BUENOS AIRES -- Hacía tiempo que un balance de fin temporada no resulta tan unánime. Hasta los propios protagonistas, quienes habitualmente tienen enfoques más indulgentes de la realidad, coinciden en la chatura que exhibió River en esta primera mitad del año.
Quizás puede diferirse en los motivos que llevan al diagnóstico final, pero es imposible no concordar en que la debacle futbolística fue alarmante. Y marca el cierre de un ciclo que fue exitoso, pero que ha sufrido una sangría de talentos que no pudieron ser sustituidos con un recambio acorde a las circunstancias. Quedaba poco del equipo multicampeón, y ahora, con los que se van y los que se irán, sin dudas que el desafío para Marcelo Gallardo será configurar desde cero a un equipo que pueda acercarse a aquel que se destacó por levantar una inusitada sucesión de copas a nivel internacional.
Pero volviendo a lo meramente futbolístico, las falencias de este semestre llegaron desde lo colectivo, desde lo individual y desde lo táctico. Nadie se salvó de la mediocridad. Y ante la ineficacia de uno de los aspectos mencionados, nunca apareció el otro para subsanarlo. Pasando en limpio, si el equipo no funcionaba, las individualidades no enmendaban esa carencia. Pero tampoco llegaron respuestas tácticas que resultasen superadoras como para sacar adelante la historia. El conjunto estaba mal.
Quizás lo más alarmante de cara al futuro es que el cuerpo técnico deberá comenzar a rearmar todo desde la base. Gallardo confía en que con un mes de pretemporada su mensaje podrá llegar claro. En ese lapso también calcula que se pondrán a tono en la parte física aquellos que no hay conseguido una buena forma. Y esta sí que parece una visión altamente optimista. Porque si por ahí pasaran todos los males de este River, la recuperación sería inmediata. Sin embargo, a juzgar por lo que se vio, que fue un equipo que nunca funcionó, con refuerzos que jamás se adaptaron, con jugadores que se van y con otros que también seguramente serán negociados, todo parece indicar que la labor será más ardua para el entrenador.
Mucho más que planificar una buena pretemporada. Volver a desplegar un buen fútbol, a tener frescura, variantes, contundencia y solidez defensiva, demanda más otras cosas. Al menos es lo que se observa desde afuera al colocar en la balanza la producción que el Millonario tuvo en esta temporada, los magros resultados y los pocos partidos que logró jugar bien.
Hay otras claves que serán decisivas en esta refundación. La primera corre por cuenta exclusiva de Gallardo, y será no volver a fallar en la elección de las incorporaciones. O al menos elegir gente que llegue y no necesite de tanto tiempo para de aclimatación al mundo River. Sin buenos jugadores no se puede armar un equipo competitivo. No alcanzan los pergaminos. Todos pueden cargar en su valija antecedentes sobrados para estar en River, pero con eso solo es imposible pelear títulos. El pasado debe estar acompañado de un buen presente. Inexorablemente.
El Muñeco sabe que se le viene un desafío complejo. Armar un equipo de cero demanda aspectos diferentes y recursos profesionales muy distintos a los que se necesitan para hacer funcionar a un equipo que viene con años de rodaje. Gallardo está apto para hacer caminar la máquina, pero tendrá que demostrar que esa arista de su trabajo es tan eficiente como la que ya exhibió en la primera parte de su vínculo con River.
Será un desafío personal importante. Devolver a su equipo a los primeros planos. Refundar, poner cimientos, la consigna ineludible...
La era Gallardo, desde hace unos meses, ha llegado al final una épica porción de su camino, en el cual las sonrisas le han ganado por goleada a las desdichas, pero ahora atraviesa el momento de dar vuelta una página y de abrir otra con diferentes rostros de los protagonistas.
En la primera parte de ese recambio las cosas no le han ido bien a River. Con una base bien mechada, en la cual todavía quedaban bastantes jugadores de la época dorada, la idea del entrenador no funcionó. Decisiones equivocadas e intérpretes que no estuvieron a la altura de las exigencias marcaron una mixtura poco eficaz. Ahora, con el fin de esta temporada, se percibe que el nuevo equipo en ciernes será, sí, totalmente distinto.
Pero claro, la panza llena de felicidad después de tantas copas amortiguó el impacto negativo. Y suena lógico que haya sido así. De aquí en adelante, Gallardo y el plantel tendrán ante sí el complejo desafío de reinventarse.
Marcelo Barovero y Leonel Vangioni son dos de los futbolistas más emblemáticos de la era que está culminando. Ambos dejan el club y abren un enigma que se develará con el tiempo: ¿cómo hará River para sustituir a dos hombres tan importantes? No le resultará sencillo al entrenador encontrar una respuesta.
Por lo pronto, y antes de que el vértigo del libro de pases se apodere de la escena, Gallardo ya fijó posición. Casi como una estrategia motivacional, decidió decir en público que los reemplazantes están en el club, porque Augusto Batalla y Milton Casco serán los que arrancarán con la titularidad (nadie tiene el puesto comprado, obvio, pero ellos serán los que estarán entre los once en el inicio de la temporada venidera).
En esto de cerrar un ciclo, son muy pocos los que van quedando del River multicampeón. Mercado, Maidana, Ponzio, Mora son los sobrevivientes de aquellos tiempos. Los que tuvieron participación activa. Y a lo largo del mercado de pases alguno podrá emigrar si llegan ofertas.
Pero independientemente de que River reciba propuestas o no, está claro que el ciclo se cerró. Como pasa siempre, el tiempo le puso fin a una historia. Gallardo sabe que será muy difícil de superarla. Pero decidió quedarse para encarar un desafío en el cual tiene más para perder que para ganar.
Barajar y dar de nuevo. Armar un equipo desde cero que siempre cargará con el complejo estigma de la comparación. Las reglas de un fútbol que exige permanentemente. Que da mucho, pero que también coloca a los protagonistas en una perpetua mesa de examen. River deberá rendir esa prueba sabiendo que sus calificaciones pasadas son casi imposibles de superar.
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Una noche esquiva puede redundar en lo que le ocurrió al equipo de Marcelo Gallardo: quedar eliminado de la Copa Libertadores en octavos de final. Porque siempre hay partidos increíbles, en los cuales sucede lo que le pasó a River ante Independiente del Valle, que lo dominó de punta a punta, que le generó infinidad de situaciones de gol, pero que no pudo marcar los tantos que necesitaba. Eso pasa. Lo padeció en la Copa anterior contra Juan Aurich y lo celebró cuando Tigres le dio una mano derrotando a los peruanos. Te da y te quita, el tema es no llegar a las situaciones extremas.
Paradójicamente, se quedó con las manos vacías en el partido que mejor jugó, en el que tuvo una actitud que parecía haber perdido. Y más allá de la eliminación, hay que hacer un análisis del por qué. Cómo llegó River a esta situación.
En principio hay que observar que los dos mejores encuentros que disputó en la Libertadores fueron ante los dos equipos que llegaron al Monumental a refugiarse. The Strongest le ofreció una cantidad inusual de espacios, lo mismo que Independiente del Valle. Y sin presión del rival, River responde. A lo largo del semestre lo que no ha podido resolver es el enigma de los equipos que le ofrecen resistencia. Ahí flaqueó.
Otro caso que se desprende de lo observado es que para Gallardo la cantidad de jugadores confiables dentro del plantel no supera los doce o trece, no más que eso. Y que, llamativamente, dejó por más de cincuenta minutos a su máximo goleador, Lucas Alario, en un cotejo en el cual necesitaba convertir. La equivocación del entrenador quedó expuesta al punto de que ex de Colón fue el hombre más peligroso en el área cuando estuvo en cancha. Pero jugó poco justamente en el choque más determinante del semestre.
Algo similar sucedió con Nacho Fernández. Venía de entrenarse salteado en la semana debido a un cuadro gastrointestinal (perdió cuatro kilos por ese motivo), en el segundo tiempo se lo vio cansado y, sin embargo, no fue sustituido. ¿Por qué? Está claro que Gallardo no confía en los relevos.
Más allá de los merecimientos, River se quedó afuera de la Copa Libertadores por lo que venía haciendo y no por lo que produjo en la noche del miércoles. Si hubiese sido por ese partido nadie duda de que debería haber superado la llave. Pero el fútbol es así, a veces da de más y en otras quita en exceso.
Ahora Gallardo deberá barajar y dar de nuevo. Esto significa configurar un equipo de jerarquía, como el que agarró cuando asumió en el cargo. El que quedó eliminado fue el que armó a su gusto y medida, con mucho de lo que pidió, pero da la sensación de que ese es su costado flaco, el de la elección de los futbolistas. Una asignatura pendiente para lo que se le viene, un punto en el cual deberá madurar. El desafío lo tendrá en el corto plazo en un club como River, que no ofrece demasiados tiempos porque siempre demanda por más conquistas.
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Hoy la historia está bastante más compleja. p En la revancha que el miércoles se disputará en el estadio Monumental, tendrá que recuperar la memoria. No puede postergar por más tiempo su mejoría. En condiciones normales se trata de un marcador adverso que puede revertir, sin embargo, para este River que todo le cuesta el doble, que lleva tres partidos seguidos sin convertir goles, que en el marco del torneo local los dos últimos compromisos (ante Vélez y contra Boca) los jugó durante largo rato con un hombre más y no los pudo ganar, la imagen de un escenario cuesta arriba es la que abre un gran interrogante. Todo motivo del errático presente.
Porque, además y por sobre todas las cosas, no está jugando bien. No encuentra un estilo, una forma. Sus individualidades tampoco responden. Y desde el banco, tal como hemos comentado en notas anteriores, Marcelo Gallardo no recupera toda la lucidez para pilotear la nave en esta semi tormenta. No se puede soslayar que ante sí tendrá a un rival joven y sin experiencia en estas instancias de Copa Libertadores, lo cual podría redundar en dos comportamientos: uno, que se sienta intimidado por el marco imponente que presentará el estadio y que el miedo escénico inhiba las condiciones que ha mostrado a lo largo del certamen. Y la otra, que tenga la frialdad necesaria para medirse ante un River que saldrá con todo a intentar marcar un gol en forma rápida. En cualquiera de los casos, River en un cien por ciento, como el que hoy todos añoran, podría usufructuar o neutralizar.
El Millonario la teoría la tiene clara. Ya dijo Gallardo en conferencia de prensa post choque con Vélez que sería una mala decisión ir ciegamente a buscar goles. Porque eso haría que se descuiden atrás ante un oponente que maneja bien la contra y que cuenta con futbolistas muy rápidos. Pero claro, aquí comienza a tallar la famosa frase de la manta corta, también es verdad que si River no anota rápido, la ansiedad (la propia y la que bajará de las tribunas) jugará un partido aparte. El apoyo podría transformarse en nerviosismo. Volver a ser, ahí está la clave. Calzarse nuevamente la ropa de campeón de América, de equipo que supo ser implacable en choque de ida y vuelta, sea en condiciones favorables y también en las adversas, tal el caso de Cruzeiro, cuando definió de manera brillante la fase en Belo Horizonte. ¿Se trata de otro equipo? Si. ¿Son otros jugadores? También. Pero hay una base que permanece y que debe despertar. Volver a ser. Volver a creer. No hay más tiempo para postergaciones y mucho menos para errores. De lo contrario, una nueva actuación fallida deberá pagarla con el amargo sabor de tener las manos vacías prematuramente.
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BUENOS AIRES --En algo hubo uniformidad de criterios, luego del Superclásico, dentro del camarín de River: todos se fueron con sabor a poco. Y este gusto amargo que les quedó en el paladar tiene como lógico e irrefutable motivo el hecho de que Boca jugó casi todo el partido con un hombre menos. Cosa que el equipo de Marcelo Gallardo no logró aprovechar.
Cuando un clásico se presenta tan favorable, dejarlo pasar sin un triunfo deja una marca.
En lo futbolístico, la producción no distó demasiado de lo que viene haciendo River. Que se convirtió en un equipo voluntarioso y con poco fútbol. Las acciones de riesgo tampoco están siendo su patrimonio más preciado, pero en el caso del clásico la profundidad estuvo más devaluada todavía.
El punto donde quizás deba hacerse hincapié fue, quizás, en la falta de convicción que exhibió a la hora de salir a buscar la victoria. Se lo vio excesivamente timorato, como respetando mucho la situación. En esta idea no hay que apartar al entrenador.
Así como muchas veces fueron ponderados sus planteos, en esta ocasión su mensaje no se compadeció con su discurso. Ejemplos: los dos primeros cambios fueron de delantero por delantero. Nunca intento sumar juego al medio, sacrificando a un volante como Nicolás Bertolo que no estaba teniendo un buen desempeño. El argumento será que Leonardo Pisculchi no tiene retroceso, y ahí es donde se fortalecería la hipótesis del excesivo respeto al rival. Pensar en lo que puede hacer el otro por sobre la fuerza propia.
Este era un clásico incómodo para los dos, porque ambos tienen la cabeza metida de lleno en la Libertadores y sólo la importancia de un partido de tal magnitud llevó a los directores técnicos a poner titulares. De no ser así, se hubiese tratado de un enfrentamiento de suplentes. Tal vez por eso la idea central era no perder y cuidar a los jugadores. Porque, esto no se puede soslayar, la cancha estaba muy mal y el tema lesiones rondaba por la cabeza del cuerpo técnico. En ese rubro salió airoso (no así Boca).
Párrafo aparte, entonces, para el campo: es muy difícil jugar bien en un terreno tan maltrecho. Sólo Andrés D’Alessandro, quien día a día eleva su nivel, se encargó de poner una excepción de calidad a esa regla.
Lo cierto es que en un clásico lleno de vicisitudes y condicionamientos, River podría haber conseguido un poco más. Una caricia a su propia autoestima no le hubiese venido nada mal. Pero le faltó decisión. No es condenable ni mucho menos, pero sí hay que marcar estos puntos de la misma forma que se destacan los aciertos.
Ahora sí la cabeza de River está puesta de lleno en la Libertadores. En la altura de Quito, donde se medirá con Independiente del Valle, deberá elevar su nivel para continuar adelante. Por sobre todas las cosas, lograr confiabilidad en defensa, algo que le viene faltando. La contundencia en ataque sería ideal, aunque eso podría resolverlo cuando cierre la llave en el Monumental.
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SAN PABLO (Enviado especial de ESPN) -- La cíclica historia de River continúa escribiendo capítulos que apuntalan conceptos que venimos volcando en esta columna en forma casi recurrente y tediosa.
No vamos a caer en la reiteración del concepto "bipolar", pero sólo porque sería redundar en un diagnóstico que ya está plenamente confirmado. Además, el fluctuante rendimiento de River no depende únicamente de un funcionamiento plagado de altibajos, existen cuestiones algo más profundas y que le quitan el sueño al cuerpo técnico.
Por ejemplo, en cada presentación se está tomando la pésima costumbre de regalar un tiempo. Luego, durante el descanso, se viene el tirón de orejas de Marcelo Gallardo y la posterior reacción del equipo. La cual muchas veces no alcanza para torcer el resultado. Tal cual sucedió en San Pablo. Pero además observan otras cosas que potencian esa preocupación.
Ya hemos señalado en ocasiones pasadas que para el director técnico su equipo tiene una severa falencia de relevos. Son pocos los futbolistas que salen desde el banco de suplentes y que muestran una confiabilidad que les posibilite ser una solución. En este concepto podemos incorporar al choque copero del miércoles y ahora la incertidumbre se traslada a algunos integrantes del equipo titular. Ese once que parecía ser inamovible y que garantizaba, al menos, concentración y entrega, hoy ya ha comenzado a perder terreno en las preferencias de Gallardo. Para decirlo claramente, el conjunto ideal ya no es intocable.
Antes los cambios los efectuaba cada vez que se producía una lesión o una sanción, pero se avisoran tiempos diferentes. Quizás estemos ante una alternativa distinta, en la cual el Muñeco meta mano por observar rendimientos que no colman sus expectativas. Y en esta idea podrían a caer jugadores de todas las jerarquías, hasta los que parecerían ser inamovibles.
Es cierto que no tiene demasiadas opciones para efectuar variantes, sin embargo, ante la evidencia de determinadas conductas, un sacudón correctivo estaría dentro de los planes terapéuticos de Gallardo.
La próxima fase de la Copa Libertadores no deja resquicios para las distracciones. Partido de ida y de vuelta por eliminación. Un equipo que ingresa desconcentrado o que se toma cuarenta y cinco mninutos para acomodarse, podría terminar pagando esa falencia qudando afuera de la competición. Esto lo sabe todo el cuerpo técnico, de ahí la incertidumbre y que en la agenda figuren, subrayado con rojo, las modificaciones.
Intentar que la sucesión de flojas actuaciones encuentre un final representa un desafío para Gallardo. No se vislumbra como una tarea sencilla, por el contrario, a priori se observa como algo impracticable en el corto plazo.
Quizás pueda parecer que se trata de un panorama apocalíptico, pero no es así. Este diagnóstico toma como parámetro el ideal que representó la copa pasada, con una formación tal vez no tan vistosa pero sí sólida. Barajar y dar de nuevo, ese es el concepto para la próxima fase.
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Y, en rigor de verdad, no se puede jugar un campeonato como la Copa Libertadores, con una cierta idea de competir por el título, sólo con trece o catorce futbolistas en los cuales se confía. Es imposible. Aunque no lo diga públicamente, lo cual suena absolutamente lógico, el entrenador está cada día más convencido de que su plantilla es bien acotada. No se resigna a recuperar algunos valores, es cierto, de ahí la decisión de poner un equipo alternativo ante Sarmiento de Junín.
Esta determinación tiene dos lecturas. Una, fortalece lo narrado: no quiere arriesgar titulares porque sabe que los suplentes no le rendirán en la Copa Libertadores. La otra, de cara a futuro, darles rodaje a los que no están funcionando para ver si despegan de una vez por todas. La conclusión es que se quedó en el medio de todo. Porque River tuvo pasajes de buen fútbol, pudo haberse cosechado un resultado positivo, pero otra vez padeció por su inquietante bipolaridad. Una patología que lo acompaña desde hace bastante tiempo. Una compañera de ruta que preferiría dejarla en el camino pero, pese a ese deseo, no puede desprenderse de ella.
Hace rato ya que River viene debatiéndose contra los enigmas de la inestabilidad futbolística y emocional. Hay quienes dicen que tiene la cabeza en la Libertadores, pero, ¿alguien puede creer que estos jugadores, que no son titulares y que buscan un lugar dentro del plantel ya no esta temporada sino también en la que viene, pueden darse el lujo de entrar con la cabeza en otra historia? Decididamente no, y si lo hacen denotan una irresponsabilidad que no es aconsejable para alguien que juega en River. De ser así tampoco entenderían las necesidades que tiene el entrenador en este momento.
Lo concreto es que River es uno de los peores equipos del torneo local. Más allá de su buen desempeño en la Libertadores, al cuerpo técnico le agradaría tener un paso más firme en el certamen nacional. Entre otras cosas porque pelear en los dos frentes es un poco la consigna que siempre se postula en el inicio de toda temporada. En el caso de River, una de esas patas le le truncó de forma excesivamente prematura.
Siempre caemos en el tema de la inestabilidad futbolística. Esa que lo lleva a jugar de manera brillante un día y a tener un muy pobre su desempeño en un puñado de horas. Tan increíble como cierto. La medida de The Strongest claramente no fue una vara que sirva para medir el nivel real de River, pero al menos sí pudo utilizarse como elemento motivador luego de una sucesión de partidos sin triunfos.
El próximo miércoles, ante San Pablo, con los mismos protagonistas que golearon al conjunto boliviano, podrá refrendarse, o no, que los titulares han adquirido la autonomía que tanto busca Gallardo. Mientras tanto, se sigue en presencia de este River con dos caras, con dos realidades, que recorre caminos sinuosos y otros perfectamente asfaltados. El desafío será equilibrar esas fuerzas. Moderarlas, emparejarlas. Pero claro, este reto deberá ponerlo en práctica en plena competencia, donde los márgenes no son tan amplios. Una de cal y otra de arena para este River bipolar....
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Aquel año es recordado porque quebró una larga abstinencia en títulos internacionales, pero, además, porque se trató de una temporada en la cual sus sueños se afianzaron con un anhelo que se venía transfiriendo entre generaciones.
Aquel día narrado estuvo lleno de tópicos positivos, los cuales quizás no vuelvan a darse. Pero en aquella tarde se asociaron en un mismo sitio para escribir una página de oro en la historia del Millo. Con el Beto Alonso como figura decisiva, como un jugador que se iluminó para refrendar su idolatría, con un equipo que iba a seguir transitando por el camino del éxito pero que cumplió con un designio tácito de su gente: dar una vuelta olímpica en cancha de Boca.
Ese Superclásico que marca a fuego las almas riverplatenses tuvo tantos condimentos que hoy, a 30 años de haberse jugado, es recordado con una irónica sonrisa por los hinchas.
Dejamos afuera del combo de condimentos, quizás, al más curioso, al irrepetible, al que le otorgó un cariz diferente, al que le permite a Norberto Alonso la posibilidad de jactarse de ser el único en toda la larga lista de acontecimientos ocurridos en nuestro fútbol, de haber podido anotar un gol con una pelota de color naranja.
Los más jóvenes habrán visto las imágenes, aquellos más entrados en edad recordarán ese salto épico del Beto que le sirvió para elevarse tal alto que dejó al Loco Hugo Orlando Gatti sin posibilidades de impedir quedar en la historia como el único arquero que recibió, en Argentina, un gol con un balón de color naranja.
El ídolo máximo de la institución Millonaria anotando con una pelota naranja (en realidad marcó los dos goles de River pero en el segundo tiempo se volvió al balón tradicional), vuelta olímpica en La Bombonera como celebración de un título que había obtenido tres fechas antes, marcas indelebles en los corazones de la gente.
Aquellos que palpitaron hace 30 años y también para los que hoy, aprovechando que los archivos están al alcance de la mano, paladean con el mismo placer que sus ancestros aquella conquista.
El Beto Alonso como cabeza y referente de un equipo de River que sus conquistas lo transformaron en inolvidable para toda su gente. Y con esa pelota naranja que hoy reposa, con orgullo, en una vitrina del museo del club para ser mimada con las miradas cómplices de aquellos fanáticos que se emocionan ante su diminuta pero gigante dimensión.
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Por el contrario, quizás yendo en contra de lo que muchos querían leer, alertamos acerca de algunas fallas consuetudinarias en el rendimiento del equipo. Errores que se repetían a pesar de las victorias y que se sucedían en cada presentación. En rigor de verdad, y para ser justos, este análisis iba de la mano con el que hacía el propio Marcelo Gallardo, una parte en público y otra en la intimidad. Es obvio, no sería conveniente, mismo por la estabilidad del grupo, inmolarse ante todo el mundo.
Lo cierto es que más allá de la euforia que puede atrapar a un hincha, lo que se observaba era que la suma de puntos no venía acompañada de actuaciones sólidas. Sí de pinceladas de aquel gran equipo que deslumbró con su buen fútbol, pero con baches tan profundos que le permitían (y permiten) sacar pecho a oponentes visiblemente inferiores.
En su visita a Paraná, River volvió a sufrir su falta de regularidad. La cual, para colmo, le llega de la mano de algo que es un complemento fundamental en el fútbol: la liga. El once de Gallardo ni siquiera esta tocado por la varita de la suerte. Cuando no juega bien por lo general lo paga con goles en su propio arco, y en los pasajes que recupera la memoria padece de lagunas al momento de definir.
Conclusión: hoy se encuentra 11° en su zona y lleva seis cotejos sin ganar (siete si contabilizamos el amistoso ante Peñarol). Una ubicación atípica, impensada y que modifica el humor de un grupo que siempre se caracterizó por ganar.
Gallardo habla de un equipo que se mueve sólo a velocidad crucero. Esto es que no tiene cambios de ritmo, como, por ejemplo, le aportaban las diagonales de Carlos Sánchez. No sorprende, es previsible. En este contexto se produce un efecto dominó en el cual hasta el propio técnico comete errores. En la formación de los equipos, en los cambios, en no sostener a los futbolistas que, dentro de un marco de mediocridad, asomaron con algo distinto.
El Pity Martínez tuvo una mini racha goleadora y ni siquiera con eso Gallardo se convenció para darle continuidad. Igual que Sebastián Driussi, quien, como delantero, rindió y anotó, pero el DT después terminó colocándolo (cuando jugaba) en otras posiciones. Esto de buscarle puestos alternativos a algunos jugadores también fue tan recurrente como ineficaz.
¿Qué puede pasar de aquí en más? El campeonato local ya es historia. River tendrá que apuntar todo a una Copa Libertadores que lo tiene bien posicionado. Y desde ese fixture que le queda, con dos partidos en su casa, empezar a recobrar confianza. La cabeza resultará determinante para torcer el presente.
Este equipo, que tiene muchos jugadores que han llegado hace poco, necesitará incorporar el fuego sagrado que fue un valor agregado de aquel que ganó títulos en el contexto sudamericano. Esa será la misión de Gallardo. Hasta un desafío personal para un entrenador joven, con mucho futuro, pero con un bagaje negativo casi inexistente, por esto es un enigma esta nueva experiencia que atravesará. Una buena prueba para su capacidad, pero una incógnita al fin de cuentas.
River necesita corroborar que posee temple para conducir en este momento complejo. Ideas claras, mensaje conciso y cabeza fría, para el Muñeco y para todo el equipo. Aún tienen chances de prolongar un ciclo muy exitoso, del cual saldrán airosos únicamente mejorando su juego.
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Más allá del nivel futbolístico que tengan los clubes de aquel país, para cualquiera que viaja desde el llano es toda una odisea rendir en plenitud en los más de 3.400 metros de altitud. Sin embargo River casi lo hace. Tres días después de haber regresado con cuatro goles en sus valijas desde la cancha de Colón, por un puñado de minutos no se quedó con ese épico triunfo. Porque ganaba por uno a cero y sobre el final se lo empataron.
Es cierto, si analizamos fríamente la igualdad era merecida. Sólo gracias a la gran noche que tuvo Marcelo Barovero pudo mantenerse en esa condición hasta el final, porque si hubiese existido lógica y precisión de los bolivianos, el empate hubiera llegado antes. Pero ya se sabe que eso de la lógica no suele estar siempre asociada al fútbol. Por el contrario, en esta parte del mundo las sorpresas se dan con bastante asiduidad. A veces a favor y otras en contra.
Así fue como River, con un planteo inteligente pero, por sobre todas las cosas, con algunos futbolistas que exhibieron un nivel muy alto, arañó una victoria que hubiese redundado prácticamente en la clasificación a la siguiente fase (porque San Pablo igualó con Trujillanos en Venezuela). Ya fueron destacadas las notables y decisivas atajadas de Barovero, a lo cual debemos agregar el trajinar de Ponzio en la mitad del campo, las sorprendentes corridas de un Rodrigo Mora, quien pareció no sentir el ahogo que genera la altura. Más el golazo que él mismo anotó y que puso a River al borde del triunfo. Mammana y Balanta no desentonaron, pero estuvieron un escalón más abajo. Todo ellos fueron el sostén de un equipo que, como señalamos en notas anteriores, se caracteriza por padecer de una alarmante bipolaridad. Le cuesta mantener un ritmo regular. No logra encontrar equilibrio, tener un nivel intermedio. O juega muy bien o lo hace muy mal. Y esto es lo que preocupa a Gallardo.
Pero volviendo a la Copa Libertadores, el punto que se trajo de La Paz, más allá del sabor amargo que puede generar el haberse quedado con menos de lo que tenía sobre el final del encuentro, a la hora del análisis será bien recibido por el cuerpo técnico. Porque, a priori, cualquiera que se traiga algo de un escenario tan complejo como es la altura sabe que es positivo.
El grupo sigue abierto. De todas formas, River da muestras de moverse mucho mejor en el marco de los torneos con una configuración con la que tiene la Libertadores, que en los que son largos como en el caso del certamen local. Y después de lo hecho en Bolivia el optimismo se disparó.
Para que esa ilusión se vea refrendada, el equilibrio futbolístico será indispensable. También tendrán como asignatura frenar a la racha de lesiones. Balanta volvió de una y debió salir por otra dolencia. Y además, la brecha de rendimiento entre los suplentes y los titulares es muy amplia, notoria, existe una diferencia importante entre ellos.
Más allá de las vicisitudes, está bien posicionado, y otra vez la Copa parece ser el gran objetivo. Por elección y por obligación. Una marca registrada de este River.
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