A manera de reivindicación hay que decir que en el post partido con Temperley dio una nueva muestra de sus dotes. Casi con un espíritu profético, se animó a aseverar que River, que no venía jugando bien ni había ganado en las tres presentaciones del reinicio de la temporada, iba a mostrar un fuego sagrado en la Copa Libertadores. Y hay que darle la derecha al técnico porque fue así.
Ese equipo opaco, con escasas luces y algunos errores que invitaban a imaginar que su gran anhelo de ganar podría quedar trunco, apareció en una forma notable. No es casualidad que lo haya hecho justo cuento el entrenador lo predijo. Esto se trata de un mérito suyo, pero también de sus jugadores, que son los intérpretes, los que salen al campo y saben perfectamente cuál es el momento de pegar el volantazo. Porque más allá de lo que pueda arengar el conductor, si los que juegan están en otra sintonía la historia no se modifica.
El grupo parece haberse moldeado a medida de las exigencias de demandan los certámenes que tienen llaves de ida y vuelta. Quizás sea un exceso decir que es un equipo copero, pero no edulcoramos los conceptos si hablamos de cierto virtuosismo a la hora de enfrentar los compromisos más complejos y que se dirimen con un mano a mano. Da la sensación de que allí aparece un fuego sagrado que River, en su extensa vida deportiva, anheló tener.
Es verdad que para apuntalar tales ideas siempre hace falta sustentarlas con realidades empíricas. Y existen. Un título en la Copa Sudamericana y una semifinal de Libertadores, más allá de lo que pueda ocurrir después, son argumentos para validar el pensamiento. Más allá de lo que suceda. Porque no siempre se debe opinar con los títulos obtenidos, si así fuese serían muy pocos los equipos que obtendrían méritos para ser destacados.
Hoy River se ha convertido en una especialista en este tipo de compromisos y los culpables de que esto haya sucedido son el cuerpo técnico y los futbolistas. Sería injusto separar a uno de otro a la hora de repartir elogios, porque ambos tienen la misma cuota parte de responsabilidad.
Todavía le resta un escalón más para acceder a la final, sin embargo nada puede empañar lo hecho hasta el momento. Hay un estilo, una idea, una convicción y un grupo de jugadores que sabe como plasmar, todo eso que parte de una cabeza, adentro del campo.
El hincha de River relojea hoy a la distancia, sin ninguna añoranza, la época en la cual jugar la Copa se volvía un calvario. Ahora disfruta del momento, lo vive de otra forma. Y esa confianza es respaldada por lo que se le trasmite desde adentro de la cancha.
El Millo está cerca de vivir un momento histórico. Si continúa por el mismo camino y no se deja llevar por la magnitud de lo que tiene frente a sus narices, este grupo puede seguir escribiendo la historia grande del club.
El pasado avala los dichos del entrenador, porque en esos mano a mano se vio la versión más letal de un equipo que viene exhibiendo muchos altibajos. Y no sólo en este reinicio de temporada, sino que es un característica que lo viene acompañando desde el primer semestre del año.
Pero claro, cuando los resultados se dan, hay cosas que quedan sepultadas bajo la implacable e irracional lógica de los triunfos.
Volviendo al presente, el Millo, en esta vuelta a la actividad, cosechó su tercer partido sin paladear una victoria (con una derrota y dos empates). ¿Es un síntoma preocupante? En parte sí, porque no está fino en la creatividad ni en la definición, pero aquí volvemos a la reflexión del comienzo, la que realizó Gallardo acerca del fuego sagrado que se enciende en este equipo cuando las situaciones son límite.
A simple vista el receso no favoreció a River. Porque aquel equipo que culminó con la moral por las nubes después del histórico resultado conseguido en Belo Horizonte ante Cruzeiro, hoy no tiene algunos intérpretes importantes (como Teo y Rojas), ni parecen estar todos sus protagonistas en el nivel más elevado.
Pero….y aquí coloque nuevamente la frase del inicio. Todos los caminos parecen llevarnos allí. Lo que hay que preguntarse es si ese pensamiento hoy tiene un sustento compatible con la realidad. Los partidos que se deben utilizar para cotejar esto son los del semestre pasado, no hay otra alternativa. Y allí sí aparece un guiño cómplice. Da la sensación de que este equipo está buscando ensamblar algunas piezas. Pocas, pero determinantes.
El volante izquierdo aún no tiene la eficacia que pretende Gallardo. Nicolás Bertolo era el elegido para quedarse con esa plaza, pero en el debut se desgarró. Luego el técnico probó con un discontinuo Pity Martínez y también con Sebastián Driussi: ninguno lo convenció como para asegurarse el puesto.
Para reemplazar a Teo tiene bastantes alternativas y dentro de ese ramillete de posibilidades Javier Saviola se perfila como el candidato más firme a sucederlo.
Pero es la contundencia el casillero que Gallardo desea llenar lo más rápido posible. Porque sabe que afinando la puntería logrará corregir la parte del juego que lo desvela.
Si bien River no despliega el fútbol de otros tiempos, genera una cantidad suficiente de situaciones de gol que, de aprovecharlas, podría encarar de forma más tranquila a sus compromisos. La contracara sería que no suceda eso de que se agranda en las difíciles y que siga en la meseta que atraviesa, ahí estaríamos ante el momento más traumático de Gallardo al frente del equipo.
Por esto es que la llave con Guaraní no sólo develará los enigmas que deja este análisis, sino que además impondrá el estado de ánimo que regirá al mundo riverplatense en lo que queda del año.
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Por un lado, la vuelta de ídolos emblemáticos y de refuerzos que ilusionan, genera que el mundo Millonario esté trazando analogías con el pasado más glorioso. Que Javier Saviola y Lucho González se sumen a Fernando Cavenaghi y a Pablo Aimar, es un disparador irrefutable para que el corazón palpite con emoción y nostalgia. Aquellos que no los vieron jugar, seguramente han recurrido al archivo o escuchado a los más grandes para poder dimensionar lo que River tiene en su plantel.
Sin embargo, la contracara la muestra una realidad futbolística que no es del todo auspiciosa. Dos partidos oficiales en la temporada con una derrota ante Central (y eliminación de la Copa Argentina) y un empate ante Tigre (en el marco del campeonato local), ambos sin grandes demostraciones de destreza, lo cual preocupa a propios y extraños de cara al compromiso que el equipo de Marcelo Gallardo tiene como objetivo central: la Copa Libertadores.
A esto hay que agregarle que el receso siempre demora los procesos de ensamble de cualquier equipo, y en el caso del Millo, si bien las bajas de la formación titular fueron pocas (Ariel Rojas y Teo Gutiérrez), le está costando encontrar esa idea de equipo sólido y solidario que dejó, por ejemplo, cuando eliminó a Cruzeiro en Belo Horizonte.
Los mencionados refuerzos aún no están en plenitud, lo mismo que el uruguayo Tabaré Viudez (quien además aún no posee el cupo de extranjero liberado) y Lucas Alario, quien ya comenzará a paladear lo que es River cuando se enfrenten el sábado próximo ante Temperley.
No se puede hablar de alerta, pero sí de una cierta inquietud porque los plazos se acortan y el margen de maniobra es más bien escaso. Desde el cuerpo técnico no quieren acumular contratiempos, por esto es que ya comenzaron a hacerles entender a sus jugadores que Guaraní no será un rival menos.
Para prevenir cualquier posible relajamiento, Gallardo y sus ayudantes se han preocupado de refrescar la memoria, y en cada ocasión que mantienen una charla les recuerdan que los paraguayos ya eliminaron a Corinthians y a Racing. Por eso, a pesar de esa imagen de cenicienta, desde el cuerpo técnico pretenden modificar la fisonomía de corderito que muchos le ven.
Para River, no se trata de una empresa imposible ni mucho menos, aunque sí se deberán mentalizar de que la única forma que tienen para salir de esa llave con una sonrisa será elevando el nivel exhibido hasta este momento.
Más allá de los nombres rutilantes, de los jugadores ya experimentados y de los que están dando sus pasos con la camiseta del Millo, es innegable que tiene que mejorar en varios aspectos de su juego. Y en particular en la definición, un mal que lo viene aquejando desde el semestre pasado. Tiene futbolistas para jugar bien. Si lo hace, el futuro será auspicioso, pero si no levante el rendimiento, de aquella sensación ambigua se quedará con la más dolorosa, esa que no le aventura un futuro cercano con alegría….
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Avances que al poco tiempo se veían frustrados por el dolor, no hacían otra cosa que generar pesimismo y dudas. En su interior, Pablo Aimar se había juramentado que alguna vez su hijo, ese que no podía creer que su viejo era uno de los emblemas de River y que había hecho vibrar de emoción al estadio Monumental, al cual el niño miraba maravillado cada vez que pasaba por su puerta, iba a tener la posibilidad de verlo salir a la cancha con el equipo y jugar en el verde césped (como decía el gran Ángel Labruna).
Quizás cumplir con ese sueño de padre fue lo que le dio fuerzas para seguir adelante en los malos momentos. Pero existía un condicionante además del tema físico: su autoexigencia. No por ese anhelo iba a permitirse que el hincha lo viese en un estado que pudiese derrumbar su imagen del pasado. En este combo de deseos y convicciones, Aimar fue sintiendo que aquellas durísimas y extenuantes sesiones de kinesiología con Jorge Bombicino estaban reportándole los resultados que tanto había imaginado en sus sueños. La vuelta se avizoraba en el horizonte cercano.
Con el correr de las semanas su talón comenzó a responder. Y esa mejoría se vio potenciada, como es obvio, por ese deseo que fue acumulando desde hacía tanto tiempo. Así fue como empezó a participar en las prácticas de fútbol, luego se animó a jugar un partido con la reserva (en el cual, como un mimo agregado, anotó un gol), hasta que llegó el gran día. Marcelo Gallardo lo incluyó en la lista de concentrados para el partido con Rosario Central. Ahí Aimar, el de la carrera extensa y exitosa, el que se encuentra en el tramo final de su camino futbolístico, volvió a sentirse como el Payasito, como el pibe que llegó desde Río Cuarto lleno de ilusiones. Un pertinaz cosquilleo en el estómago, similar al de la noche previa al 11 de agosto de 1996 cuando iba a debutar en primera división, lo hizo darse cuenta de que ni la experiencia ni la fama pueden manejar la adrenalina que desata el deseo.
El domingo, con toda su familia y amigos ubicados en la platea Belgrano baja, jugó esos veinte minutos que tantas veces había imaginado en su cabeza. En medio de una ovación volvió a ponerse la camiseta de River. Un caño para comenzar la faena, algunas paredes exquisitas y una sonrisa dibujada en su rostro que delataba su felicidad. El primer paso estaba dado. Ahora va por más, por ampliar su gloria, por seguir demostrando que puede pasar el tiempo pero el talento y la magia no se pierden...
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