LOS ÁNGELES -- Hágame un favor: crea en Miguel Layún. No se enfangue en prejuicios por aquello de “explicación no pedida, acusación manifiesta”. ¡No, por favor!

No se ofusque por los antecedentes inmediatos. Que no se posesionen de Usted los demonios suspicaces y abyectos de la duda y el ansia de difamar. Exorcice a esos satanases de la calumnia y la maledicencia.

Él y tantos otros, incluidos Javier Hernández y Héctor Herrera, le juramentaron a Usted que aquella fiesta prolongada en Las Lomas, antes del Mundial de Rusia, con 33 señoritas de ropas ligeras y cargado maquillaje, no fue más que un encierro espiritual, una bacanal de intenciones puras, una orgía de convivencia casi monástica y virginal.

Cierto, de acuerdo, tiene Usted razón, después apareció Juan Carlos Osorio reconociendo que él concedió, apoyó y financió ese saturnal y caligulesco desenfreno, para que pudieran sacarse esos afligidos muchachotes el estrés premundialista, y que incluso él respondía por la eficiencia desestresante de las damiselas en cuestión en esos menesteres.

Pero, insisto: crea Usted en Miguel Layún. No en las fotografías ni en los videos escandalosos de ese aquelarre premundialista de arrumacos, mimos, chuchuluqueos y cariñitos en Las Lomas, con Héctor Herrera como guandajón valet y anfitrión.

Fue, ésa, una audaz e ingeniosa concentración planeada para saber cómo lidiar, en el debut del Mundial en Rusia, con los alemanes, quienes indudablemente fueron menos aguerridos que las señoritas de velos y desvelos en esa jornada. Unos genios.

Tampoco sea así de obsceno y concupiscente. No se atreva a traer entre los antecedentes la encerrona aquella en Monterrey, donde en el hotel de la concentración, concurrieron ninfas y hasta una famosa señorita de nombre Yamilé, con pelo rubio, producto de cajita de farmacia, que provocó guerra entre dos machos alfa, ambos de nombre Carlos.

Por eso, se lo suplico, crea Usted en Miguel Layún. Él afirma que sí fueron a ese lugar en Nueva York donde las bebidas, las vestimentas, los moditos, las modelos y los modales, eran de una vaporosa ligereza, fue una bobalicona casualidad.

¡Era su tiempo libre, caramba! Y decidieron acercarse a un tugurio más polifacético que el mismo jugador de Rayados. Comienza la tarde con un brunch, que normalmente arrancan de mañana y terminan al mediodía.

Después, explica, que con esa misma versatilidad futbolera de Layún, el mesón se transforma plurifuncionalmente en discoteca, en bar, y, si era necesario en una neoyorquina sucursal de Sodoma y Gomorra.

De verdad, no sea Usted un desgraciado morboso, promiscuo y mal pensado, porque Layún deja entrever que sólo estuvieron en esa sucursal mundana de la Congregación de la Vela Perpetua y el Cirio Chorreado un ratito, un ratitititito, y según sus tiempos, según su video, sólo fueron como cinco horas, y que no hicieron nada malo.

¡Cinco horas y con tantas tentaciones obsequiosas, o son unos santos o son más aburridos y faltos de imaginación que una carrera entre un caracol artrítico y Néstor Araujo! Entonces, #ImagínemonosCosasChingonas: que los canonicen, antes que salgan nuevas fotos y videos que puedan manchar su virtuosa vida.

Por eso, solidarícese con Miguel Layún, Javier Hernández y el resto del cortejo que fue cortejado por cortesanas ávidas, solamente, de una foto, de un autógrafo, de un guiño, y, como en Farolito de Agustín Lara, de un “beso friolento, travieso, amargo y dulzón”.

Y por favor no amargue el momento. Entienda las hormonas en ebullición. Sementales reprimidos.

Sí, ya sé que la más burda guía turística de Nueva York le recomienda cantidad de museos, monumentos, galerías de arte, bibliotecas, centros comerciales, que Usted puede recorrer en esas cinco horas del periplo de los seleccionados mexicanos.

Pero, ¡ojo! ¿Cuidado! Ellos eligieron el santísimo atrio y la franciscana misión de desafiar los siete pecados capitales que danzaban en ese suntuoso sitio. Ni Jesús en el desierto fue acosado de semejante manera por el Diablo durante 40 días.

Y no sea obstinado. No sea fatalista. No se sume a quienes creen que los ínclitos seleccionados mexicanos corrían más peligro de una agresión, de una provocación, de una confrontación, de un secuestro, en un sitio con almas y cuerpos ebrios, que en la santa paz de su hotel.

¿Y cómo responderán los directivos y el cuerpo técnico de la selección nacional a los reclamos de los clubes propietarios de los jugadores, por permitirles esas fugas, aunque sea, como en este caso, a labores casi monásticas, aunque el vino no fue ni bendecido ni de consagrar? La fórmula Osorio: que se desestresen.

Miguel, yo creo en ti. Y si te viste, lento, distraído, disminuido, y no ganaste un balón a los argentinos, ni metiste la pierna fuerte, no fue por excesos tuyos, sino ese exceso fogoso de testosterona de los albiceleste. Rudotes que son...

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LOS ÁNGELES -- Lautaro Martínez recibió tres regalos casi sospechosos de Néstor Araujo y embalsamó de oprobio e ignominia a la selección mexicana.

Gerardo “Tata” Martino pierde la endeble virginidad conkakafkiana del Tri y con el estigma del escándalo: 4-0. Paté-Tri-co.

Y mientras Araujo se ajustaba la zalea de Judas, Argentina se vistió con la piel de la bestia cebada de ansiedad. Paciente, astuta, agazapada. Esperando el error, la estulticia y en el primer tiempo encontró cuatro: tres de Araujo, víctima de una artritis reumatoide con gota y un manotazo absurdo de Carlos Salcedo.

¿Acaso la soberbia obsesión de Tata Martino por vencer a su Argentina terminó por asfixiar, por enervar, por poner nerviosos, presionados, tensos, asustados, a sus jugadores, incapaces la noche de martes de siquiera plantar rostro de dignidad en el Alomodome?

Ha sido, sin duda, la peor exhibición de una selección mexicana ante Argentina y, además, una de las versiones menos agraciadas de los albicelestes. Vaya, el Tri ni siquiera ensució los guantes de Andrada: ¡sólo un disparo a gol!

Y sí: 56 mil rostros desencajados en la tribuna y otros más en la banca de México, pasmados, estupefactos, más turbados de lo esperado, los de arriba y los de la cancha pasaron de la festividad previa al arrobado y embarazoso silencio: 4-0 en el marcador cenizo de desgracia del Alamodome al término del primer tiempo.

Ese facineroso fantasma de manufactura chilena en el templo del terror de Santa Clara, ese 7-0, empezó a deambular, chocarrero, en la perturbada fascinación masoquista de los mexicanos.

Un 4-0 en el primer tiempo y Andrada, el portero argentino, bostezaba y se tomaba selfies. La desgracia invitaba a su hermanastra la tragedia.

En México se dice que “quien juega por necesidad, pierde por obligación”. El Tata elucubró tanto en nombres y estrategia para enfrentar a su selección Argentina, que la perfección de su obra la arruinó la más imperfecta de sus líneas: esa zona central con Araujo y Salcedo.

Más allá de las calamidades de Araujo, en una noche espléndida para mostrar todas sus torpezas inconcebibles en un defensa central, México nunca fue capaz de encontrar orden, comunión, entendimiento, y si a esto se agrega una falta de personalidad, encabezada por un frágil, displicente y distraído Miguel Layún, se explica el dominio contestatario de los argentinos.

Ciertamente, la doble trinchera de Argentina, esperanzada al zarpazo brutal de los contraataques, subyugó cualquier sublevación mexicana. Acaso, un par de jugadas del “Tecatito” Corona y un par de intentos de Chucky Lozano alertaron a los argentinos.

Entre esa devoción, disciplina y lealtad a un esquema aventurero y esperanzado a la bayoneta de Lautaro, Argentina resolvió sin sobresaltos, encontró de manera súbita esa complicidad de alta traición del alelado y entumido Araujo, secundado por las distracciones de Salcedo.

Seguramente de Milán hablaron a Scaloni y pidieron el reposo para Lautaro, quien, para bendición de Araujo, abandonó la cancha y Dybalá –de salva—ocupó el sitio para la segunda mitad. Fue también un homenaje de piedad al Tata Martino.

Y si Lautaro se vio imponente con su tercia de dagas en el pecho de Ochoa, Tata Martino se vio impotente. No esperaba la deserción de sus defensas centrales. No una sino cuatro veces.

Con el 4-0 a cuestas, seguramente, el más florido, intenso, rabioso y retórico de los discursos del Tata confirmó su inutilidad en el segundo tiempo. México había acudido a su funeral en el primer tiempo. Para el segundo, el Tri apestaba a formol.

Insisto, la soberbia de Martino de trabajar por una jornada memorable ante su selección argentina pudo terminar por asfixiar a sus jugadores. Quiso la alegría personal y le robó la alegría en el vestuario a sus jugadores.

El sopapo es brutal, pero llega el momento de sacarle provecho. Por ejemplo, Araujo, debió vivir este martes por la noche su partido de despedida y el Tata Martino vivió su partido de bienvenida a la realidad voluble y surrealista de la selección mexicana.

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LOS ÁNGELES -- Gerardo Torrado absuelve a los cinco seleccionados mexicanos que se encerraron cinco horas en una discoteca neoyorquina en plena convocatoria del Tri.

“Cumplieron con sus horarios”, explica el director deportivo del Tri. Se ampara en el reglamento interno que no prohíbe que los jugadores convocados, en sus horas libres, acudan a sitios en los que se consuma alcohol, y se expongan al trasiego natural del tipo de convivencia sui generis que les aguarda.

Gerardo Torrado no se aterra ante estos hechos. Los vivió durante sus casi 15 años como seleccionado nacional. Ojo: le apodaban 'El Borrego', pero no porque fuera un borrego recurrente que se agregara a las manadas fiesteras.

A los 20 años, por ejemplo, en la Copa América de Paraguay, con la selección hospedada en la vecina ciudad de Foz de Iguazú, se encontró con las peregrinaciones nocturnas de algunos de sus compañeros a un par de sitios con bailarinas de fantasías tubulares, y dispuestas a ejecutar cabriolas lascivas en la intimidad de sus pequeños cubículos.

Torrado se asombraba cómo el cuerpo técnico parecía no darse cuenta de esas evasiones masivas de jugadores en plena competencia, y de como algunos jugadores actuaban como carretillas humanas de sus compañeros.

O, por ejemplo, cuando en 2001, en la Copa América de Colombia, después de eliminar a Chile y avanzar a Semifinales en Pereira, algunos de sus compañeros fueron echados de sus habitaciones, porque los directivos de aquella delegación mexicana, premiaron el descomunal esfuerzo contratando a un séquito de ninfas para que, es de suponerse, que con terapéuticos masajes, reconstituyeran a los gladiadores tricolores.

O, por ejemplo, Gerardo Torrado, ya madurito, debió darse cuenta como en la Copa América de 2007, en la concentración en Puerto La Cruz, en Venezuela, sus compañeros se distribuían las salidas, especialmente con el apoyo de una taxista colombiana, a diferentes sitios donde se desarrollaban fiestas públicas o privadas.

Eran conocidas por todos, incluso el buen Torrado, las excursiones de Nery Castillo y Cuauhtémoc Blanco, al espectacular centro nocturno en una colina cercana al hotel del Tricolor. Eso sí, Hugo Sánchez, técnico entonces de México, aguardaba la llegada de sus polluelos, en la terraza del hostal, antes de irse a dormir.

O en plena Copa del Mundo, en Gotingen, a pesar de contar con habitaciones confortables y muy cómodas, algunos seleccionados se escapaban a un hotel de menor categoría, justo a un lado de la estación de trenes, apenas a unos metros del restaurante preferido de Ricardo LaVolpe.

O tal vez Torrado recuerde aquella tour tricolor por el Terma Centaurus en Río de Janeiro, en plena Copa Confederaciones 2013, con Giovani dos Santos, Javier Aquino, Javier Hernández, Aldo de Nigris, Andrés Guardado, y Francisco Javier Rodríguez, como peregrinos en busca de alivio espiritual físico a sus penas.

Estos son hechos aislados, que ocurrieron durante competencias oficiales. Hay otros botones de muestra, incluyendo en Copas Oro, juegos amistosos, y otras Copas América o Confederaciones o Mundiales, pero basten estos para exponer que Gerardo Torrado, sin ser partícipe, ha sido testigo o ha estado al tanto de esas excursiones nocturnas de otras selecciones nacionales.

Ayuda poco que Gerardo Torrado solape o alcahuetee a Miguel Layún, Guillermo Ochoa, Marco Fabián, Javier Hernández y Carlos Salcedo, en esa extraño periplo por un sensacional sitio, que a la hora del almuerzo, tiene más vida activa, lúdica, bullanguera, que un carnaval.

Manda un mensaje equivocado, porque ahora, cualquier indisciplina, desavenencia de otros jugadores, obligan a Gerardo Torrado, director deportivo del Tri, a tener que medir a todos con la misma vara.

Encima, Torrado premia en lugar de reprimir a sus futbolistas. Les agradece, reconoce y encomia, que llegaron a tiempo a la cena de la concentración, sin importar exactamente que estuvieran haciendo antes.

Néstor de la Torre, entrampado alguna vez por la sociedad perniciosa de Justino Compeán y Decio de María, y abusando de Rafa Márquez, explicó el reglamento de las concentraciones del Tri.

Néstor indicaba que el jugador, desde su llegada al Tri y hasta el último día, tenía prohibido frecuentar lugares que pusieran en riesgo moral y físicamente al futbolista y selección nacional, porque era responsabilidad de la FMF garantizar la seguridad durante su estadía.

Recordemos que Néstor de la Torre fue entrampado por esa perversa sociedad entre Justino Compeán y Decio de María, abusando de Rafa Márquez, para provocar su renuncia de la Comisión de Selecciones Nacionales, tras sancionar a los parranderos en aquella concentración de Monterrey.

Además, dónde queda la autoridad y el ejercicio de disciplina de Tata Martino, quien exige un control extremo de estas situaciones, si Gerardo Torrado, de manera oficial, representando incluso al técnico argentino de acuerdo al organigrama de la FMF, no sólo da la anuencia a estas fugas, sino los felicita porque, a pesar de su sufrida jornada, llegan a tiempo.

Parte de la explicación es ésa en realidad: a Torrado no le aterra lo que hoy ve en el Tri, porque como jugador llegó a ver cosas peores.

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LA SERENA (enviado especial) -- "¿Viene al Mundial?"

La pregunta del oficial de migraciones, apenas pisamos suelo chileno, no es fiel reflejo de la sensación térmica previa al inicio de la Copa América.

En La Serena, descripta en la guía de medios del certamen como "la ciudad con mejor calidad de vida" del país, hay expectativa y satisfacción por ser una de las 8 sedes de la cita continental.

Fundada en 1544, La Serena era el lugar de descanso de los colonizadores que viajaban entre Santiago y Perú. En el hermoso paisaje se destacan 6 km. de playa y el Valle del Elqui, paso obligado de los turistas.

La calma habitual se ve alterada por la presencia de los planteles de Argentina y Paraguay. En la puerta de los hoteles y predios de entrenamiento, siempre hay un grupo numeroso de personas a la espera de ver a los futbolistas para expresarles su cariño.

Si de cariño se habla, Marcelo Espina recibe más reverencias que Messi. Acá es prácticamente una celebridad. El analista de ESPN es abordado permanentemente por gente que, con mucho respeto, le pide fotos o autógrafos, recordando su exitoso paso por el fútbol chileno.

La Catedral, el casco histórico, el museo arqueológico, el Parque Japonés Kokoro No Niwa y el Faro Monumental al inicio de la Avenida Francisco Aguirre son otros puntos de interés. A la noche, la Avenida del Mar es el foco de concentración por su gastronomía.

Además, la ciudad ubicada a 470 km. de Santiago y con 211.000 habitantes se caracteriza por su Ruta Astronómica. A través de su modernos observatorios se pueden apreciar los cielos más nítidos de Chile.

En pocas horas, las estrellas también se verán en la cancha.

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Para celebrar el Día del Padre, echamos una mirada a la relación padre e hijo en el deporte.

Mazinho y sus hijos Thiago y Rafinha Alcántara

Iomar do Nascimento (Mazinho) estuvo en el equipo de Brasil que ganó el Mundial de Estados Unidos 1994 y una Copa América. Su hijo, Thiago, lo veía entrenar con el Valencia cuando era niño y todo lo que quería era imitarlo. Eventualmente, Thiago alcanzaría jugar para el Barcelona y el Bayern Munich, ganando 10 títulos de liga y uno de UEFA Champions League entre ambos equipos. Su hermano Rafinha, por su parte, también militó en el Barcelona ganando 3 títulos de liga y 5 de Copa del Rey (jugó 90 partidos con el equipo en todas las competencias).

Julio César Chávez y su hijo, Chávez Jr.

Julio César Chávez obtuvo una marca de 107-6-2 (85 KO) en su carrera, fue 6 veces campeón en 4 divisiones en 25 años de carrera y fue exaltado al Salón de la Fama en 2011. Apodado el César del boxeo, Chávez Sr tuvo un invicto de 89 peleas hasta que cayó ante Randall en 1994. Su hijo, Chávez Jr., capturó el título peso medio del CMB y tiene una marca de carrera de 51-4-1 (33 KO).

Bobby y Barry Bonds

En 14 años de carrera, Bobby Bonds fue seleccionado al Juego de Estrellas tres veces, fue el Jugador Más Valioso del Juego de Estrellas y ganó el Guante de Oro tres veces. Bobby Bonds logró 5 temporadas con al menos 30 home runs y robó al menos 30 bases (récord de MLB).

¿Y si les digo que alguien eventualmente compartiría ese récord con él? Sería su hijo, Barry. Los 332 HR de Bobby están justo fuera de las 100 mayores cantidades, pero los 762 de su hijo Barry son la mayor cantidad en la historia. Ambos se juntaron para 1,094 home runs de carrera; no fue hasta el 1925 que la MLB como liga logró esa cantidad de home runs en una temporada.

La dinastía Maldini

Cesare Maldini jugó con el Milan entre 1954-66 y logró 4 títulos de liga y 1 de Copa de Europa (1962-63), convirtiéndose en leyenda del club. Su hijo, Paolo, subió de la cantera milanista al primer equipo en 1985 y jugó con el equipo hasta el 2009. En ese tiempo, ganó 7 títulos de liga y 5 de Copa de Europa (3 de ellos tras el cambio de formato), entre otros títulos. Uno de los hijos de Paolo, Daniel, actualmente milita en el Milan y se convirtió en la 3ra generación de la familia en anotar en un partido de Serie A el 25 de septiembre.

Nico Rosberg y su padre, Keke

Keke ganó el campeonato mundial de Fórmula 1 en 1982 y fue una inspiración para su hijo toda su carrera. Nico comenzó a correr go-karts desde pequeño y ganaría 9 GPs en camino al campeonato en 2016. Rosberg fue el vencedor por 5 escasos puntos en una batalla hasta el final contra un feroz Lewis Hamilton, discutiblemente el mejor piloto de Fórmula 1 de la historia. Acto seguido, Rosberg se retiró y vaya que fue ejemplo de retirarse en lo más alto.

Tomás Balcázar, Chícharo y Chicharito Hernández

Tomás Balcázar fue estrella para Chivas en los 50 y le anotó a Francia en el Mundial de 1954. Javier 'Chícharo' (por el verde de sus ojos) Hernández, casado con la hija de Balcázar, jugó 28 partidos con la selección nacional y fue parte de ese equipo que alcanzó el esquivo quinto partido del Mundial en México 1986 (aunque no jugó en el partido). Su hijo, 'Chicharito', se convertiría en el máximo anotador en la historia de México con 52 tantos, además de militar en el Manchester United (donde ganó 2 ligas) y en el Real Madrid (ganó un Mundialito de Clubes).

Bobby y Brett Hull

Los Hull son el único dúo padre e hijo en anotar 600 goles cada uno en la NHL. Del 1957 al 1980, Bobby Hull fue líder en goles 7 veces, ganó el trofeo Art Ross Trophy (líder en puntos) tres veces, el trofeo Hart Memorial (JMV) dos veces y ganó el Stanley Cup en 1961 con los Chicago Black Hawks. Fue exaltado al Salón de la Fama en 1983. Su hijo Brett fue líder en goles tres veces, ganó el Stanley Cup en 1999 y 2002 y ganó el trofeo Hart Memorial en 1991. Fue exaltado al Salón de la Fama en 2009.

La relación sanguínea no es la única manera de ser considerado "papá". El dominio deportivo también se describe como "paternidad". Aquí algunos ejemplos.

Argentina vs México: marca de 3-0-0 en mundiales

Dos de las 3 veces que se han enfrentado en mundiales fueron en 8vos. de final, y México solamente tuvo ventaja en marcador por 4 minutos en los 3 partidos combinados.

Brasil vs México: marca de 3-1-0 en mundiales

No solo no ha podido ganar, pero México tampoco ha podido anotar vs Brasil en mundiales. En sus 5 enfrentamientos, Brasil ha superado a México con 13 goles por 0.

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¿Cuál es la calificación del 'Tri' en su gira por EUA?
Tags: xbox 360
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LOS ÁNGELES -- El mejor narrador mexicano, Ángel Fernández, era una incubadora prolífica y genial de expresiones para momentos especiales en los partidos de futbol. "Muertos, heridos y desaparecidos... los niños y las mujeres primero", exclamaba en la algidez del juego.

Encaja perfectamente con el dedazo de atole, que dio la Selección Mexicana en el 0-0 ante Ecuador este domingo en Chicago. Dedazo de atole, porque apacigua las tempestades, y baja del patíbulo, provisionalmente, al ya cíclico, frecuente e impopularmente popular inquilino, Gerardo Martino.

Hubo, este domingo, muertos que ya no resucitan como Héctor Herrera. Y heridos (Tecatito Corona, Fernando Beltrán), a causa de ponerse con Sansón a las patadas, tomando en cuenta el biotipo del jugador ecuatoriano. Y desaparecidos en la cancha, como Andrés Guardado, Alexis Vega, Jesús Gallardo y Héctor Moreno, y ahí puede Usted agregar a Uriel Antuna. "Muertos, heridos y desaparecidos...".

Hay una ociosidad inevitable en las comparaciones, que es como un subterfugio de escapismo, de evasión, el 0-0 ante Ecuador es linimento y consuelo --para algunos, para muchos--, tras el 3-0 ante Uruguay. El credo ese que supura conformismo: "no se mejora, pero tampoco se empeora".

Este domingo, Gerardo Martino trató de enviar a la cancha la versión más cercana con la que espera sacarle sustos y meterle taquicardias a Polonia, y a una Argentina que fascinó ante Italia, y que después se fue de recreo ante Estonia (5-0). El gran ausente es Edson Álvarez, un figurón en el Ajax, un pendenciero cualquiera en el Tri.

Y este México, de aspiraciones épicas, pero exclusivamente en la cabecita delirante y demencial de Tata Martino, pudo haber sido arrollado por Ecuador, que es un equipo que debe fascinar a su técnico Gustavo Alfaro, porque es bohemio, alegre, frontal, brusco, hábil, desparpajado, a veces desordenado, pero que pretende hacer una fiesta en la cancha.

La diferencia salvadora, redentora, para México, vuelve a ser Guillermo Ochoa. Siempre él. El que suscita estremecimientos en el América, pero que es una certeza infranqueable en el Tri, como molusco heroico, más allá de los conocidos accidentes, como el 7-0 ante Chile.

¿Mejoró tanto México? No. Ecuador es un equipo desbocado, que ofrece zonas vulnerables, frágiles, pero México, tuvo ayer tres aproximaciones, arruinadas por Tecatito Corona, Alexis Vega, y Raúl Jiménez, quien hoy yerra las que eran de trámite, antes del asalto brutal de David Luiz.

Uruguay le hurtó todo. Cancha, balón, dignidad, espíritu, e insisto, le hizo tres, pero no le hizo seis más, sólo por un impensable gesto de compasión y condolencia anticipadas, a esta errante, taciturna y destemplada versión de México. Los charrúas sólo necesitaban alguien que les quitara el freno de mano impuesto por Washington Tabárez. Y mire usted, pudo hacerlo hasta Diego Alonso, de sonoros fracasos en Monterrey, y hasta en la MLS, con un costosísimo Ínter Miami.

Si ante Ecuador, Martino envió a aquellos jugadores que en los devaneos de sus neuronas, considera los mejores para arrancar la Copa del Mundo, este grupo regresará a tiempo a México para actividades que le son --aparentemente--, más importantes: las Posadas, cargar los peregrinos, y tomarse el etílico y hedonista puente Guadalupe-Los Reyes.

Sin duda hay una enorme responsabilidad de los jugadores. Cuando la referencia post-mortem en la Selección Mexicana es que el único órgano sano para trasplante es Guillermo Ochoa, queda claro, que el resto de los órganos vitales, no serían aceptados ni en una veterinaria.

¿Pueden rendir más? Es evidente que sí. Pero, Gerardo Martino no es el hombre para contagiarlos, arengarlos y transformarlos. Y no es totalmente su responsabilidad. Es un pasaje similar al de Sven-Goran Eriksson y Juan Carlos Osorio.

Con el sueco, creador del término #YuntaDeDueños, se hacía un trabajo táctico ordenado, detallado. Todo funcionaba en los entrenamientos. Y él se iba a dormir o simplemente a prolongar las noches con buenísimas amistades que hizo entre las féminas en su estadía en México.

Eriksson asumía, que si sus convocados eran jugadores profesionales, muy bien pagados, y que presuntamente entendían lo que era vestir la camiseta de la selección nacional, no necesitaban nada más. La ecuación estaba completa. Sólo debían salir a hacer lo que debían y ganar. ¡Caramba, es la Concacaf!

Eriksson creyó que en los genes del compromiso, la devoción y la pasión por el futbol, los mexicanos eran iguales a tantos dilectos europeos que él había dirigido. Se equivocó. No estaba ahí, para desengañarlo, el doctor en psicología Octavio Rivas (QEPD), con su diagnóstico: "'Pérate, son mexicanos, están programados al revés". O Manolo Lapuente, para advertirle que con el seleccionado "hay que hablar cada día, todo el día, todos los días, para que comprendan que juegan con la selección".

Martino no sabe o no quiere entender eso, que necesitan, según el jugador en turno, que les soben el lomo, que les endulcen el oído, que les hablen fuerte, que los amenacen, o que les mienten la madre. Porque simplemente "están programados al revés", o porque necesitan una pilmama o una madrastra, "cada día, todo el día, todos los días".

Recuérdese la revelación de Juan Carlos Osorio. Minutos antes de enfrentar a Brasil en El Samara Arena. Les preguntó si estaban listos para el juego de sus vidas, y pasar a la tierra prohibida del Quinto Partido. Sólo hubo un silencioso ominoso, penoso, estrujante. Cierto, antes el grupo había sido despedazado por revueltas internas encabezadas por Javier Hernández. Pero, ninguno respondió.

Ojo: si esa misma pregunta y esa misma respuesta ocurren dentro de los momentos y égidas de Miguel Herrera, Javier Aguirre, Manolo Lapuente, Miguel Mejía Barón, y hasta el mismo Ricardo LaVolpe, habría ocurrido un genocidio en ese vestuario. Osorio se sorprendió, se asustó, se inhibió, se cohibió... y perdió.

Ahí es donde Gerardo Martino está perdiendo la batalla. Podrá ser un dechado de ingeniería táctica, pero si no es capaz de soliviantar a sus soldaditos de plomo, los resultados no cambiarán.

Dígame Usted, por ejemplo, si hay congruencia entre las declaraciones de Héctor Herrera el sábado ("estanos a muerte con el Tata, y nos vamos a matar en la cancha por él"), y su actuación --paupérrima--, ante Ecuador.

Pero, ese 0-0, al final, es un dedazo de atole. Apacigua las turbulentas, turbias y revoltosas aguas que hacen zozobrar mediáticamente a este Tri-tanic.

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LOS ÁNGELES -- ¡Gracias, Uruguay! Por desnudar las mentiras, las farsas, los embustes, por desenmascarar a los de la cancha, los de la banca, los del vestidor y los del escritorio. ¡Gracias, Uruguay!

¡Gracias, Uruguay! Por alargarle las orejas y la nariz al tipo que vendió cuentitas de vidrio en la semana, por festejar 20 minutos ante Nigeria, y jurar que en diez días ya tenía a la mejor Selección Mexicana posible, y sus corifeos le vitorearon de pie.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por ridiculizar al tipo que se le exigía se pusiera serio y trabajara, a Gerardo Martino, experto en endulzar las meninges desgastadas de palurdos que juramentaban que era lo mejor que le había pasado a México.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por estamparle en la cara al mismo Martino, la soberbia vomitiva de sus palabras: “parecería que no hemos hecho nada en tres años”. No Tata, no has hecho nada en tres años. ¿Te enteraste ya, que tú no clasificaste a México al Mundial, sino que todo fue obra del nivel paupérrimo de Costa Rica, Panamá, Honduras, El Salvador y Jamaica?

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por exhibir al protagonista de los estruendosos fracasos con Argentina y Barcelona, con Messi incluido en ambos equipos, y ratificar que su nivel está en la puerilidad de retos pequeñitos, y no para ser el artesano del colosal milagro de sacar de su fangosa y sempiterna mediocridad al futbol mexicano.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por ratificar la mezquindad con que se maneja al Tri, desde la trinchera veleidosa y propia de su ciclotimia, con la que Martino y su clan de paisanos ejercen vetos, amenazas, discriminaciones y segregaciones sobre jugadores que no son de su agrado. El futbol le dio una segunda oportunidad al Tata, tras sus descomunales naufragios en Cataluña y Argentina, pero él y su Maquiavelo de pacotilla, Jorge Theiler, se los niegan a otros.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por confirmar el analfabetismo táctico de Tata Martino. No se trata de elegir entre el 4-3-3 y el 3-4-3 o el 5-3-2, se trata de saber entenderlos, explicarlos, manejarlos, elegir a los jugadores correctos y al rival correcto. La estrategia es un Cubo de Rubik, un trabalenguas para la descarriada mollera del argentino.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por dejar en claro en la cancha y en el marcador, cómo Yon de Luisa, presidente de la FMF, tiene una discapacidad hormonal y neuronal, cojeando de autoridad, conocimiento, valor, liderazgo y cacumen, para tomar decisiones. Gerardo Martino debió irse tras las cuatro humillaciones ante Estados Unidos, y ante Canadá.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por hacer ver a los ciegos que Néstor Araujo es el enemigo infiltrado, dentro de su bobalicona restricción para jugar y pensar (¡Ah, pero juega en el Celta de Vigo!), y ratificar que el Raúl Jiménez que se robó David Luiz, en aquella colisión de cabezas, es irrecuperable. Y claro, Martino elige futbolistas con las vísceras, las suyas y las íntimas del tal Theiler.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Porque has sacado del sopor hedonista al dueño del negocio, Emilio Azcárraga Jean, que entiende poquitito de futbol, pero mucho de centavos. No le importa el 3-0. Tal vez ni vio el juego. Pero cuando los contadores le despierten en medio de la histeria, lanzará un ultimátum a Yon de Luisa. Ya se dijo, si no hay Quinto Partido en Qatar 2022, su sustituto aguarda, tomándose selfis con los dos trofeos del Atlas.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Por el dramón que se viene encima. A comprar botana para que trague el morbo. Cuando se ordene un cambio emergente, urgente, se vendrá una pelea clandestina, oculta. Yon de Luisa encadenado a Miguel Herrera para que tome el mando del Tri, y Alejandro Irarragorri puliendo el currículo de Diego Cocca y su Bicampeonato.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Gracias por la humillación absoluta (“Estuvimos parejos medio tiempo”, suelta el cómico de kermés, Martino). Porque tal vez, y sólo tal vez, la #YuntaDeDueños (dixit Sven-Göran Eriksson), se atreva a levantar la voz. Sí, tal vez los dueños de equipos, castrados durante años, eunucos del poder, se atrevan a salir de su madriguera, pestilente al almizcle del pánico, a reclamar por un producto que les pertenece. Sí, por definición constitucional de la FMF, la Selección Mexicana pertenece a los clubes, no a quien es capaz de extorsionarlos, de intimidarlos, de azorrillarlos, por ejemplo, con el #TuzoGate.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Porque quedó claro que si en la banca, en el vestuario, en la pizarra, se trasmite el tufo a orines, el jugador mexicano, lejos de rebelarse y revelarse, de salir de la pusilanimidad, se contagia y entonces acumula dos miedos, el suyo y el de su entrenador. Que nunca caduque Octavio Paz: “El mexicano le teme más a la victoria que a la derrota”.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Porque los incondicionales y asalariados mediáticos por el Tri han sido recusados y obligados a hacerse cómplices. Porque detrás del temor a la verdad, siempre podrán cobijarse en el útero de la mentira. El autoengaño es privilegio de los lacayos. “Perdimos 7-0 con Chile, pero luego le ganamos a Alemania”. Sí, la peor Alemania de la historia. Los espejismos maquillan, pero no ocultan la verdad.

Sí. ¡Gracias, Uruguay! Especialmente por la advertencia, porque si los charrúas, con un equipo honesto y guerrero, pero armado al vapor, le hizo tres a la más enclenque y bulímica expresión futbolística de México, en el Mundial de Qatar, la Argentina que vimos ante Italia, le hará diez el próximo 26 de noviembre en el Estadio Lusail.

¿Qué viene ahora? Ya no hay tiempo para un ultimátum. Es tiempo de decisiones. Tiempos borrascosos, pues, en el que los muertos de miedo, los dueños de equipos, se subleven, aunque sus eventuales hechos delincuenciales, salgan a la luz. Tiempos en los que Yon de Luisa deje de esconderse tras las faldas trémulas de Gerardo Torrado y confrontar que el Waterloo de Martino es también su propio Waterloo y, claro, el enésimo Waterloo de la Selección Mexicana.

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LOS ÁNGELES -- Diego Armando Maradona tiene hoy más vida, que toda su muerte y todas sus memorias juntas. Porque conoció la eternidad antes de conocer la muerte. La perpetuidad es el primer beso reservado para las leyendas. Finalmente, la Mano de D10s está ya en las manos de Dios.

El certificado de defunción tiene una fecha, equivocada, por cierto: 25 de noviembre de 2020. Equivocada, porque no ha muerto. La inmortalidad es un don divino para quienes se adueñan de la pasión absoluta de su universo. Y El Pelusa lo hizo. Con la simpleza rudimentaria de un balón de futbol estremeció al mundo. Le provocó ese llanto extremo de la felicidad extrema, de ese éxtasis que sólo enjuga el alma.

Paro cardiorrespiratorio. A los 60 años. El corazón se detuvo. Sí, el de ese personaje inmortal que atenazó, que contuvo, que detuvo los corazones de millones de mortales, durante segundos, aquel mediodía en el Estadio Azteca, aquella cabalgata implacable, victoriosa, mientras yacían a sus pies los cadáveres de seis guardias ingleses de la Reina, para condecorar al preciosismo del futbol con el gol más cautivante, más hermoso, de todas las Copas del Mundo.

Nació en Villa Fiorito. Hablar de miseria y hambre en ese entorno, es enternecer innecesariamente un estremecedor relato de una vida protagonizada con lucha constante, con bronca, con sangre, con sudor, con lágrimas, con fuego. En la vida de Diego esas cursilerías estallan como insultos. Él mismo lo dijo en Coapa, durante el Mundial de 1986: “La única hambre que he tenido siempre, es de pelota, hambre de ganar. Esa no me la quita nadie. La otra, me la aplacaban mis viejos”.

El gobierno argentino ha decretado tres días de duelo nacional. Insuficientes para tantos años de júbilo mundial. Insuficientes para una herida abierta en ese corazón angustiado de tangos en cada argentino. Insuficientes para un jirón del alma arrebatado a cada aficionado en el mundo que lo vio jugar. Insuficientes. Con esa ofrenda no se le paga a Diego ni la canallada fascinante, esa, la del granuja de la cancha, esa, la mano en el primer gol a Inglaterra. Hay pillos con el alma noble o con el puño noble del reivindicador.

Es un relato recurrente. Ese día en el Estadio Azteca, ese día en que Diego aniquiló a la armada inglesa, estuve en el palco de prensa. Detrás de mi, la comitiva de El Gráfico. Había tanta sabiduría literaria para describir y escribir sobre Maradona. Eran mis maestros por correspondencia: en un kiosco de la Zona Rosa de la Ciudad de México, llegaba mi folleto educativo, cada semana aprendía de ellos. Héctor Onésime, Cherquis Bialo, Juvenal, Natalio Gorín.

Ese día, cuando Maradona emprende la embestida entre los intentos de asesinato de los ingleses, a mis espaldas crecía histéricamente, en coro, un grito que me consternaba: “Hijo de puta, hijo de puta”. Así, creciendo, en alarido, hasta que Maradona envía una esquela al Palacio de Buckingham en el buzón de la red. A mi lado estaba el hoy relator Andrés Cantor, corresponsal entonces de El Gráfico en Estados Unidos. Y después de que terminan las consternadoras ondas expansivas de la explosión magistral de Diego, le pregunto qué pasa, porqué los insultos. Sí, Cantor también tenía lágrimas en los ojos, cuando me explica: “En Argentina así decimos también de pura admiración… y éste (Maradona) es un hijo de puta”.

Sí, Diego lo era. Lo fue siempre con la pelota en los pies. Lo fue en Argentina; lo fue en España hasta que la guadaña de Andoni Goikoetxea le pulverizó el tobillo. Y en Italia convirtió a la oprimida región y al reprimido equipo de Nápoles en la Cenicienta de Europa. Diego siempre fue todo eso. Haciendo campeón a Argentina en el Mundial de México, y casi lisiado, por una lesión en el tobillo, la llevó a la Final en el Mundial de Italia, donde se atravesó, sospechosamente, Edgardo Codesal, coludido entonces su suegro, Javier Arriaga, con Joao Havelange y Joseph Blatter. “Argentina no debía ser campeón”, confesaría años después Julio Grondona, en el Cotton Bowl de Dallas, durante el Mundial de Estados Unidos.

Ese mismo Mundial, los buitres de Zurich estaban listos para asolar y despedazar a Diego, quien ya había encendido la alarma con positivo por dopaje el 17 de marzo de 1991, tras un Napoli contra Bari. La sentencia fue de 15 meses de suspensión. La venganza por tantas acusaciones lanzadas contra Havelange y Blatter era un contubernio casi perfectamente elaborado por la ingeniería cetrera de FIFA.

Ocurrió en el juego ante Nigeria. 25 de junio de 1994. Fue a buscarlo al campo de juego la doctora Sue Carpenter, “La Viuda Blanca”, como la adoptó Argentina, para llevarlo al laboratorio antidopaje. Un desfile dantesco, morboso. Ella apacible, sonriente, sin saber de la trama infame de la que era un instrumento. El Pelusa eufórico. Y Grondona preocupado. La muestra de orina era un cóctel de sustancias prohibidas: efedrina, norefedrina, pseudoefedrina, norpseudoefedrina y metaefedrina.

Intentó regresar a las canchas. Sus rodillas, su organismo, su hinchazón por los abusos, ya no se lo permitieron, aunque el talento le permitía hacer aún esas magníficas travesuras con su leal y obeso escudero, el balón. Ensayó después desde el banquillo. Llegó a dirigir a Argentina, pero fue otro más de los entrenadores que fracasó en hacer explotar a Lionel Messi con la albiceleste. Acusaría después a Carlos Salvador Bilardo y a Julio Grondona de sabotear su trabajo con la albiceleste, y los denigraría como traidores.

Cierto, hay muchas otras historias. Historias oscuras. Tétricas incluso. Historias de un ser humano esclavizado por las arpías despiadadas que rodean a los triunfadores. Historias de droga, de abusos, de crisis familiares, de infidelidad, de corrupción, historias, pues, de un hombre que se deslizó casi narcotizado en el tobogán de su propia fama.

Pero, recapitularlas para qué. Diego Maradona el hombre, se las llevará consigo, como esqueletos infaltables en la tumba de cualquier ser humano. Porque hoy es tiempo de ocuparse en engalanar al otro Diego Maradona, al genio, al artista, al guerrero, al niño sin hambre dentro del hombre hambriento.

Porque, reitero, Diego Armando Maradona tiene hoy más vida, que toda su muerte y todas sus memorias juntas. Porque conoció la eternidad antes de conocer la muerte. La perpetuidad es el primer beso reservado para las leyendas. Finalmente, la Mano de D10s está ya en las manos de Dios.

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LOS ÁNGELES -- Diego Armando Maradona (30 de octubre de 1960, Villa Fiorito, Argentina) ha dado otra vuelta olímpica en ese estado límbico de la incertidumbre, burlándose de la vida, burlándose de la muerte.

Aún así, “La Mano de Dios” continúa en las manos de Dios… o en manos de “El Barbas”, como el mismo Diego lo llama.

En esa ciencia, superstición, u ociosidad, de querer hurgar el destino del ser humano en las estrellas, los astrólogos afirman que los grandes referentes del signo de Escorpión tienden a la autodestrucción.

Garrincha (28 de octubre de 1933, Río de Janeiro), y el mismo Maradona, son prueba de ello. Al primero, a quien muchos consideran mejor que Pelé, lo mató al alcoholismo. El Pelusa tiene más de 35 años naufragando y sobreviviendo entre los excesos: cocaína, alcohol y sexo.

Diego ha despertado idolatrías extremas. Argentina le ha perdonado su desastrosa conducta en la intimidad, ante la grandiosidad de su futbol. En la cancha, expió sus pecados. Condujo a Argentina a la Vuelta Olímpica en el Azteca en México ’86, y al Nápoli lo apadrinó hacia la adultez del futbol europeo.

Tiene su propia iglesia, la Maradoniana. Y a los santurrones les duele que les haga temblar su fe por la fe ciega en el Diego. La herejía no es peor que la hipocresía hecha fe. Entre creer en un fetiche y creer por obligación, sólo hay un pecado de diferencia.

Maradona sigue pagando elevadas cuotas de sus excesos. Está consciente de ello: “He cometido errores y he pagado por ellos”. Este martes ha sido sometido a una nueva cirugía. Un hematoma en el cerebro lo llevó al quirófano con la etiqueta de emergencia, según su nuevo y enésimo doctor de cabecera, Leopoldo Luque.

Irónicamente, su organismo, con mapas indelebles de cicatrices, muestra cómo las cirugías se han ensañado con los tres implacables e inagotables arsenales de su cuerpo como futbolista: un enorme corazón, unas piernas poderosas de creación, y ahora, ese cerebro casi culterano, ostentoso, privilegiado, para inventar futbol, como aquella tarde inolvidable en el Estadio Azteca ante Inglaterra, cuando fue truhan primero y artista galopante después.

Habiendo visto en vivo a los tres, y habiendo cubierto directamente sagas mundialistas y coperas de dos, no cedo un milímetro en el podio: Pelé, Maradona y Messi. Tres generaciones distintas, en tiempos y circunstancias muy distintas en el futbol.

Diego podría estar a la altura de Pelé, tal vez por encima del brasileño, pero es culpa de él, y sólo de él. Y lo acepta: “Si yo no hubiera hecho las cosas malas que hice en mi vida, Pelé no llegaba ni segundo”. Y en otra ocasión, le tundió nuevamente: “Si él (Pelé) es Beethoven, yo soy el Ron Wood, Keith Richards y Bono del futbol, todos juntos. Porque yo era la pasión del futbol”.

Apenas hace unos días, Maradona cumplió 60 años. Debió conmoverse ante manifestaciones mundiales de amistad, solidaridad y reconocimiento. Porque Maradona hizo en la cancha lo que millones de futbolistas quisieran haber hecho o quisieran hacer algún día. Amateur o profesional, bueno o malo, técnico o patadura, pero en ese universo privado de la imaginación todos han querido ser, por un minuto o por 90 minutos, Maradona.

Su padre depositó absoluta devoción en él. Después de su jornada laboral, agotado, agobiado, se trepaba al autobús en Villa Fiorito a trayectos de dos horas para que Diego mostrara su futbol, y porque el sándwich y el refresco eran el premio final de cada jornada. Un acto supremo de amor.

En las canchas del América, en un entrenamiento, en pleno Mundial de 1986, Diego padre dijo a este reportero sobre ese momento en el que sabía que su hijo iba a triunfar: “Sentí que estaba a salvo”. Hablaba de la familia, hablaba del mismo Diego, y hablaba de esa reivindicada responsabilidad paterna.

Sin embargo, Maradona sabía de quien era la mano que mecía la cuna familiar: Doña Tota, la madre. Fue siempre su refugio, especialmente en los momentos más frágiles de su vida. “La Tota armó la barrera cuando me peloteaban de todos lados”, y fue durante años el equilibrio en la vida del jugador, hasta que aparecieron los amigos tenebrosos con las arpías de las tentaciones engalanadas de musas.

Diego ha sido un guerrero. En todas las tribunas, en todas las arenas, en todos los anfiteatros. Fue el primero en pronunciarse contra la esclavitud de los juegos al mediodía, cuando en el Mundial de México debieron padecer inclemencias por temperaturas, latitud y contaminación. “Es inhumano jugar así”.

Fue la primera embestida contra la casa de cristal de la FIFA. Su enemistad con Joao Havelange y Joseph Blatter se fue haciendo más profunda. Erosiones de odio. Los facinerosos de FIFA querían verlo de rodillas, en una genuflexión de sometimiento. Diego nunca besaría la mano del pontificado perverso del futbol. La cacería despiadada se cernió sobre él durante el Mundial de Estados Unidos 1994.

Ante Nigeria, el 25 de junio de 1994, fue su último partido con la albiceleste. Dio positivo de efedrina, norefedrina, pseudoefedrina, norpseudoefedrina y metaefedrina. Es un ícono esa imagen de la doctora Sue Carpenter, “La viuda blanca”, como le llaman en Argentina, e irónicamente casada con un argentino, acompañando a Diego hacia el laboratorio antidopaje.

La FIFA sabía dónde hurgar, sabía dónde olisquear. Supuestamente la mezcla de efedrinas borraba rastros de cocaína en la orina. Pero, había pruebas suficientes de dopaje. Ya antes, el 17 de marzo de 1991, El Pelusa había registrado su primer positivo, luego de un Nápoli contra Bari. Quince meses de suspensión. Nunca volvería a ser igual: “Me cortaron las piernas”, diría.

Intentó volver a la cancha. Era imposible. Eligió ser entrenador. El tiempo le demostró que no era lo suyo. Fracasó con la selección argentina y no pudo explotar la capacidad despiadada de su presunto heredero, Lionel Messi.

En México tuvo un torneo exitoso con Dorados de Sinaloa, aunque al final culpó al arbitraje de aniquilar al equipo. Disfrutó la experiencia, como un oasis en el frenesí de su vida: “Quiero ver el sol y acostarme de noche. Antes no quería ni acostarme ni sabía lo que era una almohada”, declaró a medios en Culiacán.

Estos últimos días, la salud de Diego Armando Maradona había decaído, alarmando a su entorno y a su cuerpo médico. Leopoldo Luque aclararía que no era una recaída en su adicción, incluso afirmó que “Diego puede irse (del hospital) cuando quiera”, pero horas después encontró ese hematoma subdural.

Tras declarar exitosa la operación, y advertir sobre un rango prudente y necesario de observación y espera, lo cierto es que a la expectativa de que todo mejore, “La Mano de Dios” continúa en las manos de Dios… o en manos de “El Barbas”, como el mismo Diego Armando Maradona lo lla

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