas”, ya no. Ese credo que era una moneda en el aire, girando, oscilando, entre la propensión a la desgracia y la fe escuálida en la dicha. Porque ser Rojinegro, implicaba esa desazón del placer indeciso hacia la tragedia o hacia la felicidad. Con todo el sadismo del rojo, y con todo el masoquismo del negro. “Le voy al Atlas hasta cuando gana”, inmortalizó Ney Blanco de Oliveira, un brasileño que bebió mejores aguas en América y Toluca, pero que al final se compró un jorongo rojinegro, se declaró oriundo de Cocula, y renunció a su natalidad en Santos, Brasil, sin perder la intimidad eterna con O’Rei Pelé.

Getty ImagesJulian Quiñones y el Atlas festejan con Tigres

Hoy, el Atlas hace honor a aquello de Zorros. Ha resistido la salida de Jesús Angulo y de Jairo Torres, y eligió el torneo mismo para hacer su pretemporada. Se metió a la Zona VIP de la Liguilla como tercero, y lo hizo untado de vaselina, con 27 puntos de 51 posibles, y apenas por encima de América (26 unidades), además de ser el equipo menos goleado (15) al lado de Pachuca.

Pero, en la Liguilla, volvió a su versión del Apertura 2021. Sin embargo, se planta con mayor solidez que en aquel entonces. Juega al borde del precipicio ante equipos balanceados, pero es capaz de despedazar a los fortachones de rótulas frágiles, como pasó la noche del miércoles en el Estadio Jalisco. Tres, a los tristes Tigres triturados.

Tal vez Miguel Herrera no vio, o no supo ver, los primeros 15 minutos del segundo tiempo ante Chivas, antes de la expulsión de Jeremy Márquez, en el Juego de Vuelta de Cuartos de Final. Habrá sido, sin duda, el lapso más huracanado de los Rojinegros. Aníbal Chalá, Julián Quiñones y Julio Furch, con el sostén de Aldo Rocha, prometían una masacre caprina. La roja de Márquez obligó a regresar a la trinchera original.

Estaba dicho: los Tigres de Miguel Herrera tienen ataques de desorden. Y el resumidero de esos colapsos, es su zona defensiva, endeble, sin líderes y sin personalidad en la zona central, y cuando el único y púnico bastión es Guido Pizarro, es reflejo de que por tapar un hoyo en el fondo abriste otro en media cancha.

Cuando tus presuntos guardianes son Hugo Ayala, Jesús Dueñas e Igor Lichnovsky, volteas a la banca y están el Chaka Rodriguez y J. J. Purata, y bendices que Diego Reyes esté en la enfermería, queda claro que tienes menos defensas que una vacuna AstraZeneca y ya caducada. Sólo te queda avivar veladoras para que Nahuel Guzmán, no haga una “nahueleada”.

Ciertamente, ante un equipo que defiende mal, al ser el más vapuleado de los ocho primeros (20 goles recibidos), sólo detrás de Chivas (21), y que sólo los postes, y las tembleques piernas cruzazulinas le indultaron en los Cuartos de Final, propiciaron el festín para un equipo experto en ganar posiciones y sembrar desconciertos, con tipos como Chala, Furch, Quiñones, y anoche, aún más, con el reacomodo de Luis Reyes, en funciones del ausente Jeremy.

Además, su primera línea de recuperación sólo recupera aliento para tratar de atacar. Poco y nada estorban Jefferson Soteldo, André-Pierre Gignac, y esta vez Luis Quiñones volvió a sumirse en las penumbras de su irregularidad, mientras contemplaba a su paisano y tocayo deleitarse con travesuras. “Tuvimos muchas oportunidades y las desperdiciamos”, dijo Miguel Herrera, como ha dicho tantas veces, y lo dirá otras tantas más, en cualquier equipo en que esté.

¿Están muertos estos Tigres? Se sabe, los equipos de El Piojo tienen el maldito hábito de salirse de la tumba. Cuando se les quiere hacer la autopsia, se levantan y andan.

Sin embargo, esta vez, va ante uno de los clubes que mejor se defienden, con o sin balón. Si lo tiene, lo malabarea, pero no lo desperdicia. Si no lo tiene, es paciente, resiste, y en el fondo tiene además a Camilo Vargas, nuevamente el mejor arquero de la competencia.

Los bravucones del torneo parecen haberle claudicado en Liguilla a Miguel Herrera. Gignac no ha tenido el aporte siempre oportuno, y a veces empiezan a crujirle los efectos de los 36 años. Mientras, Florian Thauvin no está a plenitud, y Carlos González carga con el trauma de ser irremediable suplente. ¿Soteldo y el Diente López? Enriquecen el folclore de la Liga y de la tribuna felina, pero parecen más soluciones de temporada, que de crisis.

Atlas pues, sin curar la nostalgia por aquel futbol de exquisita etiqueta, ha elegido ser espartano, con el overol en rojo y negro. A su afición, ese espécimen que justifica sin justificar su estoicismo, resiliencia pura, bajo un “no lo entenderías lo que es ser del Atlas”, le basta, de momento, con unirse en ese ritual a su equipo: deshojar las Margaritas que tienen la fragancia de un posible Bicampeonato.

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